¡Qué bien aprovecharon aquella catequesis! Y yo temiendo haber hablado
en vano…
Fue un domingo de diciembre de 2009. Hoy, en el funeral de Diego lo
hemos recordado. Han sido tantos y tan ricos los testimonios de personas amigas
y compañeras de juventud y de estudio, que nos hemos tenido que contener para
no excedernos.
Aquel grupo adolescente, vergonzosos para expresarse en voz alta, se ha
vuelto animoso. Sin vergüenza han ido relatando recuerdos de momentos y
relaciones profundamente humanos, como sólo en esos años se disfrutan. Y entre
todos hemos llenado un acto, serio donde los hayan, en un cálido departir de sentimientos,
traídos de las mesas de la vida a la mesa común de la Eucaristía.
La plegaria sentida, cargada de esperanza, nos ha ido dirigiendo en la
celebración. Sabíamos que Diego estaba, que nada podía hacerle faltar a la
cita. Y tras el primer envite de su hermana, Anabel, los pasajes bíblicos de
Hechos y de Emaús nos han encaminado a comprobar que “era verdad, ha resucitado
el Señor” y ha puesto ardor en nuestros corazones.
Luego han ido saliendo las cosas, los gestos, las palabras, que han ido quedando en el día a día compartido. Al expresar todo ello no sólo profesamos nuestra fe, también afirmamos nuestra esperanza, y sobre todo el decidido compromiso de que no se olvide, de que no renunciamos, de que, igual que Diego, trataremos de seguir haciendo ese mundo nuevo que anhelamos porque ya lo hemos saboreado.
Galilea nos espera, porque allá nos encontraremos con el Resucitado y
con Diego, que camina a su lado de la mano.
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