Desconozco el origen de esta palabra, pero imagino la imagen que pueda
tener, aunque sea de difícil definición. ¿Podría ser tal que así?
Avisado por los meteorólogos de que el jueves iban a bajar las
temperaturas, cambié de edredón antes de acostarme y no logré pegar el ojo
hasta que volví al de entretiempo. Que uno es muy caluroso en la postrer etapa
de la vida. Señores de la cosa, afinen un poco más, porfa.
Esperaba con ansia que llegara el sábado por ver cómo resolvían los
sociatas sus asuntos, y de paso los míos, y no logré despejar las dudas que me
corroen ni calmar esa ansiedad que me concome.
Deseaba fervientemente que los peperos asumieran humildemente tanta
porquería dentro y me ofrecieran garantías de que ya nunca jamás, y me quedé a
dos velas y temiendo que puede que sea mucho peor.
Aguanté hasta el límite de mis escasas fuerzas por si me llegaban
explicaciones a este presente tan negro y esperanzadas soluciones de cara al
futuro, y tuve que apagar el aparato para no terminar del todo anestesiado.
Recorrí internet toda por ver si daba con algo que lograra entusiasmarme
y sólo di con un encontronazo en cadena justo aquí, cerca de mi casa, entre
cinco coches y una barca. El estadio José Zorrilla fue mudo testigo de la
colisión. Resultado, tres heridos y ningún ahogado.
No supe cómo reaccionar cuando leí que en Alemania habían sido atacadas
y ofendidas mujeres en la calle y sigo consternado porque aún está por ver cómo
lo resuelve la autoridad. Pero es que ayer mismo en Estocolmo, en la culta y
rica Suecia, cientos de encapuchados volvieron a la carga, esta vez contra
inmigrantes, igualmente desarmados e indefensos. Si esto es Europa…
Ya siento de verdad la caída de esa hermosa y al parecer no tan robusta
torre de la iglesia de Roselló, en la Sagrià leridana, pero estaba todo el
mundo avisado y nadie puso remedio. Cuando vi el vídeo no quise mirarme en el
espejo. Por si acaso.
Y no digo cómo no reaccioné cuando a Esteban Velázquez, jesuita que
acompaña a los subsaharianos que esperan tras la valla de Melilla, le negó el
gobierno de Marruecos el permiso para regresar junto a ellos. Sólo el obispo
Agrelo ha alzado la voz; nuestro ministro de Exteriores se hace el sueco, que
es mucho más civilizado.
Cara de perplejidad, cuando no de directamente acémila, se me pone con
demasiada frecuencia. Entiendo muchas menos cosas de las que deseara, y no
siempre actúo como Gumi, que se pasa de rastreator a persistente y tozudo
sabueso. De modo que no me reconozco gritando ¡eureka! Suelo quedarme lejos de
alcanzar tan brillante posición.
Enero se me acaba y no siento que haya sido un mes que empezara un buen
año.