EL BASTÓN DEL MESÍAS
Por aquellos días,
viajamos al norte, a la región montañosa de Cesarea de Filipo, en las fuentes
del Jordán.(1) Los paisanos que vivían por allá querían oír hablar del Reino de
Dios que trae justicia y paz a la tierra.
Jesús - Y si tu hijo te pide pan, ¿le vas a
dar una piedra? ¿Verdad que no? Y si te pide un pescado, ¿le vas a dar una
culebra? ¡Claro que no, porque es tu hijo! Pues eso es lo que anunciamos, que
Dios es nuestro Padre y nos quiere. Y nosotros, sus hijos y sus hijas, le
pedimos que nos eche una mano. ¡Y Dios no va a fallarnos!
Jesús, como siempre, se
ganaba enseguida la atención de la gente. Empalmaba una historia con otra y los
de Cesarea no se cansaban de escucharlo.
Jesús - ¡Amigos, ya llega el Reino de Dios!
¡Ya viene la liberación! E1 Mesías está a la puerta. Y cuando él venga, traerá
en una mano la balanza para hacer justicia y en la otra un bastón para gobernar
sin privilegios.
Hombre - ¡Bien dicho! ¡Que viva ese Reino de
Dios!
Mujer - ¡Y que lo veamos pronto!
Entonces, entre los
aplausos y los gritos de la gente, apareció un hombre inmenso, con la piel muy
quemada por el sol y una barba larga, larguísima, como la de los antiguos
patriarcas. Se fue abriendo paso entre todos y se acercó a Jesús. Era un viejo
beduino de las estepas de Galaad.
Melquíades- No hables más, hermano. Ya es suficiente. Soy Melquíades, pastor
de ovejas, nieto de Yonadab, de la tribu de los recabitas, todos pastores de
ovejas, como nos mandó Dios.(2) Atravesando el desierto hemos aprendido a leer
en el cielo y también en los ojos de los hombres. Tú tienes ojos negros como la
noche y brillantes como las estrellas. Sé mirar en ellos.
E1 viejo beduino se
acercó más Jesús y puso una mano sobre su hombro…
Melquíades- Escucha, hermano. Nuestras tribus andan dispersas desde hace
mucho tiempo, muchos años, muchas generaciones de años. Andamos como ovejas sin
pastor. Gracias por haber venido. Tómalo: esto es para ti.
Melquíades, el
recabita, levantó en su mano derecha un largo y nudoso bastón de olivo.
Melquíades- Con este bastón he pastoreado mi rebaño desde que era joven. Con
é1 espanté a los lobos y encaminé por la estepa a mis ovejas. Era de mi abuelo.
Míralo: es un cayado de pastor, como el que tenía David en sus manos cuando el
viejo Samuel lo fue a buscar y lo puso al frente de su pueblo.
Jesús - ¿Y qué quieres que haga yo con este
bastón?
Melquíades- Es tuyo. Pastorea tú al pueblo. Tú eres el hombre que
necesitamos para que las cosas cambien.
Jesús - Pero, ¿qué estás diciendo, abuelo?
Yo…
Melquíades- Toma el bastón. Y apriétalo fuerte entre tus manos para que el
calor de tu sangre le dé vida a los nervios muertos de la madera.
Y el viejo beduino
entregó a Jesús aquel bastón gastado y amarillo como un hueso seco.
Jesús - Pero, abuelo, yo…
Hombre - ¡Bien hecho, Melquíades! ¡Bien dicho
y bien hecho!
Mujer - ¡Estamos contigo, Jesús! ¡Cuenta con
nosotros!
Hombre - ¡Y con nosotros también!
Esa noche, los trece
del grupo nos quedamos conversando hasta muy tarde. E1 cielo se cubrió pronto
de estrellas. A1 fondo, iluminado por la débil luz de la luna, descansaba el
monte Hermón. Sus laderas nevadas ya comenzaban a derretirse con la primavera.
Jesús - ¡Ese pastor recabita está chiflado!
Pedro - E1 chiflado eres tú, Jesús, si no
aprovechas el momento. ¡E1 pueblo está entusiasmado contigo!
Jesús - Pedro, el pueblo está entusiasmado
con el Reino de Dios.
Santiago - ¡Y contigo, moreno, contigo!
Jesús - Pero, Santiago, escúchame…
Santiago - Que no, Jesús, que no quieras tapar
el sol con un dedo. Tienes al pueblo en tus manos igual que ese bastón. A una
orden tuya, todos se pondrán en marcha.
Jesús hacía rayas en la
tierra con el cayado largo y nudoso que le había regalado aquella tarde el
viejo Melquíades.
Andrés - La gente espera mucho de ti, Jesús.
No los defraudes.
Jesús - ¿Y qué es lo que espera la gente de
mí, Andrés?
Andrés - ¿Que qué esperan? Mucho. Que les
sigas abriendo los ojos, que te pongas al frente de ellos para que este país se
enderece y se acaben de una vez tantos abusos y podamos vivir en paz. Eso es lo
que esperan.
Jesús - Pero, ¿están locos? ¿Quién se creen
ellos que soy yo?
Judas - Te tienen como a un profeta, Jesús.
Felipe - ¿Sabes lo que me dijo hoy una mujer?
Que cuando te miraba así, de medio lado, le recordabas mucho a Juan el
bautizador. Que ella apostaba cinco contra uno a que el profeta Juan había
resucitado y se te había colado a ti en el pellejo.
Tomás - ¡Pues va-va-vaya chiste! ¡Le
corta-ta-tarán otra vez la cabe-be-beza!
Andrés - No, no. Lo que yo oí fue otra cosa.
Dicen que el profeta Elías se bajó del carro y te prestó el látigo con que
arrea sus caballos de fuego. ¡Que tu lengua tiene el mismo chasquido que la del
profeta del Carmelo!
Jesús - Bah, tonterías de la gente.
Judas - E1 otro día me preguntaron si tú
tenías mujer. Y yo les dije que no.
Jesús - ¿Y para qué querían saber eso?
Judas - Bueno, porque el profeta Jeremías
tampoco se casó. Dicen que tú te pareces mucho a é1.
Jesús - Sí, claro. Y también me parezco al
profeta Amós porque soy campesino. Y al profeta Oseas, porque soy del norte. Y
dentro de poco dirán que una ballena me tragó y me vomitó como al profeta
Jonás. Yo no sé de dónde la gente se inventa tantas cosas.
Santiago - No es la gente, Jesús, no es la
gente…
Jesús - ¿Ah, no? Y entonces, ¿quién? ¿No me
van a decir que también ustedes?
Pedro - Verás, moreno. Llevamos ya un tiempo
juntos, muchos meses. Hemos formado un grupo. Podemos hablar con confianza, ¿no
es eso?
Jesús - Claro que sí, Pedro, para eso somos
amigos. ¿Qué es lo que pasa?
Andrés - Jesús, tú has hecho cosas delante de
nosotros que, a la verdad, bueno, sin ir más lejos, lo del sordomudo del otro
día en Corozaim.
Santiago - Y aquella niña, la hija de Jairo,
estaba muerta, yo la vi.
Felipe - Y el sirviente del capitán romano.
Andrés - Y Floro, el paralítico. Y Caleb, el
leproso. Y el loco Trifón. Y la…
Jesús - Está bien, está bien. ¿Y qué? Dios es
el único que tiene poder para curar. Dios toma mis manos o las tuyas o las de
quien sea y hace lo que quiere. Hay mucha gente que hace cosas más grandes aún.
Judas - Pero no es eso solamente, Jesús. Es
tu manera de hablar. Reconócelo: tus palabras son como las piedras que lanzaba
David con su honda.
Pedro - Tú hueles a profeta,
moreno. Y ni con lejía
se te quita ese olor.
Andrés - Tú sabes cómo hablar al pueblo. La
gente te escucha, te hace caso.
Jesús - ¡La gente! La gente dice hoy blanco y
mañana negro. Ustedes… ¿qué dicen ustedes? Ahora estamos los trece reunidos.
Hablemos claro, entonces. ¿Qué esperan ustedes de mí?
Pedro - Lo mismo que esperan todos, Jesús.
¡Que levantes el bastón y te pongas al frente de] pueblo!
Jesús - No sabes lo que dices, Pedro. ¿Quién
soy yo para hacer eso, ¿eh? ¿Quién soy yo?
Pedro - ¿Tú? ¡Tú eres el Liberador que espera
Israel!
Jesús - Pero, Pedro, ¿te has vuelto loco?
¿Cómo dices eso?
Pedro - Lo digo porque lo creo, ¡qué caramba!
Y ya me pica la lengua por decirlo. Y ya se lo dije a Rufina y a la suegra. Y
las dos mujeres me dijeron que ellas piensan lo mismo.
Jesús - Pero, Pedro, por favor…
Pedro - Sí, Jesús. ¿Te acuerdas la otra
noche? Lo vi clarísimo. Mira, íbamos en la barca, en la mía. De pronto,
comenzaron los rayos y el viento del Mar Grande. Una tormenta horrible. Y
apareciste tú caminando sobre las olas. Y el viento se calmó. Y tú me diste la
mano y yo también caminé sobre el lago, ¿no comprendes?
Jesús - Sí, sí, comprendo. Sigue soñando con
agua y un día amaneces ahogado.
Pedro - ¡Tú eres el Mesías, Jesús!(3) ¡Tú
liberarás a nuestro pueblo!
Cuando Pedro dijo
aquellas palabras, se hizo un silencio entre todos. Esperábamos la respuesta de
Jesús. Teníamos los ojos clavados en é1 que ahora apretaba nerviosamente el
bastón del viejo beduino.
Tomás - No te pre-pre-preocupes, mo-moreno…
Nosotros te apo-po-poyaremos.
Judas - Cuenta con nosotros. Para eso
formamos este grupo, ¿no?
Andrés - Decídete, Jesús. Si la cosa viene de
Dios, no podrás escapar de él.
Pedro - No es la gente ni nosotros. Es Dios
el que te ha dado el bastón de mando.
Jesús nos fue mirando
uno a uno, lentamente, como pidiendo permiso para decir aquellas palabras que
le subían a la garganta.
Jesús - Sí, es verdad. A los hombres se les
puede engañar, pero a Dios no. Llevo días y noches dándole vueltas a esto mismo
que ustedes me acaban de decir. Desde que el profeta Juan murió, sentí que algo
había cambiado. Como si Dios me dijera: ha llegado tu hora, el camino está
preparado.
Pedro - ¡Pero dicen que Dios no le echa a un
burro más carga que la que puede llevar! ¡Ea, moreno, ten confianza! ¡Dios no
te fallará!
Judas - ¡Y nosotros tampoco!
Santiago - ¿No oíste lo que dijo el viejo
Melquíades? ¡Aprieta el bastón y levántalo! ¡Contigo saldremos adelante!
Entonces Jesús levantó
el largo y nudoso cayado del recabita, lo agarró con las dos manos… y de un
golpe lo partió por medio.
Felipe - Eh, moreno, ¿qué te pasa? ¿Por qué
has hecho eso?
Jesús - Porque a Elías lo persiguieron, a
Jeremías lo tiraron a un foso y a Juan le cortaron la cabeza. Mírenlo todos: el
bastón de mando está roto. Así acaban los profetas, rotos. Así acabará también
el Mesías.
Pedro - No hables así, Jesús. Nosotros te
defenderemos, ¡qué caramba! ¿No es verdad, compañeros? ¡Por la buena estrella
de Jacob, que a ti no te pasará nada malo!
Jesús - Primero me empujas hacia adelante, ¿y
ahora me quieres tirar la zancadilla? No, Pedro, vamos a hablar claro. A mí me
partirán como a este bastón. Y a ustedes, si luchan hasta el final, también.
Que cada uno se eche al hombro su cruz ya desde ahora para que luego no nos
coja por sorpresa.(4)
Pedro - Bueno, Jesús, no hables más de eso.
¡Tú amárrate la correa y sé valiente!
Jesús - Y tú también, Pedro. Detrás de mí,
vas tú.
Pedro - ¿Cómo dijiste, moreno?
Jesús - Pedro… Pedro
tirapiedras… Ahora te
las tirarán a ti. Pero no te preocupes. Eres una buena piedra de cimiento. No
te romperán ni a martillazos.
Judas - Bueno, bueno, no hablemos de cosas
tristes. ¡Lo importante es que ahora estamos todos y que estamos unidos!
Santiago - ¡Y que seguiremos adelante, a las
duras y a las maduras!
Andrés - ¡Y pase lo que pase, este grupo no se
desbaratará!
Felipe - ¡Bien dicho, Andrés! Ni el diablo con
su tridente podrá contra nosotros, ¿no es cierto?
Jesús - Claro que sí, Felipe. La amistad que
hemos atado aquí en la tierra, no la vamos a desatar ni en el cielo. ¿De
acuerdo?
Tomás - ¡De acuerdo! ¡Una buena cerradura y
trece llaves, una para cada uno!
Jesús - Y tú, Pedro, ¡guarda el llavero para
que no se pierdan!
Pedro - ¡Entonces, mano con mano, para
siempre!
Santiago - ¡Mano con mano, compañeros!
Amaneció en Cesarea de
Filipo. Se nos había ido la noche conversando y ahora teníamos unas cuantas
millas por delante. Estiramos las piernas y nos pusimos en camino hacia el sur,
rumbo a Cafarnaum. E1 monte Hermón brillaba blanco a nuestra espalda.
Mateo 16,13-24; Marcos 8,27-33; Lucas 9,18-22.