En una entrevista de Francisco papa con Antonio
Spadaro s. j., de La Civiltà Cattolica el 19 de agosto de 1913 dijo: «Veo con
claridad que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad
de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía,
proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué
inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar¡ Hay
que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto. Curar heridas, curar heridas…
Y hay que comenzar por lo más elemental».
Ha llovido, ha escampado y ha sobrevenido sobre el
mundo entero una tormenta de dimensiones sobreplanetarias de la que tardaremos
mucho tiempo en liberarnos. Con todo patas arriba, la Iglesia no tiene más
alternativa que reinventarse para seguir, no sólo al Papa y el Evangelio; para
responder a las necesidades y expectativas del mundo y ser coherente con lo
que se decidió hace cincuenta y cinco años en el Concilio Vaticano II: «Los
gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro
tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y
esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay
verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad
cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por
el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la
buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente
íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia». (Constitución
Gaudium et Spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 1)
Tras sesenta días, dos meses muy largos, con las
puertas abiertas o cerradas pero impracticables para la totalidad del pueblo de
Dios, se nos permite acceder, eso sí con cuentagotas y muchas prevenciones, al
interior de nuestros templos ¿para qué?
Si fuera para volver al culto de antes, el de
siempre, el que aprendimos desde pequeñines y “hemos ejercido” a la largo de nuestra
vida, es muy posible, casi seguro, que nos equivocaríamos y no sólo defraudaríamos
a quienes pretendemos servir, sino que ofreceríamos a nuestro Dios un culto, si
no vacío, inútil.
Toca reinventarnos para ser otra Iglesia, la Iglesia
que ya estaba inventada en el Evangelio porque Jesús soñó y propuso, y que
la cristiandad hemos ido olvidando a lo largo de los siglos y la acomodación
interesada a los usos y provocaciones del mundo ha hecho real e inamovible.
Puede parecer “recurrente” la cita, pero a mí no se
me ocurre otra que el capítulo 25 del evangelio de Mateo, en su totalidad, pero
especialmente los versículos 31-46:
«Cuando
venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará
en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. Él
separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y
pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el
rey a los de su derecha:
“Venid
vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde
la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me
disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me
vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”.
Entonces
los justos le contestarán:
“Señor,
¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?;
¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo
te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”.
Y el
rey les dirá:
“En
verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más
pequeños, conmigo lo hicisteis”.
Entonces
dirá a los de su izquierda:
“Apartaos
de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.
Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber,
fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo
y en la cárcel y no me visitasteis”.
Entonces
también estos contestarán:
“Señor,
¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la
cárcel, y no te asistimos?”.
Él les
replicará:
“En
verdad os digo: lo que no hicisteis con uno de estos, los más pequeños, tampoco
lo hicisteis conmigo”.
Y estos irán al castigo eterno y los justos a la
vida eterna».
No será fácil por los mimbres con los que hay que
contar— en exceso endurecidos y resecos—, pero no me diga nadie que la ocasión no es propicia. Ahora o nunca.
Hasta morir en el intento.
«Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté
siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo,
porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con
vosotros y está en vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros». (Juan
14, 16-18)