Hace ya algunos años la editorial Desclée de Brouwer inició una colección bajo el título que encabeza esta entrada. Fui adquiriendo uno a uno según publicaba los libros, que si no recuerdo mal fueron quince. Ahí me paré. Tal vez también se detuvo la editorial, ya no lo recuerdo.
El primero en salir a la palestra fue González Ruiz, canónigo en excedencia de la catedral de Málaga, que tuvo a bien impartirme una sabrosona Introducción a San Pablo, a mí y a mis compañeros estudiantes. Y fue el gancho.
Luego llegó Llanos, menos ameno y un poco más difícil de seguir.
Díez Alegría, Javier Domínguez, Casaldáliga… y en fin, la lista que está ahí puesta.
El caso es que, siendo todas ellas unas personas estupendas, cada una ponía su acento particular y reseñaba aquellas circunstancias que a favor o en contra habían ayudado o estorbado, cuando no entorpecido, su discurso y su discurrir de creyentes. Una cosa era incuestionable dentro de la variedad: Dios no había sido en ninguna de ellas objeto de controversia. Sí, la forma humana (la interpretación) que se les ofrecía o ante la cual debían situarse.
En ninguna de ellas me vi plenamente reflejado, no sólo porque no llego a su estatura humana ni a su saber, sino porque mis circunstancias vitales han sido muy otras, y salvo pequeñas escaramuzas del tres al cuarto, mi vida ha sido más bien tranquila y sosegada, salvo el período de tres años en que me retuvieron mi solicitud de ser ordenado.
Creo en Dios. Rotundamente. Ni asomo de duda, no me avergüenzo ni me vanaglorio al afirmarlo. Desde que tengo uso de razón.
Celebro, pues, este día, 21 de abril, en que hace 64 años me bautizaron en la iglesia de Santa María, donde se venera a Nuestra Señora de los Ángeles, patrona de mi pueblo, Castromocho. Con alegría, con agradecimiento, con la memoria viva de mi padre, Vidal, cuyo nacimiento también fue un 21 de abril. Celebrábamos así unidos, su cumpleaños y mi bautizo. Unidad que mantuvimos a lo largo de nuestra vida común, al margen de las discrepancias, todas ellas menores, que no lograron distanciarnos ni enfrentarnos.
Creo en el Dios que mis padres me mostraron. Creo en el Dios que Jesús, el Cristo, se esmeró en
describir, con aquella su pedagogía al alcance del pueblo sencillo, mostrando las aves del cielo y la hierba del campo. Creo en Dios cuando la Iglesia dice que es el Creador de cielos y tierra. Creo en el Padre/Madre, Abba le llamaba Él, en quien Jesús confió, obedeció y se refugió. Creo en el Dios Amor, -Padre, Hijo y Espíritu-, en comunión con la Iglesia, esa enorme muchedumbre y corriente de humanidad en la que me encuentro inmerso y de la que formo parte, porque quiero y necesito para reconocerme como objeto de su providencia y cuidado. Creo en el Dios de los profetas, de Samuel a Jesús, pasando por Isaías, Amós y Juan el Bautista, cuya palabra denunciaba el mal y orientaba hacia el verdadero culto en espíritu y verdad. Creo en el Dios de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que en los de mala voluntad Dios bien cree aunque ellos no lo sepan, o no quieran enterarse.
No logro ser, como las personas de la lista superior, conciso y sistemático, y expresarme en una palabra, o en una frase, que concentre todo lo que a lo largo de mi vida he ido asumiendo como constituto del bagaje de mi fe, un credo simple y rotundo, que, a modo de lema, pueda ofrecerme. En su lugar he ido añadiendo cosas, que me han dado, que me he encontrado, que he deducido, que he imaginado, por mi cuenta o junto a otros, en forma de listado que aún sigue abierto y no tengo voluntad de concluir. Y esto es en este momento lo que tengo:
Creemos en Dios, Padre-Madre de todos, que nos quiere sin medida.
Creemos en Jesús, nuestro hermano, que entregó su vida por nosotros.
Creemos en el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús, nuestra fuerza y alegría.
Creemos en el amor, que sí es posible en nuestro mundo.
Creemos en el perdón, en la reconciliación y en la amnistía.
Creemos que el trabajo nos permite ser creadores con Dios.
Creemos en la amistad, porque no hay otra forma más bonita de vivir.
Creemos en la generosidad y en que merece la pena compartir todo en la vida.
Creemos en la Iglesia, que somos todos y que tenemos que seguir construyendo entre todos.
Creemos en la igualdad de todos los seres humanos y de todas las razas.
Creemos en la justicia, porque este mundo es para todos por igual y sin excepciones.
Creemos en la libertad, porque para ella nos liberó Jesús.
Creemos que debemos vivir como resucitados porque hemos sido llamados a la vida.
Creemos en la solidaridad entre las personas y entre los pueblos.
Creemos en la tolerancia y en el respeto de todas las ideas, ilusiones y creencias.
Creemos en la imaginación, para que juntos descubramos nuevos caminos.
Creemos que merece la pena estar alegres y contagiar alegría.
Creemos que la esperanza permite pensar y construir el futuro.
Creemos que la delicadeza debe presidir nuestros actos y animar nuestra vida, para que todo sea mucho más fácil.
Creemos que nadie debe crecer sin educación, para que todos tengamos cultura y nos podamos defender.
Creemos en el Evangelio, la Buena Noticia de Jesús para la humanidad.
Creemos que hay que recuperar la inocencia, y ser limpios y hacer las cosas con honradez y claridad.
Creemos que hay que ser valientes, y defender a todos de cualquier atropello.
Creemos necesario alcanzar la unidad entre los cristianos, para que nuestro testimonio sea convincente.
Creemos en la oración, porque no todo está en nuestras manos.
Creemos que la naturaleza merece más respeto: queremos habitar una tierra limpia y hermosa.
Creemos que las guerras sólo llevan a la destrucción. ¡Queremos la paz ya!
¡Creemos que es posible un mundo donde todos seamos hermanos!
Está en plural, sí, porque el Padre nuestro también lo está, aunque lo recite yo solito. Creo, pero no en solitario, sino en comunión. Este credo lo hemos ido haciendo durante muchos años. Progresivamente ha ido creciendo y, según lo recitamos, vamos necesitando algo más de tiempo, alargando nuestras celebraciones. Es posible que a partir de ahora condensemos algunas partes, enriqueciéndolas a costa de otras, y resulte algo más breve pero más rico.
Dentro de quince días, en un rito que se repite cada año con motivo de las primeras comuniones, en mi parroquia utilizaremos esta formulación del credo para expresar la fe que nos anima y nos define.
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Iglesia de Santa María, Castromocho |