Por esas casualidades de la vida, son de actualidad tres personas que
pertenecen al “estamento” de la Iglesia Católica, me refiero a quienes están
del otro lado de los simples mortales, el pueblo llamado “fiel”.
Óscar Romero, asesinado
hace treinta y cinco años, fue arzobispo de El Salvador y desde entonces nadie
duda que es santo, y vive resucitado en el pueblo por el que murió. Ahora le
van a declarar beato. En fin, nunca es tarde, pero a buenas horas…
Teresa Forcades, religiosa
benedictina además de profesional de la medicina, surgió en público poniendo en
evidencia el fraude de la industria farmacéutica con motivo de una vacuna
contra la gripe. Tengo entendido que ha dado muchas charlas y conferencias
sobre bioética, teología y ahora dicen que cuestiones políticas.
Lucía Caram, también
religiosa pero dominica, que lleva a cabo una encomiable labor en favor de
personas desfavorecidas, y que es habitual en los medios de comunicación.
De Romero tengo suficiente conocimiento, porque en vida seguí su
derrotero vital de los últimos años. Lloré con su asesinato, y lloré aún más
con el silencio ominoso de la Iglesia oficial y extraoficial de entonces. De
Teresa y Lucía apenas sé lo que dicen en periódicos y publicaciones.
Puesto que ahora son de actualidad, me gustaría decir algo personal
sobre sus personas. Sin embargo, ¡qué oportunidad!, se me han adelantado
ofreciéndome la ocasión de callarme. Lo acaban de publicar en sus respectivos
blogs, y yo sólo copio y pego. Y firmo, si me lo permiten, porque coincido con
ambos, con Lamet y con Pikaza.
Así
quiero recordarte, Óscar Romero, treinta y cinco años después de tu
muerte, sentado y cercano, con traje negro de cura-obispo. No ibas para
Beato, no había hecho carrera para obispo mártir, ni te habías
preparado para hablar de la justicia como hablaste... Pero te tocó y lo
hiciste.
Las circunstancias te pusieron en la brecha, y fuiste voz de evangelio,
día a día, en la vida muerte de tu pueblo, encontrando la palabra y el
gesto adecuado en cada circunstancia. Habías nacido para otras
respuestas, pero escuchaste las nuevas voces doloridas de tu pueblo y
supiste encontrar la voz de la Justicia, la justicia del Dios de Jesús
para tu gente.
Eras en el fondo muy tradicional, te gustaban las capillas piadosas, el rezo intenso de la gente, sin mezclarte en cuestiones que parecían simplemente materiales... pero
los intereses materiales golpearon y mataron a tu pueblo, y tú supiste
llegar al fondo de las almas, hasta la verdad de Jesús, con la voz del
evangelio.
Y la inmensa mayoría de tu pueblo te sintió cercano: por tu manera de sentirte y ser iglesia, por tu forma de ser pueblo. Por eso te quisieron los más pobres de los pobres de tu pueblo, sintieron que eras de ellos, que estabas con ellos, siendo de Dios.
No te querían los jerarcas de la buena sociedad organizada, los
jefes de las armas, ni los grandes del dinero y del comercio para
algunos. Dijeron que eras enemigo del orden, amigo de revoluciones
peligrosas... y hasta Roma llegaron las voces y escritos de tus
acusadores. Y en la misma Roma te tuvieron miedo y quisieron
silenciarte los dueños casi eternos de una Curia llamada Vaticana: Te
humillaron cuando fuiste, te quisieron expulsar del obispado, querían
que callaras (quizá los mismos que ahora te dicen Beato).
El mismo "Santo Padre" fue duro contigo, como si
debiera vigilarte, como si tuviera que ignorarte y después marginarte
cuando fuiste a verle (en mayo de 1979, diez meses antes de tu
asesinato). Lo recuerdo muy bien, hasta creo que tengo por ahí algún
escrito de aquel tiempo. Se decía que Roma quería apartarte, poniendo en tu lugar un "administrador apostólico",
porque no eras un hombre del sistema, una "figura" apropiada para aquel
momento (es decir, para los dueños de un poder sangriento).
No voy a remover papeles, pero los que tenemos cierta memoria y un poco de edad sabemos recordar. Sé que volviste muy triste de Roma, y que el Papa (hoy ya santo) no quiso o no pudo entenderte. No te condenó porque era puro evangelio lo que tú decías y hacías, pero no se puso de tu parte.
Y así mataron los "poderes militares" al servicio de un sistema de dominio económico, pero te dejó morir una Iglesia aliada al sistema, una Iglesia que ahora se dice orgullosa de ti, todos buscando un lugar en tu foto de gloria.
Han pasado los años, y algunos piensan que las cosas ya se han
olvidado, pero muchos que éramos entonces ya "mayores" recordamos, y nos
alegramos de que te digan Beato (¡no te hacen, ya lo eres, beato y
santo!). Nos alegramos, pero nos alegraríamos más si se dijeran las cosas en verdad, si cambiara la visión del conjunto de la Iglesia...
Ciertamente, tu Papa Juan Pablo II, viajando por tu tierra
tres años más tarde, el 1983, quiso entrar en tu catedral inacabada,
para orar ante tu tumba, para decir entonces que habías dado la vida por
"amor a Dios y servicio a tus hermanos". Era quizá tarde, pero
fue hermoso que lo hiciera, y es hermoso que la Iglesia Universal, a
través del Papa Francisco (a pesar de la oposición de muchos, dentro y
fuera de la Iglesia) haya querido nombrarte Beato, no simplemente por tu
muerte en defensa de la fe, sino en defensa de la justicia.
Las tres imágenes que comentan esta postal se las debo a Rosa Quinta,
que las ha "colgado" amablemente en mi Facebook, donde podrá verlas
quien quiera. Gracias Rosa, te debo este gesto, y el cariño que tienes
por Romero.
Tres años de verdad
Le asesinaron hace treinta y cinco años (24. 03. 80), después de
tres de pasión con su pueblo y como su pueblo de El Salvador. Su "vida
pública", como arzobispo de la capital (San Salvador) duró tres años,
como la de Jesús y no dejó a nadie indiferente.
– Unos le consideraban un profeta, un mártir, un luchador por la paz y el diálogo, un hombre de Iglesia.
– Otros, en cambio, le vieron como un simple revolucionario, un agitador de masas, un político frustrado que promovía la crispación, un personaje en busca de notoriedad social.
Y así le mataron los políticos e ideólogos de un orden
imperial capitalista. Su rostro amable, esculpido en piedra, entre D.
Bonhoeffer y M. Luther King, en la abadía de Westmister, Londres,
invita a mantener la esperanza contra toda desesperanza (cf. Imagen).
El recuerdo de su asesinato, unido nuevamente al de Jesús, proclama la
certeza y la fuerza de un amor y una justicia que es el rostro de Dios
sobre la tierra.
Experiencia fundante.
Ciertamente, Romero se había preocupado siempre por los pobres, pero de un modo general. Pues
bien, unas semanas después de haber sido nombrado arzobispo de San
Salvador, el 22 de febrero de 1977, uno de sus buenos amigos, que
trabajaba mano a mano con los pobres, Rutilio Grande SJ, fue brutalmente
asesinado por los escuadrones de la muerte.
Ese asesinato despertó su conciencia cristiana y marcó desde entonces su vida.
En los meses y años que siguieron a la muerte de Grande, fueron
asesinados muchos sacerdotes, religiosas y agentes de pastoral. Entre
ellos había religiosas como Dorothy Kazel, Ida Ford, Maura Clarke, y
trabajadores laicos como Jean Donovan, que fueron asesinados el 2 de
diciembre del 1980. Estas muertes tuvieron una gran repercusión pública,
pero hubo también muchos catequistas, organizadores de asambleas de
trabajo, periodistas, estudiantes, personas vinculadas al servicio
médico y más de tres mil campesinos, que eran asesinados cada mes. Ellos
deben ser añadidos a la lista de los iconos de justicia, aunque sus
muertes hayan sido en gran parte desconocidas, no reconocidas y no
publicadas. A través de estos injustamente asesinados, Romero se
encontró en el centro de una guerra dirigida en contra de los pobres.
Metáfora central
La metáfora central que configuró la visión espiritual del Beato
Romero fue Cristo crucificado y el pueblo crucificado de El Salvador,
como él mismo decía:
Cada vez que miramos a los pobres… descubrimos el rostro de
Cristo… El rostro de Cristo se encuentra entre los sacos y cestas de los
trabajadores del campo; el rostro de Cristo se encuentra en aquellos
que son torturados y maltratados en las prisiones; el rostro de Cristo
está muriendo de hambre en los niños que no tienen nada que comer; el
rostro de Cristo está en los pobres que piden a la Iglesia, con el deseo
de que su voz sea escuchada
El Cristo crucificado iluminó su vida, hasta que el 24 de Marzo de
1980, dentro de la iglesia del Hospital de la Divina Providencia, le
dispararon y mataron mientras celebraba la misa.
Teología operativa.
El eje principal en torno al cual giró la vida de Romero fue la
vida, muerte y resurrección de Jesucristo. En esa línea, él creyó que
había sido llamado a “sentir con la iglesia”, especialmente en la medida
en que ella sufre en el mundo.
Romero creía que la misión de la Iglesia consiste en proclamar
el Reino de Dios, que es el reino de “la paz y la justicia, de la verdad
y el amor, de la gracia y de la santidad… para conseguir un orden
político, social y económico que responda al plan de Dios” . (R.
Brockman, The Word Remains: A Life of Oscar Romero, Orbis Books,
Maryknoll NY 1982, 5).
Él afirmaba que el Reino de Dios está muy cerca y pedía a los
hombres y mujeres que se arrepintieran y abandonaran la violencia, si es
que querían entender las buenas noticias del evangelio y salvarse.
Romero hablaba en contra de las estructuras que nacen y crecen a través
de “la idolatría de la violencia y de un tipo de justicia
absolutizada, dentro del sistema capitalista de la propiedad privada,
que justifica el poder políticos de los regímenes de seguridad nacional”
(cf. Oscar Romero, “La voz de los sin voz”, UCA, San Salvador 1980).
Una vez le visitó un funcionario eclesiástico y le hizo saber que
sus modestas habitaciones, en el Hospital de la Divina Providencia, no
eran “adecuadas” para un arzobispo. Él estuvo de acuerdo y le explicó
que, dado que la mayoría de sus fieles vivían en chozas de cartón, sus
habitaciones resultaban comparativamente demasiado lujosas. Para Romero,
la conversión significaba abrir la propia vida a los pobres, viviendo
en solidaridad con ellos, no como alguien superior que les da limosnas,
sino como un hermano o hermana que camina en solidaridad con ellos.
Él insistía en que “una Iglesia que no se une a los pobres, a
fin de hablar desde el lado de los pobres, en contra de las injusticias
que se cometen con ellos, no es la verdadera Iglesia de Jesucristo”.
Algunos percibían esa actitud como una deformación de la misión de
la iglesia y como una contaminación de la iglesia con la política, pero
Romero contestaba:
La Iglesia ha de ocuparse de los derechos del pueblo… y de la
vida que está en riesgo… La Iglesia ha de ocuparse de aquellos que no
pueden hablar, de aquellos que sufren, de los torturados, de los
silenciados. Esto no implica dedicarse a la política… Seamos claros.
Cuando la Iglesia predica la justicia social, la igualdad y la dignidad
del pueblo, defendiendo a los que sufren y a los que son amenazados,
esto no es subversión, esto no es marxismo; ésta es la verdadera
enseñanza de la Iglesia .
Ciertamente, Romero se enfrentó de lleno con los desafíos políticos
de su tiempo, él no fue simplemente un activista social, sino también
un hombre de honda oración y meditación, que le ayudaron a mirar más
allá y debajo de la superficie de los acontecimientos, descubriendo las
verdades más profundas de la realidad.
A menudo, él suspendía las discusiones más intensas y acaloradas
con sus consejeros, a fin de orar sobre las decisiones que debían tomar. Romero supo que sin Dios no es posible alcanzar la verdadera
liberación.
Él fue un testigo de que la justicia debe ocuparse de las dimensiones
históricas de este mundo, pero nunca perdió de vista la dimensión
trascendente de la liberación. En esa línea, él afirmaba siempre que sin
Dios no puede hablarse de liberación. Ciertamente, “sin Dios se pueden
alcanzar algunas liberaciones temporales; pero las liberaciones
definitivas sólo pueden alcanzarlas los hombres y mujeres de fe” .
Contribución a la justicia.
A lo largo de su vida, Romero intentó que la sociedad no cayera en
manos de la pura violencia. Pues bien, después de su muerte, la nación
de El Salvador se vio envuelta en una guerra civil en toda regla. Según
los cálculos más conservadores, esa guerra llevó a la muerte a más de
setenta y cinco mil personas, aunque son muchos los que creen que el
número de muertos fue de hecho tres veces más grande. Ante el rostro de
una tragedia de dimensiones tan dramáticas, y dentro de una cultura
global cada vez más interesada en “tener más”, Romero mantuvo siempre el
ideal de “ser más” .
El legado más importante de su vida fue el ofrecimiento de su propia
vida a favor del pueblo al que amaba. Romero pensaba que “el mayor
testimonio de fe en un Dios de Vida es el testimonio de aquellos que
están dispuestos a dar su propia vida” . Poco antes de su muerte, el
afirmaba:
El martirio es una gracia que yo creo que no merezco. Pero, si
Dios acepta el sacrificio de mi vida, quiero que mi sangre sea semilla
de libertad y un signo de que esta esperanza se convertirá pronto en
realidad. Que mi muerte, si es aceptada por Dios, esté al servicio de la
liberación de mi pueblo y sea un testimonio de esperanza en el futuro .
En ese mismo tiempo, unos días antes de su muerte, Romero insistía
en lo siguiente: “Debo decirle que, como cristiano yo no creo en una
muerte sin resurrección. Si me matan, yo resucitaré en el pueblo
salvadoreño”. La fe de Romero en el Dios de la vida, aunque rodeada de
amenazas de muerte, ha inspirado a innumerables personas que han luchado
a favor de la justicia, incluyendo a Ignacio Ellacuría y a los otros
cinco jesuitas y a las dos mujeres que fueron asesinados el 16 de
noviembre de 1989. Actualmente el Centro Oscar Romero se encuentra en el
lugar donde ellos fueron asesinados.
La aportación de Romero reside también en el carácter ordinario de su vida.
Él era un hombre miedoso, cariñoso y con dudas. Su
transformación, que le llevó a dejar de ser un hombre de iglesia seguro y
conservador, para convertirse en un defensor profético de los pobres,
abre un camino de esperanza para todos aquellos que están abiertos a la
acción de Dios en su propia vida y que quieren encontrarle en medio de
las ambigüedades y complejidades de nuestro mundo contemporáneo e
incluso en medio de las incertidumbres de tener que encontrar nuestra
ruta de navegación en busca de paz.
Romero fue testigo de la misericordia de Dios en un mundo sin misericordia. Así dijo:
“A través de mi vida sólo he sido un poema del amor de Dios y yo he llegado a ser en él lo que él ha querido que fuera”.
Manteniéndose en solidaridad con el Cristo del altar y con el Cristo
crucificado en los pobres, Romero y otros como él han venido a ser
conocidos como unos “entregados” [original en castellano], como personas
que no solamente dan su vida por el pueblo, sino que, a través de su
testimonio fiel, son una revelación de la vida de aquel a quien llamamos
como a su ciudad: El Salvador.
(Cf. D. G. Groody, Globalization, Spirituality and Justice, Orbis New York 2007).
Estos días, a propósito de las dos monjas más mediáticas del momento, Lucía Caram y Teresa Forcades y sus pronunciamientos,
me han pedido opinión desde diversos medios. Como estas declaraciones
suelen aparecer mutiladas o incompletas voy a aclarar aquí mi
pensamiento:
Cuando Aristóteles definía al hombre como zoon politikón,
(del griego ζῷον, zỗion, «animal» y πoλιτικόν, politikón, «político (de
la polis)», «cívico») hacía referencia a sus dimensiones social y
política. El hombre y el animal por naturaleza son sociales, pero solo el hombre es político por naturaleza al vivir en comunidad crear sociedades y organizar la vida en colectividades.
Por tanto todo, en cierto modo, es política, incluso
no pronunciarse sobre la misma. De aquí que comprometerse en la vida
política, sea con el voto, la opinión o una opción política es algo loable y para un cristiano una obligación moral. Más si se trata de la mujer,
tantos años postergada en todos los ámbitos, y más aún, si es religiosa
o monja, tan marginada en la vida y en las decisiones de la Iglesia.
En consecuencia yo me alegro mucho de que las religiosas tengan voz en los medios
de comunicación y puedan opinar como todo el mundo. Al ser religiosas, y
por tanto personas que por vocación señalan con su vida consagrada un
sentido escatológico, creo que su denuncia política ha de estar,
como también para los obispos, sacerdotes y los religiosos, en el
ámbito de los valores evangélicos. Por ejemplo en la condena de
la violencia terrorista, las desigualdades, el abuso de los pequeños y
marginados, la corrupción, la defensa de los pobres, en fin todo lo que emana de la cosmovisión de un seguidor/a de Jesús.
Creo por ejemplo que Teresa Forcades, desde su doble índole de médico y
religiosa, hizo una aportación inestimable en su campaña contra la
famosa vacuna fraudulenta contra la gripe. O Lucía cuando defiende a los
pobres o inmigrantes. Es el ámbito en que se mueve el propio Papa.
¿Dónde está el límite? En mi modesta opinión en el partidismo
político militante. Cualquier cristiano puede y debe hacerlo, si está
convencido de que al militar en ese partido concreto, se compromete
mejor con el bien común. El problema está si un jerarca de la
Iglesia, sacerdote, religioso o religiosa deja automáticamente de ser lo
que Arrupe definió admirablemente como “un hombre o mujer para los
demás”. ¿Por qué? Porque ha de ser de todos y la política partidista divide y enfrenta, y automáticamente se hace hombre o mujer de solo un grupo de “los demás”, un sector concreto de la sociedad.
Uno, que ha rodado ya un rato por los vericuetos de la opinión
pública, recuerda por ejemplo el daño que ha hecho en ciertos tiempos la Iglesia Italiana con su apoyo descarado a la Democracia Cristiana, o, más cerca de nosotros, el sistemático alineamiento de la Iglesia española de Rouco con el PP,
incluso participando en sus manifestaciones. Y es que, como muy bien
decía Tarancón, ningún partido se adecua totalmente con la doctrina
evangélica.
Me diréis: ¿Y el padre José María de Llanos con su militancia en Comisiones y el PC? He tenido ocasión de estudiar este caso a fondo en mi biografía Azul y Rojo. Llanos era un converso del nacionalcatolicismo de Franco,
se metió en el barro del Pozo hasta las cejas y después de muchos años
de vivir con los últimos, exclamaba: “yo con ellos a muerte”.
Eran tiempos de dictadura y exclusión y tanto él como Díez-Alegría y
otros consiguieron que llegaran las libertades de la democracia y que la
Iglesia no se identificara solo con la derecha. Aun así Llanos
al final de su vida, desilusionado de un PC roto, confesaba que quizás
no debía haberse hecho comunista, porque lo único que le importaba era
Jesucristo.
Por consiguiente mi opinión es: Monjas en política (es decir
en la denuncia social, la intervención y el compromiso evangélico), sí.
Monjas politizadas (es decir, apoyando a Artur Más, Rajoy o Pablo
Iglesias o cualquier otro partido concreto, sea de izquierdas o de
derechas), no. Tienen mil posibilidades de pronunciarse contra
las injusticias y denunciar los gobiernos y la oligarquía o lo que
quieran con su hábito. Serán así de todos y del Evangelio. Pero si
quieren vestirse con una sigla concreta que cuelguen el hábito o al
menos temporalmente, como creo que va a hacer Teresa Forcades. Creo que
fue Ignacio de Loyola quien decía: “Cuanto más universal, más divino”. Y
Arrupe cuando le pregunté sobre su postura acerca del País Vasco me
respondió: “Me gustaría tener un pasaporte de ciudadano del mundo”.