Tengo en mi patio, bueno mío no, el parroquial, unas parras preciosas. Yo las planté, yo las regué, yo las podé, yo las sulfaté, yo, yo, yo…, bueno, pues éso, que son mías porque las he criado a mis pechos.
Y en mi patio hay, además, muchos pájaros; se entiende que también pájaras, y por supuesto, pajaritos.
Con ellos me llevo bien. Ellos su vida, y yo la mía. Les veo en el invierno tomando el sol, y expulgándose las plumas en la tierra batida por el pisar de la gente y los juegos de los niños. Así me desayuno muchos días fríos y soleados, contemplándolos embelesado.
Ellos anidan aquí. En las parras, en el cedro y donde les pete. Que son muy suyos. Y ellos también me cagan la acera y los cristales. Y lo hacen sin miramientos.
Normalmente no nos molestamos, ya digo, ellos su vida y yo la mía.
Hete aquí, sin embargo, que cuando llega el verano la cosa cambia. No es sólo que se me metan en casa, que alguna vez ocurre, que luego salen y no pasa nada. No es eso sólo, no. Es que quieren comer a costa de las uvas de mis parras. Y eso es otra cosa, mariposa, harina de otro costal, porque las parras son mías. Vedlas qué guapas están con sus racimos:
Y ahora más cerca:
El caso es que estas hermosuras que cuelgan provocativamente, a poco que me descuide, desaparecen completamente; vamos que en poco tiempo, y a pesar de no estar aún en sazón, pasan directamente a ser escobajos vacíos, con algún que otro pellejito pegajoso adherido a los rampojos desnudos.
He intentado dialogar, parlamentar, incluso llegar a algún tipo de relación contractual, con los plumíferos de mi jardín, por ejemplo, ellos el 10%, incluso el 30%, y yo el resto. Pero no hay acuerdo, ellos no entran en razón, lo quieren todo. Y hasta ahí hemos llegado.
Me he plantado, he dicho ¡basta!, ¡aquí mando yo! Y después de mucho discurrir, consultar, investigar (no os podéis hacer idea de los múltiples y variados procedimientos que los hortelanos y similares utilizan para defenderse de tan bárbaros depredadores, -los pájaros-), he llegado a esta conclusión: les dejo que se coman lo que quieran, pero sólo lo que puedan; el resto será para mí y mis amistades, que también tengo.
Así que me he pasado la mañana trajinando y este es el resultado: He envuelto cada racimo -uno por uno, con paciencia y esmero para no perder ni un sólo grano- en papel de periódico. El resultado es que mis parras se han ilustrado, que ahora leen la sección local y también la internacional, los deportes y hasta los anuncios por palabras. Tienen a su disposición sociedad y participación ciudadana, cartas al director y columnistas varios. Y no creo, pero también pudiera ser que busquen piso en buenas condiciones de pago.
Esperemos que también los pajaritos de mi patio se entretengan con las noticias en lugar de comerse las uvas que, repito, son mías.
El único problema es que la vista primera de mis parras con sus frutos colgando ha desaparecido, y ahora parezco el chico del quiosco, con los noticieros en exposición.
¿Os creéis que esto es plan? Pues no me ha quedado otro remedio si para dentro de unos días quiero comer uvas de mi patio.
¡Hay que amolarse con los dichosos pajaritos!
¡Pero son tan ricos!
Ellos anidan aquí. En las parras, en el cedro y donde les pete. Que son muy suyos. Y ellos también me cagan la acera y los cristales. Y lo hacen sin miramientos.
Normalmente no nos molestamos, ya digo, ellos su vida y yo la mía.
Hete aquí, sin embargo, que cuando llega el verano la cosa cambia. No es sólo que se me metan en casa, que alguna vez ocurre, que luego salen y no pasa nada. No es eso sólo, no. Es que quieren comer a costa de las uvas de mis parras. Y eso es otra cosa, mariposa, harina de otro costal, porque las parras son mías. Vedlas qué guapas están con sus racimos:
El caso es que estas hermosuras que cuelgan provocativamente, a poco que me descuide, desaparecen completamente; vamos que en poco tiempo, y a pesar de no estar aún en sazón, pasan directamente a ser escobajos vacíos, con algún que otro pellejito pegajoso adherido a los rampojos desnudos.
He intentado dialogar, parlamentar, incluso llegar a algún tipo de relación contractual, con los plumíferos de mi jardín, por ejemplo, ellos el 10%, incluso el 30%, y yo el resto. Pero no hay acuerdo, ellos no entran en razón, lo quieren todo. Y hasta ahí hemos llegado.
Me he plantado, he dicho ¡basta!, ¡aquí mando yo! Y después de mucho discurrir, consultar, investigar (no os podéis hacer idea de los múltiples y variados procedimientos que los hortelanos y similares utilizan para defenderse de tan bárbaros depredadores, -los pájaros-), he llegado a esta conclusión: les dejo que se coman lo que quieran, pero sólo lo que puedan; el resto será para mí y mis amistades, que también tengo.
Así que me he pasado la mañana trajinando y este es el resultado: He envuelto cada racimo -uno por uno, con paciencia y esmero para no perder ni un sólo grano- en papel de periódico. El resultado es que mis parras se han ilustrado, que ahora leen la sección local y también la internacional, los deportes y hasta los anuncios por palabras. Tienen a su disposición sociedad y participación ciudadana, cartas al director y columnistas varios. Y no creo, pero también pudiera ser que busquen piso en buenas condiciones de pago.
Esperemos que también los pajaritos de mi patio se entretengan con las noticias en lugar de comerse las uvas que, repito, son mías.
El único problema es que la vista primera de mis parras con sus frutos colgando ha desaparecido, y ahora parezco el chico del quiosco, con los noticieros en exposición.
¿Os creéis que esto es plan? Pues no me ha quedado otro remedio si para dentro de unos días quiero comer uvas de mi patio.
¡Hay que amolarse con los dichosos pajaritos!
¡Pero son tan ricos!