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Nuestras vidas son los ríos…




Y nuestros itinerarios han corrido parejos:
cercanos a ratos,
lejanos la mayor parte del tiempo;
por momentos se han cruzado,
incluso han llegado a unirse.
Fuimos grandes conversadores,
copas y cigarrillos de por medio.
Coincidimos en casi todo;
y en lo que no, nos entendimos.
Ángel, te me has adelantado.
Vete haciéndome hueco.


La jaula vacía



Desde esta mañana tengo reparo en entrar en la cocina: nadie me saluda ya y ese silencio es una pesada losa para mí.
Bienve ya no está.
¡Qué terrible es la muerte!
Pero la vida sigue, y no de cualquier manera, ¡afirmándose!
No lloraré por mi periquito. Tampoco por Cataluña. Sí lo haré con los gallegos. Ojala pudiera hacer más por ellos.

Si mi jaula ya no tiene ningún sentido, la que baña el Mediterráneo empieza a serme cargante. La otra, desolada por el fuego criminal, volverá a lucir hermosa como siempre no tardando.


¡Nunca máis!

Yo sí tengo miedo, pero también estoy en Barcelona




Tengo encendido el televisor y he oído la pitada.
Estoy, también, avergonzado, pero sigo ahí metido, entre la muchedumbre, difuminado pero representado.
No pretendo alardear de nada, pero con mi pueblo, perdido entre la multitud de participantes, estoy presente por persona interpuesta, como en tantas otras ocasiones.
Y desoigo otras voces y desatiendo otras miradas que me increpan y recriminan por estar.
Sé que estoy muy bien acompañado.
Con todos y por todos quiero ser compañero, a pesar del miedo.

En caliente



Te has muerto, y has hecho un pantallazo de mi vida. Vayas si has sido rotundo. Te has muerto sin enfermar nunca. Te has muerto entrando por primera vez en un hospital. Te has muerto rebosando salud. Te has muerto dejando un patrimonio inmenso de cultura escrita y publicada. Te has muerto demasiado pronto.
¡Qué puñetería de mundo! Decir que esto es un pañuelo es poco. Nunca jamás de los jamases podría alguien inventar esta realidad. Más allá de toda fantasía, tu muerte ha provocado que a mi edad descubra el cúmulo de carambolas que se han ido dando a lo largo de mi existencia. Ver los hilos que estaban invisibles, y comprobar su número; reconocer y recordar momentos, personas, situaciones y decisiones; identificar secuencias y comprobar consecuencias; mirarme reflejado en la mampara de cristal que me separa de tus restos; convenir con ellos que tú y yo apenas sí habremos cruzado palabras dos o tres veces; decididamente, tú, que has sido mucho de escritura, y yo, parco en casi todo, nos hemos entendido a la perfección y con lo justo tirando a menos.
Estoy hablando de ti, Anastasio Rojo, catedrático después de profesor universitario, divulgador de ciencia y muchas otras cosas más. Tal vez ahora, en un momento libre que encuentres, te parezca interesante analizar los pasos perdidos que nos han hecho coincidir en el tiempo y en el espacio, y hacernos incluir en esta tupida red de afectos en que me veo. No te molestes en publicarlo, no es asunto cerrado a día de hoy.

P.D. Perdona que no ponga nombres. Por aquí aún andamos con remilgos sobre este particular.

Una carta al viento


Nacido en Londres en 1933, Oliver Sacks vive en Nueva York desde los años sesenta. En sus libros ha ido plasmando las experiencias vividas en su consultorio y así nacieron obras como Migraña, Con una sola pierna, Veo una voz, Despertares y otras, actualmente publicadas por la editorial Anagrama. En una entrevista concedida al diario El Mundo, en 1996, a partir de la publicación de su libro Un antropólogo en Marte, Sacks afirmaba que «lo fundamental es la relación que se establece entre enfermedad e identidad, y la forma en que la gente reconstruye su mundo y su vida a partir de esa enfermedad (...) a veces la enfermedad nos puede enseñar lo que la vida tiene de valioso y permitirnos vivirla más intensamente», afirmaba entonces.
Sacks es neurólogo y escritor, y además enfermo terminal. Debiera constar a partir de ahora en su dni, porque esta circunstancia ha cambiado su propia identidad, tal y como él mismo afirma.
Este señor, inglés resituado en norteamérica desde joven, –ahora la juventud llega hasta los cuarenta–, llevaba una vida entregada al estudio, a sanar y a enseñar con sus escritos, al parecer muy enjundiosos. Conmigo tiene muy poco en común, apenas una sola cosa: ambos nadamos kilómetro y medio a diario.
No sabía nada de él hasta que cayó ante mi vista la carta que publicó en el The New York Times, de la que se hizo eco Clarín hace tres días, y que ha sacado traducida El País hace dos. Ahora le conozco un poco; más me habría gustado conocerlo. Pero hay limitaciones imposibles de salvar.
No me atrevo a comentarla. Tampoco me permito transcribirla. Por pudor, sólo pongo un enlace donde encontrarla: http://elpais.com/elpais/2015/02/20/opinion/1424439216_556730.html
Todos, absolutamente, tenemos fecha de caducidad. La mayoría vivimos en la intemperie y con tanto tiempo por delante, o tan poco, –incierto en cualquier caso–, no sabríamos, de hecho no sabemos, por dónde empezar. Los advertidos, sin embargo, pueden hacer un plan de trabajo/vida y desarrollarlo conforme a sus circunstancias. Conocen el dato, y eso que llevan de ventaja.
No es demasiado si no se aprovecha, pero resulta aleccionador para quienes tenemos la suerte de estar cerca de alguna persona en esa situación con entereza suficiente. Yo soy afortunado, lo reconozco. Está por ver si sabré aprender algo, porque la lección bien me la están dando.

La cuerda no le duró mucho


Esta mañana acompañé a M que moría. En paz. Atendido.
Le cerré los ojos, pero se resistieron. Se llevó la última luz de un mediodía frío, ajeno o no, ¡quién lo sabe!, a las invocaciones “alma de Cristo, santifícame, cuerpo de Cristo sálvame” que P le recitaba piadosamente asida a su mano y acariciando su muy envejecido rostro.
¡Dichosos los que mueren en el Señor!
Salí del Benito Meni y no percibí que afuera hubiera mucha más vida que allá dentro, donde los cuerpos desgastados y las mentes deslucidas parecen esperar sin hacer resistencia el final ineludible, inevitable, imparable.
Temo parecer presuntuoso si digo que no le envidio la vida, pero sí la muerte por la que ha pasado. Y si ambas han de estar unidas, si la una no se da sin la otra… espero tener la suficiente cuerda para hacerlas convergentes, sentido y razón para conjugarlas, ayuda y compañía para no errar.

Mi canario nunca tuvo nombre propio



No se lo voy a poner ahora que ya no le hace falta. Le bastó mi sola presencia para romper a cantar. Y sólo aquí, para hablar de él, he usado “Mi canario” o “Pichurri”, pero sólo por que no pareciera huérfano o abandonado.
Nunca lo estuvo. Lo adquirí para que mi mamá estuviera entretenida en sus últimos tiempos, en que la vista, la audición y hasta el habla se le fueron anulando. Luego mi papá simplemente dijo “llévatelo, hijo”. Y me lo traje.
Me ha acompañado durante nueve años. Alegre siempre, sus baños eran una fiesta, no importa que salpicara cuanto pillara. En el mismo sitio donde ahora se ve la jaula vacía, avisaba de alguien que entraba o salía, porque entonces redoblaba sus trinos.
Lo he enterrado al pie del cedro, donde puse a mi jilguero hace ya demasiado tiempo.
Ahora tengo el amplio ventanal expedito para ver entero el jardín y ya no volverán a mojarse los cristales, ni las plantas del alfeizar a llenarse de cáscaras de alpiste y de neguilla. No es ganancia.
Sólo querría saber la respuesta a esta pregunta: ¿Dónde van los animalitos cuando se les agota la vida? ¿Tendrán su cielo particular o seguirán acompañándonos?


La vida tiene precio


Manuel García Viejo (Folgoso de la Ribera, 10/10/1935 - Madrid 25/09/2014)

Y no sólo económico. No lo digo yo, lo dice mucha gente. Por eso importa mucho cómo usarla. Se puede malgastar, y es una pena; y también hacerla fructífera, lo cual hace que pueda no importar el coste.
De esta noche no paso sin hacerme un examen serio sobre este asunto.
Tomando mate en buena compañía…

Otro hueco en el muro



Llevo ya un tiempo acercándome a los sitios a través de un lector de RSS, con lo que me pierdo en cercanía lo que gano en eficacia informativa. Lo cual no es del todo cierto, pero se le parece.

El caso es que tarde me entero de que una página fija en mis primeras lecturas mañaneras ha dejado de estar habitada: Jan Puerta ha muerto.

Confieso que más que lector de su obra he sido “mirador” a través de su manera de mirar la realidad. Cada mañana me sentía interpelado por sus fotografías. ¡A ver con qué me sorprende hoy! Y en efecto, siempre había novedad.

Si tierna resultó la serie de los perros, mucho más impactante fue la de los rostros. Esa mirada, que no era indiferente ni distante, me daba cada día una bienvenida a la vida que me servía mucho más que el rezo de maitines. Incluso cuando eran paisajes, había humanidad en la materia muerta.

Alguna vez dejé alguna palabra, tarjeta de visita más que comentario. Hoy voy a entrar y diré algo, aún no sé qué. Tal vez sólo ¡gracias!

¿Debería ser más explícito? Con él creo que no.

Tercer misterio: La venida del Espíritu Santo


Mural de la Catedral de la Prelatura de São Félix do Araguaia, "Mino" Máximo Cerezo Barredo

Me gusta más expresarlo a mi manera, según el momento en que me encuentre. Al fin y al cabo, el rezo personal no tiene por qué estar atado a normal alguna. Así que hoy lo he titulado El Espíritu Santo anima a los discípulos de Jesús constituyéndolos en Iglesia. Hoy tocan gloriosos. Disfruto mucho con ellos. Y especialmente con éste.
Hay quien se pasa y usa el hebreo: ruah, que suena ruaj. Yo prefiero el castellano, viento, aire, brisa; cualquiera de ellos me vale. No me importa también seguir la tradición y decir espíritu, al fin y al cabo así nos entendemos la mayoría. Pero no usar pneuma, que me pone de los nervios siquiera sea por la de pinchazos en la bici que me han sobrevenido pillándome sin la caja de los parches a la mano.
Es la vida en su constante bullir, que nos lleva y que nos trae; que nos hace estar presentes en cada instante y circunstancia; que nos da la correlación de fuerzas que inciden, nos atraviesan y nos desparraman; que nos constituye según un orden y concierto o tan pronto nos sorprende con inusitadas novedades y arriesgados saltos de página. Que nos descompone cuando nos saca de quicio y nos descoloca. Que nos impide sestear a la sombra de la umbría en los duros calores. Que nos incita a pasar ratos largos de reflexión en las soleadas y quietas mañanas del frío invierno. Acción, reacción; arranque, pausa, parada y volver a empezar como si todo fuera comienzo cuando en realidad es continuación.
Sentirse vivo es la más gloriosa de la sensaciones. No te digo lo que será saberse capaz de vivificar, dar vida, generarla, renovarla, actualizarla, prolongarla. En esto me siento lego; apenas si alcanzo a conservarla, cuidándola y protegiéndola.
Contemplo el jardín, aún dormido, e imagino a Felipe, su creador. Tuvo momentos de gloria, un vergel. Ahora a duras penas se conserva. Si otro fuera el hortelano ¿sería más o sería menos? Cierto que unos plantan y otros riegan, hay quien siembra y quien cosecha, y hay también almacenadores de lo que no han trabajado. ¿De quién de todos ellos ha de ser la gloria?
Mi padre, que era fiel a sus principios, tuvo un solo almacenista de referencia, Antonio. De Fuentes de Nava, Palencia. Honradez por honradez, que no estaba al uso.
Ahora me pregunto por cómo ser honrado con la vida, la recibida, la entregada. Reconozco que la que han puesto en mis manos estaba en buenas condiciones. Dudo si a mi cuidado está siendo mejorada. Ahora, que compruebo que tantos de mis compañeros ya están para el arrastre*, me pregunto si la devolveré mejor que la recibí.
Consejos sobran, al menos a mí no me faltan. Me llegan de todas partes, incluso desde lo más alto; mismamente esta mañana papa Francisco lo ha dicho en la casa Santa Marta. Pero también a pie de obra, cuando vienen a pedir, o me recuerdan lo que debo y no debo hacer; cuando expresan que les gustaría tanto que me amoldase a sus pretensiones, o aceptando de buena gana o resignados lo que se ofrece por igual para todos.
Ser dócil a la vida, actuar responsablemente ante ella, vivir honestamente –curiosa palabra que escuché por primera vez en inglés, Honest to God, del obispo John A. T. Robinson– como lo hizo Dietrich Bonhoeffer, por ejemplo, como lo hace tanta gente que conozco que ni da cuartos al pregonero ni exige lo que no es capaz de ofrecer.
Y me voy corriendo, que Gumi tiene una urgencia. Termino, fecho y firmo. Sin rúbrica.

*Mi arcipreste, que además es el vicario del clero diocesano, acaba de enviarme por correo los nombres de los curas enfermos o ancianos, ingresados en hospitales y residencias, recluidos en casa o atendidos por familiares, con el ruego de que pase a visitarlos y en todo caso los tenga en mis oraciones. Al tiempo solicita disponibilidad para atender en domingos, festivos y Semana Santa a comunidades que se han quedado sin cura.

Diez años y un día



MADRID, UN 11 DE MARZO, TAN TEMPRANO
(Cantar de ciegos)
A las víctimas de los trenes de Atocha,
Santa Eulalia y El Pozo (Madrid).
Con temblor.
1
En un mar de picas y ténebres
alfanjes encrespados, herido ya
de muerte el postrer
fulgor de las estrellas, noche
aún, noche de oscuros
signos y señales en los astros, noche
de hielo y sangre en los espejos, noche
de rosas rotas por la escarcha asesina,
temprano
corren cuádrigas desbocadas hacia Madrid.
Navegan como bajeles de velas inflamadas
de amarillas tormentas y huracanes
en esa hora temprana y núbil, (hora
de somnolencias y dulzor en los besos
de despedida, hora de resurrecciones
a la luz, que no de llantos), de un 11
de marzo de 2004.
Vienen conducidas por tristes
ángeles madrugadores que soplan
con sus bocas de escorpiones
oscuros vientos amarillos
sobre las velas. Traen
rojos presagios engarzados
en las rojas, fúnebres
geometrías de sus ruedas.
Temprano
traen un vértigo de cuerpos
y de almas dispuestos a la vida, Sísifos
recién levantados de las sombras y el blanco
rocío de la noche por si es posible subir
el mundo hacia la cumbre, florecerlo.
(En la distancia oía yo, sin embargo,
el berrido metálico de las olas
acechando la quilla del bajel
y la voz inmarcesible
de la Elegía a Ramón Sijé:
temprano levantó la muerte el vuelo)
2
Puesta en pie la vida, al alba, y estrenada
en las acacias y los ojos abiertos
para las tareas y los sueños por cumplir
de quienes navegan por sendas voraces
hacia ese cielo dulce
y prometido de Madrid:
Quizás
algún viajero –ese chaval
de ojos legaña y cresta, por ejemplo-,
mecido sobre los zapatos de hierro
ya sembrados de oscuros
alfanjes amarillos, vaya
dibujando en su frente aún surcada
de noches, ajena a los rojos
presagios anidados en las ruedas, notas
de guitarra y torsiones y ácidos
escorzos tecnopop para combatir
el tedio somnoliento del camino.
O teja como Aracne añoranzas
de azules guacamayos, tan de rojo, tan verdes,
la señora de al lado orlada
de huipiles con sonrisa, apenas
relucidos en esa luz primera, recién
amanecida, con que se escinde
el día de la noche.
O puede
que el viajero, sonámbulo, diseñe
granados ascensos imposibles
en el escalafón fratricida: el señor
de corbata, tan pulcro, tan blanquito.
(Hasta mi cama, sin embargo,
llegaba vulnerado, en la distancia,
el mugido de los vientos amarillos)
3
Y de pronto, tan temprano, enceguecidos
por oscuros fulgores cainitas, zozobraron
los bajeles contra los acantilados: hierros
fundidos por un altivo fuego se levantan
en remolinos de ira hacia un cielo
desnacido y roto.
Arden
leños candentes en una pira
de cuerpos y de almas aventada
por vengadores vientos
amarillos: rosas
rojas rotas, huesos
arrancados de su sitio, desolados,
esparcidos por una largo valle de asfaltos
y de muertes.
Andan
por los andenes lacias
orquídeas moradas buscando
un mínimo rincón para morir, mientras
lloran pañuelos blancos las campanas
hasta humedecer el grito
de los huesos desolados.
(Yo también había sido sajado
en los ojos por el fuego
y detenía con un pañuelo rojo
la sangre de la herida)
4
Temprano había puesto la serpiente
su híspido negro nido
entre las vías y crecieron
como por ensalmo camposantos
de rojas amapolas sobre el suelo
de Madrid:
los navegantes
del bajel –el chaval
de la cresta, la señora del huipil
sin brillos ni sonrisas, el blanquito
señor de la corbata…- eran derribados
de su aliento; desposeídos, de golpe,
de sus sueños; talados
como los espectros que Goya
pintó con ese desorbitado mirar
hacia la muerte en Los fusilamientos
del tres de mayo.
Temprano
lloran gritos de sangre
los rascacielos de cristal
y cemento, altas tubas verticales
para un réquiem de pánicos y llantos.
(Se han cumplido los fúnebres
presagios en esta hora
renegada de luz, metálica, crecida
de picas y de alfanjes)
5
Y ya no llevan las cuádrigas a ningún
cielo dulce -de Madrid ¿adónde?…- sino
a un infierno de muertes sin anunciar,
muertes a la amanecida, tan tempranas:
vías decapitadas por la ley del talión:
ojo por ojo (porque ha habido ojos
arrancados a sus cuencas desde el día
en que el hombre descubrió sus propias
garras violáceas; qué barro
inicial tan corrompido; qué daga
permanente florecida
en la piel del tiempo)
Vías
humilladas contra su destino
de hacer correr la vida y sus estaciones,
ahora sendas cortadas
sin proyección o meta, sino
a la vieja, multiplicada
costumbre de la sangre.
6
¡Qué andadura errante y desolada!: velas
heridas de bajel y pies
de hierro descarrilados para siempre
sobre los andenes huérfanos, amortajados
por la oscura mano de unos ángeles
voraces, sin alas ni fulgores, ángeles
revestidos de sombra que siembran
de tristes crisantemos
todas las aceras de Madrid:
ciudad
rajada en canal como una res
sacrificial, sin cabeza ni luz, en la fría,
vil, amarga
cadena de un matadero
de corderos inocentes.
(Me postro y beso
su memoria y nombro
en el ágora sus nombres, uno
por uno, como en un antiguo
cantar de ciegos adolorido)
7
Abierta, sí, en sus venas
de hierro y brea, Madrid:
supervivientes
en pie con la sangre en las manos
corriendo para reverdecer la vida
en las exangües arterias amputadas
de sus prójimos.
Manos
rojas, manos blancas al cielo, manos
negras, furtivas, sajando fríamente
de arriba abajo la ciudad. Manos
yertas, deshabitadas, de las víctimas
despidiéndose sobre los andenes
con un pañuelo blanco
entre los dientes:
¡Adiós!
Lava
y lágrimas a un tiempo en las cuádrigas
que corrían a Madrid tan pronto, tan temprano,
para estrenar la luz, capituladas ahora
por enrojecidos presagios ya cumplidos: fúnebres
relojes de estación –Atocha, Santa Eulalia,
El Pozo- con las manecillas asustadas
en rápido regreso hacia la noche.
(Era
un 11 de marzo, tan temprano, sin alba)
8
Hasta mi cama, en la distancia, llegó
el furor de las olas, el agrio
hedor de los oscuros vientos amarillos, el último
vestigio de los náufragos: unas cuerdas
rotas de guitarra tecnopop, una corbata
en blanco, y flotando en el aliento
herido de mi estancia plumas rojas
y verdes de guacamayos sin voz, huipiles
sin cantos ni sonrisas, a punto
de ser inmortalizados en un dolmen
construido de fuego y luz, de manos
blancas vulneradas y de vías
sólo surcadas desde entonces
por la memoria de los que un día cualquiera
navegaban hacia la vida.
¡Va por ellos!
(Fue un 11 de marzo, tan temprano, sin alba)

Quintín García

 

[Tomado de Diario de Salamanca]

Quintín García González (Piña de Esgueva, Valladolid, 1945), es sacerdote dominico, poeta, narrador y periodista. Desde hace años vive en Babilafuente (Salamanca). Ha ganado numerosos premios literarios, tanto de poesía como de relatos y novela corta. Entre sus poemarios publicados están Carne en fulgor (2006, San Sebastián, Premio Kutxa Ciudad de Irún); Del invierno a la luz (Asociación Cultural “El Zurguén”. Morille, Salamanca. 2009). Y las novelas cortas; A título póstumo (2001, Primer Premio del I Certamen de Novela Corta Ciudad de Dueñas) y Viaje y resurrección de Lázaro de Tormes (Hergar, Salamanca, 2013)

Otro hueco



Desde que tengo el deber de hacer en público reflexión sobre la liturgia dominical, siento que no sé, que no lo hago bien, que no encuentro el punto por el que empezar, que ya me gustaría que me lo evitaran, que unas veces porque no me dice nada y otras porque son tantas las alternativas, que vaya papelón que tenga que ser yo el que hable y el resto a escuchar. A mí no me ocurre lo que a Pablo, que le quemaba si lo callaba.
Por eso, desde siempre, he buscado ayuda. Al principio, a ocho manos. Con el Facun, el Domicio y el Míguel. Luego, en solitario leyendo otras ideas, cribándolas, zurciéndolas, digiriéndolas; para procrear algo propio, ni mejor ni peor, cosas personales.
Nunca me ha resultado fácil. He necesitado tiempo, bastante, mucho más de lo que, dicen, emplea una mayoría.
Entre otros he chupado rueda de Galarreta. José Enrique Ruiz de Galarreta, de nombre rimbombante, ofrecía semanalmente sus homilías que aparecían multiplicadas por diversos lugares de Internet. Y yo me he aprovechado.
Tardé en ponerle cara a la persona. Ahora sé un poco más, no demasiado. Hace un mes que falleció. Jesuita, navarro, delicado de salud. Demasiada sabiduría, demasiada palabra, demasiada hondura. Sólo le birlaba alguna cosilla, de vez en cuando, sólo y apenas.
Ahora veo que ya no estará ahí, cuando me haga falta compulsar ideas, planteamientos y desarrollos. También supongo que es una alternativa menos que se posicione frente a la mía, que es la única que va a oír la mayor parte de las personas que me escuchan.
Pero hay una pequeña porción que ya viene con los deberes hechos; tiene datos, sabe de otras opiniones, incluso ha llegado a sus propias conclusiones. Aún así, espera la síntesis que yo pueda ofrecer. Y en esta tesitura, ¡tantas veces me encuentro abrumado!
Así que no sé si alegrarme o entristecerme. Lo primero, porque Galarreta ya llegó a la meta que ansiaba. Lo segundo, porque empiezo a verme como aquel albañil al que le van desapareciendo paulatina e irremediablemente paleta, llana, caldereta… Tengo que afianzar mi andamio, al menos que mi integridad física no peligre.
Al paso que va, esto terminará por ser un obituario.

Lució al fin el sol, pero no mejoró el día


Extraña conjunción de fotos de los tiempos en que Tina era Tina

Me había acostado con mal cuerpo por el debate nocturno de la sexta, con el asunto de la justicia universal hecha unos zorros y el de la playa del Tarajal para más inri. La actitud de algún contertuliano lo había empeorado. De modo que la cama, tras una pequeña lectura, era el único alivio que ansiaba.
Maestro de vida se titula el capítulo 9 de Jesús. Aproximación histórica. Pagola, el autor. Lo medié y apagué la luz.
Me desperté media hora antes, y no logré recuperar el sueño. Qué extraño, me decía; otras veces apuro aunque sean cinco minutos. Sonó, pues, el despertador sin volver a dormir.
Había niebla y hacía frío. El sol parecía poder acabar con ella. Casi lo consigue. Pero no. A media mañana circulé casi a tientas hasta La Arbolada, y volví del mismo modo. Mi gente fue llegando poco a poco, en una lista como arrastrada. Empezamos el canto con mucho hueco, que luego fue poco a poco rellenándose. Tras el Evangelio* y para responder a la pregunta ¿qué quiere decirnos Jesús con estas palabras? leí algo de lo de la noche anterior, y, entre pausa y pausa, notaba su silencio y su atención:
Está llegando el reino de Dios, y esto lo cambia todo. La ley puede regular correctamente muchos capítulos de la vida, pero ya no es lo más decisivo para descubrir la verdadera voluntad de ese Dios entrañable que está llegando. No basta que el pueblo se pregunte qué es ser leal a la ley. Ahora es necesario preguntarse qué es ser leales al Dios de la compasión.
Jesús confronta a la gente no con aquellas leyes de las que hablan los escribas, sino con un Dios compasivo. No basta vivir pendientes de lo que dice la Torá. Hay que buscar la verdadera voluntad de Dios, que, en no pocas ocasiones, nos puede llevar más allá de lo que dicen las leyes. Lo importante en el reino de Dios no es contar con personas observantes de las leyes, sino con hijos e hijas que se parezcan a Dios y traten de ser buenos como lo es él. Aquel que no mata cumple la ley, pero, si no arranca de su corazón la agresividad hacia su hermano, no se asemeja a Dios. Aquel que no comete adulterio cumple la ley, pero, si desea egoístamente la esposa de su hermano, no se asemeja a Dios. Aquel que ama solo a sus amigos, pero alimenta en su interior odio hacia sus enemigos, no vive con un corazón compasivo como el de Dios. En estas personas reina la ley, pero no reina Dios; son observantes, pero no se parecen al Padre.
Jesús busca la verdadera voluntad de Dios con una libertad sorprendente. No se preocupa en absoluto de discutir cuestiones de moral casuística; busca directamente qué es lo que puede hacer bien a las personas. Critica, corrige y rectifica determinadas interpretaciones de la ley cuando las encuentra en contradicción con la voluntad de Dios, que quiere, antes que nada, compasión y justicia para los débiles y necesitados de ayuda.

Quizás es sugestión mía, pero, cada vez que levantaba la vista y miraba, me parecía que eran recibidas sin resistencia, con agrado y agradecimiento. Que eran palabras que reconfortaban. Que se las guardaban quizás para luego rumiarlas cada quien por su cuenta en casa, o de camino a ella, o tal vez mañana o pasado en el trabajo o en su búsqueda.
 Luego, durante la Comunión, el Gracias a la Vida sonó a pesar de no cantarlo ni la mitad. Pero en la salida, se hicieron corrillos ocupando la calle, y por grupos se charlaba como sin prisas, aunque la cocina y la mesa estaban esperando. La niebla, seguía persistente.
Ya por la tarde, el sol brilla, pero el día no parece mejorar. Es como un cacho de hierro al rojo ausente de calor, de vida.
Tengo que despedirme de Tina. Sólo una vez me pareció verla comiéndose el mundo. Después se fue apagando en una especie de tristeza. Y ya no la vi levantar cabeza. Fue dura con ella la vida, demasiado.
Con la luna llena en lo alto del cielo, miro para atrás y salvo el paseo con Gumi & Berto y las brazadas en el agua, el final del día se lo ha llevado la visita al tanatorio. Han vuelto muchos recuerdos al presente, entre otros aquel funeral a iglesia llena, que ya me está costando fechar… porque tengo día y mes, Villalar, pero no el año. ¿Pudo ser 2003?
Sí, el 23/IV/2003. Aquellas muertes, su yerno y su nieta, fueron la puntilla. Tina ya no volvió a su ser.
Termina este día, largo, deslavazado, raro donde los haya; y concluyo esta serie de apuntes que he ido anotando según pasaba por delante del teclado.
Me voy, que me espera el resto del capítulo 9 antes de apagar la luz. La puerta que la cierre Gumi.

* Hoy tocaba Mateo 5,17-37:
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en el Reino de los Cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe, será grande en el Reino de los Cielos.
Os lo aseguro: si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás, y el que mate será procesado.
Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano será procesado.
Y si uno llama a su hermano «imbécil», tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama «renegado», merece la condena del fuego.
Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.
Habéis oído el mandamiento «no cometerás adulterio». Pues yo os digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior.
Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el Abismo.
Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al Abismo.
Está mandado: «El que se divorcie de su mujer, que le de acta de repudio».
Pues yo os digo: el que se divorcie de su mujer -excepto en caso de prostitución- la induce al adulterio, y el que se casa con la divorciada comete adulterio.
Sabéis que se mandó a los antiguos: «No jurarás en falso» y «Cumplirás tus votos al Señor».
Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta decir sí o no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno».

Irse sin decir adiós

 

En efecto, uno puede marcharse y no despedirse. No por eso vamos a reñirle, menos a echarle pestes. Tal vez quiso salir de escena sin avisar; tal vez, no pudo o no le dio ni tiempo.
Puede también que lo hiciera y nadie se diera cuenta. ¿Pasó inadvertido su gesto? A veces oímos sin escuchar y vemos sin advertir. Es frecuente; más, abunda.
Es que estoy mirando en la columna de la derecha del blog, y hay bastantes lugares que ya no consigo encontrar. Unas veces me dicen que hay un error, un número con ceros y adornado de varias ###. Otras veces responden diciendo “No sabemos muy bien qué nos has pedido, pero estamos seguros de que no lo encontramos…”. Y las más, “file not found”, que viene a ser lo mismo, sólo que en inglés universal.
Lo nuestro es pasar, como dice el poeta. Hacer camino ya es adjetivo calificativo, que no a todo ser se le reconoce.
Por cada autoridad que nos deja, ¿cuánta “masa anónima” pierde nuestro mundo?
Pero yo estoy convencido de que las notoriedades no marcan tanto nuestra historia como el paso a paso de las pobres gentes, que somos la inmensa mayoría.
Si al marcharnos no nos despedimos, es posible que se deba a que tampoco al irnos queremos molestar.

Vivir-Morir con dignidad


No he podido evitarlo y, al enterarme de que Hans Küng está gravemente enfermo y piensa en acudir a la eutanasia, un ramalazo me ha recorrido la espina dorsal.
El teólogo que participó como experto en el Concilio Vaticano II, y al que estudié para forjarme una idea de lo que es la Iglesia, la Fe, Dios, Ser Cristiano y cómo encarnar mi final sin temor, ¿Vida eterna? El que aguantó a pie firme la dureza de los embates de la ortodoxia, y fue tachado de niño consentido, interesado en figurar y hacerse con dineros. El interlocutor de tú a tú con Joseph Ratzinger, primero como compas y luego en la distancia… Comunica su última voluntad: «No quiero seguir viviendo como una sombra de mí mismo». «No estoy cansado de la vida, sino harto de vivir».
No he leído su obra Morir con dignidad, publicada en 1997; no puedo, pues, saber con exactitud en qué razonamientos se apoya para defender su pensamiento. Sí he leído de él otras cosas, y deduzco que no desentone nada lo que ahora nos comunica con lo que ha sido la trayectoria de su pensar y su vivir.
Sin embargo, aunque formado en el pensamiento único, tanto ante quien aborta como ante quien se suicida tengo el ánimo en suspenso y lo único que me atrevo a decir es que en ninguno de esos casos debe actuar la ley penal. Además de que su labor es inútil, porque quien está convencido y decidido eso no lo va a hacer desistir, no es manera de educar, sólo reprimir.
Es en la conciencia donde reside el quid de este asunto. Y la muerte es el único momento en el que la persona no tiene más que a sí misma y a la inmensidad u opacidad de lo que ha sido su consistencia vital, el norte de su existencia, en suma su fe religiosa, si es creyente, o su fe no religiosa, si no lo es.
Meterse ahí a moralizar, yo no lo haría. No lo hago.
Por eso vuelvo la mirada hacia atrás, y encuentro palabras escritas de Hans Küng, para explicarme por qué, probablemente, él pueda estar preparado para tomar esa decisión.
Si en Ser Cristiano, año 1977, escribió que para no malinterpretar la cruz de Jesús había que corregir algunos errores demasiado extendidos, –adoración cultural, unión mística e imitación ética–, enunciando estos postulados: 1. No buscar el dolor, sino soportarlo. 2. No sólo soportar el dolor, sino combatirlo. 3. No sólo combatir el dolor, sino transformarlo. 4. Libertad en el dolor.
En ¿Vida eterna?, año 1983, se pregunta si los argumentos que suelen utilizarse para defender el rechazo a la eutanasia activa, expresamente condenada por la Iglesia, son convincentes para los enfermos terminales que sufren grandes dolores o están debilitados por la edad:
1. La vida humana es don de Dios, ciertamente. Pero ¿no es a la vez, por voluntad de Dios, tarea del hombre?
2. El hombre debe aguantar hasta el fin dispuesto. Pero ¿cuál es el fin dispuesto?
3. Una devolución prematura de la vida es un no humano al sí divino. Pero, ante una vida trastornada física y/o psíquicamente, ¿qué quiere decir prematuro?
Afirma: «Así como no hay ninguna “vida indigna de ser vivida”, tampoco hay ninguna “vida digna de ser vivida» en todas las circunstancias, como si la vida mantenida en un funcionamiento puramente biológico fuese el mayor de los bienes. Así, pues, yo no abogo por la liberalización de la “muerte de gracia”, pero sí por una reflexión sobre la responsabilidad humana ante la misma muerte y, también por un poco menos de angustia y ansiedad en las decisiones al respecto… Y si abogo por la responsabilidad del hombre, lo hago precisamente partiendo de una perspectiva específicamente teológica, que quiere tomar en serio la fe en la vida no sólo temporal sino eterna. Porque el hombre no muere absurdamente hacia la nada, sino hacia la realidad última y primera de todas,  su muerte no es una absurda salida y desesperación, sino una entrada y vuelta al hogar».
Y concluye contemplando la muerte cristiana como «medio de revelación, forma de acción de Dios, símbolo de lo divino, mediante el cual lo divino mismo se nos comunica», porque desde la resurrección de Jesucristo a la muerte le fue quitado su aguijón; «desde entonces, en una confianza razonable, podemos contar con que en el ser humano no hay ninguna sima profunda, ninguna culpa o indigencia, ninguna angustia de muerte o abandono, que no esté ya abarcada por el Dios que siempre, incluso en la muerte, va por delante de los hombres. Desde entonces podemos con toda confianza suponer que no morimos hacia una oscuridad, un vacío, una nada, sino morimos hacia un nuevo ser, hacia la plenitud, el pleroma, la luz de un día del todo distinto, y que para ello no tenemos que hacer nada nuevo, sino únicamente dejarnos llamar, conducir, llevar».
Pero es en Morir con dignidad / Un alegato a favor de la responsabilidad, publicado en el año 1997 juntamente con Walter Jens, donde se expresa mucho más contundentemente cuando dice esto:
«Las personas libres tienen el derecho e incluso la obligación de tejer y destejer el telar de sus vidas de acuerdo a los tiempos, a su salud, a sus metas, a sus conceptos de entereza y a su definición de ética». (pág. ?)
«Una vía media, cristiana y humanamente responsable entre un libertinaje antirreligioso («derecho ilimitado a la muerte voluntaria») y un rigorismo reaccionario desprovisto de compasión («aun lo insoportable hay que soportarlo como dado por Dios y poniéndose en sus manos»)... convencido de que Dios... que ha donado la libertad al hombre y le exige la responsabilidad de su vida también ha confiado precisamente al ser humano moribundo la responsabilidad y la decisión en conciencia sobre el modo y momento de su muerte. Una responsabilidad que ni el Estado ni la iglesia, ni el médico ni el teólogo pueden arrebatarle». (pág. 54)
«Precisamente porque estoy convencido de que con la muerte no termina todo, no me va tanto en una prolongación indefinida de mi vida... y mucho menos en condiciones ya no dignas de seres humanos. Precisamente porque estoy convencido de que estoy destinado a otra vida nueva, me considero como cristiano con la libertad otorgada por Dios de participar en la determinación de mi morir, del modo y momento de mi muerte —en tanto me sea concedida esa posibilidad—. Claro que no debemos reducir la cuestión de la muerte humanamente digna a la pregunta por la eutanasia activa, pero tampoco podemos seguir prescindiendo de ella. Una responsabilidad digna de seres humanos sobre el morir forma parte de la muerte digna, y esta afirmación no implica desconfianza o soberbia ante Dios, antes bien es una inquebrantable confianza en Dios, que no es un sádico, sino el Dios misericordioso cuya gracia es eterna». (pág. 55)
Y yo, que creo que Hans Küng considera que su vida está colmada, plena, harta, a rebosar, entiendo que no la quiera retener inútilmente sino que desea entregarla a las manos maternales de Abba.
Pero no comprendo… ni comparto.

Este verbo que admite todas las formas posibles de conjugación



Nuestra Señora de la Asunción. Juan de Juni. Retablo mayor de la catedral de Valladolid
No es raro, es sólo uno más. Pero no es como lo demás. Hay que pregonarlo, aunque su hedor es tan inconfundible, que no vale sólo con negarlo.
¡Mamá, este huevo huele mal! No lo toques, hijo, está “corruto”. La cosa más hermosa y sabrosa que ha creado la madre naturaleza, si se corrompe pasa a ser lo más pestilente que puede haber en este mundo.
Sí, me estoy refiriendo al verbo corromper. En él se contienen corruptor/a, corrupción y corrompido/a, corrupto/a. De él se deriva corromperse… que viene a ser como si la misma entraña de las cosas estuviera mal desde el principio y llegara un momento en que, a pesar de que nada pareciera presagiarlo ni sospecharlo, explosionara manifestándose en su más hedionda asquerosidad…
Este escrito que inicié hace no recuerdo cuánto me sirve de comienzo para reseñar este día, quince de agosto, en que todo el país, y parte del resto del mundo, celebra fiesta.
No es sólo la Asunción; es otra muchas denominaciones, unas marianas y otras no. Como si hubiera auténtica necesidad de celebrar en este día algo que está metido en nuestros genes, en el tuétano social, en el alma de las gentes y las cosas, y necesitara que el cuerpo, lo que aparenta y no sé realmente si es por sí mismo o por delegación, participara hasta la extenuación, más allá de las finitas fuerzas físicas y biológicas.
Por más que los entendidos hablen de la excelencia de lo que nos define como seres superiores (?) capaces de transcender la simple y a veces aburrida materia, la realidad material –observable y tangible– es la que no sólo a primera vista nos sorprende, también en una segunda aproximación nos sigue atrayendo y a veces obsesionándonos. ¿Amor a primera vista?
Esta fiesta que la plebe forzó a crear oficialmente a la oficialidad reinante es un triunfo de la materia sobre el espíritu, de la valoración del cuerpo ante y/o contra la excelencia del alma, de la terrenalidad frente a la etereidad.
¡En cuerpo y alma! insiste en lo primero, cuando lo segundo es lo único que contaba. Es un dogma popular, plebeyo, tosco y simple; suena a besos de abuela ruidosos y entrañables; a pan untado en mantequilla recién hecha; a jota bailada en panda en la plaza del pueblo; a revolcón con la parienta entre la paja aventada de la era; a cantos de liberación a golpe de porrón pasado de mano en mano…
Sí, “corrutos” y corruptores, queremos que no nos idealicen, ni sublimar las cosas que amamos. Así, como somos, con arrugas y la piel gastada, con las tripas rotas y los ojos legañosos, torpes de oreja y escasos de memoria; o nos toman o nos dejan.
La Asunta en medio del agosto, no es una rebaja más del ansia comercial; al contrario, es lo más excelso que nos podía ocurrir: así seremos, para siempre, por toda la eternidad, en el centro mismo de la Vida.

«No hagáis que los muertos sigan muertos»



Esta frase se me ha ocurrido a mí solito, aunque creo que alguna ayuda sí que he tenido. Y me ha venido cuando he visto la foto de las autoridades de mi ciudad ante la tumba de los vallisoletanos ilustres. El arzobispo rezaba el responso y el resto cumplía el rito como mandan las ordenanzas.
Ahora mismo no caigo qué cuerpos puedan estar enterrados en esa sepultura, pero en un rápido repaso por la historia local puede que haya de literatos, alcaldes, artistas plásticos, ingenieros de obras públicas, arquitectos, expertos en leyes, en fin, gentes que han señalado con su obra lo que hoy es Valladolid. [Faltan, y ya es faltar, barrenderos, oficinistas, bomberos, fontaneros, maceros, guardias, limpiadores, jardineros, alcantarilleros… en masculino y en femenino. No caben todos en tan reducido espacio].
Honrarles de esa manera es acentuar que, en tanto que su obra está repartida por la geografía y la historia de la villa, sus personas siguen ahí, bajo la losa de mármol, esperando que una vez al año se acerquen para recordarles como lo que fueron, gente ilustre, y señalarles lo que ahora son, muertos.
Puede incluso que se diga que siguen vivos en libros, edificios, monumentos, parques y jardines, ordenanzas y remodelaciones urbanas; pero el responso no se recita frente al callejero ni en la biblioteca municipal, tampoco en el Campo Grande, y mucho menos en los barrios que han expandido la urbe a lo largo del Pisuerga, a lo ancho de este valle por encima de cerros y altozanos.
No han sido ellos solos, los de alto rango. También el pueblo llano ha visitado el camposanto para acercarse a rendir sentido homenaje a sus allegados fallecidos. Flores, naturales o artificiales, limpieza de lápidas, un momento de silencio, una oración, unas palabras, alguna que otra lágrima, y callados o hablando muy quedo volver a casa.
Este rito que se repite por tradición y piedad, también por sentimiento, tiene su excepción tanto en quienes asisten con más asiduidad, incluso diariamente, como en los que no asisten nunca.
No pienso ni quiero criticar o devaluar una costumbre que está arraigada y extendida aquí y otras muchas partes. Allá por donde he viajado he podido ver cementerios con toda clase de tumbas, del tamaño y riqueza proporcional al empaque y hacienda de las personas finadas. No fueron sólo los faraones quienes buscaron eternizarse en las pirámides; tal parece que quien no tiene un mausoleo, grande o pequeño, barroco o sencillo, nunca ha existido. Lo respeto, pero si miro, paso de largo. ¡Ojala la memoria que mantenga a esas personas en sus deudos esté en consonancia con la magnitud de estos monumentos! Aunque no, porque entonces los pobres quedarían en evidente desigualdad, frente a tanto cariño empedrado -o "enrocado"- en losas, cruces, ángeles y floreros.
Tengo la suerte de creer en que la vida no se puede, porque no se deja, encerrar bajo el suelo ni entre piedras, tampoco en la mar ni sobre los campos abiertos.
Si hubo un tiempo en que los cuerpos de los guerreros muertos en combate debían ser piadosamente enterrados y venerados en tanto llegara el momento de la resurrección, y ofrecer sacrificios por sus pecados tal y como consta en el segundo libro de los Macabeos (12, 40-46), ahora estamos en otro tiempo, y la pregunta «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?» que figura en el evangelio de San Lucas (24, 5) se llena de sentido para todo ser humano al decir de San Pablo: «Si nuestra existencia está unida a Él en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya» (Rm 6, 5). Y esto para mí es una cuestión transcendental, pues Jesús se ofreció como pan entregado y vino derramado para la vida de todos, tal y como vemos que dice el Nuevo Testamento (Mt 26, 26-30; Mc 14, 22-25; Lc 22, 15-20; 1 Cor 11, 23-25), y Dios siempre es Dios-para-nosotros en la vida y en la muerte, «Dios de vivos» (Cf. Lc 20, 38; Rom 14, 7 ss).
Con todo y con eso, cada cual que haya lo que quiera. Yo termino diciendo que no voy al cementerio, y, como San Pablo, que puesto que «hay quien da especial relieve a ciertos días, y hay quien los considera todos iguales; que cada cual actúe según su propia conciencia. El que piensa que hay que celebrar ciertos días, lo hace por el Señor; el que come de todo, lo hace también por el Señor, y de hecho da gracias al Señor por ello; y el que no come ciertas cosas, se abstiene de comerlas en consideración al Señor, y también da gracias a Dios.»
Y no se me escandalice nadie, que seguiré como siempre acompañando a mi gente tanto en sepelios como en aniversarios, no sólo porque así quiero hacerlo, es que es lo que ellos creen y así también lo pide la Iglesia.

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