Por un tiempo pensé que no lo volvería a ver. Sin embargo, esta mañana amaneció con el cielo encapotado y ahora mismo está lloviendo a buen ritmo.
El patio se ha convertido en un pequeño barrizal, porque un verano entero sin agua lo ha dejado hecho un barbecho. El jardín aún no se ha enterado, pero Linda se ha metido en casa con el rabo entre las piernas al ver que llega una cosa para ella totalmente desconocida. Así que aquí la tengo debajo de mi silla.
Estoy disfrutando viéndola caer, una lluvia suave, algún trueno en la lejanía, una nubes que no cierran del todo un cielo que se niega a oscurecerse, y el silencio de mi calle que parece que ha entrado en proceso de otoñización.
Ha durado poco, ya está amainando y es posible que tarde en volver a descargar, pero dicen que lo hará a lo largo del día, porque ha entrado un frente por el oeste de la región y el calor acumulado en los mares y océanos va a provocar que las tormentas sean grandes y con graves consecuencias.
Linda acaba, pues, de recibir su bautismo de lluvia, que ha resultado para ella una novedad no demasiado agradable. Porque… una cosa es meterse en el agua y otra que le llegue de improviso y sin contemplaciones. Lo primero ya lo conocía, porque intentando beber en el canal su ansia la zambulló el otro día durante el paseo matutino en el líquido marrón que usan para regar los hortelanos de la zona. Lo segundo le acaba de sorprender ahorita mismo, y esas gotorronas tan frías y tan gruesas no le han hecho ninguna gracia al golpear sobre sus lomos.
Llueve sobre seco, mas me temo que el efecto sea el mismo que si lo hiciera sobre mojado: no aprendemos, no tenemos ninguna gana de hacerlo; sabemos que así no funciona bien la cosa, pero no queremos desandar, dejar de hacer, volver a vivir con menos: cosas, calor, frío, viajes, salidas, entradas, ruidos, luces…
Linda sale ahora al mojado patio. Duda y se detiene, y, cuando se decide, da el paso con cuidado; pero enseguida se suelta porque el lugar de los juegos sigue estando ahí, y puede hacer lo que siempre ha hecho, correr, tumbarse, escarbar y morder. Y una cosa nueva que acaba de descubrir: puede jugar conmigo a la pelota, ya está esperando que salga y entra para reclamarse atención, que la tengo un poco abandonada…
Han sido cuatro lametones, pero suficientes para convencerme. Espera, Linda, que doy al play y voy contigo!
¡Cachis, esto se demora, no te impacientes que ya termino!
Resignada, ha vuelto a su puesto de vigía: desde ahí sabe quién pasa, se da a notar y por el momento al menos no avisa de que está de guardia; aún es pronto para ella eso de la agresividad.
A Andrés le bastan cien para explicarse. Yo estoy en quinientas y no termino de entenderme; tengo que cortar.