Mira tú por cuanto esta mañana El Roto me ha revuelto los papeles. Y yo que los tenía tan ordenaditos.
Yo me estrené en las letras leyendo Roberto Alcázar y Pedrín. Con El Jabato dibujé la historia. Zipi y Zape que ayudaron en mis pillerías. Disfruté con El Llanero Solitario y La cabaña del Tío Tom me concedió enterarme de otras muchas cosas. Me dormía ojeando las riberas de mi río con Tom Sawyer, y al despertar sacaba de bajo la almohada la portada coloreada del Capitán Trueno y con Crispín me disponía a encararme a la aventura de un nuevo día, teniendo a Goliath a mis espaldas.
Los domingos, bien de mañana, cogíamos mi hermano y yo el montón de sobados cuadernillos de aventuras, primero fue en el Poniente, y luego ya en la Plaza de Cantarranillas, y para allá nos dirigíamos a buscar nuevas historias a cambio de las ya leídas y sabidas. Íbamos al trueque, a permutar lo viejo por lo nuevo, a recambiar usado por usado, a reponer historias frescas, a rellenar el depósito de la aventura. Y tras un tira y afloja por aquí, un te cambio estos dos por ese otro, me das treinta céntimos y ése por este mío que es más nuevo, volvíamos a casa para devorar en la tarde tranquila del domingo lo que ya atesorábamos en taco bien apretado al sobaco, no fuera que alguno, por exceso de sebo, se nos perdira en el camino.
Así me desbravé en la lectura, que luego fui haciendo más selecta, y que terminé por depurar con mi encuentro con la Colección Historias.
Pero había una serie de novelas en dibujos, de apretada letra y carboncillo muy oscuro; trazo complicado el de aquellas páginas acuarteladas, donde el enemigo era alemán o japonés, y el héroe siempre, siempre, americano. Era puro dualismo: los malos tan malos que parecían perversos; el bueno, todo ternura, no tenía inconveniente en disparar y ganar, matando, porque al final todo debía ser perfecto, como la vida que vivía en la realidad. Todo estaba bien así, nada había que quitar ni que poner; las cosas son como son, y el que ose cambiarlas tendrá su merecido. Se llamaba "Azañas bélicas", y ¡eran de gordas…!
Eran historias de combates, de lucha cuerpo a cuerpo, de ejércitos contra ejércitos, en posiciones casi imposibles, porque el mal era tan grande y tenía tantos recursos, que ya desde el princpio tenía uno que prepararse para lo imposible: que ganara el bien fuera como fuese. Y lo hacía, claro que lo hacía, porque al final el malo siempre pierde.
No dejó en mí aquello ninguna huella. No tuve que acudir a psiquiatría. Tampoco me pusieron tiritas en la mente. No hube de lamentar tener malos sueños. No fui agresivo, y eso que jugábamos a indios y vaqueros, policías y ladrones, cristianos contra moros…
Aquello sólo quedó en el mundo de mis lecturas, como un paso obligado para otras cosas, entre ellas, vivir mi propia vida.
Lo que entonces leí con inocencia, ahora me salta a la cara despiadadamente. Y vengo a descubrir que el periódico de hoy me arrea este sopapo:
Y yo, palabra, que nunca quise hacer ningún daño a nadie. Yo sólo pasaba el rato, cambiaba mis tebeos ya gastados y me dedicaba a jugar en serio, como sólo lo hace un niño, aunque bien sabía que todo era una simple mentirijilla.
Bien diferente es ahora que, cuando paseo cada amanecer con mis politos, recorro un camino de herradura, tan viejo como el reino de Castilla, bordeado a diestra y siniestra de tierras yermas, desoladas, baldías; otrora fueron feraces vergeles que nutrieron de frutas y verduras el mercado popular de mi ciudad. Ahora sólo duermen, esperando que sobre ellos se eleven construcciones. Campo llano al que el pelotazo de la especulación condenó sin remisión; tarde o temprano terminará perdiendo del todo cualquier parecido con lo que ahora veo. Y al mirarlo, entre las sombras de la noche que se va y los empujones del día que se abre, percibo que esto es bien real, en tanto lo otro, lo que soñé leyendo y lo que leí jugando, no tiene nada que ver con lo que El Roto me pueda estar recriminando.
¡Que yo no me inventé ninguna guerra, que no quise ser de los buenos ni de los malos! Yo sólo jugaba, y jugando hacía amigos, y entre tanto crecía. Así que no me mires, que no tengo la culpa y mucho menos quiero tener mala conciencia, aunque esto último sea un tanto complicado, y por más que me lave la conciencia no consiga quitarme del todo una como roña que la empaña.
Y ahora que termino de escribir miro hacia atrás y veo que empecé hablando de tebeos, y lo dejo con un mal sabor de boca, por culpa de aquellas hazañas, no tan lejanas, y de este progreso que nos barre; mal viento se lo lleve, ojalá lo parta un rayo.