Una noticia aparecida
en un rincón de un periódico digital me ha puesto, una vez más, en sintonía con
mi infancia. “El empresario Antonio Pérez Sánchez, fundador de la empresa
juguetera Geyper y creador de los Geyperman y los Juegos Reunidos, entre otros
productos, falleció este domingo a los 94 años de edad en Valencia y este lunes
ha sido enterrado en el cementerio general”.
Cuando llegaron los
reyes con la caja roja y amarilla, ya sabía jugar al parchís y a la oca, pero
no a la ruleta, ni a otros que desde entonces tuve la suerte de disfrutar y
compartir.
No recuerdo cuántos
juegos diversos contiene la caja, ahí está guardada y no tengo ahora ganas de
mirarlo; pero sí que es la número 0, por lo que supongo que sería la más pequeña
de otras posibles. Nunca tuve curiosidad de ver la gama que se ofrecía en el
mercado. Con aquella tuvimos suficiente mi hermano y yo, y los amigos que se
juntaban cuando se terciaba.
Sobada a más no
poder, y con algunas fichas estropeadas o perdidas, la caja aún contiene los
cartones que hacen de tableros y los compartimentos donde recoger las diversas
piezas que componen el conjunto. Y no quiero describirlo más, porque en estesitio y en otros de internet lo dicen casi todo.
Mis recuerdos van por
otra parte. Aquellos juegos nos arremolinaban a los más pequeños en torno a la
mesa del comedor, si nos dejaban, o encima de la alfombra del cuarto de recibir
a las visitas, también usado como comedor bueno, haciendo que el tiempo en los
días duros del invierno se nos pasaran sin sentir. En los días buenos no nos
pillaban en casa en cuanto los deberes quedaban rematados ni con un galgo.
Entonces jugábamos en
corro, en panda, en camaradería. No sabíamos hacerlo de otra manera. El juego
solitario sólo estaba reservado para quienes, como mi padre, se entretenían
solitos con la baraja haciendo escaleras descendentes y montones ascendentes.
Una cosa muy rara.
Y si no venía nadie,
salía yo en su busca. En mi casa o en la suya. Jugar era estar con otros; el
juego nos unía, reunía y amalgamaba. Jugando surgía el compadreo. Y tanto si
ganaba como si perdía, si reñíamos como si nos reíamos, a la vuelta de otro día
volvíamos a las andadas.
Sí, recuerdo que de
niño jugaba con mis amigos. Era fácil; entonces no teníamos cuarto propio, y
este señor que se ha muerto aún no había descubierto ni comercializado el
geyperman, que ofreció a los chicos la posibilidad de jugar a las muñecas sin
que les llamáramos mariquitas.
¡Qué años aquellos!
¡Qué tiempo tan feliz!
¿Cómo era? ¡Churro, media manga, manga entera, di lo que es!
¡Guá! ¡Ha sido guá!¡Bieeeeeeeen!
Una dole, tele catole, quile quilete, estaba la reina en su gabinete, vino el Cid, apagó el candil, candil candilón, civil y ladrón. Sólo que la pistola parecía de mentira, y el ladrón nunca llevaba matute.
2 comentarios:
Que dice el extraterrestre de turno que en su planeta jugaba solit@ a exactamente los mismos juegos. Primero se colocaba a un lado y luego ocupaba el de enfrente, o un tercero, según. En extraterrestilandia no existía la compañía y hubo de aprender a inventársela. No recuerdos amables de semejante circunstancia, si de la cajita de juegos.
¡Eso se llama supervivencia!
Pues si recuerdas la cajita, y se diera la circunstancia de que aún la tuvieras por algún rincón de casa, yo que tú iría a por ella y me iba corriendo a jugar con quien fuese para aprovechar el tiempo, todo el tiempo del mundo.
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