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Así de meteórica ha sido la trayectoria vital de Linda; llegó a mis manos sin nombre conocido, que lo recibió de mí cuando ya pesaba 4 kilogramos y tenía dos meses justos. Si entonces la cogí en brazos, ahora con mucha dificultad puedo levantarla para colocarla en la báscula.
Crece libre y con muy poquitas restricciones: la más imperativa es que no puede salir al patio cuando hay cualquier actividad en curso. Y si lo hace porque el público lo requiere para verla y/o acariciarla, nada de subirse, lamer o interrumpir conversaciones.
Es cariñosa y juguetona. Servicial y buena compañera. Nada independiente ni agresiva. No practica el escapismo, corre sin perderse, y al final siempre está esperando mi llegada.
«Si no la estropeas, será una buena perra», me dijo el jefe cuando se la presenté. Y yo estoy intentando por todos mis medios hacer lo que me es debido como cuidador responsable de otro ser vivo. Por cierto, nada irracional. Ahí santo Tomás no estuvo acertado.