Me han reconvenido cariñosamente por expresarme como lo hice a propósito de los crucifijos en los lugares públicos y laicos. No me desdigo, no, sino que me afirmo en lo que digo: nunca el crucificado sirva para imponer a otros una presencia que no sea la propia vida, vida vivida según la vivió quien tuvo el fin que tuvo Jesús, el de Nazaret, el que pasó por la vida haciendo el bien.
¿Qué significa una cruz en un lugar donde confluyen otras creencias o descreencias?
¡Ah sí, nuestra cultura, nuestras raíces, nuestra tradición! Bueno, pues no, que también son cultura y tradición nuestra la espada unida a la cruz, el poder unido al culto, el imperio que todo lo conquista y lo doblega y los subyuga.
El cristo que cuelga de la cruz es un signo del servicio, de la entrega, del amor hasta la muerte. Es también sacramento de cuantos humanos hoy están aún crucificados. Una cruz de adorno, una cruz de recordar aquí estamos nosotros te vas a enterar, una cruz que carga conciencias, una cruz así de cargante ni libera ni conduce al Abba que lloró con el Hijo agonizante. Esa cruz, que también puede ser obviada por excesivamente visible, ni es redentora ni recuerda que es victoriosa precisamente de las mismas estructuras que la hicieron y la siguen haciendo real en este mundo crucificado.
Esa cruz que busca en las leyes la trampa para que se anulen o se minusvaloren no es la cruz de Cristo, tampoco debería ser cristiana.
Cruz que es defendida por los mismos o parecidos que siguen manteniendo o al menos consintiendo o siquiera callando que cruces actuales sigan siendo posibles no es cruz que merezca ni un minuto de nuestro tiempo precioso perdido en naderías que hieren a quienes más deberíamos curar de sus heridas, producidas precisamente en nombre de la cruz.
Esta tarde quiero ofrecer esta plegaria que recuerda el sentido de la única cruz que nos interesa:
El dolor extendido por tu cuerpo,
sometida tu alma como un lago,
vas a morir y mueres por nosotros
ante el Padre que acepta perdonándonos.
Cristo, gracias aún, gracias, que aún duele
tu agonía en el mundo, en tus hermanos.
Que hay hambre, ese resumen de injusticias;
que hay hombre en el que estás crucificado.
Gracias por tu palabra que está viva,
y aquí la van diciendo nuestros labios;
gracias porque eres Dios y hablas a Dios
de nuestras soledades, nuestros bandos.
Que no existan verdugos, que no insistan;
rezas hoy con nosotros que rezamos.
Porque existen las víctimas, el llanto. Amén.
Es el himno de vísperas del viernes de la 2ª semana de la Liturgia de la Horas.
Que Cristo Rey no nos “estorbe” a cuantos creemos en el Abba, en el Hijo y en el Espíritu.
El Cabo de Gata
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No está en el fin del mundo, pero lo parece. Llegar hasta allá supone
atravesar valles y desiertos, llanuras y perdidos, pasar pueblos y rodear
montañas...
Hace 10 años