No sabía bien
cómo intitular esto, y dado que abuso del gerundio, lo he dejado en sustantivo.
Plural.
Esto es que mis encinas volvieron a las andadas. No fue falta de riego,
fue exceso de sol.
En un verano relativamente suave, llegaron unos días en agosto en los
que el astro rey, masculino donde los haya, dijo “¡Aquí estoy!” (Si hubiera sido la luna no sé qué habría dicho, pero seguro que habría estado más discreta aunque no menos contundente).
Y vaya si estuvo. Fueron pocos, es verdad, y ¡menos mal!
Andábamos diciendo que esto no es verano, que si casi dentro de casa
había que ponerse la toquilla, que si por las noches refrescaba en demasía. En
fin, esas cosas que hacemos y decimos cuando nos quejamos tanto si sí, como si no.
Las encinas que en junio lucían hermosamente, y que aquí expuse como
prueba de mis cuidados exactos, tras aquellos excesos de sol se quedaron
“asoladas”, o “soleadas”; que no sé qué término de los dos es el apropiado. Y
no es que lo diga yo, no; a la vista están:
En junio En agosto
Hubo quien me aconsejó poner algo mejor en lugar de lo que había, y
tirar lo que ya murió o fue matado.
Sin embargo, es mi condición no dar por perdidas las batallas antes de
que la bandera blanca se ice, y mientras quede esperanza, siquiera una pizca,
seguir fajándome sin tregua.
Insistí, pues, en mis cuidados. Septiembre entero y medio octubre han
tenido que pasar, pero a la vista está que quien “la sigue, la consigue”, y que
“antes muerto que cansado”. Mis encinas vuelven a decir “¿muertas nosotras? ¡Qué
poco nos conocéis!”
¡Brotando en otoño!
No vuelvo a repetirme, que ya hablé en cierta ocasión de aquello de mi
infancia cuando el contrincante estando encima y yo debajo, el de arriba
apremiaba “¿Te rindes?”, el de abajo, o sea yo, susurraba “¡No!”
No describo cómo llegaba a casa aquella tarde, porque tan lastimera
estampa no es de recibo que aparezca en este blog.
Suficiente castigo tuve a base de zapatilla en el culete. Mi madre era
así, y yo era “asau”.