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Y con la poda llegó la primavera


Como no puedo salvar vidas, ni salir de casa, ni siquiera ser voluntario en la casa de la Beneficencia, esta mañana me he puesto a podar lo que faltaba.
Hace unos días alivié a las cuatro parras, y como no hace frío han estado llorando como magdalenas. Creo que ya han parado y se han puesto a trabajar.
Vedlas cómo están de preparadas para la faena.

Hoy me he “metido” con los taráis y el olivo. Los primeros han sido fáciles, porque les ocurre como a mí con el pelo, cortes lo que cortes da igual, es lo mismo, en cuanto crece ni se notan las escaleras, y lo hace, eso de crecer, muy deprisa y en cantidad. Por eso con ellos no he tenido miramientos y los he dejado “pelones”.
Tal que así:

Con el olivo, sin embargo, he tenido más cuidado y más trabajo. Estaba verdaderamente frondoso y muy alto. Le he entresacado por dentro y le he bajado los humos. Tal vez me haya pasado, y el resultado se verá al año que viene, si no he sido demasiado radical y él resiste el envite.
Este es el resultado de mi limpieza y poda:

Como siempre que tengo que empuñar la tijera de podar recuerdo a Felipe, el fundador de este jardín, que me dio sabios consejos que yo no he olvidado pero nunca he sabido aplicar. Estoy seguro, sin embargo, que él ha guiado mi mano, si no para hacerlo bien, al menos para no hacerlo demasiado mal.

¿Prometiendo en vano?



Dejé al olivo tan perjudicado cuando el domingo de ramos que temí por él. No se ha quejado del corte tan tremendo que le propiné, y sale de este mes más exuberante que nunca. No espero que todo eso sean olivas; ya con verlo así me considero bien pagado. Si al fin consigo verlas madurar, tendré que pensar cómo organizarme con el aceite resultante. No suelo, en los últimos tiempos, tener tal tipo de satisfacción, y se agradece. Curiosamente nadie me lo ha hecho notar, a pesar de estar tan a la vista.
Son las parras y sus racimos ya formados los que atraen su atención, la de todo el mundo. Y me avisan para que no me descuide, porque saben muy bien que si quiero comer uvas tengo que azufrar a tiempo. Definitivamente en esta tierra el vino es el vino, y los olivos… simples adornos. ¿Quién va a confiar en ellos? Son una mera promesa; el vino, el vino es el presente cierto y ha de ser por fuerza también el futuro esperado.

Ojos para ver y disfrutar


En este junio que parece agosto adelantado, paso de literatura y dejo sólo imagen. Ni explicaciones ni indicaciones. Encuentre su norte quien lo busque, o déjese simplemente llevar por lo que ve. Y sin problemas.









Podando y a ver qué pasa


Renaciendo. 2015
No he vuelto a hablar de la yesca porque las cosas malas hay que olvidarlas por un tiempo. Un año entero y la parra vuelve a resurgir de sus raíces, confiando en que no estuvieran atacadas e impulsen con savia pura ese brote que apunta hacia el cielo.
Doce meses sin tirar ni una sola foto, no fuera a interferir en el proceso de sanación. Trescientos sesenta y cinco días observando a la parra mocha, con un círculo oscuro en su tronco, que en verano se cubrió de brotes y sarmientos, que finalmente dieron una cosecha más que suficiente. Esta vez los pájaros no probaron las uvas, y los racimos lucían en la penumbra del montón de hojas con que esta parra tempranillo tiene a bien cubrirse. Ha sido la campaña que mejor he disfrutado de su producción.
Ahora, limpia de polvo y paja, sube alegre y entusiasta, con la pretensión de volver a recuperar todo su esplendor.
Poda 2015
Los tarays, por su parte, vuelven, un año más, a desvestirse para volver a brotar en delicados filamentos verdes y lilas en junio y en septiembre.
Cual ave fénix, en la naturaleza todo parece renacer de las propias cenizas.

¡Heló!


Ya lo anunció el cielo la noche anterior: sin nubes y con la luna en solitario. Más claro, agua.
Por eso, esta mañana se cortaba el silencio con una hoja de papel, y los neumáticos del corsa hacían crepitar la grava del jardín. Luego, cuando empezamos a andar, la maleza ofrecía resistencia a los envites de Gumi y Berto que, enloquecidos por los rastros conejiles, tiraban sin saber hacia donde dirigir mis pasos. Me han maltratado a pesar de todo. Pero se lo perdono. Los quiero.
No perdono sin embargo a la roja. Mientras nadaba, ellos jugaron. Bueno lo de jugar es un decir; parece que más bien des-jugaron.
Tampoco perdono al gobierno, que amenaza con hacer de este pueblo un ejército de ánimas en pena. ¿Será por estar en noviembre? Bien lo expresó anoche Buenafuente, aunque ya era muy de madrugada. Esto de hacer lo bueno a esas horas… Se creerán que con la crisis este país no madruga. Total para qué, dirán. No tienen donde ir…
Pues se equivocan. El amanecer ha sido precioso, un día más. Y habría merecido la pena tirarse pronto de la cama si luego nos aseguraran poder echarnos la siesta tras una jornada, o siquiera media, productiva. Sin embargo, ni los perros del centro municipal deacogida musitaban; aún era pronto y el personal, el justo. Se nota, vaya si se nota cuando entran a darles de comer.
A quien no sé qué hacer con mi perdón es a los medios informativos. Cadenciosamente, pero de forma horripilantemente inexorable, publican la salida inminente o ya acaecida de los encarcelados por la ley Parot. Se teme encontrarse con el violador del ascensor a la vuelta de la esquina.
Ha helado. Y ahora Berto y Gumi, tras tirar de mí campo a través oliendo e intentando perseguir enemigos invisibles, dormitan plácidamente al sol, que luce hermosote en esta fría mañana de este veinte de noviembre.
Acabo de almorzar y voy a ver qué es de la parra atacada por la yesca. Nadie sabe decirme si tiene solución o debo darla por perdida. Parece ser que sobre esto todo el mundo ha estudiado y leído, pero nadie puede recordarlo. Les perdono a todos, porque sabrán, para eso estudiaron; pero de poco les vale ahora si no les da para comer.
¡Cuánto añoro y echo de menos a Felipe! Él habría sabido qué decir ante esta imagen.
¿Eso oscuro es yesca o simplemente el corazón?

Esa lámina de plástico tal vez no sirva para nada, pero por si acaso…


Pero quien no se lleva mi perdón de ninguna de las maneras es quien sea, o sean, responsable de haber indultado a ese berzas que mató impunemente por hacer de kamikaze, con ka y zeta de zopenko.

Viendo la vida pasar, y a junio irse de rositas



Mientras escribo esto me llega con toda intensidad el sonido de la música que acompaña el baile de los vecinos de La Cañada, que están de fiesta. Puedo imaginármelos girando como peonzas o saltando como pelotas o amartelados como palomas, según el ritmo del momento. Pero sobre todo, puedo imaginarme al disyoquei, porque de eso se trata, de música enlatada, mucho más barata que la otra, y mucho más práctica; aquí no caben explicaciones del tipo esa no la tenemos  en el repertorio o hace mucho que no la tocamos o no la conocemos; el tío trae un camión entero de cds y tiene toda la música que existe, ha existido y existirá. Llega, abre la compuerta, enchufa a la corriente y ya está todo dispuesto. Pero lo mejor de todo es el modo como se anima a sí mismo y jalea a los danzantes, es una gozada oírlo, ¡qué será verlo en vivo y en directo!
Así estaban…

Así quedaron tras la limpieza
Eso me hubiera hecho falta a mí esta mañana, que alguien me hubiera animado cuando, bajo el tórrido sol que daba en el patio parroquial, me dispuse a aligerar un poco el aspecto de las parras. No lo hice mal de todo, a la vista está. Incluso me dio tiempo a echarles polvos de pica pica, ese azufre en polvo que me enseñó a usar el bueno de Felipe, y que tan buenos resultados da contra el oidio. Si quieres uvas tener, echa azufre y déjalas arder. Es falso, pero resultón. Te hace sudar, porque necesita que el sol acompañe; limpia de hongos basura hojas y racimos.
Y ahí también están los brotes que espero no necesitar para regenerar la parra aquejada de yesca. Están sujetos al tronco para que no se los lleve un mal viento, que a buen seguro llegará con alguna tormenta de verano.
Ahorita mismo suena un pasodoble, y el buen señor se apoya con olés que él mismo se dirige. ¡Es todo un figura! Mañana me dirán que se lo pasaron bomba y no se perdieron ni un sólo compás, aunque en realidad las duelan las piernas y los ojos les brillen de falta de descanso.
Pero esto es un suponer, porque yo en realidad no lo estoy viendo, sólo me lo imagino. Y por lo mismo, también sólo me imagino, o no puedo ni imaginarme, lo que entenderán las personas que vengan a leerme, porque cada quien es muy dueño y señor de interpretarme como le de la real gana. Para eso existe libertad.
Quien no la tiene en estos momentos, libertad, soy yo, que estoy aquejado por un dolor de boca, –no sé en realidad qué me duele si una muela, dos o tres, o es la misma encía– que me tiene desde hace días a base de nolotiles, ibuprofenos y amoxicilina clabulánica cada cuatro horas hasta que vuelva de sus vacaciones Elena, mi dentista favorita.
Son circunstancias de la vida, que, en su discurrir, presenta novedades e imprevistos a los que hay que encarar como buenamente se puede. Yo, en estos momentos, como gato panza arriba.

La yesca en la parra es como la carcoma; hay que cortar por lo sano, y a ver qué pasa…



Decidí podar los tamariscos y los dejé pelones. Ya están listos para florecer en junio.
Las parras hace años que no me tocan, porque Agustín lo hace sin que se lo pida. Viene, poda y se marcha. Así año tras año, pero sólo a partir del momento en que Felipe, que era quien mandaba, lo dejó. La temprana me trae preocupado desde que en el verano pasado se le secaron los últimos tres metros. Agustín no los ha tocado cuando podó en febrero, de modo que esta mañana he tratado de investigar.
Corté la parte seca y seguí cortando parte verde; descubrí que la sequedad viene de más abajo, tal vez de la raíz, y que apenas queda vida en la parte externa del tronco; el interior está completamente muerto.

Está enferma de “yesca” a lo que parece. Eso dicen los entendidos que dejan información en internet. Se trata de un conjunto de hongos que atacan a la vid, tanto en sus raíces, en su tronco o en su ramas, como en todo su conjunto. No tiene solución, porque el único producto eficaz contra este mal está prohibido por su altísima peligrosidad. La solución es descepar y quemar. Y cuidando mucho todo el proceso, porque es muy infeccioso y se puede transmitir rápidamente a las otras plantas.
Esperando para ser plantada. 1983
Creciendo ¿1985?

Con el miedo en el cuerpo, me estoy despidiendo de esta parra en su treinta aniversario. Lamentaré no volver a probar su ricas uvas tempraneras que maduran entre julio y agosto, pero es que también me gustan las otras tres variedades que tengo en el jardín, y no es cosa de exponerlas a enfermar y perderlas igualmente.
Enferma. 2012
Es triste pero hay que reconocerlo y admitirlo. Hay males que no tienen solución; o si la tuvieren, no está a la mano; o en todo caso cortar por lo sano no sirve de nada para esta parra que a la vista está que deja un hueco que es urgente rellenar.

Desahuciada. 2013
¡Mecagüen la yesca de la mierda! Perdóneseme el exabrupto, pero cuando pienso lo que puede tardar una parra en tener el tronco y poderío que tenía ésta me entra tembleque… (Y un cabreo de tamaño superior.) [Y otra cosa, mariposa; ¿llegaré a ver sus frutos? Y no es retórica].

Estas uvas están para comerse




No podían faltar a su cita en este blog. Sí, son las uvas de mis parras. A punto de concluir su periplo, la “jerez” presenta lo mejor de sí misma: el fruto maduro.
Y, oh milagro, este año en abundancia y no tropezadas por el pajarerío.
Ignoro cuál sea la razón. Salvo la primera en madurar, allá por el mes de julio, de cuya cosecha la mitad se lo llevaron los plumíferos a pesar de las precauciones que tomé, de las otras tres parras he podido disfrutar de sus uvas sanas y salvas, sin que haya tenido que tocar la campana o amenazar con tirachinas a mis vecinos del patio.
Y no es que hayan desaparecido los gorriones, las urracas y a mayores las palomas. Es que ni se han acercado, a pesar de seguir habitando este lugar, anidando y llenándolo de trinos.
Que nadie venga ahora diciendo que están envenenadas con pesticidas, insecticidas y pestilentes. De eso nada. Sólo un azufre antes de cerner [1]. Y la sequía [2], claro, que este año ha sido larga.
Lo dicho. Estas uvas son para ser comidas, como este racimo con el que voy a almorzar en cuanto vuelva del pinar.

__________________
1. Cerner: Dicho de la vid, del olivo, del trigo y de otras plantas: Dejar caer el polen de la flor.
2. Mis parras no prueban las lluvias desde el mes de junio. No las riego nunca.


Cuidando mi viña


Desde hace un tiempo no hay mañana que no me despierte con noticias que, en vez de ser buenas nuevas, son las malas de costumbre, o sea viejas. Y viejas son también mis parras y me estaban reclamando desde el mes pasado un poco de atención, tras arrearlas una mano de azufre contra el oidio. Pereza me estaba dando, porque el sol llega pronto a la pared y o lo hacía de mañana, o lo hacía por partes, o se me pasaba el tiempo y ya no había solución. Era urgente pelarlas, o entresacarlas, o como sea que se llame la operación consistente en aligerarlas de ramaje y de frutaje.
Así pues, hoy, por ayer, mientras la crisis sigue agravándose, los mineros irrumpen en el Congreso y nuestra deuda pasa a ser bono basura, en cuanto he consumido el almuerzo de las nueve y cuarto me he puesto manos a la obra.
Adrede no pongo fotos en detalle, sencillamente porque no quiero que llegue aquí alguien que sepa y me saque los colores por cortar indebidamente; de modo que sólo planos generales.
Aún así tengo que reconocer que más que el sol o el trabajo en sí, la razón de que me retraiga de realizar este trabajo y lo dilate en el tiempo, es que siento un gran dolor cada vez que corto un racimo en ciernes o un sarmiento sano. Y hay que hacerlo. Una parra no puede abastecer suficientemente a todo lo que le brota, por lo mismo que nadie puede comerse un berzal entero, por mucho hambre que tenga. Hay un límite. Y las parras lo tienen. El problema es encontrar la medida.
A pesar de la paciencia y las explicaciones que en vida me dio Felipe, yo sólo conseguí entender que hay que quitar a la parra vinos y racimos. Los racimos sé qué son. Los vinos, no. Así que cuando meto mano a la viña dejo un racimo por palo, y del resto suprimo lo que me parece que según el sentido común está de más. O sea, pongo por caso: que hay cuatro varas, dejo dos; que hay tres, dejo dos; que hay cuatrocientas, dejo dos; que hay dos, tras pensarlo dejo dos o dejo una. Y así.
Tras la aplicación de esta sencilla fórmula matemática, así han quedado mis parras, y así he dejado mi patio: sembrao.
No tengo que decir que Moli se ha limitado a ser testigo, simple convidada de piedra.
Pero estaba ahí, que es lo importante.

¡Esto es la guerra!

Vivir en la tierra y de la tierra imprime carácter. Y yo soy de pueblo. Tanto, que mi casa era también de tierra: tapial, adobe y barro -crudo o cocido. Nacíamos en casa, humanos y animales, y moríamos también, si llegaba el momento, en casa. A los animales se les llevaba al campo y los buitres lo agradecían. A las personas, tras el velatorio en la parte más noble de la vivienda y a donde acudía todo el pueblo, al camposanto, a criar malvas en espera de la resurrección final de toda carne.
Todos vivíamos. Las personas, del sudor del propio trabajo. Los animales de tiro de su esfuerzo, y bien que se ganaban su porción de cebada y paja. El resto de ganado a cambio de lo que fueran capaces de ofrecer: huevos, jamones, leche, pichones… Y los silvestres, de lo que ofrecía la tierra.
Y había armonía, al menos dentro de un orden. El raposo, también llamado zorro, y el lobo, no eran bienvenidos, porque sólo estropeaban y destruían matando. A los conejos se les consentía porque servían en la caza, lo mismo que las codornices, perdices, tórtolas y demás. Y a los pajarillos, siempre que no se propasaran, se les dejaba en paz. Bueno, los más pequeños también íbamos a nidos y con mil artilugios caseros conseguíamos que en casa nos hicieran una fritada de ellos de vez en cuando. Eran otros tiempos y no había prohibiciones al respecto.
Recuerdo que de niño, cuando de las mallas de los carros cargados de mies caían espigas y yo me agachaba para recogerlas, mi padre me decía, sólo de vez en cuando, déjalas que también los pájaros tienen que vivir. Y cuando, ya un poco más mayor, llevaba el volante del tractor segando, y dejaba por inexperiencia "cabras" (espigas que no se cortaban y permanecían tiesas en medio del segado), mi papá, además de gritarme para que estuviera atento, volvía a repetir lo de que también los pájaros tienen sus derechos.
Digo, pues, que había un convenio no escrito de cohabitación y convivencia, aunque nadie haría un funeral por un pájaro que muriera a dientes o a garras de los gatos domésticos. Estos también estaban, que las ratas asolaban las paneras si se les dejaba de la mano.
El caso es que mi papá recibió en herencia, y por derecho de mayorazgo, una feraz huerta, grande donde las haya, ¡tenía dos norias! Eran tiempos en que ya no se podía mantener, porque el cultivo extensivo se lo comía todo, y atender a los tomates, las lechugas y los fréjoles precisamente cuando había que emplearse a fondo con el trigo y la cebada, pues como que no era plan. Así que mi papá fue y aró la huerta y la sembró como cualquier otra tierra.
El primer año no cogió nada. No porque no lo diera, que era fértil y estaba más que abonada; sino porque las avecillas que anidaban en el arbolado que circundaba a la huerta se apimplaron con el grano en verde y la arrasaron, así, totalmente.
Mi papá era paciente, pero con un ten. Así que el segundo año, y justo antes de sembrar prendió fuego a toda aquella arbolada. Apenas se levantó un poco de humo hacia el cielo, apareció la pareja de la benemérita, mosquetón al hombro, a interesarse por el incendio. No iban a apagarlo, que no les correspondía. Querían informarse de quién era el responsable, y si tenía capacidad para ello. Charlaron, dijeron no se qué, y al final mi papá les remachó: ustedes no van a decir nada a los pájaros que se me comen la cosecha, de modo que no me vengan ahora a decirme lo que puedo o no puedo hacer con lo que es mío. Y no replicaron. Eran otros tiempos, claro. Yo llevaba pantalón corto. Además creo que mi papá era por entonces juez de paz, y eso marcaba, vaya si marcaba.
El caso es que mi papá tenía otra pieza pequeñita, como cinco obradas pegadas a la era, que siempre, es decir, todos los años, la sembraba de trigo. Casi ni la segaba. Era para los pájaros, que tan cerca del caserío lo tenían bien fácil. Al final, lo que quedaba lo terminaban de rebañar las ovejas, que también eran de Dios.
Quiero con esto decir que no soy enemigo de los pajaritos y las avecillas del cielo, y que colaboro para que estas criaturas puedan cumplir con aquello de que Dios las alimenta, aunque ni aren, ni siembren, ni cosechen. Así lo aprendí en mi casa, y así lo vivo ahora. Pero una cosa es colaborar y otra que me tomen por el pito de un sereno.
La tarde dominical no puede acercarme a las parras, porque tuve obligaciones. En la mañana, ya se supone que tampoco. Pero cuando volví de la piscina, allá sobre las 8 de la tarde, me encontré tal espectáculo que no me pude aguantar. Mirad y comprobad cómo estaba el panorama.


De modo que me puse manos a la obra y convertí a mis hermosas parras en unos adefesios. Ya lo siento mucho, pero no me quedaba otro remedio si es que quiero probar las uvas de la cosecha de este año.

De estos tres pobrecillos, que si estuvieran sanos pasaría cada uno del medio kilo, apenas quedan unas pocas uvas. Las utilizaré esta noche en la cena. Ya os contaré si me entra la dentera por no estar aún maduras.

Comerás las uvas con sudor

Me las prometía muy felices cuando limpié de follaje mis parras y la zurré bien de azufre. Sus racimos, enormes, prometían, vaya si prometían.
Pero las promesas se pueden ir por el desagüe si las cosas se ponen a malas, el oidio se atrinchera y los pájaros, esos vecinos tan molestos, dicen que eso es suyo y lo quieren desde ya.
Veamos cómo anda la cosa. Por partes.

Este jerez se ha echado a perder. Tal vez creí que era suficiente, tal vez tuve miedo de quemarlas, tal vez… Mañana me levanto con la fresca y capo de racimos la parra entera. Me han dicho que cuanto antes lo haga, antes evito la fortaleza del mal. Probaré a ver si me sale. El año que viene vengo y lo cuento.

Si el oidio da guerra, las avecillas de mi jardín no la dan menos. Esos racimos tan lustrosos y tan tempraneros ya están probados. Ahí se ven los restos del banquete. Y esto es sólo el principio. Si no me doy prisa en protegerlos, el domingo ya no quedan ni los rampojos. Tengo que espabilarme, que ellos ya lo están haciendo.
Esto me sugiere varias reflexiones, y presumo que alguna o todas ellas no sean políticamente correctas, y que por lo tanto no vayan a ser del agrado del personal que me visita. No obstante, allá van, desordenadas y según me van saliendo.
1. La naturaleza no es tan pacífica como parece. Aquí se da la guerra y lo de “sálvese quien pueda”. O comes, o te comen. Y si quieres comer, tienes que matar. Así de claro. El oidio, ese bichito, sea hongo sea flor, es ciertamente maligno, y no vale sino para ser exterminado. Aún recuerdo de cuando mis estudios de estructura económica el daño que hizo en los viñedos de toda España, arruinándolos. Hubo que volverlos a plantar, trayendo cepas de la enorme France. Tiempo ha que ocurrió, pero sucedió. Y a la vista está que aún sigue aconteciendo.
2. El trabajo no ennoblece, hace sudar, fastidia y a veces no sirve para nada. ¡La de veces que me he dicho “mañana, cuando me levante, cojo el serrucho y liquido todas las parras! Muerto el perro…”
3. Las apariencias, engañan. Los pajaritos no son unas cosas bellas, que alegran con sus trinos la mañana ni adornan las choperas con sus nidos. No. Manchan las fachadas con sus asquerosos detritus, se comen las primicias de las cosechas, y si no se les pone coto, se te meten en casa y te echan de ella. Hitchcock no fue un cantamañanas con su peli; bien lo vio venir, y aunque nos metió miedo en el cuerpo, algo sabía él, vaya que sí, y hasta nos avisó de lo que podía llegar a ser.
4. En esa guerra contra el enemigo, sean pájaros sean hongos, vale todo. Pero cuidadín, porque te juegas la vida. Tampoco venenos, insecticidas, herbicidas y otras menudencias son inocuos para quien los utiliza. Ahí tenemos un buen lío. El producto que manejas se puede volver contra ti. Ya lo dicen los prospectos: “Manéjese con cuidados, protéjase los ojos, la boca, las narices, los oídos…”. Si hasta los genitales peligran, ¡qué contendrán!, ¡de qué estarán fabricados! Miedo me da usarlos.
5. En mi inocencia empleé ortigas, que por ahí se dicen que son naturales y eficaces. Infusión de ortigas durante siete días, removidas, agitadas, coladas y difuminadas por doquier. Agua de borrajas, eso es lo que son. Ahí están las hojas del laurel todas llenas de gusanos. Y los rosales, con los mismos pulgones que entonces. Conclusión: no vale los buenos modales, no sirve de nada ser pacifista. Cuando tocan a rebato, es la guerra y hay que prepararse para ella. No hay otra forma de alcanzar la paz. Ya lo dijeron los antiguos, la guerra es cosa seria: “Si vis pacem, para bellum”. Y con el enemigo, ni agua.
Retomo la escritura, pero antes eché un ojo a la luna. Ya le falta un bocado por la parte derecha según se mira. La muy ingenua se creía que iba a estar llena de por vida, pero eso sólo ocurre en la literatura. En la vida real las cosas se devalúan, enferman, se empequeñecen y, al final, mueren. Como está muriendo ya este día, como me muero yo de simple sueño. Acabó el día 15, hoy es día 16, El Carmen.
Pero ese es otro tema, y vive Dios que es complejo y arduo. Ni entro.

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