Pero no se encuentra nada bien. Ha pasado el verano y ha ido languideciendo, perdiendo frescura, y encogiéndose.
Mi casa no es algún lugar perdido en un valle profundo, muy arriba de la montaña. Agua no le falta, pero no parece agradecerla.
No sé qué más puedo hacer por él. Sólo contemplar cómo se va apagando lenta, pero inexorablemente.
Tal vez, si tengo paciencia, algún día veré que reacciona, y acepta mi hospitalidad y mis cuidados, y le vuelve a su cara la sonrisa. Ese día, también reiré con él.