A Velicia le han
hecho ayer un homenaje. En su pueblo, Traspinedo, han organizado una exposición
sobre su persona, “Memoria agradecida”, que durante dos meses va a recordarlo
ante sus paisanos y gentes de los alrededores, porque en otros lugares ya le
conocieron y disfrutaron de las Edades del Hombre que él se encargó de dirigir
y administrar como comisario que fue.
A José le conocí
tarde; fue a su tío a quien traté, porque don Enrique era el párroco de San
Ildefonso, mi parroquia, cuando yo era un niño de la calle en la Plaza de las
Tenerías. Entonces era parroquia de postín, con dos coadjutores y sacristán de
toda la vida. Pero necesidades pastorales forzaron el destino de uno, José
Ramos, a la parroquia de La Rubia; y la muerte del otro, Bernabé, aconsejó
poner junto al anciano párroco a su sobrino como coadjutor. Así fue como José
Velicia se hizo cargo de darle un aire nuevo a la histórica parroquia de San
Ildefonso. Empezó por el templo y terminó por la pastoral del postconcilio.
Luego vinieron otras tareas de responsabilidad, como Vicario de la Ciudad y
Comisario de Las Edades del Hombre.
Por entonces Facundo
Simón, Domicio Cuadrado, Miguel Ángel Baz y servidor –el Junior– nos juntábamos
para reflexionar y dar forma a nuestras celebraciones y homilías dominicales en
su misma casa, pero él curiosamente no asistía. Luego nos pedía alguna ayudeja,
que no sé si aprovechaba o no, porque en eso no soltaba prenda.
El caso es que poco
después me cedió los trastos de La Cañada que él había iniciado pero que no
podía atender desde el momento en que le encomendaron desde las diócesis de
Castilla y León muy serias responsabilidades.
Luego nuestra
relación fue resultando variable sin flojear nunca a pesar de la distancia. Compartimos
despacho con tabique de por medio cuando él me hizo asumir la Oficina de Obras
de la Diócesis, más que nada para poner en orden el archivo de planos y fotos
de los templos de los pueblos, que estaban manga por hombro, y orientar (?) a
los curas cuando debían acometer alguna reparación en sus casas o en las
iglesia a su cargo.
Finalmente, estuvo
aquí con la papela de la mano, cuando se erigió esta parroquia oficialmente y a
mí me nombraron párroco por cinco años prorrogables. Fue exactamente el 15 de
agosto de 1984. De cuando vino a decirme que pusiera teléfono sólo puedo decir
que llegó pronto y se marchó muy tarde. Y nos quedamos helados, porque el calor
en esta casa entonces no se estilaba. Si ahora viera que nadamos en la
abundancia, se echaría una sonrisa mientras mantendría la pipa a un lado de la
boca.
El aviso de su
enfermedad nos llegó a través de Laura, la recadera, la misma que también llegó
con la noticia de la muerte de Nacho.
Ahora en el pueblo le
homenajean a Pepe Velicia. No digo que sea un poco tarde, pero anda que no han
tenido tiempo de hacerlo en los últimos dieciséis años…
Voy a aprovechar la
tacada, y también contribuyo con mi aportación. Bueno, en realidad no es mía,
sino de Toñi y Roberto. Me explico.
En el Pirineo que
conozco, mayormente el de Huesca, hay tropecientos mil valles, y muchas más
montañas. Pero si me pidieran que resaltara uno sólo, sin sudarlo diría:
¡Remuñe!
Es el que más me ha
gustado, y en el que he disfrutado como un auténtico cosaco. Difícil, incómodo,
agreste, no contaminado, empinado, y termina en el Portal de Remuñe con una
panorámica que a mí siempre me corta la respiración y no me acuerdo ni del
tiempo empleado ni si hay que volver a casa o reponer fuerzas o abrigarse.
Desde allá arriba, en aquel paso entre montañas dividido en dos por una enorme
roca, si miras para un lado ves el ibón blanco de Literola; si te das la vuelta
toda la Maladeta y la enorme oquedad del ibón de Cregüeña. ¡Y siempre hay hielo
por todo alrededor. A Moli no le gustaba nada estar allá arriba, aunque siempre que lo paseó de abajo arriba y viceversa disfrutó como sólo ella sabía corriendo tras las marmotas y demás animalillos. Nunca pudo con ellos, pero eso a nadie nunca le ha importado.
Sea esta mi pequeña
contribución, gracias Roberto y Toñi por consentírmela, a mi amigo José
Velicia. Él fue el ideólogo, inspirador, organizador, ensamblador, ejecutor y
pedagogo de Las Edades del Hombre, antes de que se contaminaran y pasaran a ser
objeto de consumo, de estrategias e intereses, de economía de altos vuelos y
padrinazgos de aves de corral.
Las últimas, las que están peor sacadas, son de mi
colección, y tienen fecha de agosto de 2001.