Hoy me apetece nombrar a Íñigo López de Loyola


También conocido como San Ignacio de Loyola. Todo lo que pueda saberse y conocerse de él está a disposición de quien quiera comprobarlo en Internet y en cualquier otro lugar. Por eso no añado ni quito nada a su biografía.
¿Qué decir, pues? Sólo se me ocurre añadir que este vasco, que fue primero guerrero y luego cura, está en el origen de la Cía, que pasó por momentos de esplendor y de miseria, que desarrolló muchas y grandes empresas y terminó por ser expulsada, prohibida y creo que hasta disuelta. Tanto concuerda con la canción de Cecilia que dice “Dama, dama de alta cuna, de baja cama, señora de su señor, amante de un vividor, dama que hace lo que le viene en gana…”, como con el don Juan que argumenta “Yo a las cabañas bajé, yo a los palacios subí, yo los claustros escalé y en todas partes dejé memoria amarga de mí…”
Ha tenido enemigos por todas partes a lo largo de su dilatada historia, pero también amigos incondicionales y “hasta la muerte”. El papa negro, por primera vez está por encima del papa blanco, o al menos se podría pensar que es así. Lo cual da una idea de que los jesuitas, los hijos de San Ignacio, siempre estarán en el filo de la navaja, al albur de las contingencias y expuestos a mil y una desventuras.
Digo que un amiguete esejota musicalizó una plegaria suya, y que quiero cantarla aquí y ahora, dado que no he encontrado esa versión en ninguna parte.
Que José Luis Saborido Cursach me perdone por atropellarle de esta manera. Es el autor de la letra y de la música, a partir de esta oración de su santo fundador:
Tomad, Señor y recibid
toda mi libertad, mi memoria,
entendimiento y voluntad.
Tomad, Señor y recibid.
Vos me lo disteis,
a vos Señor lo torno,
todo es vuestro, disponed
conforme a vuestra voluntad.
Tomad, Señor y recibid.
Dadme vuestro amor y gracia,
que esto sólo me basta.
Tomad, Señor y recibid.

Me olvidé de reponerle agua



Esa fue la causa de que el hermoso florero de cristal se hiciera añicos: las rosas consumen agua, y se lo chuparon todo.
Aquella mañana llegó C a toda prisa con un puñado de rosas, cinco minutos justos antes de empezar la celebración. Con el tiempo ya vencido las coloqué en el jarrón que me parecía más apropiado por su boca, ancha pero no demasiado. Quedó dabuten a pesar de mi precipitación. A la tarde vuelvo a llenarlo de agua y así me aguanta hasta mañana, me dije. Pero me olvidé. Al día siguiente, al encender los ventiladores se produjo el accidente.
No es un florero cualquiera, tiene nombre y apellidos, y hasta fecha, demasiado atrás para recordarla. Por eso me niego a reconocer que se ha hecho añicos y hay que tirarlo a la basura.
Aprovechando que el Pisuerga pasa por aquí y que acabo de adquirir un frasco de pegamento, he tratado de recomponerlo hasta donde he encontrado los cachitos.
Como faltan algunos, mañana mismo vuelvo a barrer el suelo a ver si tengo suerte. Y si no, probaré otra cosa, pero este jarroncillo de cristal antiguo va a seguir prestando servicio en honor de doña Teodora. ¡Voto a bríos!

Para no meter la mata




Hay dos asuntejos de la máxima actualidad que me tienen ojiperpléjico talmente.
Uno es el asunto de la responsabilidad del accidente de Santiago, que parece ser le corresponde –al menos de momento– al maquinista. Todas las “seguridades” de la más moderna tecnología en cuestiones ferroviarias que se dan en las vías y trenes del AVE, desaparecen de pronto, como si se tratara de una minucia sin importancia, justo al salir de un túnel y al enfrentarse a una curva peligrosa; sólo corresponde a la persona que está al mando de la plaza, aunque ésta sea rodante.
A mí me parece sencillamente milagroso que no haya ocurrido hasta la sesenta y una. Las sesenta anteriores… en fin, algún ángel debió estar atento y vigilante. Porque a esa velocidad que dicen que coge ese vehículo, un estornudo a destiempo te puede descolocar por los menos cuatro o cinco kilómetros en el mapa.
El otro asunto prefiero no hacerlo reconocible, pero aún me sorprende más. Todos, absolutamente todo el mundo está encantado de la vida. Ni una sola palabra en contra, ni una prevención, ni siquiera una pequeña crítica. Antes al contrario, todos son aplausos y parabienes.
Mucho me sorprende tanta unanimidad.
En ambos casos.

¡Marta, Marta!



Cristo con Marta y María, Louis de Silvestre (1675-1760)
Mientras me fumo el primer pitillín, –y digo bien: pitillín, del día–, pienso en la de cosas que tengo programadas para hacer hoy; y me pregunto si, como es mi costumbre, al final de esta jornada seguirán en programa porque otras se han colado de rondón.
Y en esas estoy cuando compruebo que es San Marta. La hacendosa, la que trajinaba entre cacharros, la que se preocupaba porque todo estuviera listo, la que le faltaban manos y requería las de su hermana, Santa María, para completar las labores a su tiempo.
Y pienso a esta hora primera si…
Interrumpido mi estado de pensamiento, lo retomo muy entrada la tarde y compruebo que, si no todo el personal ha estado en el tajo, al menos suficiente número de gente ha cumplido su tarea y por ahora todo funciona.
Dejemos a quienes tienen que pensar, buscar, encontrar, reflexionar e hilvanar ideas y programas lo hagan en paz y sosiego, y elaboren, propongan y dispongan buenos proyectos, sustanciosas empresas y mejores expectativas de futuro.
Para más información leer el evangelio de San Lucas:
En aquel tiempo, entró Jesús en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada». (10, 38-42)
También es interesante esto otro, aunque resulte un pelín más largo. Es la obra de Armando Palacio Valdés, “Marta y María”.

Boda en la casa consistorial



Las otras dos veces que asistí a una boda “civil” fue en los juzgados, y tengo un mal recuerdo; demasiada frialdad y los funcionarios ejecutores se limitaron a leer los artículos del Código Civil reglamentarios.
Esta de ayer, fue otra cosa. La concejala delegada por el señor alcalde se lo había preparado. Por supuesto leyó los artículos de la legislación civil, pero puso alma en el acto. Y concluido éste, y antes de las firmas protocolarias y preceptivas, nos mandó sentar y leyó con mucho sentimiento estas palabras de Kahlil Gibran, de su obra El Profeta:
Entonces, Almitra habló otra vez: ¿Qué nos diréis sobre el Matrimonio, Maestro?
Y él respondió, diciendo:
Nacisteis juntos y juntos permaneceréis en todo y para siempre.
Estaréis juntos cuando las alas blancas de la muerte esparzan vuestros días.
Sí; estaréis juntos aun en la memoria silenciosa de Dios. Pero dejad que haya espacios en vuestra cercanía.
Y dejad que los vientos del cielo dancen entre vosotros. Amaos el uno al otro, pero no hagáis del amor una atadura.
Que sea, más bien, un mar movible entre las costas de vuestras almas.
Llenaos uno al otro vuestras copas, pero no bebáis de una sola copa.
Daos el uno al otro de vuestro pan, pero no comáis del mismo trozo.
Cantad y bailad juntos y estad alegres, pero que cada uno de vosotros sea independiente.
Las cuerdas de un laúd están solas, aunque tiemblen con la misma música.
Dad vuestro corazón, pero no para que vuestro compañero lo tenga.
Porque sólo la mano de la vida puede contener los corazones.
Y estad juntos, pero no demasiado juntos. Porque los pilares del templo están aparte.
Y, ni el roble crece bajo la sombra del ciprés ni el ciprés bajo la del roble.”
Como nadie esperaba gran cosa, todas y todos se lo agradecimos.
Tengo para mí que en casos así los contrayentes no tienen, porque no se la ofrecen, alternativa. Tampoco los asistentes, salvo que organicen algún asuntillo a la salida, en medio de la plaza mayor. Muy al contrario que en las bodas “inciviles”, quiero decir las que se celebran según el rito católico, en que incluso la fórmula matrimonial cambia de raíz, al ser recitada por los mismos interesados, asumiendo que son ellos al tiempo jueces y parte, y todo el resto importantes pero simples testigos.
No pudo ser de otra manera, muy a pesar de que la novia deseaba otra cosa. Ya se lo dije hace unos días, eso está en tu mano; si quieres, puedes. A él le dará lo mismo; a ti, no.

Mirando los campos



Si será la crisis, o la modernidad, o sencillamente que Antonio “el patatero” se hartó de problemas… ya no podremos este verano ir a la rebusca.


Los girasoles campean donde antes siempre, o al menos desde que yo tengo conocimiento, se cultivaron patatas.


Muy listo el patatero. Se ahorra agua y mano de obra. Y tal vez se lleve alguna sustanciosa subvención.


Desde luego el espectáculo de ahora resulta mucho más vistoso que con las humildes patatas, que conforme entraban en sazón por abajo se arruinaban por arriba. Los girasoles se crecen, se agrandan, se hinchan… lo llenan todo.
No hay punto de comparación. Un patatal es un espacio agrícola humanizado; un campo de girasoles, mecanizado.
Yo, desde luego, no cambio un buen plato de patatas por un litro de aceite de girasol.

Me pregunto si es tan importante la velocidad


La verdad es que hoy no he estado apto para pensar. Aún así esta pregunta me ha estado rondando durante todo el día.
Recuerdo aquel anuncio de hace años, “tren, tranquilidad”. Me temo que era otra época y entonces lo importante era llegar.
Hemos sacrificado demasiadas cosas a la “alta velocidad”. Por supuesto que es muy importante poder hacer muchas cosas en lugares diferentes empleando poco tiempo, porque el tiempo es oro.
Pero la vida, ¿qué es?
Ochenta vidas son demasiadas…
Para colocar en la curva ferroviaria de A Grandeira

Feng shui ¿Qué cosa es esa?


Pintar tu casa está muy bien. Es como dormir en sábanas de hilo recién planchadas; todo limpito y ordenado, da gusto entrar en tu hogar y decir “mi caaaaaaasa”. Pero hay un qué, hay que ordenarla. Porque antes has movido todo, –sacado si tienes dónde llevarlo como en mi caso–, y luego hay que volverlo a colocar. ¿Cómo?
Es una oportunidad de oro que se presenta muy pocas veces en la vida, poner “por fin” las cosas en su sitio, de la mejor manera; y suprimiendo todo aquello que está de más, que no tiene ningún sentido que permanezca, y añadiendo –por supuesto– lo que no estaba, pero debería estar.
Planteada así la cuestión del problema, veamos cómo resolverla. Por ejemplo, un dormitorio.
Desde que llegué a esta mi casa, y la casa de ustedes todos, situé la cama de un rincón del dormitorio, según se entra al fondo a la derecha. De manera que mi cabeza está en el oriente, mis pies en el poniente, el norte a mi derecha y el sur al lado contrario, la siniestra. Luego el resto de muebles, en el origen y los advenedizos por herencia materna, como fue posible meterlos. Es ahora que se me plantea hacerlo de otra manera. Veamos. Y durante más de dos horas traté de ver posiciones y orientaciones. Incluso acudí a internet, el compendio de todos los saberes actuales, wikipedia incluida. Ahí hay una cosa que se dice “feng shui” que es como el summum en el arte de la disposición del espacio, de las orientaciones y de los cambios temporales para aprovechar de la mejor manera posible el hálito vital de la madre tierra, una especie de geomancia (?).
Creo que he llegado a encontrar diez posiciones diferentes, lo cual es una proeza dado que este mi ajuar personal está constituido por una mesilla, la cama, un armario ropero de tres cuerpos, una cómoda y otro armario supletorio de loneta. Cabecera al norte, como mandan los cánones de feng shui; no mola porque entonces no puedo situar la mesilla a su lado. Cabecera al sur, tampoco; un ventanuco que existe en la habitación hacia mi cocina, ya explicado en otro momento, hace disparatada la posición. Cabecera al oeste, mucho menos; casi no puedo abrir o cerrar la puerta. Visto lo visto, hay que mantener la orientación a sol naciente. Probando en el centro de la pared, la cama se come todo y no deja lugar al resto. Y en el rincón de la izquierda resulta que la cama queda encerrada junto a la pared más oscura y húmeda.
De modo que decido colocar todo en la forma en que lo he tenido siempre.
En este punto del relato me entero del accidente de Santiago y se me han quitado las ganas de continuar comentando esta chorrada. Una curva muy cerrada, dicen los informativos, y posiblemente un exceso de velocidad han provocado, donde tal vez por prudencia nunca ocurrió nada, una mortandad enorme. No sólo se agrió la fiesta, se entristeció la vida. Este blog se declara en luto.

Ya es historia



Y Gumi podrá contar algún día cómo fue curado su absceso. Si le parece, claro. También puede callarlo. Porque al fin y al cabo, sólo le importa a él. No creo que se vanaglorie de cómo aguantó el dolor en los primeros estrujones que le arreé, pataleando e intentando morderme. Pero como luego comprendió que de eso no se moriría, sino que iba encontrándose mejor, terminó por dejarme hacer, no sin antes esconderse en cualquier rincón cada vez que yo amagaba con la mano en su costado.
Aún se nota, pero desaparecerá en poco tiempo. Esa mancha blanca en su costado es lo que queda del agujero por el que drenó el dichoso absceso. Menos mal que no consentimos que le sajaran. ¡Quién viera al pobre Gumi con un costurón en su armonioso cuerpo!
Ahora descansa, relajado y tranquilo, tal vez soñando.
Soñar en blanco es lo que me toca a mí, tras haber blanqueado mi dormitorio. Es la penúltima acción, a falta del cuarto de baño. Ahora llega el momento de discernir qué merece la pena conservar y qué cosas sobran y habrá que tirar.
Pero eso será a partir de mañana.

Sol y luna de julio


Noli me tangere, Correggio, hacia 1525. Museo del Prado
Hoy, veintidós de julio, me apetece escribir sobre dos asuntos que no sé de qué manera pueden estar relacionados, si es que hay entre ellos alguna conexión: María Magdalena y la luna llena. Porque hoy es la fiesta de la Magdalena, y la luna se colmata de luz a las 20,16 horas en Acuario.
Una cosa tengo clara: no voy a ser original en ningún sentido y sobre ninguna de estas dos cuestiones; hay tanto escrito, tanto comprobado y tantísimo inventado, que no me considero capaz de aportar novedad alguna. Sólo en este lugar, María Magdalena: ¿Santa, esposa o prostituta?, hay suficiente material como para acercarse a él con el fardel bien repleto de viandas, cepillo de dientes, orinal y saco de dormir. ¡Ah! y nada de pensar en poder mirar luego a la luna, porque ni tiempo, oye tú, ni siquiera un ratito.
De modo que me voy a poner un poquito en plan poético, comparando al sol y la luna, con Jesús y Magdalena. Sí, El Señor como el sol de julio en el centro del firmamento, y María de Magdala como luna llena que recibe su luz y la proyecta. ¿Que puede resultar noña esta pretensión? ¡Por supuesto! Y no sólo eso, sino también y además inútil, intrascendente, vacía, pueril y hasta meliflua. Por añadir adjetivos que no quede.
El caso es que estando de por medio Jesús y Magdalena, no queda otra que mostrarse trasgresor. Con ellos dos no van las formas políticamente, –ni religiosamente–, correctas. Quien se cargó el sábado y el templo, quien cantó las cuarenta a los mandones, quien miró de tú a tú a toda mujer, no sólo a su madre María, quien liberó de la marginación a leprosos y tullidos, quien rescató para la dignidad a pecadores y banqueros, quien a la hora de la verdad miró cara a cara al poder embrutecido del imperio sin dejar por ello de ser humilde cordero llevado al matadero; por un lado. Y por el otro, la otra; la que no esperó que la llamara, la que se coló sin atender si había o no venia para hacer lo que la salía de las tripas, la que se mantuvo siempre fiel y consecuente, la primera en recibir la gran noticia, la que luego consintió, (o permitió, qué más da), que se la tergiversara, manipulara, vituperara y finalmente ninguneara.
Con ese pedazo de hombre y esa enormidad de mujer, tejióse el Evangelio del Reino de Dios, la Buena Nueva, la auténtica, la que anda por ahí escondida, pero que sigue calentando tanto como este sol de julio, iluminando tanto como esta luna llena de hoy.

No lo entiende mal Joquín Sabina, tampoco lo canta deficientemente al ritmo que le pone Pablo Milanés. Que nadie nos oculte el sol, aunque sea el mismísimo Alejandro Magno; que tanta iluminación nocturna y tanta morralla no apague esa luna descarada. ¡Fuera estorbos!
Esta confesión de María Magdalena a sus compañeros varones en lo de ser Apóstoles de Jesús no consta en ninguna parte, pertenece al magín de una teóloga que me entusiasma, Dolores Aleixandre; bien pudiera ser reflejo de lo que en realidad pasó:
«Vosotros sabéis de mí que soy de Magdala y yo sé que conocéis los rumores que circulan allí sobre mi pasado. También imagino que, cuando no estoy presente, habréis preguntado al Maestro por qué ha aceptado en su seguimiento a alguien como yo.
A mí él no me ha llamado como a vosotros, pero yo vivía desgarrada y rota en mi interior, entregada a poderes extraños, y el encuentro con Jesús fue para mí el momento en el que mi vida comenzó a pertenecerme y en el que conseguí firmeza y seguridad. Sentí que por fin podía existir sin más, sin que el peso del juicio de otros me aplastara y sin que mis propios temores me retuvieran encadenada.
Vosotros le habéis seguido porque él os ha llamado, yo le sigo porque no existe ningún otro lugar en el mundo en el que yo pueda vivir, y lo sé con el mismo instinto que enseña a las golondrinas a seguir al verano».

Una ciudad vacía



Sábado con más de 34°C tengo forzosamente que acercarme al centro. Aunque todo está libre para aparcar, meto el coche en el garaje, más que nada por encontrármelo fresco a la vuelta. No sirvió de nada, estaba como un horno de asar pollos.
Había tan poca gente por las calles, que pensé que en ese mismo momento estaríamos ganando el bronce en natación solo técnico.
Paso de camino a casa por el super para reponer frutas y verduras, y casi estamos solos la cajera y yo.
Sin embargo en la Eucaristía había media entrada. ¡Qué raro! pensé, el sábado pasado éramos apenas treinta.
Al terminar el día, en la piscina, dos familias con niños, y otros dos más en la grande. Cerré plaza.
Al meter el coche en la cochera miro al olivo que trasplanté hace dos años y le veo algo alicaído. Tiene sed, me dije. Y le acabo de aplicar unos bidones de agua por goteo. Aquí sigo el método que se inventó Felipe, que esas cosas las bordaba. Se le hace un orificio en la base, y se mete un clavo atado con una cuerda a la boca. Al colocarlo junto al árbol se le acciona para controlar que salga agua a tu voluntad, gota a gota, un hilo fino, o un chorrete. La cuerda tensa mantiene el clavo en esa posición hasta que se acaba el contenido. Ya me gustaría tener a mano una foto, pero a estas horas creo que no va a ser posible; lo voy a intentar a ver qué sale.
Mañana comprobaré el resultado, aunque los olivos no suelen mostrar tan pronto sus sentimientos. En fin, espero que sea agradecido.
No es sólo la ciudad la que está vacía, también internet está ausente y las noticias que aportan los diarios están tan pasadas que se han secado del todo. Este calor no nos viene nada bien, nos encierra en casa o nos manda al extrarradio.



Añadido…
Compruebo, ya por la mañana, que el arbolito ha recibido buena dosis de líquido; pero continúo administrándoselo en previsión del día que comienza, que será tanto o más caluroso que el precedente. Aprovecho para sacar con mejores condiciones de luz el dispositivo casero marca "felipe", cuyos derechos no están registrados; son por tanto de libre disposición y uso.

A ritmo




Empecé por Los tiempos están cambiando, continué con El último vals y finalicé oyendo/tarareando La respuesta está en el viento. Sí, Bob Dylan me acompañó durante toda la mañana. Así limpié paredes y techo, oculté rayas y desconchones, di una mano a toda mi cocina… Está hecha “un cristo”, pero tendrá solución. Será a la tarde, porque ahora tengo hambre.
Tras la siesta todo coser y cantar, digo mejor, pintar y escuchar música. Pero el ritmo fue muy otro. Tocó a los Beatles y no paré hasta que Obladi, Obladá se encasquilló y en un bucle inocente me ayudó a parar… Es lo que tiene almacenar en iTunes versiones diferentes de canciones. Ahora a limpiar, primero las herramientas, después el resto de mi ajuar.
Cuando acabó el despacho de los viernes, me acerco a comentar con Toñi su excursión al Pirineo. ¿No reconociste el último ibón? ¿A que no? Balbuceé una explicación, pero ni me dejó terminarla. Es el ibón del Toro. ¿¡El ibón del Toro!? exclamé incrédulo. ¿De Remuñe hasta allá? ¡Imposible! Pues sí. Y claro con la explicación que dio, pudo ser. Es que ahora te suben en autobús desde Senarta hasta Besurta. De todas las maneras con el hielo que tenía era imposible identificarlo. (No digo que me rompió el ritmo que llevaba de todo el día, pero casi).
Luego en la piscina, a ritmo mantenido, perdí la noción del tiempo y me relajé hasta casi dormirme. Treinta y siete minutos no pensando, no deseando, no maquinando, sólo dejándome llevar…
Ahora es Gumi el que vocea en el silencio de la calle. Como no sea a la luna que está creciendo; porque ni perros ni gatos en lontananza.
Sola respira dulcemente en el alfeizar de la puerta, con la cabeza fuera y el cuerpo en el pasillo. Si no la llamo, se pasa así toda la noche. Hace una temperatura estupenda.
Ha sido un día con mucho ritmo. Y ¡qué ritmo! Lo malo será mañana. Tras despertarme tendré que buscar la ropa en la cocina, los cacharros en el despacho y las botas en el cuarto de baño. Luego, si no me da tiempo para poner un cierto orden, habré de buscar el material para preparar la liturgia del domingo que estará… pongamos que en alguna caja de las que llevé al salón parroquial. A todo esto la impresora aparecerá cuando descongestione un poco mi despacho, y espero que tenga papel. Y si tengo suerte, el frigorífico no habrá cambiado de lugar y podré comer. ¡Uf! ¡Qué alivio!
Lo que tengo claro dónde encontrarlo es el macuto para ir a la piscina.

De cómo un hervidor de leche devino en palmatoria


Ya me llego a la cocina. Lo cual quiere decir que ya tengo de vuelta más de media casa. Sólo son cuarenta metros, pero hay todo un mundo. O toda mi vida.
He podido comprobar que tengo casettes por un tubo, algunas desgastadas y otras aún con el envoltorio con que las compré. Libros, igual; unos muy sobados y otros apenas iniciados. Chiminiques de esos que se colocan aquí y allá unos cuantos, para coger polvo y recordarme a quienes me los regalaron. Y vídeos en formato VHS vírgenes y desvirgados, no sé cuántos. Ahora ya inútiles, porque todo el mundo nos hemos pasado al compact disc. Pelis, grabadas de la 2, de esas buenonas, en versión original subtituladas, que ya no espero volver a ver porque mi aparato feneció. Y fascículos que daban con el periódico, apilados pero sin encuadernar, también hay, también. Algunos son muy curiosos, como el que entregó el Norte de Castilla hace años, “Los dulces de las monjas”.
Y aún no me he metido con el dormitorio y mi armario ropero. Veremos lo que sale de allí. Lo he dejado para el final…
¡Cuántas cosas almacenamos para un por si acaso, que luego nunca llega! O si llegó, no se volverá a repetir.
El caso es que al desmontar un armario en la cocina, arribota y al fondo estaba el utensilio. Ya ni recuerdo cuándo lo utilicé por última vez, no por supuesto para lo que fue fabricado.
Lo adquirí estando en el pueblo. Allí unos vecinos me dejaban en el zaguán una botella de leche recién ordeñada, litro y medio, que contaba como uno. El medio era regalado. Así que después de cenar en casa de la patrona, ponía la leche en el hervidor y cuando salía el chorro por el tubo, mismamente como si fuese un surtidor, estaba hervida. Muchas veces me olvidaba de que estaba al fuego, y cuando caía en la cuenta tenía requesón. O un churrasco negro que tenía que levantar a golpe de cincel.
Cuando pasé a ser urbanita, el cazo terminaría, qué se yo, sirviendo para poner una planta por ejemplo; pero ese especie de embudo pasó a funcionar en caso de apagones. Tal como se ve en la foto, hace perfectamente de soporte para una vela, es decir, una palmatoria.
Muchas veces hubo que encenderla. Hubiera tormenta o simplemente fallo en la conducción. Entonces no éramos ni ciudad, y no sólo la calle estaba en tierra, tampoco había agua corriente, el alcantarillado era un proyecto a realizar, y de asfalto y autobuses si quería saber, había que ir hacia el centro.
En fin, que estoy pintando mi casa, y hasta que termine, todo está patas arriba. Menos yo, que estoy subido sobre la mesa de la cocina para trabajar mejor.

Esta cosa tan simpática es un cogepolvo que encontré encima de unos libros del cuarto de estar. Ahora está aceptable, pero cuando di con él era o parecía afro. Pretendió ser una alarma contra mi alto sentido de la jefatura. Creo que Laura acertó cuando me lo trajo. Se lo agradezco.

Mis barbas bien gracias, de momento


Llevaban sin venir casi un año entero. A J y C sus hijos no les dejan andar fuera de casa cuando el sol ya está escondido; dicen que ya son mayores para conducir a media luz. Así que dejaron esto por la parroquia vecina; llegan en un verbo por la ronda exterior, que además es de dirección única.
Por eso me extrañó verlos antesdeayer. ¿Vienes para que te felicitemos? La pregunté mientras la besaba. ¡Qué va! Es que no tenemos cura, le acaban de operar.
Ayer coincidieron con un habitual, que no tiene su problema, es decir, es más joven y sus hijos aún no le controlan. Al terminar se le acercaron y oí que le preguntaban si fue complicada la operación. Bastante, tenía muy interesado el intestino. Hablaban de M. El cirujano salió del anonimato y el cura quedó diagnosticado.
¡Vaya cosecha que tenemos esta temporada!
Supongo que J y C seguirán viniendo por aquí, al menos mientras M se recupera. No creo que haya nadie disponible para celebrar a diario la Eucaristía, que M es muy suyo y tiene puestos horarios imposibles.
En cuanto al cirujano descubierto habrá que seguirle la pista, siquiera para estar enterado del postoperatorio.
Si miro a mi alrededor tengo para pensar: L un derrame cerebral del que aún está saliendo, R un accidente que le retiró del todo,  A junto a mí recuperándose poco a poco… ¿Me voy a quejar por un simple dolor bucal?
Termino, que mañana tengo faena.

Una estrella fugaz desde mi sillón




Acaba de cruzar el cielo. La he visto a través del ventanal de mi cuarto de estar. Recién pintado y aún a medio recolocar mobiliario, libros y demás cachivaches, estaba probando la posición de mi sillón preferido, que coincide con el que Berto elige siempre para sus delicias. Ahora puede, porque Moli no lo monopoliza.
El caso es que levanté la vista y ¡zas! Visto y no visto.
Y ¿ahora qué hago? Lo reconozco, no sé qué hacer cuando veo una estrella fugaz. Algo me contaron alguna vez acerca de las cosas que son provechosas en tales circunstancias. Pero dado que mi manera de ser es la que es, y que no suelo mirar el firmamento en busca de tales fenómenos, he olvidado cuanto me dijeron.
Me pregunto si habrá tomado tierra o se habrá desintegrado. Casi seguro que esto segundo, de modo que no merecerá la pena salir mañana para intentar encontrar un agujero en la tierra, un árbol partido o un destrozo en cualquier trigal.
Dicen que una estrella fugaz es el alma de un recién nacido. Prefiero creer en la cigüeña. Y como lo que acabo de ver no tenía plumas, ni pico y patas largas, simplemente he corregido la posición de mi sillón en la dirección correcta.
Y así situado ante la vida, me da en pensar en las cármenes que marcaron mi niñez, no en vano ayer fue la Virgen del Carmen. Dos, sólo dos. Carmen “Mona”, tía abuela, inocente de toda inocencia, que me acunaba siempre que me llevaban a verla a la ciudad. Y tía Carmen, esposa de mi tío abuelo Álvaro, por la otra parte, zaragozana devenida a Tierra de Campos, que me llamaba “milangitos” y me dejaba trastear por su enorme casa solariega cuando se juntaba con mi madre para contar puntos del derecho y puntos del revés, mientras curioseaban tras los visillos lo que sucedía en el Sindicato.
Si la primera nació así, la segunda lo era por bondad, puritita bondad. Luego vendría otra inocente a la familia, pero eso ocurrió mucho más tarde, y no se llama Carmen, sino Mercedes. También la llamo tía y no es buena, es mejor.

He cambiado de inalámbrico


Mejor dicho, me han forzado a hacerlo. Resulta que ahora una batería nueva vale cuatro o cinco veces más que un modelo corrientito, como el que yo necesito. ¡Y que la encuentres!
Con el teléfono tengo poco trato. Apenas para recibir llamadas, porque llamar, llamo muy poco; o sea, nada. Pero ocurre que tengo unas parcelas que administrar demasiado extensas, y nunca, o casi nunca, llegaba a tiempo de levantar el auricular. Así que unido a que telefónica liberalizó el uso del aparatito, me informé y adquirí uno sin cable para poder llevarlo en el bolsillo mientras me desplazaba de aquí para allá. Gastaba una batería recargable rarísima, y creo que la renové un par de veces. Esta vez, la tercera, fue imposible. El soplido que dio la dependienta de los grandes almacenes me quitó de golpe todo el calor que llevaba. ¡Pero hombre de dios, si por la cuarta parte se lleva usted un aparato nuevo y más moderno! Así que volví a casa con una cajita y un teléfono dentro.
Estoy tratando de aprender a usarlo. Eso sí, lleva baterías AAA recargables. Pero de un tiempo a esta parte mi casa se parece mucho a un contenedor de basura de aparatos obsoletos: magnetofón de bobinas que trajo mi hermano de Alemania, magnetofón de casettes que me trajo Fernando de Canarias, video doméstico que compré en el Corte Inglés, maquinilla recorta barba, impresora a puntos, impresora de chorro de tinta, impresora laser estropeada justo al acabarse la garantía, quinqué modelo siglo XIX, olla exprés que heredé de mi abuela, batidora que ya no tiene reparación, ordenadores varios, televisores muchos; y menos mal que cuando cascó el aparatito de telefónica el operario se lo llevó al dejar el nuevo, no como con el disco duro externo roto, que ahí lo tengo porque no sé dónde tirarlo.
Cualquier día de estos alguien me denuncia por diógenes, y vienen los del ayuntamiento a hacer limpieza general.

Alfonso Álvarez Bolado




Me ha costado confirmarlo, pero he pillado dos lugares de Internet que se hacen eco de su fallecimiento. Uno para ponerlo a parir, otro para elogiarlo. Así está el mundo y así es la vida.
Valga como reseña breve de su biografía este texto de hace años copiado de 20minutos:
Alfonso Álvarez Bolado nació en la calle Gamazo de Valladolid el 15 de marzo de 1928; en octubre de 1937 entraron tres hermanos en el Colegio San José y pasó siete años haciendo todo el bachillerato y, aprobado el examen de Estado en julio de 1944, entró en el noviciado de la Compañía de Jesús de Salamanca en septiembre de 1944, donde realizó los estudios de Humanidades. En julio de 1948 fue destinado a la provincia jesuítica de reciente creación (Castilla Occidental), cursó tres años de Filosofía en Oña (Burgos) y al acabar fue destinado a hacer los estudios civiles de Filosofía en la Universidad Central de Barcelona (1951-1955). Cursó sus dos primeros años de Teología en la Facultad de Teología que los jesuitas tenían en San Cugat del Vallés (Barcelona) y los dos últimos en Innsbruck, donde se ordenó sacerdote el 26 de julio de 1958. En 1966 la Santa Sede le nombró consultor del Secretariado Pontificio para los no-creyentes, una de las instituciones más características de las fundadas en la secuencia del Vaticano II, y de 1967 a 1972 se hizo cargo como director del 'Instituto Fe y Secularidad' para el estudio del agnosticismo y del secularismo que por indicación del P. Arrupe se funda. Asimismo, en 1967 fue nombrado profesor de Historia de la Filosofía Moderna y Contemporánea de la Universidad Pontificia Comillas en Madrid, ocupación en la que se mantuvo 22 años, hasta su jubilación en 1995, a los 65. En 1998 fue destinado a la Residencia de los jesuitas de Valladolid, desde la que redacta sus escritos sobre la espiritualidad de la Compañía y en la Semana Santa de 1999 en Valladolid, Monseñor Delicado Baeza le encargó predicar el sermón de las 'Siete Palabras' del Viernes Santo en la Plaza Mayor.


Le tuve de profesor en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Comillas, y su palabra era profunda y su pensamiento abierto y orientador. Venía con aureola de erudito, y lo demostró. Su asignatura, no recuerdo su título, tenía que ver con la dimensión política de la teología o cómo hacer teología en la realidad que se está viviendo.
En lo personal puedo decir que se portó conmigo entrañablemente, cuando a mi padre le detectaron un cáncer y hube de ausentarme precisamente en plenos exámenes de junio. Ya no sé cómo fue la cosa, pero pude pasar su asignatura y estar junto a mi familia en aquella situación.
Muchos años después, en 2009, recibí una invitación del Colegio de Lourdes para participar en la Eucaristía con motivo de la fiesta en que se celebraba el 125º aniversario de su fundación. A las órdenes del arzobispo de entonces, don Braulio, nos juntamos antiguos alumnos que devinimos en clérigos. Como me topara con Álvarez Bolado entre los tales, le inquirí cómo así él, que era “jeringuilla”, estaba presente; “jeringuilla y babero”, me respondió. Parece ser que cursó por algún tiempo fuera del colegio San José y vino a parar al equipo enemigo.
Luego ya no volví a saber más de él, hasta hoy, con la noticia de su fallecimiento en Salamanca. Resulta extraño que personas que han tenido una larga trayectoria intelectual, una vez jubiladas, se convierten poco a poco en seres inexistentes, silenciosos, invisibles. A pesar de que Álvarez Bolado ha seguido trabajando en lo suyo, analizar la realidad y descubrir –y ayudar a hacerlo a otros– el sentido profundo que atesora, y su vinculación durante catorce años al Instituto Fe y Desarrollo de la Cía de Jesús en Valladolid, una vez que fue destinado a Salamanca hace cinco años como que había desaparecido.
Ojala su inmensa obra siga perdurando. Precisamente en ello estaba cuando le llegó la muerte, en organizarla y depurarla para ponerla a buen recaudo en el Archivo de la Cía en Alcalá de Henares.
A última hora encontré esta confirmación, oficial por supuesto, de la noticia: http://www.sjpucela.org/blog/item/1797-fallece-el-padre-alfonso-alvarez-bolado-a-los-85-anos-de-edad

Nunca es tarde si se trata de Pepe Velicia



A Velicia le han hecho ayer un homenaje. En su pueblo, Traspinedo, han organizado una exposición sobre su persona, “Memoria agradecida”, que durante dos meses va a recordarlo ante sus paisanos y gentes de los alrededores, porque en otros lugares ya le conocieron y disfrutaron de las Edades del Hombre que él se encargó de dirigir y administrar como comisario que fue.
A José le conocí tarde; fue a su tío a quien traté, porque don Enrique era el párroco de San Ildefonso, mi parroquia, cuando yo era un niño de la calle en la Plaza de las Tenerías. Entonces era parroquia de postín, con dos coadjutores y sacristán de toda la vida. Pero necesidades pastorales forzaron el destino de uno, José Ramos, a la parroquia de La Rubia; y la muerte del otro, Bernabé, aconsejó poner junto al anciano párroco a su sobrino como coadjutor. Así fue como José Velicia se hizo cargo de darle un aire nuevo a la histórica parroquia de San Ildefonso. Empezó por el templo y terminó por la pastoral del postconcilio. Luego vinieron otras tareas de responsabilidad, como Vicario de la Ciudad y Comisario de Las Edades del Hombre.
Por entonces Facundo Simón, Domicio Cuadrado, Miguel Ángel Baz y servidor –el Junior– nos juntábamos para reflexionar y dar forma a nuestras celebraciones y homilías dominicales en su misma casa, pero él curiosamente no asistía. Luego nos pedía alguna ayudeja, que no sé si aprovechaba o no, porque en eso no soltaba prenda.
El caso es que poco después me cedió los trastos de La Cañada que él había iniciado pero que no podía atender desde el momento en que le encomendaron desde las diócesis de Castilla y León muy serias responsabilidades.
Luego nuestra relación fue resultando variable sin flojear nunca a pesar de la distancia. Compartimos despacho con tabique de por medio cuando él me hizo asumir la Oficina de Obras de la Diócesis, más que nada para poner en orden el archivo de planos y fotos de los templos de los pueblos, que estaban manga por hombro, y orientar (?) a los curas cuando debían acometer alguna reparación en sus casas o en las iglesia a su cargo.
Finalmente, estuvo aquí con la papela de la mano, cuando se erigió esta parroquia oficialmente y a mí me nombraron párroco por cinco años prorrogables. Fue exactamente el 15 de agosto de 1984. De cuando vino a decirme que pusiera teléfono sólo puedo decir que llegó pronto y se marchó muy tarde. Y nos quedamos helados, porque el calor en esta casa entonces no se estilaba. Si ahora viera que nadamos en la abundancia, se echaría una sonrisa mientras mantendría la pipa a un lado de la boca.
El aviso de su enfermedad nos llegó a través de Laura, la recadera, la misma que también llegó con la noticia de la muerte de Nacho.
Ahora en el pueblo le homenajean a Pepe Velicia. No digo que sea un poco tarde, pero anda que no han tenido tiempo de hacerlo en los últimos dieciséis años…
Voy a aprovechar la tacada, y también contribuyo con mi aportación. Bueno, en realidad no es mía, sino de Toñi y Roberto. Me explico.
En el Pirineo que conozco, mayormente el de Huesca, hay tropecientos mil valles, y muchas más montañas. Pero si me pidieran que resaltara uno sólo, sin sudarlo diría: ¡Remuñe!
Es el que más me ha gustado, y en el que he disfrutado como un auténtico cosaco. Difícil, incómodo, agreste, no contaminado, empinado, y termina en el Portal de Remuñe con una panorámica que a mí siempre me corta la respiración y no me acuerdo ni del tiempo empleado ni si hay que volver a casa o reponer fuerzas o abrigarse. Desde allá arriba, en aquel paso entre montañas dividido en dos por una enorme roca, si miras para un lado ves el ibón blanco de Literola; si te das la vuelta toda la Maladeta y la enorme oquedad del ibón de Cregüeña. ¡Y siempre hay hielo por todo alrededor. A Moli no le gustaba nada estar allá arriba, aunque siempre que lo paseó de abajo arriba y viceversa disfrutó como sólo ella sabía corriendo tras las marmotas y demás animalillos. Nunca pudo con ellos, pero eso a nadie nunca le ha importado.
Sea esta mi pequeña contribución, gracias Roberto y Toñi por consentírmela, a mi amigo José Velicia. Él fue el ideólogo, inspirador, organizador, ensamblador, ejecutor y pedagogo de Las Edades del Hombre, antes de que se contaminaran y pasaran a ser objeto de consumo, de estrategias e intereses, de economía de altos vuelos y padrinazgos de aves de corral.




Las últimas, las que están peor sacadas, son de mi colección, y tienen fecha de agosto de 2001.