Sol y luna de julio


Noli me tangere, Correggio, hacia 1525. Museo del Prado
Hoy, veintidós de julio, me apetece escribir sobre dos asuntos que no sé de qué manera pueden estar relacionados, si es que hay entre ellos alguna conexión: María Magdalena y la luna llena. Porque hoy es la fiesta de la Magdalena, y la luna se colmata de luz a las 20,16 horas en Acuario.
Una cosa tengo clara: no voy a ser original en ningún sentido y sobre ninguna de estas dos cuestiones; hay tanto escrito, tanto comprobado y tantísimo inventado, que no me considero capaz de aportar novedad alguna. Sólo en este lugar, María Magdalena: ¿Santa, esposa o prostituta?, hay suficiente material como para acercarse a él con el fardel bien repleto de viandas, cepillo de dientes, orinal y saco de dormir. ¡Ah! y nada de pensar en poder mirar luego a la luna, porque ni tiempo, oye tú, ni siquiera un ratito.
De modo que me voy a poner un poquito en plan poético, comparando al sol y la luna, con Jesús y Magdalena. Sí, El Señor como el sol de julio en el centro del firmamento, y María de Magdala como luna llena que recibe su luz y la proyecta. ¿Que puede resultar noña esta pretensión? ¡Por supuesto! Y no sólo eso, sino también y además inútil, intrascendente, vacía, pueril y hasta meliflua. Por añadir adjetivos que no quede.
El caso es que estando de por medio Jesús y Magdalena, no queda otra que mostrarse trasgresor. Con ellos dos no van las formas políticamente, –ni religiosamente–, correctas. Quien se cargó el sábado y el templo, quien cantó las cuarenta a los mandones, quien miró de tú a tú a toda mujer, no sólo a su madre María, quien liberó de la marginación a leprosos y tullidos, quien rescató para la dignidad a pecadores y banqueros, quien a la hora de la verdad miró cara a cara al poder embrutecido del imperio sin dejar por ello de ser humilde cordero llevado al matadero; por un lado. Y por el otro, la otra; la que no esperó que la llamara, la que se coló sin atender si había o no venia para hacer lo que la salía de las tripas, la que se mantuvo siempre fiel y consecuente, la primera en recibir la gran noticia, la que luego consintió, (o permitió, qué más da), que se la tergiversara, manipulara, vituperara y finalmente ninguneara.
Con ese pedazo de hombre y esa enormidad de mujer, tejióse el Evangelio del Reino de Dios, la Buena Nueva, la auténtica, la que anda por ahí escondida, pero que sigue calentando tanto como este sol de julio, iluminando tanto como esta luna llena de hoy.

No lo entiende mal Joquín Sabina, tampoco lo canta deficientemente al ritmo que le pone Pablo Milanés. Que nadie nos oculte el sol, aunque sea el mismísimo Alejandro Magno; que tanta iluminación nocturna y tanta morralla no apague esa luna descarada. ¡Fuera estorbos!
Esta confesión de María Magdalena a sus compañeros varones en lo de ser Apóstoles de Jesús no consta en ninguna parte, pertenece al magín de una teóloga que me entusiasma, Dolores Aleixandre; bien pudiera ser reflejo de lo que en realidad pasó:
«Vosotros sabéis de mí que soy de Magdala y yo sé que conocéis los rumores que circulan allí sobre mi pasado. También imagino que, cuando no estoy presente, habréis preguntado al Maestro por qué ha aceptado en su seguimiento a alguien como yo.
A mí él no me ha llamado como a vosotros, pero yo vivía desgarrada y rota en mi interior, entregada a poderes extraños, y el encuentro con Jesús fue para mí el momento en el que mi vida comenzó a pertenecerme y en el que conseguí firmeza y seguridad. Sentí que por fin podía existir sin más, sin que el peso del juicio de otros me aplastara y sin que mis propios temores me retuvieran encadenada.
Vosotros le habéis seguido porque él os ha llamado, yo le sigo porque no existe ningún otro lugar en el mundo en el que yo pueda vivir, y lo sé con el mismo instinto que enseña a las golondrinas a seguir al verano».

No hay comentarios:

Publicar un comentario