Ya me llego a la
cocina. Lo cual quiere decir que ya tengo de vuelta más de media casa. Sólo son
cuarenta metros, pero hay todo un mundo. O toda mi vida.
He podido comprobar
que tengo casettes por un tubo, algunas desgastadas y otras aún con el
envoltorio con que las compré. Libros, igual; unos muy sobados y otros apenas
iniciados. Chiminiques de esos que se colocan aquí y allá unos cuantos, para
coger polvo y recordarme a quienes me los regalaron. Y vídeos en formato VHS
vírgenes y desvirgados, no sé cuántos. Ahora ya inútiles, porque todo el mundo
nos hemos pasado al compact disc. Pelis, grabadas de la 2, de esas
buenonas, en versión original subtituladas, que ya no espero volver a ver
porque mi aparato feneció. Y fascículos que daban con el periódico, apilados
pero sin encuadernar, también hay, también. Algunos son muy curiosos, como el
que entregó el Norte de Castilla hace años, “Los dulces de las monjas”.
Y aún no me he metido
con el dormitorio y mi armario ropero. Veremos lo que sale de allí. Lo he
dejado para el final…
¡Cuántas cosas
almacenamos para un por si acaso, que luego nunca llega! O si llegó, no se
volverá a repetir.
El caso es que al
desmontar un armario en la cocina, arribota y al fondo estaba el utensilio. Ya
ni recuerdo cuándo lo utilicé por última vez, no por supuesto para lo que fue
fabricado.
Lo adquirí estando en
el pueblo. Allí unos vecinos me dejaban en el zaguán una botella de leche
recién ordeñada, litro y medio, que contaba como uno. El medio era regalado. Así
que después de cenar en casa de la patrona, ponía la leche en el hervidor y
cuando salía el chorro por el tubo, mismamente como si fuese un surtidor,
estaba hervida. Muchas veces me olvidaba de que estaba al fuego, y cuando caía en
la cuenta tenía requesón. O un churrasco negro que tenía que levantar a golpe
de cincel.
Cuando pasé a ser
urbanita, el cazo terminaría, qué se yo, sirviendo para poner una planta por
ejemplo; pero ese especie de embudo pasó a funcionar en caso de apagones. Tal
como se ve en la foto, hace perfectamente de soporte para una vela, es decir,
una palmatoria.
Muchas veces hubo que
encenderla. Hubiera tormenta o simplemente fallo en la conducción. Entonces no
éramos ni ciudad, y no sólo la calle estaba en tierra, tampoco había agua
corriente, el alcantarillado era un proyecto a realizar, y de asfalto y
autobuses si quería saber, había que ir hacia el centro.
En fin, que estoy
pintando mi casa, y hasta que termine, todo está patas arriba. Menos yo, que
estoy subido sobre la mesa de la cocina para trabajar mejor.
Esta cosa tan
simpática es un cogepolvo que encontré encima de unos libros del cuarto de
estar. Ahora está aceptable, pero cuando di con él era o parecía afro. Pretendió
ser una alarma contra mi alto sentido de la jefatura. Creo que Laura acertó
cuando me lo trajo. Se lo agradezco.
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