Una apostilla antes de cerrar la puerta


Que digo que me han llamado para un trabajo, y empiezo el lunes. ¡Estupendo! Que digo que como dentro de un mes me meto con tu casa. ¡Muy bien! Que digo que a esas paredes, que están tan mal, será mejor darles sólo con el cepillo, porque si empezamos en serio hay que tirarla toda ella y volverla a construir. ¡Ya! Que digo que si lo hacemos sólo con blanco nos quitamos de problemas. ¡Lo que tú digas! Eres el profesional.
Esta conversación, que tiene un punto de “merlucez” –por eso del diálogo entre merluzos– tiene sentido y razón. Se trata de miguelito que ahora ya es mayor y tira de brocha con profesionalidad. Le encargué pintar todos los hierros del exterior de la propiedad, y luego me animé y le propuse que se pusiera a hacer lo mismo dentro de mi casa que fue blanca, pero ahora está gris.
Me precipité al hacer los cálculos y, a la vista de sus buenos oficios y a la oportunidad de que lleva sin trabajo ni se sabe, procedí a encajonar y trasladar libros y enseres, dejando mi choza prácticamente vacía. Ahora una de dos: o espero y aguanto el temporal, o procedo por mí mismo y tiro de brocha y pintura.
Mientras despejo esta ecuación de segundo grado que acaba de planteárseme, paso a publicar la actuación de antesdeayer de este grupo vocal de culto con que nos sorprendieron y deleitaron los de la asociación de La Cañada; que es que ni siquiera nos dijeron cual iba a ser el repertorio. Así que no me extrañó que Toti me dijera que estuvo bien, claro para la gente que entienda…
Youtube, por su parte, al tiempo que me iba felicitando con adjetivos y superlativos en progresión geométrica respecto al número de vídeos que alojaba en su sistema, ha estado ojo avizor para colocar anuncios sin palabras en todo cuanto le ha parecido, advirtiéndome que carezco de ciertos derechos, porque son propiedad de… y me envió unos nombres en inglés de USA que, porque en su momento apoquinaron dólares, tienen ya de entrada la partida ganada.
Como no molestan es preferible pasar de ellos y dejarlos que aparezcan; enseguida se quedan a media luz y es como si no estuvieran.
Tengo el gusto de presentar ante todos ustedes a Javiolín y a sus amigos y amigas que, por sorpresa, pero sin alevosía, nos ofrecieron una hora muy agradable de audición culta y a todas luces excesiva para nuestras humildes pretensiones. Es la primera vez que por estos pagos se oye cantar en vasco, gallego, italiano, inglés, además de, por supuesto, el nuestro, el castellano.
Un lamento: fui pillado por sorpresa, y la baja carga de la dichosa pila de la máquina me forzó a despreciar y no captar ni las introducciones sabrosonas del director del conjunto, Ignacio Nieto Miguel, ni los aplausos y los olés y los bravos que el auditorio dirigía tras cada pieza. No estaban solos, aunque lo parezca. Tampoco éramos demasiados. Sin embargo, los que estuvimos fuimos todo ojos y oídos para ellas y ellos. Con ustedes,
Coro Musicalia en concierto:


Viendo la vida pasar, y a junio irse de rositas



Mientras escribo esto me llega con toda intensidad el sonido de la música que acompaña el baile de los vecinos de La Cañada, que están de fiesta. Puedo imaginármelos girando como peonzas o saltando como pelotas o amartelados como palomas, según el ritmo del momento. Pero sobre todo, puedo imaginarme al disyoquei, porque de eso se trata, de música enlatada, mucho más barata que la otra, y mucho más práctica; aquí no caben explicaciones del tipo esa no la tenemos  en el repertorio o hace mucho que no la tocamos o no la conocemos; el tío trae un camión entero de cds y tiene toda la música que existe, ha existido y existirá. Llega, abre la compuerta, enchufa a la corriente y ya está todo dispuesto. Pero lo mejor de todo es el modo como se anima a sí mismo y jalea a los danzantes, es una gozada oírlo, ¡qué será verlo en vivo y en directo!
Así estaban…

Así quedaron tras la limpieza
Eso me hubiera hecho falta a mí esta mañana, que alguien me hubiera animado cuando, bajo el tórrido sol que daba en el patio parroquial, me dispuse a aligerar un poco el aspecto de las parras. No lo hice mal de todo, a la vista está. Incluso me dio tiempo a echarles polvos de pica pica, ese azufre en polvo que me enseñó a usar el bueno de Felipe, y que tan buenos resultados da contra el oidio. Si quieres uvas tener, echa azufre y déjalas arder. Es falso, pero resultón. Te hace sudar, porque necesita que el sol acompañe; limpia de hongos basura hojas y racimos.
Y ahí también están los brotes que espero no necesitar para regenerar la parra aquejada de yesca. Están sujetos al tronco para que no se los lleve un mal viento, que a buen seguro llegará con alguna tormenta de verano.
Ahorita mismo suena un pasodoble, y el buen señor se apoya con olés que él mismo se dirige. ¡Es todo un figura! Mañana me dirán que se lo pasaron bomba y no se perdieron ni un sólo compás, aunque en realidad las duelan las piernas y los ojos les brillen de falta de descanso.
Pero esto es un suponer, porque yo en realidad no lo estoy viendo, sólo me lo imagino. Y por lo mismo, también sólo me imagino, o no puedo ni imaginarme, lo que entenderán las personas que vengan a leerme, porque cada quien es muy dueño y señor de interpretarme como le de la real gana. Para eso existe libertad.
Quien no la tiene en estos momentos, libertad, soy yo, que estoy aquejado por un dolor de boca, –no sé en realidad qué me duele si una muela, dos o tres, o es la misma encía– que me tiene desde hace días a base de nolotiles, ibuprofenos y amoxicilina clabulánica cada cuatro horas hasta que vuelva de sus vacaciones Elena, mi dentista favorita.
Son circunstancias de la vida, que, en su discurrir, presenta novedades e imprevistos a los que hay que encarar como buenamente se puede. Yo, en estos momentos, como gato panza arriba.

Esta vez llegué a tiempo. Acto inaugural de las Fiestas 2013 de La Cañada



Sí, o fui diligente o fueron lentos de reflejos; el caso es que llegué antes de que comenzara la función. Me alegro tanto por lo primero como por lo segundo. Así que no me perdí nada de nada.
Empezó La Jose, Presidenta con todos los honores, dando la bienvenida a la concurrencia, presidida por la Junta Directiva de la Asociación y representantes ilustres del Excmo. e Ilmo. Ayuntamiento de Valladolid. Sus palabras están recogidas por algún lugar, así que no quiero repetirlo.
Tomó luego la palabra “Javiolín”, Francisco Javier Ferrero Rodríguez, porque es el pregonero de estas fiestas, y eso sí que lo pongo aquí, que lo grabé en vivo y en directo, sin reparos en editar de nuevo esta entrada en cuanto se me entregue el texto escrito, que según me han dicho está ya en camino por correo.
A continuación, se proyectó un corto recordando viejos tiempos, a base de antiguas fotografías de gente permanentemente joven que nunca dejaron de estar, a las duras y a las maduras.
Y luego la cosa se remató con la actuación del coro Musicalia, que nos deleitó con obras de gusto y sensibilidad. Pongo aquí el menú y, cuando pueda editar los doce vídeos, una pequeña muestra de su saber cantar (salvo que decida otra cosa a expensas de lo que me salga finalmente). Otra cosa no me es permitida, por razones de copirai. 
Repertorio utilizado por Musicalia en esta velada de inauguración de las Fiestas 2013:
01. D. Azurza, Birjiña Maite (Tradicional Vasca)
02. M. Oltra (1922), Es verdad, (sobre Textos de Federico García Lorca)
03. J. E. Moore, An Irish Blessing (Tradicional irlandesa)
04. B. García-Bernalt, Por entrar en tu cuarto (Folklore Musical Salmantino)
05. J. Busto, A tu lado (Habanera)
06. J. Busto, Esta tierra (Francisco Pino Poemas (1949)
07. E. Morricone, Gabriel’s Oboe
08. H. Willan, Rise up, my love
09. G. Rossini (1792-1868), Il Carnevale
10. L. Cangiano, Candombe de San Baltasar
11. O vosso galo comadre (Tradicional Gallega)
12. J. Johansen, Hear us, O Lord
Valga un pequeño reportaje…
Finalmente, toda la concurrencia se dirigió al lugar del refrigerio y dio buena cuenta de las viandas perfectamente preparadas. Pero esto es otra historia y no es para contarla.
Pero yo, esta vez, llegué a tiempo.

Con un municipal, nada de familiaridades



¡Caballero, ¿no ha visto ese semáforo? fue lo que me gritó aquel guardia, cuando esperaba que me riñera por circular por Miguel Íscar, en obras y cortada al tráfico. Curiosamente, el mismo que el jueves santo me reprendió por manipular el móvil mientras pedaleaba por Regalado camino de casa.
¡Cómo no había de verlo si estaba rojo bermellón! Lo que pasa es que había interpretado a mi manera, y, puesto que no había circulación de vehículos, me lo salté olímpicamente.
Me bajé para cruzar en la esquina del Banco de España y embestí calle de la Victoria hacia los soportales; y llegué sin más sobresaltos a casa de mi amiga; iba en plan obrero, había que armar un armario de esos que venden por piezas y debidamente empaquetado. Tiene todo, hasta plano de situación e instrucciones a seguir. Ah, también pesos y medidas.
El paquete de la izquierda pesa 49,3 kg. y el de la derecha 30,5 kg. Demasiado para el cuerpo
Lo primero que hice fue el desempaquetado. Tuve que desarmar camas y demás mobiliario, porque aquello exigía plaza limpia y espacio suficiente. Mi primera intención fue empezar por alguna parte, pero me la tragué y empecé a estudiar el plano. Así pude, siquiera por esta vez, ir con un poco de orden y acabar en el plazo convenido, más o menos.
No se trata de un exin castillos, ni de un mecano
Me sobraron piezas; no sé si porque venían de más, o porque me salté algún detalle, o porque se pasaron en seguridad y no hacían falta tantas.
Miedo me dan estos armarios que una vez construidos más vale no volverlos a reconstruir; quedan dañados para siempre. Son muebles de usar… y luego tirar.
¡Y pesan…! Abusan del aglomerados y del DM, que no lo ataca la carcoma y la polilla, pero son sólo papel y poco más.
He terminado cansado; manipular tableros tan grandes en un pequeño espacio es agotador. Cuando no das en la lámpara del techo, das contra la mesilla, o contra la puerta del pasillo, o mismamente contra las paredes.
Pero ahí está, todo hermosote, para ser usado desde ya, en cuando se seque la cola con que he asegurado los cajones.
Aquí cabe ropa por un tubo
Sí, esta vez no he interpretado las señales a mi manera, subjetivamente; me he atenido a lo que dicen, sólo mirando los pictogramas sin prejuicios ni ideas propias.
¿Seré capaz de no volver a las andadas?
Esta debería estar antes, pero va de últimas

El Canal del progreso



Visita por los lugares clave del desarrollo industrial del Valladolid del siglo XIX
Miércoles, 26 de junio de 2013, 20.00 h. Punto de encuentro: esquina del Puente Mayor con Las Moreras
Hitos: 1) El primer buzo de la Historia (vereda fluvial junto al Puente, río arriba) - 2) Cuando Valladolid soñaba con rascacielos (edificio Duque de Lerma) - 3) El Tren Burra (centro de la plaza de San Bartolomé) ­4) La harina, oro en la Meseta (hotel Marqués de la Ensenada) - 5) El Canal del progreso (dársena del Canal de Castilla).
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Me gustaría dedicar la visita de hoy a mi buen amigo y generoso maestro Fernando Rosell, que nos dejó el pasado sábado 22 de junio y cuyas cenizas reposan ya en el lecho del Canal de Castilla, como corresponde a una de las personas que más y mejor conoció y amó el Canal durante toda su vida. Él me enseñó cuanto sé a este respecto; lo mismo que ahora me atrevo a contaros. Él me ayudó a preparar esta visita. Le echaré mucho de menos. Nuevamente huérfana ...
Paz Altés
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El primer buzo de la Historia

El Pisuerga desde el Puente Mayor, río abajo

El Pisuerga desde el Puente Mayor, río arriba
Nos asomamos al pretil del Puente Mayor para localizar, con la vista, aguas arriba, el lugar exacto en el que Jerónimo de Ayanz mostró al rey Felipe III el funcionamiento de uno de sus inventos, que permitía a un hombre permanecer sumergido en el río durante un tiempo hasta entonces impensable. Era el 2 de agosto de 1602. El monarca se acercó al lugar a bordo de una elegante galera llamada “San Felipe”, mientras en la orilla los cortesanos y vecinos permanecían expectantes, y asistió a la demostración científica de Ayanz, que fue explicándole lo que ante él estaba ocurriendo: un hombre equipado con una rudimentaria escafandra, conectada al exterior mediante tubos flexibles por los que se insuflaba aire desde unos fuelles, se sumergió en las aguas del Pisuerga hasta una profundidad de 3 metros. Al parecer permaneció más de una hora sumergido y finalmente subió a la superficie por… aburrimiento.

El duque de Lerma se dirigió al rey, explicándole en qué consistiría el divertimento de aquella mañana. Según dijo, el comendador Ayanz, leal servidor que había desempeñado durante largos años puestos de la mayor importancia en las explotaciones mineras del Perú, afirmaba que un hombre podría mantenerse ilimitadamente bajo el agua hasta que le acuciara la necesidad de alimentarse, dormir o defecar.

Su Majestad escuchó con inusitada atención el discurso de su valido, y, al concluir éste, se giró hacia los doctores de la cámara.
-¿Es posible semejante hazaña, señores? -preguntó intrigado.
Arias y Ferrofino balbucearon algunas explicaciones sin saber bien qué contestar. Había precedentes históricos, como los modelos ideados por Leonardo Da Vinci, el ingenio de Juanelo Turriano o las escafandras diseñadas por Pedro Juan de Lastanosa; los busanos, u hombres buzo, desempeñaban su utilísimo oficio en la recuperación de los cargamentos de naves hundidas o en las explotaciones de coral en los territorios de ultramar. Pero aquellas invenciones siempre chocaban con un mismo problema, hasta la fecha irresoluble: la imposibilidad de renovar el aire que almacenaban en su interior, de modo que resultaba muy arriesgado mantener a un hombre bajo el agua durante un espacio de tiempo prolongado. Los científicos concluyeron que con los conocimientos y medios técnicos disponibles, la propuesta de Ayanz resultaba inviable.
El rey pareció aumentar su interés en el experimento, llamó al comendador y estuvo un rato hablando a solas con él. Luego llamó al duque y su protegido, don Rodrigo, que se aproximaron hasta el sitial que ocupaba. Para su sorpresa, les propuso una apuesta. Don Felipe ofertaba 1.000 escudos de oro a favor del éxito de la invención de Ayanz, de modo que ganaría si el hombre que se iba a sumergir bajo el agua era capaz de aguantar hasta que le ordenara subir a la superficie. El favorito aceptó la propuesta del rey, dando así comienzo el divertido experimento.
Todos parecían estar dispuestos a pasar una agradable jornada en el río, menos Urraca, que no estaba tan ufano. Era él quien se iba a jugar la vida sumergido bajo el agua, cuando ni siquiera sabía nadar. Si a ello añadimos la intimidación que infundía la proximidad del caprichoso rey y la expectación generada ante un espectáculo en el que iba a desempeñar, para su desdicha, un protagonismo crucial, resulta fácil entender que le invadiera un estado de nerviosismo casi paralizante.
Cuando Ayanz concluyó la supervisión de fuelles y tuberías, Urraca se enfundó el equipo de buceo, un pesado traje recubierto de varias capas de tela de lana y pellejo de carnero embreado que se ajustaba a muñecas, tobillos y cuello para conseguir la necesaria estanqueidad dentro del agua. El equipo se completaba con unas botas impermeables y la campana de buceo, en cuyo interior se renovaba permanentemente el aire gracias a dos grandes fuelles que se activaban desde el exterior.
Así vestido, temblando más de miedo que de emoción, se perdió el Urraca en las verdosas aguas del Pisuerga, mientras una orquestilla de chirimías, trompetas y tambores amenizaba la espera.
El doctor Arias había llevado precavidamente un reloj de arena que marcaba las medias horas, y lo volcó ante los ojos de don Felipe justo en el momento en que las poleas que manejaban Ayanz y Zubiaurre hundían la campana bajo la burbujeante superficie del río.
Al principio, cuando apenas habían trascurrido unos pocos minutos, Su Majestad parecía disfrutar de la escena, distraído con la animada conversación del duque de Lerma y la amenidad del lugar donde se ubicaba la finca de don Antonio. Pero cuando el doctor volcó el reloj iniciando un nuevo cómputo horario, se conmovió ante la suerte que pudiera estar corriendo la vida del muchacho sumergido.
Abandonando el sitial, se adelantó hasta el borde en el que los operarios manipulaban los ruidosos fuelles de respiración, y olvidando cualquier reserva de protocolo, preguntó a gritos al comendador:
-Decidme, caballero, ¿vivirá ese pobre zagal después de tanto tiempo bajo las aguas?
Ayanz no parecía estar sufriendo preocupación alguna, y sin perder de vista el funcionamiento del artefacto comprobando que no perdían aire las articulaciones de tubos y vejigas, respondió al rey casi sin darse cuenta de quién le hablaba:
-No tenga cuidado Majestad, que si hubiera muerto ahogado ya lo habría escupido el río. Respira, sin duda, pues hay flujo en las válvulas de escape, ¿lo puede ver?
En torno al gran tubo que alimentaba el compartimento estanco que formaba la campana de bronce, única parte visible del artefacto subacuático, brotaban de vez en cuando fugaces burbujas que atestiguaban tímidamente la certeza de la tesis del inventor. El emperador desconfiaba de que cualquier ser humano pudiera sobrevivir a semejante tortura, y juzgando suficiente el alarde del comendador, mandó subir el ingenio a la superficie. Cesó entonces la música de chirimías y tambores, y el gentío volvió sus ojos hacia el borde de la plataforma flotante en la que los sirvientes de Ayanz se afanaban girando las poleas que debían rescatar al valiente buzo, que todos esperaban ver muerto.
Al final del chorreante tubo apareció el techo de la campana, que arrimaron mediante unos ganchos hasta el pantalán, trascurriendo unos angustiosos minutos hasta que se consiguió dar holgura a la polea que debía elevar el ingenio hasta la superficie.
Resurgió entonces la estructura de bronce que albergaba en su interior al Urraca, cuya suerte de póstumo héroe parecía estar sellada. Ayanz y Zubiaurre se abalanzaron sobre la cámara casi sin dar tiempo a que los operarios la dejaran caer sobre el suelo, llamando a grandes gritos al Joven aventurero.
Ante la sorpresa de todos, apareció la figura desgarbada del novel buzo que, tras desembarazarse del intrincado engranaje de tubos que le impedía moverse y hablar, se arrodilló ante el rey.
Don Felipe III, en un gesto de humana simplicidad, sólo alcanzó a preguntarle cómo se encontraba, a lo que el Urraca, sobreponiéndose a la excitación del momento y la tiritona que atenazaba sus miembros, respondió:
-Majestad Católica, no habría querido yo salir afuera tan presto, pues por mi honor de cristiano viejo que bien pudiera mantenerme debajo del agua todo el tiempo que pudiese mi cuerpo sufrir la frialdad de ella y el hambre.
La respuesta agradó al rey, que inició un aplauso seguido de una atronadora ovación que se extendió desde el graderío de la orilla hasta las alturas de las ramas a las que se habían encaramado los curiosos más ágiles.
Ignacio Martín Verona, “La corte de los ingenios”


El artífice de este ingenio fue Jerónimo de Ayanz (Guenduláin, Navarra, 1553-Madrid, 1613). Otros de sus ingenios fueron: una bomba para desaguar barcos; una barca sumergible de madera, herméticamente cerrada y revestida de lienzos pintados de aceite, dotada de un sistema de renovación del aire y contrapesos para subir y bajar; un horno para destilar agua marina que se podía consumir como potable; balanzas de enorme precisión; molinos de rodillos metálicos que andado el tiempo se generalizarían dos siglos después; bombas de riego; estructuras de arco para los muros de contención de los embalses, etc.
Cerca de este paraje pero en la orilla opuesta del río, en el entorno del Palacio de la Ribera, otro ingeniero desarrolló el llamado “ingenio de Zubiaurre”, por haber sido ideado por Pedro de Zubiaurre y que permitía elevar agua desde el río hasta los jardines del palacio. Este inventó sí gozó de gran predicamento en su tiempo y permitió, entre otras cosas, mantener debidamente atendidos los regadíos y jardines de la “huerta del rey”.

Cuando Valladolid soñaba con rascacielos

Edificio "Duque de Lerma" y la fábrica de harinas "La Perla"

Donde en tiempos de Felipe III se alzara el Palacio de la Ribera (propiedad de don Francisco de Sandoval y Rojas, I duque de Lerma) dominando desde allí toda la “huerta del rey”, comenzó a construirse en 1970 el edificio “Duque de Lerma”, con idea de que sirviese como hotel. Sin embargo, las obras toparon pronto con dificultades e indefiniciones urbanísticas que fueron retrasándolas, hasta su total abandono. Tras décadas de desidia y desinterés por el edificio, en 1997 se consiguió desbloquear y reactivar la construcción y, a finales de 1999, el “Duque de Lerma” fue inaugurado, casi 30 años después de la colocación de su primera piedra.
El “Duque de Lerma” es un auténtico “rascacielos”, para lo que se estila por estas latitudes. Tiene 88 metros de altura, 24 plantas (más 3 de garaje) y es el edificio más alto de Valladolid. Su estructura es metálica, con piezas oblicuas que impiden que el armazón se deforme. En la edificación se emplearon 700.000 kilos de acero. En su exterior predominan el granito y el vidrio. Durante años, El “Duque de Lerma” fue una de las imágenes más reconocibles de nuestra ciudad. Sus fachadas lucieron durante décadas proclamas y pintadas que todos recordamos: “0,7% YA”, “OTAN NO” o “BASES FUERA”.
Hubo un tiempo de desorientación colectiva en el que la ciudad de Valladolid soñó con rascacielos, convencida de que en ellos (en lo que representaban) estaba el futuro. Ahora sabemos que no es así, ¿cierto?

El Tren Burra

Última máquina del "Tren Burra"

Encerrada para protegerla

Ni siquiera respetan a la máxima autoridad municipal

El tren de vía estrecha que unió desde 1884 las localidades de Valladolid y Medina de Rioseco, y que los vallisoletanos bautizaron cariñosamente como “Tren Burra” (por sus notables diferencias con el AVE… ) estuvo en funcionamiento hasta el 10 de junio de 1969. El tren efectuaba dos paradas en la ciudad: en la Estación de San Bartolomé y en la Estación del Campo de Béjar (en la calle de Gabilondo, cerquita de la Estación del Norte); y, además del transporte de viajeros, su principal cometido fue el transporte de cereal, productos de regadío y piedra, fundamentalmente.
Se trataba de una unidad ferroviaria a vapor y su última locomotora se exhibe en la plaza de San Bartolomé, en su recuerdo, a escasos metros de donde se erigiera la Estación de San Bartolomé, primera de las “bases de operaciones” de este singular ferrocarril gestionado por la Compañía del Ferrocarril Económico. El tren recorría un total de 40 kilómetros, distancia que solía tardar en cubrir 1 hora y 30 minutos.
Al margen de consideraciones sentimentales inevitables, lo cierto es que el enlace del Tren Burra con el Canal de Castilla y con la Estación del Norte, en la capital vallisoletana, fue durante mucho tiempo una gran oportunidad de expansión comercial para la comarca de Torozos.

La harina, oro en la Meseta

Fuerza motriz de la fábrica "La Perla"


Lo que hoy es un hotel de cinco estrellas fue desde mediados del siglo XIX la flamante fábrica de harinas “La Perla”. El edificio fue levantado en 1841, aunque está íntegramente tematizada al estilo del siglo XVIII; el siglo en que vivió Zenón de Somodevilla y Bengoechea, marqués de la Ensenada (1702-1781), político español principal mentor de la construcción del Canal de Castilla, que da nombre al establecimiento. En 1912, las instalaciones sufrieron un gran incendio, tras el que fueron reconstruidas en su totalidad, de forma tan sólida que la fábrica pudo permanecer abierta hasta el año 2004.
La fuerza motriz de la fábrica provenía del Canal de Castilla y por eso, en la planta sótano del edificio, existe un túnel de entrada del agua que mueve las turbinas. La fábrica tenía 3 plantas, la cubierta era de teja plana a dos aguas, sujeta sobre cerchas de madera que se conservan en perfecto estado. Los almacenes de grano (hoy, restaurante del hotel) y harina (zona residencial del hotel) se situaban perpendicularmente al cuerpo de fábrica.
La industria harinera fue uno de los sectores decisivos para el despegue económico castellano en el siglo XIX. En unos poco años, Valladolid vio nacer un significativo grupo de fábricas de harinas en el término municipal: “La Perla”, “La Rosa”, “La Flor del Pisuerga”, “El Palero”, etc. La llamada “burguesía harinera” contribuyó a la reactivación económica de la ciudad y, sin duda, se vio muy beneficiada de la posibilidad de transporte de mercancías que ofrecía el Canal de Castilla y que les permitió plantearse la exportación del producto desde los puertos del norte.

El Canal del progreso

Desembocadura del Canal de Castilla al Pisuerga

Desagüe del Canal hacia el Pisuerga

El Canal de Castilla es producto del pensamiento ilustrado que creía y confiaba plenamente en el poder del progreso a través de la ciencia positiva. En 1751, el rey Fernando VI, aconsejado por el marqués de la Ensenada, decidió abordar la mejora de las comunicaciones del interior del país. Tras muchos estudios y análisis, entre 1753 y 1849 (¡casi un siglo!), se procedió a la construcción del Canal de Castilla. Las obras conocieron muchas incidencias e interrupciones; los recursos económicos escasearon la mayor parte del tiempo; y a todo esto hay que añadir los sucesos bélicos por los que atravesó el país durante el período (Guerra de la Independencia).
El principal ingeniero responsable del diseño y construcción del Canal fue Carlos Lemaur, bajo la supervisión de Antonio de Ulloa.
La navegación y el consecuente transporte de mercancías, junto al riego, fueron las principales utilidades del Canal. Las barcazas eran arrastradas por mulas que iban por los caminos de sirga, paralelos a las márgenes del Canal.
El trazado del Canal tiene forma de y invertida, con un recorrido de 207,5 kilómetros, un desnivel de 170,5 metros, de 11 a 22 metros de anchura de cauce y de entre 1,80 y 3 metros de profundidad. A lo largo de su trazado se insertan numerosas obras de ingeniería, como acueductos, acequias, puentes, molinos, dársenas, presas y, lo más característico, las “esclusas”.
Las “esclusas” son el mecanismo mediante el cual el Canal salva los desniveles del terrero. En el Canal se contabiliza un total de 49 esclusas. Cuando una barcada se aproximaba a la esclusa, los empleados del Canal (escluseros) preparaban la maniobra necesaria en cada caso.
Si la barcaza tenía que “subir”, cerraban las compuertas superiores y dejaban abiertas las inferiores; la barcaza entraba en el vaso de la esclusa y tras ella se cerraban las compuertas inferiores; entonces, el vaso se llenaba de agua, hasta que la barcaza alcanzaba el nivel deseado; se abrían las compuertas superiores, la barcaza salía del vaso de la esclusa y seguía camino.
Si la barcaza tenía que “bajar”, se procedía de igual forma pero en sentido inverso.
El Canal tenía y tiene 3 ramales: Norte, Campos y Sur.
El ramal Norte nace en Alar del Rey (Palencia), toma sus aguas del Pisuerga y llega hasta Ribas de Campos (Palencia).
El ramal de Campos inicia su andadura en Ribas de Campos, toma aguas del Carrión, para morir en la dársena de Medina de Rioseco.
El ramal Sur toma sus aguas del ramal de Campos en Ribas de Campos y finaliza en Valladolid capital. Este ramal “llegó” a Valladolid en 1835.
El Canal de Castilla fue declarado Bien de Interés Cultural, con categoría de “Conjunto histórico”, en 1991; y, en nuestros días, es un reclamo turístico de gran atractivo y un corredor verde de gran valor medio­ambiental. Sus caminos de sirga, reconvertidos, permiten hoy la práctica del senderismo y el cicloturismo, de forma muy cómoda y agradable.
Monumento en la zona ajardinada del desagüe del Canal



Dársena del Canal

Almacenes de la Dársena

Compuerta del desagüe






El Canal entre La Victoria y la Cuesta de la Maruquesa


Ahora sólo nadan ellos en el Canal

Granjas de los operarios del Canal

Pasaban de las diez y media y volvíamos de regreso por la antigua pasarela sobre el Canal

Vieja báscula, único recuerdo de Textil Castilla, en la calle Manuel López Antolí

Saber esperar



Esta es una lección que he tardado mucho en aprender. Posiblemente sea mi último logro. Porque de natural soy precipitado. Más, diría yo, por eso me ocurre que antes que mandar hacer algo, lo intento hacer por mí mismo. Y así me han salido tantas cosas…
No es que “amo pobre no necesita criados”, que en mi caso es real. Es que pienso: tengo que buscar a alguien que lo haga; que el resultado sea de mi complacencia; que no tarde demasiado; que no abuse a la hora de decirme tanto es… Y que al final tengo algo, pero no es mío porque sólo he pagado por ello.
Ocurre que disfruto mientras pienso las cosas, ideo cómo hacerlas, sopeso posibilidades y alternativas, miro ocasión y tiempo, busco materiales nuevos o reciclados… en fin, que en los antecedentes ya hay gozo. Haciéndolas me siento bien y no entro en malos pensamientos, y sigo gozando. Y concluidas, gozo mirándolas y sabiéndolas mías del todo.
Esto en particular debo agradecérselo a la naturaleza. A la mía en concreto y en primer lugar; así me nacieron y así he ido haciéndome. Y a la otra, la de mi alrededor, que tiene su ritmo y hace las cosas que tiene que hacer en su momento y ni antes ni después, por muchas prisas que le metan.
Es el caso, por ejemplo, de esta clivia que ha pasado el año entero en la ventana de mi cuarto de estar y de trabajo. Florecida, me he permitido trasladarla de lugar siquiera para que lo vista y honre como se merece. Y ahora está a la vista de todo el personal.
O también de este anthurium, del que hablé hace más de dos años; su sueño ha terminado y justo ahora empieza a desperezarse. También está en lugar señalado, porque se lo merece, porque nos lo merecemos.
Como dice una canción infantil de mi amigo José Luis Saborido, “Sabo”, las cosas te enseñan si sabes mirar. Yo he tenido que aprender a mirar, primero; eso lleva su tiempo. De modo que dejarme enseñar, que vino después, recién acabo de hacerlo.
Así que, aunque yo tenga mucha prisa, por favor ¡no apechuguen!

Una cistus ladanifer en el pinar


Llevamos muchos años encontrándonos diariamente en la madrugada. Y por estas fechas, florece. Más conocida como jara pringosa, resulta rara verla por aquí. Ni pizarroso ni granítico, sino suelo arenoso; aunque conviva con encinas y pinos. Sí, es extraño, pero ahí está, diciéndome “hola, buenos días”, “adiós, hasta mañana” un día sí y otro también.
Quise fotografiarla el día de San Juan, cuando abrieron sus flores, pero me olvidé de la máquina, y ha tenido que ser al día siguiente, ayer.
Curiosamente a la ida el sol aún estaba bajo y no le llegaba, pero a la vuelta sí, de modo que las flores estaban abriéndose a su luz a pesar de que el aire del norte era frío más de marzo que de junio. Fue entonces cuando tiré de máquina, y esto es lo que me traje:



De paso también vino conmigo el sendero que Sola ya conoce perfectamente, tras recorrerlo durante más de cuatro meses. Está resequido, porque aquí la lluvia, aunque sea abundante, deja poco rastro y enseguida el terreno se vuelve seco y secante. Pero a la vista está que ha estado frondoso el paisaje, y que si no se ha comido la pequeña senda algo tendremos nosotros que ver, que vamos por ella en procesión tanto al ir como al venir.

Y los cicloturistas, que ya han vuelto a aparecer por aquí con sus equipos todoterreno y sus máquinas buldózeres en orden de batalla.
Volviendo a la jara, he de decir que al contrario de las que he visto por tierras más del sur, Ávila, Salamanca y Cáceres por ejemplo, esta no pringa; es posible que el diferente clima no le permita aquí tener ese como aceite que recubre sus hojas y embadurna todo lo que se le aproxima. Yo se lo agradezco, porque así no tuve que alejar el sendero de su lado cuando lo comencé a abrir hace casi quince años. Y también porque, a pesar de ello, su presencia evoca mis paseos por la vertiente sur de Gredos, senda del emperador incluida, el Valle del Jerte, la Vera, las Hurdes, la sierra de Gata y la sierra de Guadalupe.
Por cierto, si usted, amable persona lectora, gusta de la miel, pásese por Las Mestas y llame en cualquier puerta, le invitarán a degustar la mejor del mundo. 

Hasta los pinares conocen su fama



Reconozco que no es frecuente que suceda esto, pero ha ocurrido. Sí, ayer por la mañana pude comprobarlo.
Lola era una chavala chisposa, que llegó hace unos años con su familia a vivir por esta zona. Ella y su compañero eran muy jóvenes, pero aún así ya tenían tres churumbeles. Eran bien diferentes, me refiero como pareja. Pero parecían acoplados y en equilibrio.
A poco pidieron matrimonio, y lo lograron. Luego apuntaron a sus hijos mayores, uno y una, a catequesis y así les fuimos conociendo. Y ellos a nosotros, supongo.
Pasó el tiempo, aquello se desgajó en parroquia nueva, dejamos de tratarnos y de vernos, y se convirtieron en ajenos. Hasta que años después llegó ella sola con el pequeño para hacer la primera comunión. ¿Sin catequesis? Urge, fue la respuesta. El tono no dio pié a réplica, y cedimos.
De nuevo pasó tiempo. Un día volvimos a verla, ella sola y dos perros, haciendo futin a temprana hora entre los pinos. Hola, hola. Cuando nosotros íbamos, ellos volvían. O viceversa. Así que pocas palabras cruzamos, ni siquiera para interesarnos por la familia y los trabajos.
Hoy, casualidad, concluíamos casi a la par el recorrido. Nosotros al paso, ellos a la carrera. Que digo que os dejo sobre el parabrisas unos libros para vosotros. Es que trabajo en una editorial.
Cuando llegamos al corsa ellos ya estaban lejos. En efecto, sobre el cristal delantero había dejado dos ejemplares de este libro de Bergoglio. De modo y manera que la fama del papa Francisco ha llegado ya hasta el Pinar de Antequera. ¡Qué autoridad!

¿Que qué es de Lola? Mañana, si coincidimos, la paro, la pregunto y espero a que recobre el aliento para responderme. Es que va a toda leche. Por cierto, su pastor alemán es una preciosidad.

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