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Mejor que los venenos



El otro día cuando hablé de los topillos, esta fotografía me llamó la atención. ¡Vaya caja! me dije. Tengo que investigar…
Y ya lo he hecho, claro que con un poquito de ayuda.
Del cuaderno de una bióloga he tomado estas imágenes que explican cómo se usan:
Cajas sin montar y cebo: pan untado en aceite
Cajas montadas con el cebo colocado en su interior
Para ver más en detalle sus características, me han proporcionado estas otras imágenes:






Como en el toreo sin muerte o en la captura y suelta, no se trata de acabar con una vida; este aparato no es trampa mortal, sino cepo temporal para el estudio y control de esos animalillos que pululan por el campo.
Ya me imagino al pobrecillo, luego de pasar inocentemente por esta clausura no buscada, respirar aliviado diciendo "de buena me he librado".
Tengo que preguntar a Bienve si él se siente prisionero en su jaula. Para mí que no, que más parece caballero en su castillo, castellano que dijera don Quijote. Cada vez que me aproximo, y ahora mismo acabo de hacerlo para reponerle el mijo que devora ansioso, arremete contra mi mano pico en ristre. Ya conozco y sé de sus caricias. Por lo demás, nos llevamos bien. Incluso me saluda jubiloso desde su atalaya cuando aparezco por la mañana en la cocina.
Esto de los cepos, inevitables al parecer, los sufrimos todos los animales, no importa qué plumaje gastemos; la libertad es peligrosa y no nos conviene en demasía. Por eso también los bípedos implumes pasamos controles y sufrimos redadas, nos cachean y documentan, nos someten bajo el arco o sencillamente nos espetan sin consideraciones ¡circulen!
Siempre podremos rebelarnos en nuestra intimidad, en el reducto inexpugnable donde a solas con nosotros mismos da igual que lloremos, pataleemos o gritemos. Yo ahí prefiero confiarme, ya que buena gana de morir antes de tiempo. Y sería perder la vida, olvidar toda esperanza.
Aprovecho para colocar aquí el salmo 124, –y puede que no venga a cuento– que dice:


Si Yahvéh no hubiera estado por nosotros,
     —que lo diga Israel—
2si Yahvéh no hubiera estado por nosotros,
     cuando contra nosotros alzáronse los hombres,
3vivos entonces nos habrían tragado
     en el fuego de su cólera.

4Entonces las aguas nos habrían anegado,
     habría pasado sobre nosotros un torrente,
5habrían pasado entonces sobre nuestra alma
     aguas voraginosas.

6¡Bendito sea Yahvéh que no nos hizo
     presa de sus dientes!
7Nuestra alma como un pájaro escapó
     del lazo de los cazadores.

El lazo se rompió
     y nosotros escapamos;
8nuestro socorro en el nombre de Yahvéh,
     que hizo cielos y tierra.

El veneno está servido



Suena muy mal, pero es la pura verdad. Según acabo de informarme, los agricultores pueden pasar a por su ración para combatir y exterminar a los pequeños roedores que ponen en peligro sus haciendas y cosechas.
Aún no se han apagado los fuegos de aquellos incendios pasados, en los que se sembró nuestro campo de productos químicos para acabar con la plaga de topillos, y he aquí que avisan de una nueva cruzada. Esos animalillos han vuelto a las andadas, y hay que reducirlos.
En algún almacén particular, panera o similar, me consta que hay cantidades industriales de producto apilado no se sabe para qué. En condiciones inapropiadas, constituyendo un peligro serio para la salud animal de todas las especies, sacos y sacos dormitan, porque se dieron entonces a manos llenas. Había que contentar los ánimos y cerrar bocas; y de paso asegurar votos.
Otra vez se va a proceder al reparto. A mí déme cuarto y mitad. Yo quiero tres quintales. Me sirva unas toneladas… Lo que usted guste, es gratis.
Ya no paseo por el pinar. Está muerto. Ahora lo hago por la acera encementada y en cuanto puedo piso el césped, que abunda en mi ciudad, donde no escasea el agua. Así me imagino que sigo vivo, aunque el tandem Gumi & Berto confundan gatos con liebres y conejos.
Y eso que estamos en crisis. Cuando vuelva la abundancia, esto va a ser la repanocha.

¡Ventiladores fuera!



Largo ha sido este verano climatológicamente hablando. Pero todo se acaba en esta vida, y ayer tocó retirar los ventiladores que al grito de ¡una de ventiladores! había colocado el pasado dos de julio.
Si es verdad que empezamos tarde a utilizarlos, también es cierto que hemos aguantado con ellos adentrado el otoño. Pero ha cambiado el tiempo, y ahora hay que empezar a preparar la calefacción. Llega el tiempo de los radiadores.
Así que de mañanita, sin prisa pero sin pausa, he desmontado uno por uno cada artefacto y los he colocado en el trastero, en el último rincón, para que no estorben y estén listos si el verano del año que viene exige volver a instalarlos.
Vuelve a estar el templo parroquial desnudo de cachivaches y con lo justo y necesario para nuestras cosas. Lo que no se usa termina por estorbar, y ahora van a hacer falta calorías, no frigorías; aire caliente, no buenos aires.
De todas las maneras, no hay prisa por encender aún la caldera. Por aquí somos muy ardorosos, y, puesto que no tenemos a la entrada del recinto servicio de guardarropía, es mejor que la temperatura sea la justa, así no se llenan los bancos de gabanes y otras prendas de abrigo, que el personal se quita de encima en cuanto empezamos con el canto inicial.
Además, estas cosas hay que utilizarlas en su justa medida. Excesos de ventilación en verano o de calefacción en invierno, además de hacernos incómodo estar, son una contribución inútil e innecesaria a la contaminación que ya tenemos en nuestro medio ambiente. Europa, dicen los expertos, enferma por respirar aire sucio, dañino. Y, aunque somos ciudadanos de las afueras, mucho nos toca del 90% de la población que peor lo tiene por vivir en ciudades.

Me gustaría terminar ahora como otras veces, con una moraleja. Pero no se me ocurre ninguna. Sólo un chascarrillo tontorrón, si se me permite. Al ver el amasijo de ventiladores en aquel rincón de arriba de la nave almacén, me acordé de cuando fui cura rural; en un aparte de los bajos de la torre de la iglesia, lleno de polvo y de telas de araña, había un pequeño ejército de santos, unos enteros y otros con faltas, que dormían el sueño de los justos, a la espera de que alguno de los que estaban en uso se estropease o fuera solicitado para algún otro lugar. Aquí como no tenemos de eso, no necesitamos repuesto.


He cambiado de inalámbrico


Mejor dicho, me han forzado a hacerlo. Resulta que ahora una batería nueva vale cuatro o cinco veces más que un modelo corrientito, como el que yo necesito. ¡Y que la encuentres!
Con el teléfono tengo poco trato. Apenas para recibir llamadas, porque llamar, llamo muy poco; o sea, nada. Pero ocurre que tengo unas parcelas que administrar demasiado extensas, y nunca, o casi nunca, llegaba a tiempo de levantar el auricular. Así que unido a que telefónica liberalizó el uso del aparatito, me informé y adquirí uno sin cable para poder llevarlo en el bolsillo mientras me desplazaba de aquí para allá. Gastaba una batería recargable rarísima, y creo que la renové un par de veces. Esta vez, la tercera, fue imposible. El soplido que dio la dependienta de los grandes almacenes me quitó de golpe todo el calor que llevaba. ¡Pero hombre de dios, si por la cuarta parte se lleva usted un aparato nuevo y más moderno! Así que volví a casa con una cajita y un teléfono dentro.
Estoy tratando de aprender a usarlo. Eso sí, lleva baterías AAA recargables. Pero de un tiempo a esta parte mi casa se parece mucho a un contenedor de basura de aparatos obsoletos: magnetofón de bobinas que trajo mi hermano de Alemania, magnetofón de casettes que me trajo Fernando de Canarias, video doméstico que compré en el Corte Inglés, maquinilla recorta barba, impresora a puntos, impresora de chorro de tinta, impresora laser estropeada justo al acabarse la garantía, quinqué modelo siglo XIX, olla exprés que heredé de mi abuela, batidora que ya no tiene reparación, ordenadores varios, televisores muchos; y menos mal que cuando cascó el aparatito de telefónica el operario se lo llevó al dejar el nuevo, no como con el disco duro externo roto, que ahí lo tengo porque no sé dónde tirarlo.
Cualquier día de estos alguien me denuncia por diógenes, y vienen los del ayuntamiento a hacer limpieza general.

Yo contamino. ¿Qué puedo hacer?

http://es.catholic.net/catholic_db/imagenes_db/familia_y_vida/austeridad1.jpgLa educación que he recibido me inclinó hacia la austeridad. Tanto en mi casa como en los lugares donde residí desde pequeño, vivir con lo indispensable era la norma. Nada de lujos, sólo lo escueto y poco más. No era por escasez, sino por convicción.

Así pues, usar lo imprescindible aun teniendo de sobra, sigue siendo mi forma de ser y de hacer. No es una cuestión moral, no se trata de una vida “sacrificada” en el sentido más tradicional, y tampoco incluye desprecio o minusvaloración de otras maneras de entender las cosas y de utilizarlas.
http://www.irreverendos.com/wp-content/uploads/2006/12/consumo1.jpg
Uso las cosas hasta que se gastan. Y mientras duran, no uso otras, no las adquiero, no me las procuro. Y a mí las cosas me duran…

Pongo un ejemplo. En mi vida, 62 años, he tenido tres coches. El simca mil ya usado que recibí de mis padres y que me acompañó aún durante ocho años. El R-6 que estuvo conmigo más de veintitrés. Y el corsa que ya está a mi lado cinco años recién cumplidos. Con los tres he disfrutado de mis viajes, ninguno de ellos ha limitado mis posibilidades, en ningún momento deseé tener otro en su lugar. Los que cayeron, lo hicieron con las botas puestas, en uso, pero sin repuestos.

Poner más ejemplos me sería fácil, pero ahora no, que quiero hablar de otra cosa. A bote pronto y por lo simple: repaso los calcetines, recojo los bajos gastados de los pantalones, vuelvo los cuellos de las camisas o los dejo tipo mao, etc.

La razón fundamental para cambiar de un vehículo a otro fue el consejo de los que me decían que si no me preocupaba el medio ambiente, que esos motores aunque funcionasen, manchaban, perdían aceite, consumían más de lo razonable y emitían gases nocivos. Esa fue la auténtica razón, y no otra.

Sí, estoy preocupado por el mundo que habitamos, veo lo que hacemos con este planeta y cómo se va deteriorando a pasos agigantados. Incluso tengo miedo de que esos avisos de un futuro apocalíptico no se refieran a la vida de otros, sino a la mía propia. Sí, sí estoy preocupado porque lleguemos a tener escasez de agua, de aire respirable, de campo libre para pasear, de comida que llevarnos a la boca, de energía renovable o no para calentarnos, enfriarnos o cocinar, pongo por caso.
http://www.ingurumena.ejgv.euskadi.net/r49-8752/es/contenidos/informacion/pnegras/es_hezk/images/altos%20hornos.jpg
Ayer coloqué aquí un artículo que tomé de Alandar, -una revista muy chuli que recibo desde que se empezó a publicar-, sin retoques, tal cual: “Aunque no imprimas, contaminas”. Contiene una información que desconocía.

Aprendí a escribir a máquina por el método ciego bien pronto en la pequeña portátil olivetti doméstica, y ya entrado en faena adquirí una olimpia, también portátil. Eso sin contar mis escarceos en la underwood de un tío estudioso. De ahí pasé al ordenador y la impresora. Primero un spectrum y una máquina con cinta, en los medios ochenta. Y luego a mac, con impresora de puntos, una enormidad de cosa que abultaba y rugía como una locomotora. Luego vino el chorro de tinta con otro equipo algo mejorado. Así estuve hasta hace casi tres años -y porque me obligaron a enchufarme a internet, que yo estaba la mar de a gusto- en que merqué este que ahora tengo, imac. Con él vino una serox phaser 6110-MFP, carísisma, que me ha dado guerra a más no poder, y que se ha desbarajustado hace nada y la tengo que tirar. Ahora estreno una samsung, también multifunción, que siendo muchísimo más barata, tiene un canon por contaminación exactamente la quinceava parte que la serox.

Al decirme el vendedor lo del canon me caí de burro, porque me enteré que estaba contaminando por el hecho de tener ordenador e impresora. Al contrario de la buena opinión que tiene de mí Fernando Manero, yo soy un ser desinformado, que no se entera de la misa a la media en la generalidad de casos. Y en este concreto, el asunto es que la serox supone ciento y pico de euros por razón de ese canon, en tanto la samsung sólo tiene diez de canon medioambiental.

Mientras usé la máquina de escribir no gasté más que tiras de tela impregnadas en tinta. No creo haber contaminado mucho, al menos sí creo que por debajo de la media de toda la humanidad. Desde que tengo ordenador, además de haber tenido que cambiar a la fuerza de aparatos que estaban en perfecto estado de uso y disfrute, ensucio ni se sabe, y además sin querer, vamos, o queriéndolo pero obligado.

Pues ahora estoy enterado. Estoy contaminando porque tengo impresora. Y puesto que tengo más cosas, contamino más. Ahí está la cuestión. De modo que estoy hecho un auténtico lío.
http://www.definicionabc.com/wp-content/uploads/Impacto-ambiental.jpg
Contamino por tener un blog.
Contamino por tener videos colgados en youtube.
Contamino por entrar y salir en blogs.
Contamino si leo periódicos.
Contamino si cuelgo fotos y escribo.
Contamino si no apago el ordenador.
Contamino si le apago y le enciendo.
Contamino por almacenar en la red documentos y fotografías.
Contamino aunque no salga de un blog durante el día entero y también si voy de uno a otro, no importa el recorrido que haga.
Contamino si imprimo.
Contamino si no imprimo pero no apago la impresora.
Contamino aunque la impresora esté apagada, cuando la enciendo de nuevo.
Contamino, en fin, por tener una impresora, y me han cobrado por este simple hecho diez euros. Pero menos mal, que hace tres años pagué ciento cincuenta y ocho.
http://www.definicionabc.com/wp-content/uploads/contaminacion.jpg
Siempre estoy contaminando, y no consigo sacarme de encima la mala conciencia de estar contribuyendo a la contaminación total, no veo la manera.

Así que, tenéis que perdonarme, pero la pregunta me brota de las entrañas: ¿Qué puedo hacer?

http://www.vitadelia.com/images/2008/03/trafico.jpgA propósito de todo esto; ayer fue el Día Europeo sin Coches. Me moví por la ciudad en bici, como es habitual; palabra de la buena que no noté para nada que la gente tuviera conciencia de ello. Había exactamente como siempre. Incluso en el telediario salió un pavo diciendo que él usa el coche hasta para ir a comprar pan, y otro que no pensaba dejarlo para ir al gimnasio.  Qué bien.

Y yo, como un gilipollas, cogiéndomela con papel de fumar, ahora que sólo fumamos cuatro pelagatos.

El que contamina, que pague

El green hosting: los servidores más verdes

Aunque no imprimas, contaminas

Cristina Ruiz Fernández
Miércoles 1ro de septiembre de 2010
Publicado en alandar nº270


El centro de datos de Green Geek, proveedor de hosting ecológico.Parece que el mundo digital nos hubiera librado de la deforestación. Ya no necesitamos imprimir nada. Todo viaja en CDs, lápices de memoria o, aún mejor: todo está en la red. Hay quienes afirman que, en algunos, años todo el conocimiento y la información necesarios estarán en una especie de nube virtual –lo que en inglés se conoce como cloud computing– y ya no hará falta la documentación en papel.
Sin embargo, rara vez somos conscientes de que toda esa información almacenada en la red también tiene consecuencias muy negativas para el medio ambiente. La industria del almacenaje de datos y los servidores web consumen cada uno, de media, la misma energía que 30.000 hogares del mundo occidental. Estos inmensos ordenadores en los que se almacenan los portales de Internet, las redes sociales –y hasta la página web de la tienda de la esquina– producen en torno a 12 toneladas y media de CO2 al año cada uno. Gigantescas máquinas que están encendidas 24 horas al día y 365 días al año para permitir el acceso a las webs, desde cualquier sitio y en cualquier momento.

La inevitable digitalización

Paralelamente, las estadísticas muestran cómo el uso de Internet sigue creciendo cada año y, con él, la necesidad de este tipo de servicios. El volumen de datos almacenados en la red de redes anualmente crece entre un 400 y un 1000%, con el enorme aumento del consumo de energía que esto implica. Para que esto sea posible, proliferan los servidores y data centers (lugares con decenas de máquinas de este tipo).
Pero, ante esta progresiva y casi inevitable digitalización de nuestro mundo, ha surgido una demanda de opciones respetuosas con el medio ambiente. Es el denominado green hosting: servidores verdes, que tratan de reducir el impacto de Internet sobre el medio ambiente.
Los principales desafíos que se presentan son dos. Por un lado, cómo alimentar de energía a esa enorme cantidad de máquinas. Y, por otro, la refrigeración de estos aparatos que generan una enorme cantidad de calor en su proceso de funcionamiento. Esta refrigeración puede consumir más de la mitad de la energía necesaria para que los servidores funcionen.
Ante estos retos, las empresas de green hosting brindan diversas alternativas. La más recomendable, ofrecida tan sólo por unas pocas empresas en el mundo, es que el data center esté alimentado por sus propias fuentes de energía renovable. Son centros de almacenaje de datos que tienen instaladas placas solares o están asociados a un parque de energía eólica, además de estar construidos de la forma más eficiente energéticamente –con sistemas de aislamiento y ventilación apropiados.

Estrategias de marketing

Sin embargo, muchas empresas de alojamiento de páginas web se están poniendo la etiqueta de ‘verdes’ con mucho menos esfuerzo y, únicamente, como estrategia de negocio. El recurso más frecuente es la compra de Créditos de Energía Renovable (RECs por sus siglas en inglés), que se traducen en fuentes de energía limpia pero que no implican que el servidor esté siendo alimentado con ella. Así, las empresas sólo logran cumplir los estándares medioambientales mínimos sin tener, en realidad, un compromiso con el planeta.
Otras compañías de servicios web optan por plantar un árbol por cada nuevo cliente, por reducir el consumo en sus oficinas o la contaminación que producen sus empleados al ir a los centros de trabajo. Medidas que, en sí mismas, son positivas pero insuficientes si consideramos el elevado impacto de este tipo de negocios sobre el medio ambiente. Medidas que calman conciencias y ayudan a la empresa a revestirse de verde para ganar clientes.

Un compromiso

En el campo de los servidores verdes queda, por tanto, mucho camino por andar. La mayoría de las empresas pioneras se encuentran en EE.UU. o Canadá y es difícil encontrar un proveedor español que ofrezca green hosting real. Sin embargo, hoy por hoy, la red permite que las webs estén alojadas en cualquier parte del mundo.
Así que, de todas maneras podemos contratar servicios de Internet que sean respetuosos con el medio ambiente. Con un coste ligeramente superior y con servicio de atención al cliente en inglés, pero sí es posible tener una web realmente verde. Por eso, desde alandar, hemos comenzado a estudiar las distintas alternativas y nos comprometemos a tener, antes de fin de año, nuestra página alojada en un servidor ecológico. ¡En los próximos meses os contaremos cómo logramos cumplir este compromiso!

Y yo, ¿qué puedo hacer?

- Si tienes una página web o un blog, pregunta en tu actual proveedor si cuentan con medidas medioambientales. Cuestiónales, crea demanda.
- Si no se trata de un servidor verde, cambia de proveedor siempre que tengas la posibilidad de hacerlo –por cuestión de costes o por aspectos técnicos…–. Pero antes investiga bien para saber si realmente se trata de una empresa ecológica.
- Revisa lo que tienes publicado, ¿es todo necesario?, ¿estás duplicando contenidos?, ¿estás ofreciendo archivos que fácilmente se podrían encontrar en otra web a la que puedes enlazar?, ¿hay archivos obsoletos que podrías borrar?
- Si no tienes una página web, también puedes tomar medidas desde el uso del correo electrónico. Un claro ejemplo… ¿realmente necesitas reenviar ese power point a todos tus contactos?

Pedir perdón… siempre. Cambiar, según


     Uno muchas veces no sabe por qué hace las cosas que hace. Bueno, no todas, sólo algunas. Se entiende que las más importantes sí están debidamente evaluadas y decididas. Pero otras no.

     Es el caso de este blog. Lo empecé porque tenía ocasión, porque fue fácil abrirlo, porque estaba al alcance y era gratis. Lo inicié por curiosidad, pero también por un pequeño interés; en un determinado momento necesité que alguien me echara una mano en algo que era para mí totalmente nuevo. No voy ahora a recordar qué, ya está casi olvidado allá por el mes de mayo de hace dos años.

     Y una vez ya en faena, te vas metiendo, vas probando, entras en un sitio, te acercas a otro, curioseas, lees y reflexionas. Un tiempo después, te atreves y escribes un comentario en casa ajena, luego en tu propia casa hablas de algo que leíste en otra parte y quieres dar tu opinión o explicar con detalle lo que piensas. Vuelves a comentar, y ya lo haces con más frecuencia,  hasta con cierto descaro propio de quien ya ha perdido el miedo o la timidez. Ves que viene gente y te felicita, o te añade cosas que tú no habías pensado, vas aprendiendo, te vas afinando. En fin, que llega un momento en que te descubres no escribiendo para ti mismo, sino para otras personas.

     En este proceso pasan muchas cosas. Hay lugares amables, donde se está bien, todo el mundo se expresa con delicadeza, se mandan besos y se dan abrazos. En uno y en múltiples idiomas.

     Hay también otros sitios, rudos, donde se razona con la cabeza y también con la parte inferior del cuerpo, y se dicen, sin expresarlos o explicitándolos, exabruptos, y se dan aplausos o empujones según se esté a favor o en contra en la argumentación, y coincida o no con el propio criterio y forma de entender las cosas, se pertenezca al propio grupo o al contrario.

     Y entre medias, hay infinidad de domicilios particulares que admiten visitas, que son bien venidas, pero como visitas; el silencio o la cortesía muestran que no como parte capaz de determinar la línea editorial, o el plan de trabajo de quien tiene la llave de la puerta.

     A la par que vas descubriendo todo esto, el marco físico del blog se va modificando en la medida en que copias cosas de otros, o tomas ideas, o simplemente pretendes mejorar lo que allá ves que está apuntado pero no desarrollado.
     Total, que miras para atrás y dices, ¡madre mía, dónde he llegado! Y es el momento de parar y decir, vale tío, esto no es lo que yo quería, ¿lo quiero ahora?

     Y sin pensar en echar el cerrojo, te plantas y te afirmas en lo que tú quieres, que tampoco es tan excesivo.

     Importa mucho saber dónde quiere uno estar, y cómo. Ver quién está cerca y no molestar. Y si es el caso que sospechas que sí lo has podido hacer, que alguien ha venido y se ha marchado herido, que has apagado una vela o tronchado una caña, que tu huella permanece en la hierba o que el agua ya no está tan clara, sabes que para ti no es desdoro ni humillación pedir perdón. Que lo has hecho muchas veces, que a muchas personas te has tenido que dirigir solicitándoles que te disculpen y no ha pasado absolutamente nada irreparable y que ahora lamentes, y que estás dispuesto a seguir haciéndolo, porque sabes que metes la pata fácilmente, que hablas alto y tienes demasiada seguridad cuando te pones.

     Pido pues perdón. A quien pueda interesar, a quien lo necesite de mí, a quien tenga todo el derecho del mundo a exigírmelo pero no se atreva o no pueda o no quiera hacerlo. Pido perdón, pero no me pidáis que cambie en aquello que soy yo, y sin lo cual dejo de serlo, sencillamente porque ni debo ni puedo.

     Julita, preciosa, lo último que me mandaste no lo he reenviado, lo tengo aquí para que se vea en público. Es un poco largo, pero es aleccionador. Dejáis que pasen las diapositivas al tiempo que escucháis la música ambiental, y en un verbo habéis terminado.



El fuego y yo. Y cuatro



     Tal vez sea esta la imagen que mantengo en la retina, o quizás fuera alguna otra, ya no recuerdo. Vi en la tele todo el recorrido de la cámara, en vivo y en directo, como si alguien hubiera estado esperando que sucediera, para ofrecérnoslo en tiempo real. Porque fue así. Miento al decir “recorrido”, porque la escena estaba quieta, sólo el humo se movía.
     Mi mamá ya comía muy malamente, que la boca le daba mucha guerra. Para que estuviera tranquila, dejé que comiera ella sola en su cuarto, con la tele puesta para que estuviera tranquila y relajada. Estábamos en 2001, era el 11 de septiembre. Comíamos mi padre y yo aquel martes en silencio, con la tele puesta pero sin mirarla, para qué, siempre decía lo mismo.
     En esto la emisión cambió de rollo y salió uno de los edificios de las torres gemelas de Nueva York, del que salía humo por una de sus fachadas. No le dimos mayor importancia y seguimos a lo nuestro. Como la imagen se mantenía quieta y el humo aumentaba y hasta se veían llamas, fijamos nuestra atención. El locutor decía algo sobre un incendio de origen desconocido y llenaba el espacio con palabras y palabras, como buenamente podía. En éstas estábamos cuando se vio como un mosquito que se impactaba contra el otro edificio gemelo, produciéndose una pequeña explosión y el humo consiguiente, semejante al primero.
     Seguimos clavados en la pantalla, como hipnotizados, cautivos de algo que no sabíamos por qué, pero intuíamos que era muy grave, y que iba a marcarnos de forma muy importante. Allí seguimos; mi padre, olvidado de su café de todas las tardes con su panda de amiguetes; yo, también descuidando mis deberes y obligaciones laborales, en la confianza de que tal vez nadie me requiriera en esos momentos. Sólo me moví para recoger los cacharros y fregarlos en un verbo.
     Vimos desplomarse la primera torre, como si se hubiera encogido por el propio peso. Luego le llegó la vez al otro edificio, del que no quedó sino una nube enorme de polvo que todo lo cubrió. No sé el tiempo que seguimos mirando sin decirnos palabra. Sólo sé que al mucho rato entró mamá en el comedor diciendo, sabéis lo que ha pasado en Nueva York… Y nos sacó del ensueño.
     Luego vino todo lo demás, los reportajes, el agujero negro que quedó cuando limpiaron todo, la zona cero y también la porfía de sí dejan o no construir allí y ahora una mezquita.
     También me llegó lo de las investigaciones sobre si fue una conspiración de los servicios secretos, sobre apariencias y engaños, sobre un maquiavélico plan para doblegar al mundo. En fin, verdad o mentira, qué más me da ahora.

* * * * *

     El fuego me gusta, disfruto viéndolo moverse, las llamas me seducen. A su luz y calor tiendo a las confidencias, a la charla sosegada y/o al silencio íntimo, a perder la noción del tiempo y a desconectar de lo que no sea urgente, a olvidarme de mí mismo y a soñar con lo que sueño, a dejarme enganchar por las juguetonas formas de la llama y a volar siguiendo el revuelo de las cenizas que se marchan. Mucho he disfrutado junto al fuego. Muchas morceñas eché sobre los pucheros jugueteando con el fuelle en mi niñez. Muchas hogueras he prendido para luego hacer abanicos de brasas con los manojos encendidos. Muchos fuegos he disfrutado como quien fuma cigarrillos. Algunos también he apagado para no volverlos a encender. No creo, eso sí que no, haber olvidado rescoldos innecesarios.
     Una vez que he visto que el fuego puede ser manipulado para destruir y matar, para asustar y engañar, para extorsionar y negociar, me ha empezado a dar mucho miedo, pero que mucho, mucho.
     ¡Anda que si resulta que la misma mano que se cargó aquellas torres de Nueva York se plantó a armarla en Afganistán y luego hizo lo que hizo en Irak!
     ¡Me cago en la mar serena si llega a ser verdad!

El fuego y yo. Tres


A lo largo de mi vida he visto que el fuego, ese elemento primordial que junto con el agua, el aire y la tierra constituye la realidad que habito y vivo, también puede ser destructor y matar toda vida y sentido.

No han sido numerosos, pero significativos.

1. Un monumento

http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/7/76/Fachada_de_la_iglesia_conventual_de_San_Pablo_%28Valladolid%29.jpg

     El 9 de septiembre de 1968 un incendio destruye por completo la cubierta de la emblemática iglesia de San Pablo, de Valladolid.

     Fui testigo privilegiado. Desde la ventana de la habitación individual que ocupaba el último año de mi estancia en el Seminario Mayor de Valladolid, contemplé, desolado como la totalidad de la población vallisoletana, cómo el empinado tejado de pizarra de la iglesia de San Pablo desaparecía entre llamas y humo. Los enormes troncos que componían su estructura fueron comida fácil para un fuego que se inició, al parecer, por un cortocircuito en los viejos cables eléctricos, que más que viejos estaban aviejados por la desidia humana, la falta de dinero y la labor callada de ratones.
     A pesar del tiempo transcurrido, en mis ojos aún están aquellas imágenes. Tenía yo 20 años, y creo que lloré de rabia, de pena y de impotencia.
     A partir de aquel día y durante todo un curso mi primera imagen del día, al abrir los cuarterones, era un edificio chamuscado, pelón y desolado.
     Ahora luce este templo con todo esplendor. Tejado nuevo y más plano. Protección contra alimañas (llegué a contar en su tejado más de treinta nidos de cigüeña). Medidas antiincendio. Protección antihumedades. Una fachada limpia y hermosa. En fin, una gozada. Pero el susto fue mayúsculo.

2. Una casa

http://commondatastorage.googleapis.com/static.panoramio.com/photos/original/21588403.jpg
     Año 1977, arde una impresionante casona en un perdido pueblo de Castilla: Palacios de Campos.

     No recuerdo bien, pero creo que fue un lunes, ya no sé de qué mes ni semana. Me despiertan y me avisan de un incendio en el otro pueblo que llevo, que yo soy el señor párroco.
     Me visto corriendo y sin más allí me presento. No es la iglesia, no, es la casa de Jesús. Jesús y Maribel son un matrimonio ya mayor pero todavía en buen uso. Trabajan para un señor importante que es profesor por Valencia, donde ocupa cátedra y honores. Aquí tiene labranza y ellos son los cachicanes. Ocupan una parte pequeña de una gran casa solariega. Viven con una hija, que el hijo está fuera.
     Se despertaron asustados, envueltos en humo, y salieron a la noche tal como estaban. Y así seguían, porque todo se lo llevó el fuego. Nunca había visto yo arder hasta la tierra. Pues allí se dio, salía humo de las paredes, lo único que quedó en pie.
     La casa era de tapial, pero del bueno. Una casa para durar mil años, siempre y cuando estuviera bien de tejado, y no probada por el fuego. El agua no la había tocado hasta entonces, que sus sucesivos amos se cuidaron de ello. Pero con el fuego accidental y decisivo, llegó también el agua necesaria del parque móvil de bomberos, y terminaron con ella.
     En la calle quedó aquella familia. Por la tarde, Jesús va y me dice que ahí tengo la cartilla con los dineros de la cogida de palomas, que está bien y no se quemó. Pues tienes firma en ella, dije yo, vete a Rioseco y compra lo que necesites. No señor, que es dinero del cura. Pues precisamente por eso, razón de más para que hagas lo que te digo. No quise hacerle más razonamiento, habida cuenta de que no le iba a convencer de que aquel dinero era más suyo que mío, y por supuesto tanto como de la parroquia.
     Al año, más o menos, el señorito construyó otra vivienda más apañada y moderna, y allí los dejé habitando cuando fui a despedirme.


3. Una belleza de la creación

     1991, devorador incendio en el Desfiladero de Las Cambras, entrada natural al Cañón de Añisclo, en el Parque Nacional de Monte Perdido, Huesca.

     Si en el 88 descubrí los Pirineos, en el 89 visité Pineta. Y de paso me inventé, vaya pegote el mío, el desfiladero de las Cambras. Es paso obligado para entrar en el Valle de Añisclo, también llamado cañón. Todo ello es una preciosidad, pero la entrada, o sea Las Cambras, lo mejor. Es verdad que era complicado moverse por su interior, con una carretera muy estrecha, de doble dirección, con continuas paradas para dejar paso, y de muy lento pasear.
     Creo que fue ese año, o tal vez el siguiente, que, rebosando entusiasmo, me lo recorrí diecisiete veces. Y sólo estuve por allí quince días.
     A la misma entrada, junto al río Bellós, o Vellós, a la izquierda existe un merendero de icona donde hay bancos y barbacoas para usar libremente. El diablo quiso que en un día de 1991 unos domingueros fueran unos descuidados o unos temerarios, vaya usted a saber, y dejaran que el fuego se expandiera. El resultado fue una quema brutal de aquel bosque de pino pirenaico. Imposible explicar cómo quedó todo aquello.
     He vuelto a pasar por allí, ya con menos ganas, pero obligado por recorrer los andurriales de Las Sestrales, la Fon Blanca, el Bosque de Hayas Jóvenes, el Collado de Añisclo, y la ermita de San Urbez.
     Ahora la cosa está más controlada. Sólo para entrar, que la salida es por otra parte. Ni hablar de hacer fuego. Y por supuesto, la vigilancia vigila. Ya era hora.

El fuego y yo. Dos


Tardé mucho tiempo en conocer al fuego como enemigo… Pero llegó, y lo hizo en mal momento.

Los campamentos infantiles y juveniles se agotaron para nosotros ante la avalancha de ofertas mucho más completas y bastante apañadas de pelas que ofrecían ayuntamiento, junta, mec, diputa, etc. No podíamos competir con cursos de inglés, lecciones de basquet, paseos a caballo, o playas marineras. Y tampoco el barrio daba público suficiente para que saliera resultón y equilibrado el presupuesto.

Cambiamos pues de programa y nos inventamos el campamento para familias. El primer año salió muy bien, y eso que fue todo improvisado. Así que nos metimos en un segundo intento, mucho más organizado y programado. Esta vez el abanico de edades se dimensionó hasta lo imposible: desde recién nacidos hasta superjubilados. El acabóse.

El lugar ya era fijo. El que habíamos usado en los cinco últimos años: Trefacio, Zamora. Un prado de Mariano, que nos dejaba en total disponibilidad. Lo tenía todo: buena entrada de vehículos, discreto y recoleto lugar, arroyo al pie, río truchero y bañero cerca, sombra a destajo y pradera inmensa. Y por supuesto, a un paseo mañanero del Lago de Sanabria. Lo otro ya estaba fuera de tiro, el cañón del Tera, la presa rota de arriba y peña Trevinca, ni soñarlo. A lo más, y en vehículo a motor, la Laguna de Peces…

Cargamos el camión de mañana, comimos en casa y nos desplazamos a continuación. En la tarde, tras la llegada, montamos todo y nos preparamos para la cena. Todo era ji-ji, ja-ja, y el sol ya se había metido y la luna asomaba ya.

Casi a punto de dar el primer bocado, nos sobresaltó un ruido, un olor, un destello… Alguien comentó algo, otro se levantó y fue a mirar, otra se quejó inquieta, y al poco todos nos levantamos y vimos: por encima de las sombras de los árboles llamaradas inmensas subían amenazantes.

Se armó el desparrame. Ya no hubo orden ni concierto. O sí lo hubo, y también serenidad y aplomo. No sé cómo, pero sin que nadie mandara ni organizara, Domicio y Carmen recogieron al pequeño Juan y sus cosas; la Jose, Carmina, Rosa, Pilar, Juli y Mariángeles trasladaron a lugar seguro las vituallas; Ángel, Javier, Jesús, Cayo y Julio desmontaron y apartaron tiendas y comedor; y la juventud junto con la infancia acarrearon como pudieron ropas y sacos, cuanto podía ser destrozado por aquel vendaval de fuego. Y yo, ni sé lo que hice en medio de aquel aquelarre…

Cuando el fuego más amenazaba, no se sabe muy bien por dónde ni cómo, aparecieron los hombres de harrelson y calmaron el bosque y lo volvieron a dejar en silencio. Pero no consiguieron quitar el olor a quemado, ni la sensación de miedo que nos había entrado por el cuerpo.

Ya de madrugada, volvimos a montar la tiendas en la parte del prado que aún seguía verde, y nos aprestamos a descansar un poco, que de dormir, nada de nada.

A la mañana siguiente vimos el desaguisado. Las llamas nos lamieron, pero no nos devoraron.

El campamento discurrió con tranquilidad, más o menos, y terminamos felizmente lo que tan escabrosamente comenzó.

Después, con calma, reflexionando entendimos, pero no comprendimos; o al revés, pero qué más da.

En Sanabria los pastos altos son muy apetecibles para la ganadería. Los habitantes de la zona queman de siempre los pastos viejos para que broten nuevos, y las vacas y caballos disfruten de su frescura. Es habitual, pues, y así lo habíamos visto otros veranos, que al atardecer fumatas delataran incendios provocados y más o menos controlados. No suponían peligro, tan lejos de zona habitada estaban, y venían muy bien para limpiar de broza y maleza los montes. Lo que no podíamos imaginar era que en los abajos, justo al lado del río, a alguien se le ocurriera organizar un incendio y ya entrada la noche. Allí no había pastos viejos, sino robles de mucho empaque, y lo que luego también descubrimos, terrenos apetecibles para chalés y villas varias, y envidias y porfías de tiempo atrás, tal vez atávicas.

Otra razón también existía: el dinero que venía de no sé dónde para mantener jornales de temporada. Que si fue alguien a quien no contrataron para la cuadrilla, que si fue contra el alcalde y su política municipal, que si perdono pero no olvido y lo que tú me hiciste entonces ahora te lo hago pagar… En fin, cosas de pueblo, que a los extraños qué queréis que os diga, nos extraña. Pero nos pilló justo en medio de odios, intereses y venganzas. Con premeditación, alevosía y nocturnidad. Y otro agravante más: la presencia de menores -incluso infantes- entre las posibles víctimas.

No he vuelto por allá. No sé qué será de aquellos robles, ni del prado, ni de Mariano, ni del pueblo entero de Trefacio. Si he pasado, ha sido de largo, camino del Tera y su cañón, y de la Cueva de San Martín y de los saltos de agua que me gustan tanto y en donde me jorobé la rodilla, que desde que me caí allí me duele de vez en cuando.

Pero el fuego que tanto me gusta, desde entonces ya es distinto, mete miedo. Y si está por detrás una maquinación perversa, entonces ya es pavor.

Amanecer negro

Un bombero trabaja en la extinción del fuego de Fornelos, en Pontevedra
Foto: EFE
Un bombero trabaja en la extinción del fuego de Fornelos, en Pontevedra.

Me había levantado tan contento porque hoy tengo cita con la máquina de mis amores, y se me nubló el día a pesar del sol que brilla. Los dos bomberos muertos en el incendio en Pontevedra han sido la causa.

Estoy seguro que toda la culpa no la tiene el descuido y abandono en que están los montes. Hay manos criminales y muchos intereses en que esto no pare.

He tenido experiencias con el fuego en la zona de Sanabria, en la provincia de Zamora, y puedo asegurar que en lo que recuerdo no he pasado tanto miedo en toda mi vida como cuando tuvimos que desmontar todo el campamento recién instalado, y buscar protección para familias con niños en medio del bosque bien entrada la noche. El fuego vivo, el matorral incandescente, el viento huracanado que se origina, el crepitar de las ramas que se parten y caen como bombas incendiarias, las llamas traicioneras que te atacan de frente y por la retaguardia, el suelo que desaparece ante tus pies… un horror, un auténtico horror.

Morir de esa manera carece de todo sentido. Es terrorismo puro y duro. Y los dos bomberos de esta madrugada auténticas víctimas de una guerra que todos deberíamos repudiar.

Este día amanece torcido, y no veo la manera que conseguir enderezarlo. Haré lo que pueda.

Haciendo patria, que es gerundio. Un servicio muy limpio

Mi barrio tiene casi de todo. Calles, farolas, jardines con césped, árboles, aceras en algunos sitios, un parque infantil, casas y también contenedores de recogida de basura. Tal que así, no.
http://mancomunidadvalledelambroz.files.wordpress.com/2008/06/residuos.jpg
Tal que así, grandes, juntos que no revueltos y ocupando una buena parte de aceras y zona de aparcamiento.
http://www.ermua.es/images/urbanismo/recogida_01.jpg
Pero es lo que se lleva ahora y lo que conviene, según dicen los que estudian las cosas y deciden por todos, o sea, los que mandan.

A la basura ya no se le llama así, ahora se dice residuos, y como son de ciudad se titulan residuos sólidos urbanos. Los líquidos van por otro sitio y se tratan de otra manera.

Un contenedor, por ejemplo, del papel que estorba debe ser así, como en la foto.
http://www.aguasdejerez.com/fileadmin/imagenes/CONTEPAPEL.jpg
Pero lo normal es que aparezca tal que así:
http://farm3.static.flickr.com/2333/2183765308_a29aff24d4_o.jpg
Es decir, sucio, pintado, lleno a rebosar, y con cartones, cajas y papeles por el suelo, al lado justo o un poco menos cerca.
http://www.lavozdigital.es/cadiz/prensa/fotos/200709/23/004D7CA-TEM-P1_1.jpg
Por la noche viene un gran camión y se lo lleva todo, tras cargarlo con una grúa.
http://www.rsuciudadreal.es/images/camionRecogiendoPC.jpg
Pero a veces lo hace durante el día, en la mañana o por la tarde, que eso es según la ruta y la ocupación de los dichos contenedores.
https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj1kJ8FshqglT-1Tfoz4PxvD4TDA3YAOxEWMQUA1eK_-e22bozlN5WU8HfHWPnxMfavPyoI1rV41Qgz01OH9OCmSCQG3vAUWUYh-ez_npZufIWkv_PgVk2MlhZS7JNKdakVZJBn0mRL8_M/s1600/Foto0209_1.jpg
Ocurre a veces que no hay, contenedores digo, y entonces el personal urbano, muy urbanamente lo deja así, todo hermoso para que luzca.
http://fotodenuncias.nortecastilla.es/imagenes/10012010107_1.jpg
Otras veces el recipiente no es capaz para contener lo que se pretende y presenta esta estampa tan bonita, así de mona.

A partir de ahora ya no hay fotos, que me olvidé la cámara. Iba yo de paseo vespertino con mis compas, -Moly, Berto y Gumi- más que nada a desentumecer las piernas y evacuar necesidades menores, que las mayores las depositan lejos de la ciudad, en pleno campo.

En esto llega un gran camión. Se para. Bajan dos tiarrones como dos castillos. Los dos con gafas negras y atuendo a pré. Uno de ellos tiene en bandolera una cosa con botones. El otro sólo guantes de cuero. El de los botones acciona los mismos y un brazo de grúa se mueve hasta bajar justo sobre el contenedor de papel para reciclar. El de guantes de cuero se pina y engancha una cosa de la grúa en otra cosa de arriba del contenedor. El de los botones vuelve a accionar, y el contenedor es aupado hasta la caja del gran camión. Vuelve a accionar y se oye cómo caen papeles y cartones dentro de la enorme caja.

Terminado es asunto, el contenedor vuelve a ser puesto sobre la acera, no importa que abajo, en el suelo, todo esté enmierdado y empapelado de papeles pringados. No es su tarea, se siente.

Vuelve el de los guantes a desenganchar la cosa, y el de los botones sitúa el brazo de grúa en su lugar correspondiente. Se suben al camión y parten. Misión cumplida.

Sin embargo aquella tarde corría más que una ligera brisa, un cierto viento no tanto como huracanado, pero sí con ganas.

Y mientras el camión se alejaba, iba dejando una ristra de papeles de periódico, hojas de cuaderno, envoltorios varios y pegatinas de colores por todo el trayecto urbano, por supuesto. Lo cual que la cosa quedó mucho peor que estaba. Porque al menos antes todo estaba justo al lado de los contenedores restantes de la dicha recogida de residuos sólidos urbanos; pero ahora, oye tú, como si lo hubieran sembrado.

Lo que se puede llamar una labor bien hecha.

Ya digo: mi barrio tiene de casi todo. ¡Estamos tan orgullosos…!

El Lago de La Baña: ¡Qué desastre!

El día 13 tuvimos fiesta local, o sea vacación. ¿Qué hacemos? Sin dudarlo, a la montaña. Como teníamos una deuda ancestral con La Cabrera, todos a una dijimos: Al Lago de la Baña.

Lagos de la Baña
Esto es lo que queríamos visitar en el día de autos a que hace referencia esta narración

Dicho y hecho. Madrugón. Viaje largo, 240 km. y curvas; parte por autovía, hasta La Bañeza; el resto por una carretera sorprendentemente cuidada, pasando por Castrocontrigo. Qué raro, fíjate tú, no está nada mal este firme, ¿verdad? En efecto, para ser zona montañosa, la carretera ofrecía un magnífico aspecto.
La puerta de entrada del valle es la sierra de La Cabrera, y concretamente el puerto, desde el que se ofrece esta panorámica sin desperdicio.


Al fondo, entre las brumas de la mañana y de la lejanía reina Peña Trevinca. Hasta allá hay que llegar, que lo que buscamos se oculta en la ladera norte del macizo.


Pero lo que parecía una buena idea, una magnífica experiencia, un deleite para los sentidos, tenía que pasar, -y nosotros tan ingenuos y tan embobados con nuestro día de montaña-, por un oscuro túnel de realidad, realismo puro y duro.


Todo fue bastante bien a lo largo del valle principal, y también en los valles laterales, preciosos parajes llenos de vegetación y reventones de colorido. Pueblos en medio de la hondonada y pueblecitos hundidos a la izquierda y colgados a la derecha.
Al final, La Baña. Casas típicas de la región, y bloques de viviendas como en cualquier capital. Pajares y cuadras al uso, y grandes factorías de plátsico y chapa, de colores impropios, casi insultantes. ¿Dónde estamos? Enseguida nos dimos cuenta, por el trajín de camiones de ruedas imposibles y cargas descomunales.

"El sendero sale del mismo casco urbano, siguiendo el curso del río", rezaba el manual que previsoramente traíamos para no perdernos.
Imposible, eso está cerrado. Hubo que preguntar, y así subimos carretera adelante, camino de la Fonte de la Cova, hacia el puerto que lleva a Galicia. No fue fácil dar con ello, pero en una revuelta, justo al comienzo de una enorme pista polvorienta, en un rincón casi inobservable, ahí, estaba el cartel. ¡Menos mal!, dijimos después de subir y bajar por aquella carretera: ¡Son sólo un par de horas de camino!


Enseguida comprendimos que el camino no se hace al andar, que ya estaba hecho; más que hecho, machacado.
Una pista en tierra de casi 10 metros de ancho es demasiada pista; esto no puede llevarnos a ningún sitio bueno, pensamos.


Al cruzarnos con este mastodonte cargado de losas descomunales nos convencimos de que ni éramos los primeros, y de que a lo peor seríamos los últimos en andar por estos andurriales en busca de un cierto sitio conocido como "monumento natural".


Los laterales del valle, abiertos de par en par por increíbles máquinas, estaban ocupados por naves y depósitos de inapropiada apariencia…



Negrez provocativa en lugar del verde natural de un valle…, profanado…


Una valla que no oculta, al contrario, muestra con obscena procacidad…



Lagos artificiales de aguas azules que ya no corren…



Así más de tres kilómetros, según el cartel anunciador. En realidad fueron casi cinco a juzgar por el tiempo empleado. Claro que no tuvimos en cuenta el tiempo perdido es esquivar máquinas, camiones y todo terrenos a tumba abierta, levantando nubes de polvo y rompiendo el silencio de un espacio casi muerto…


Llega un momento en que parece que la pista se inhumaniza. Quiero decir que se naturaliza, dejando la humanizada atrás, entre el polvo. La vereda se presenta franqueada de matorrales y el fondo nevado de los señores de esta sierra empiezan a mostrar el puesto que ellos tienen, y aún conservan. ¿Por mucho tiempo?








Un vistazo hacia atrás nos convence el horror que se está perpetrando en aras del progreso y de la economía…




Afortunadamente sólo hasta aquí. ¿Sólo hasta aquí? Bueno, es sólo un deseo.



Último cartel anunciador de que lo que se avecina es un auténtico "monumento natural". Ahora parece que va de verdad, en serio, que ahí están las pruebas.


En efecto, las pruebas son claras, la pista se convierte en camino, los prados son de verdad, y el ganado está vivo.





Para dar verosimilitud, alguien ha puesto mojones, ¡ojo!, dicen, entras en la naturaleza, compórtate, ten buenos modales, no dañes el medio ambiente, no asustes al ganado, no espantes a los pájaros, deja que croen las ranas, no pises la hierba y tampoco cortes flores.
Vale, así lo haremos, que nosotros somos amantes del campo y respetuosos con la naturaleza.









La laguna de la Baña, pequeño remanso de agua, llena de flores blancas.



Cascada del deshielo que alimenta lago y laguna.




¿Es roca, es árbol? ¡Qué más da! Hace bonito y basta.



El camino se hace ahora sendero. No hay otra manera de alcanzar el Lago. Falta ya poco, pero todo ello tiene ya otra apariencia… más natural.









Camino de la laguna el pequeño lago aún se empequeñece más…



La laguna rodeada de pastos de alta montaña no es lugar tranquilo: los ruidos de los enormes volquetes resuenan en el valle y llegan hasta aquí arriba.




Algo de bosque sí queda…



Y flores también quedan. En este valle no son grandes. Esta, concretamente, está sacada con la cámara a diez centrímetros de distancia. No me explico cómo ha salido tan clara. La pobre no podía ser más pequeña, pura humildad. Pero bien tiesa y erguida se manifiesta.



No hace falta decirlo: esto es ya de vuelta, y en lugar de flores nos encontramos con esto, y claro, nos tuvimos que apartar bien a la orilla, esas máquinas son las que aquí mandan.


En este valle no hay paso de ganado, no, que lo que pasa por aquí es lo que veis, sí tal cual, con enormes ruedas anilladas de puras cadenas.



¿Que valle puede aguantar el trasiego de estos fieros zapatos? ¿Logrará sobrevivir algo natural en este medio?



Pues aunque parezca imposible, ahí está, en medio de la nada, pura pizarra reseca. Y ella tan fuerte, tan graciosa, tan preciosa, se niega a dejarse morir, se resiste a que la maten; está gritando con todas sus fuerzas que la vida es posible que vuelva alguna vez a este valle.

Por supuesto, el Valle de La Cabrera. León.

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