“La muerte de Santo Tomás Becket”. Albert Pierre Dawant (1852-1923). Museo de Fécamp, Francia
No supe razonar por qué dentro de la octava de
Navidad se celebra a este santo que, a primera vista, no encuentra fácil encaje
en esta fecha, 29 de diciembre. Así lo dije, y me pesa no conocer, no saber, no
poder justificar ni razonarlo.
Este noble inglés, devenido en arzobispo de
Canterbury y Lord canciller de Inglaterra, murió asesinado por instigación del
rey Enrique II de Inglaterra en las escaleras de la catedral durante el rezo de
Vísperas.
T. S. Eliot lo inmortalizó en la literatura con la
publicación en 1935 de su drama Asesinato
en la catedral. Y Richard Burton lo sublimó, encarnándolo junto a Peter
O’Toole, en el celuloide de 1964 Becket
o El honor de Dios, dirigido por Peter Glenville.
Pero ya era inmortal desde que lo asesinaron. Europa
entera se sublevó aquel año de 1170 ante la noticia de su muerte,
reverenciándolo como mártir y estableciendo lugares de culto por diversos
países y lugares. A tal punto se llegó que en 1173 fue canonizado por el papa
Alejandro III, y en 1174 Enrique II tuvo que hacer penitencia pública ante la
tumba del mártir, su enemigo.
Defensor de los derechos de Dios ante o frente a los
abusos del rey me parece excesivo. Sí tenía visos de absoluto aquel rey que
rescató viejos derechos y los enmarcó en sus Constituciones. Becket también
defendía su parcela, la Iglesia, de la que era arzobispo, y no le faltaba
altivez.
¿Dónde está el punto que necesito? El Derecho
Canónico está muy bien como norma jurídica de la Iglesia, pero carece de la
seducción que se requiere para dar la vida por él. No me vale, pues, este
argumento. Mucho más empatizante resulta el derecho del Pueblo que movía al
obispo Romero, de nuestros días, contra la oligarquía moderna.
En enfrentamiento entre los dos altos personajes,
—que aún recuerdo de Burton y O’Toole—, llevó al papa Alejandro III a
intervenir exigiéndoles hacer las paces. ¿Sería su obediencia la razón de su
santidad?
O ¿fue lo que tuvo visos de conversión en la persona
de Thomas, que de valido del rey y noble de hábitos palaciegos transmutó en líder
eclesiástico de vida austera y penitente?
Las frases que la tradición le atribuye cuando le
estaban asesinando “Una iglesia no debe
convertirse en un castillo”, “En tus manos, Oh Señor, encomiendo mi espíritu” y
“Muero voluntariamente por el nombre de Jesús y en defensa de la Iglesia”,
junto a la pila de milagros que se le atribuyeron inmediatamente, parecieron entonces
razones suficientes.
Pues, que así sea.
Martirio de Santo Tomás Becket, esculpido en una clave de bóveda de la nave central de la catedral de Exeter, Península Cornualles.
Y ¿lo de la fecha? Muy simple, murió un 29 de
diciembre. Nadie se molestó en buscar otra fecha teniendo esta tan a mano.
Ha pasado un año entero y las cosas continúan igual.
Igual que siempre. A pesar de que el tiempo pasa, o corre, nada parece cambiar
en este mundo, en el que hay tiempo para todo, o casi, hasta para colgarle a
uno el monigote consabido, propio del día que celebramos. Pero ya nadie lo
hace, no se estila.
Sí se estila la inocencia, no la natural, la
adquirida. Se vende a buen precio en el mercado de cosas usadas. Unos se la
quitan de encima para no parecer lo que son, y otros tratan de hacerse con
ella, como sea, incluso apelando al tribunal de Estrasburgo, para ser
considerados aunque no se lo merezcan.
Pues, eso, que la inocencia ya no es lo que siempre
fue. Al menos lo que yo suponía que era. La princesa Laia, por ejemplo, a mí me
dio el pego y resultó una mujer de armas tomar. Podemos, otro ejemplo, no me lo
dio, o eso pienso; veré con el tiempo si llevo o no algo pinchado en la
espalda.
De otras cosas puedo decir que va según los barrios;
a los madrileños les incomoda no poder usar el coche, y en mi ciudad que se siga
hablando de soterramiento. A los dos españoles, el vizcaíno Mikel Zuloaga y la
navarra Begoña Huarte,detenidos por
ayudar a ocho refugiados les quieren aplicar delito de trata de personas, como
si fueran esclavistas; y al gobierno de Rajoy nadie le mete en presidio por dar
palabra de aceptar quince mil, y hacer recibido sólo novecientos.
Pero que a una persona “inocente” se le prive de su
derecho al voto cuando en este país cualquier culpable de lo que sea lo
mantiene, es un monigote con bigote en nuestra espalda que canta lo que somos.
¡Ay si mi tía abuela Carmen, “Mona”, levantara la
cabeza! ¡Nadie me acunó como ella! En su inocente regazo encontraba mi pequeñez
el punto justo para dormitar totalmente confiado. Nadie mejor que ella para
consultarle mi voto en la próxima consulta electoral.
¡Chis! Que no se entere ningún tribunal español, que
son capaces de llamarme a examen.
No vamos a hacer caso de quienes dicen que eso ya no
está de moda, que son tradiciones que se mantienen por intereses espurios, que
nadie ya entiende el espíritu navideño, que son unas fiestas que sacan lo peor
y hasta dan tristeza. No vamos a tener en cuenta esas opiniones, no importa si
tienen o no razón en lo que afirman. Sabemos que hay guerras, y personas
muertas de hambre, y gentes huyendo del mal que sufren. No estamos en la inopia
y, aunque nos fastidia, suponemos que el mundo va a seguir girando y girando;
las guerras y las injusticias no se acabarán; la enfermedad y el dolor no
abandonarán su ataque; nuestros esfuerzos por mejorar siempre serán
insuficientes y a duras penas arañaremos a esta vida pequeños trocitos de
felicidad.
A pesar de todo, esta noche nos juntaremos para
cantar villancicos. Nos sale del cuerpo festejar que un niño nos nace que es
maravilla de las maravillas; su risa es la risa de Dios; sus pucheros son
también pucheros de Dios; sus manitas son como las nuestras, y patalea
juguetonamente con sus piernas que mueve un corazón tal que el nuestro.
Cantaremos villancicos a este niño que es el niño
Manuel, el Emmanuel. Dicen que nació en Belén. Esta noche vamos a decirle hola
porque también nace entre nosotros, aunque como todo nacimiento no tiene fijada
la hora.
Le esperaremos, si hace falta, pero una vez recibido
no le dejaremos en su cuna, nos lo llevaremos con nosotros para que sea urbi et
orbe la gloria de Dios en la tierra, la paz de todos los corazones, la
felicidad del ser humano y el amigo que quiere jugar con nosotros, porque
jugando se pasa muy bien.
Sí, esta noche cantaremos villancicos ante el Niño
de Belén.
Mi interés por los profetas de la Biblia lo inoculó
un hombre que fumaba en pipa y murió antes de tiempo; jesuita y profesor en
Comillas, tiene dedicada una calle en Aguilar de Campóo, Palencia. Luego, una
mujer me lo acrecentó con su forma de leer e interpretar el Libro, descubriendo
en las pequeñeces de los grandes relatos la acción misteriosa/cercana del Dios
creador y amador. Así pues, les debo a ambos, Goyo Ruiz y Dolores Aleixandre,
una “cierta manía” a tamizar hechos y situaciones por las que paso, o que me
sobrepasan, con las personas y los escritos de los profetas de la Biblia.
No es que me haya especializado en el profetismo de
Israel, qué más hubiera deseado. En realidad no lo soy en nada. Así que… pobre
seguro. Pero con frecuencia me descubro adosando a-reflexivamente a
determinadas circunstancias el perfil o las características de alguna o de
varias figuras del amplio colectivo profético. Lo que para mí es una suerte de
riqueza.
De esta manera, no se me ocurre otra cosa que pensar
de quienes están a la contra de Francisco papa por su exhortación apostólica postsinodal
La alegría del amor que algo tienen de Jonás, el extraño profeta al que se lo tragó
una ballena. Tres días, con sus noches, pasó en la panza del enorme pez, los
mismos días con sus correspondientes noches que ese conjunto de personas que
ahora airean sus controvertidas e inquisitoriales preguntas a Francisco
deberían pasar en silencio meditativo y “obsequioso”.
Pero esto solo es una recomendación que les
sugeriría; su actitud y sus intenciones necesitan a mi modo de ver algo más
contundente. Esos cardenales, obispos y gentes de iglesia que aparecen en los
medios firmando escritos públicos, en forma de carta o de manifiesto, en los
que se pone en duda o directamente se acusa al obispo de Roma de contravenir la
doctrina de la Iglesia Católica, están tocados por lo que yo llamaría el
“síndrome de Jonás”.
La expresión “la señal de Jonás” es utilizada por
Jesús en los evangelios en una confrontación abierta con quienes le exigen una
señal del cielo para demostrar la autoridad de su misión. Ante ellos dice:
«Esta generación perversa y adúltera exige una señal; pues no se le dará más
signo que el del profeta Jonás». Mateo (12, 39; 16, 4) y Lucas (8, 29), los evangelistas que la transmiten
prácticamente al pie de la letra, parecen no coincidir en lo que signifique
teniendo en cuenta sus diferentes conclusiones. Sigue siendo para los
investigadores un misterio a desentrañar, aunque supongo que andarán muy cerca
de dar con el quid del asunto.
“Síndrome de Jonás” es una expresión que utilizó el
papa Francisco en su homilía durante la Eucaristía del
14 de octubre de 2013 en la casa Santa Marta. Según sus propias palabras: “Hay una grave enfermedad que amenaza hoy a los cristianos, el «síndrome
de Jonás», aquello que hace sentirse perfectos y limpios como recién salidos de
la tintorería, al contrario de aquellos a quienes juzgamos pecadores y por lo
tanto condenados a arreglárselas solos, sin nuestra ayuda. Jesús en cambio
recuerda que para salvarnos es necesario seguir el «signo de Jonás», o sea, la
misericordia del Señor”.
Jonás se negaba a ser el instrumento de Dios que
comunicara la misericordia a los paganos. Por eso huyó. Dios revela que su
misericordia y salvación no está ligada ni al arrepentimiento ni a la
penitencia de nadie. Por eso no le importa parecer que se desdice o se
contradice. Al fin y al cabo nos conoce de sobra a los seres humanos y sabe
cómo solemos tergiversar sus cosas.
En fin, que la lección está ahí, bien clarita, para
quien quiera aprenderla. Y yo, ahora, me limito a poner en antecedentes a quien
se considere lego en la materia y quisiera más información.
El libro de Jonás
es una pequeña historia que se narra en la Sagrada Escritura con este título,
que está colocado entre los doce llamados profetas menores, –detrás de Abdías y
antes que Miqueas–, y que es muy breve, pero muy enjundioso.
El resumen podría ser según Vincent Mora en
Cuadernos Bíblicos nº 36 de la editorial Verbo Divino:
Una película bien llevada
En cuatro capítulos cortos, el libro de Jonás nos
cuenta la historia seguida de un tal Jonás, a vueltas con una misión divina.
Este relato se descompone con bastante facilidad en
seis episodios:
Primer episodio: la huida de Jonás (1, 1-3)
Jonás es un judío de Palestina a quien un buen día
Dios envía a predicar a Nínive. En el mensaje que Jonás tiene que llevar a
Nínive se adivina una amenaza mal disimulada. Por eso Jonás tiene pocas ganas
de ir a predicar a Nínive. Toma la dirección opuesta y se embarca hacia Tarsis.
Pero ¿es posible escaparse tan fácilmente de Dios?
Segundo episodio: la tempestad (1, 4-16)
Dios provoca una tempestad. El barco de Jonás se ve
en peligro; los marineros se agitan, mientras que Jonás duerme en la bodega.
Pero se descubre al culpable. Jonás confiesa su religión y señala el remedio
para salir del paso: que lo echen al mar. Los marineros intentan primero
zafarse del asunto. Es inútil. Se ponen entonces en manos del Dios de Jonás y
Jonás se ve arrojado al mar.
¿Misión terminada? ¡No!
Tercer episodio: salvamento de Jonás (2, 1-11)
Apenas cae al agua Jonás, Dios hace que un pez
gigantesco se trague a su profeta; el monstruo lo lleva tres días con sus
noches en su vientre -¡tiempo que aprovecha Jonás para componer un salmo!- y
finalmente lo vomita en la playa (2, 11),
Hemos vuelto al punto de partida. ¿Misión fallida? ¡No!
El film continúa. La misión de Jonás tiene que realizarse.
Comienza la segunda parte.
Cuarto episodio: misión renovada (3, 1-4)
La palabra de Dios se dirige de nuevo a Jonás y esta
vez Jonás obedece.
Quinto episodio: episodio central (3, 5-10)
¡Liturgia penitencial en Nínive! Jonás cumple su
misión y se produce lo increíble: Nínive se convierte con la esperanza de que
Dios retire su amenaza.
Sexto episodio: de hecho Dios retira su amenaza y
provoca el enfado de Jonás (4, 1-11)
Analicemos de cerca este cuadro final. En primer
plano, un Jonás enfadado (¿o un Jonás deprimido?). A Jonás no le gusta que Dios
sea misericordioso y bueno con Nínive, la ciudad irreligiosa e inhumana.
Lo admirable es que Dios acepta dar explicaciones.
Gradualmente: primero con una parábola en acción y luego con unas palabras.
Pues bien, Dios no recuerda el pecado ni la penitencia de los Ninivitas, sino
sólo la multitud de niños y de animales que pueblan Nínive.
Si Jonás mostró un poco de interés por un efímero
ricino que no le ha costado ningún esfuerzo, ¿cómo no va a cuidarse Dios de
tantos seres vivos y mostrarse solícito con ellos? Jonás no responde. Le toca
responder al lector.
Y si aún, persona amable que me visitas, tienes
tiempo y ganas, continúa…
Estimado
Paco: Ese título con el que encabezas tu columna en el Diario de Valladolid me
inquieta. Por lo que escribes, pero sobre todo por lo que lo provoca.
De
pequeño aprendí que con las cosas de comer no se juega; son demasiado serias;
tanto que entonces besábamos el pan tras recogerlo del suelo cuando se nos caía.
Mi padre, y como él otros muchos, nunca consintió caer o verse implicado en el
estraperlo, lucrarse de la necesidad ajena. En lo que estuvo en su mano,
siempre hubo un saco de harina para quien estuviera necesitado. En la mesa de
mi casa no se tiraba nada; todo tenía aprovechamiento. Aprendí a ser solidario
por caridad, por simples entrañas (tripas) de misericordia. Que ahora se
negocie con el hambre de otros no me las conmueven, me las crujen.
Si
entonces, aquel llamado “año del hambre”, y digan lo que quieran inquietantes
investigadores del pasado, Argentina se solidarizó con nuestro país enviándonos
medio millón de toneladas de trigo, la solidaridad entre paisanos también
existió, al menos en el mundo rural, y supervivimos gracias a ella.
No
quiero adentrarme a analizar cuándo y cómo se produjo el desajuste entre términos
tan plenos de sentido: justicia, solidaridad, caridad. Me parecen tan iguales y
equivalentes como las tres caras de la misma moneda: el mismo valor, el
supremo.
Que
sea noticiable que se da pan a las personas hambrientas, resulta hiriente a
quien recibe y a quien entrega, por los mismos motivos, porque la dignidad
humana se pone en un escaparate, en el mismo en el que salen las defraudadoras,
las evasoras, las corruptas, las insolidarias, las injustas, las faltas de
caridad.
Pero
entiendo que tú, como periodista, consideres que lo que no se dice no se sabe,
o al menos no se quiere reconocer. Y como profesional te preocupas de dar
notoriedad a lo que consideras importante. Está bien así. También has de
entender que esa misma publicidad puede zaherir, avergonzar, ¿humillar?
Como
soy cristiano tengo una referencia muy concreta: Jesús de Nazaret me indicó que
cuando diese limosna no tocara la campana ni lo hiciera en la plaza pública. Y
eso intentamos hacer: ni hinchar el pecho ni poner a nadie en un rollo.
Por
cierto, en el pueblo de mi madre, Villalón de Campos, existe un rollo preciosísimo,
donde colocaban a los malhechores para escarnio público.
Por
todo, y con todo, gracias, Paco.
TEXTO:
PACO
ALCÁNTARA
El
local parroquial adosado a la iglesia de la Virgen de Guadalupe, en el barrio
de las Villas, siempre tiene la puerta abierta. Es un singular autoservicio
para familias sin recursos económicos. Las cajas con leche, galletas, arroz y
aceite, entre una veintena de productos de primera necesidad y las estanterías
con ropa usada, perfectamente ordenadas, apenas dejan paso para transitar con
holgura por la nave. 38 toneladas de alimentos, 14 de leche, que merman a un
ritmo endiablado porque, desde finales de octubre, unas 400 personas, de 24
nacionalidades distintas, ya han recogido una buena parte para paliar esta
pandemia llamada pobreza. Aunque el día señalado para el reparto es el
viernes, Pilar Cortés advierte que, muchos, aún sienten pudor por mostrar su pobreza
en público. Prefieren acudir cuando este dispensario social, una pequeña isla
de solidaridad, se encuentra vacío, sin miradas supuestamente inquisidoras.
Esta
profesora jubilada, que abandonó una comunidad religiosa, hace 25 años, para
«hacer pequeñas cosas, y sentirme satisfecha por solucionar, cada día, un
pequeño problema de alguien», es la promotora de un grupo de voluntarios que
opera en esta parroquia. Un colectivo que se interesa por favorecer la
autopromoción personal, detectar necesidades, asistir a quien requiere ayuda y
«crear una conciencia colectiva bajo el prisma cristiano», aclara esta mujer
vitalista, que huye del protagonismo mediático.
La
última donación de un hotel de la provincia, treinta mantas, se repartió en
apenas tres días. «Hay gente que no tiene para pagar la calefacción, familias
que se hacinan en una habitación, compartiendo con otros, una vivienda con derecho
a cocina», cuenta mientras advierte, es verdad que ahora hay más trabajo,
«pero, es muy precario; a muchos, el salario no les llega a fin de mes», y
lanza una reflexión digna de memorizar, «hay una parte de la población que no
se percata que otra parte lo está pasando muy mal».
Aristóteles
ya nos alertó que la compasión es una cuestión de distancia. El dolor de los
que están demasiado cerca nos conmueve, mientras el de los que están demasiado
lejos nos resulta indiferente. Hemos convenido en entender como normal padecer
una ceguera emocional frente al sufrimiento lejano y resulta excepcionalmente
ejemplar que aún exista gente que experimenta como propio el dolor ajeno, por
remoto o anónimo que sea. Convertidos en consumidores televisivos, las miserias
que contemplamos en la pequeña pantalla nos hacen creernos a salvo y, como
señala Santiago Alba, «nos refuerzan la convicción de la existencia de una ley
natural que nos ha puesto a cubierto de la pobreza, la guerra, los terremotos
y las matanzas». Nos acercarnos al borde sin arriesgar nada, puede, incluso,
que con la sensación alegre de vernos como «unos superviviente». Seres
vacunados para no advertir como propio el dolor ajeno.
Sin
embargo, esa cercanía con la desdicha y la adversidad, le sugieren a esta
mujer, que ya peina canas, muchas preguntas, ¿cómo permanecer impasible cuando
conoces a una familia con cuatro miembros, que vive con apenas mil euros al
mes, tienen que pagar cerca de quinientos de alquiler y, el padre, a diario,
tiene que viajar en su coche unos 200 kilómetros para ir y volver de su puesto
de trabajo?, ¿Cómo no ayudar a gentes que administran 350 euros para todo un
mes, como único recurso, y que, por su edad, saben que no volverán a entrar en
el mundo laboral? Perdemos la condición de humanidad si damos la espalda a
estas situaciones tan dramáticas, dice Pilar.
Hace
años, en otra conversación, cuando le pregunté si lo suyo era caridad o existía
un trasfondo por denunciar las injusticias, me mostró un cartel que presidía
una de las paredes de su casa con esta leyenda, «cuando doy pan a un pobre
dicen que soy un santo, cuando pregunto por qué un pobre no tiene pan, me
llaman comunista». Un pensamiento del obispo brasileño Helder Cámara, uno de
los padres de la Teología de la liberación, que Pilar Cortés, hace suyo.
Acabo de encontrarme un poema cuyas palabras
encuentro plenas de sentido. Estaba leyendo a una escritora que disertaba sobre
el adviento como actitud permanente, cuando se la ocurre citar a “una
cantautora argentina” para apoyar su pensamiento. Picado por la curiosidad,
quise saber de quién se trataba. Y tras varias indagaciones, descubrí que la
cantautora era en realidad un señor ya fallecido, argentino sí, además de
obispo metodista y esforzado defensor de los derechos humanos.
Porque Él entró en el mundo y en
la historia
Porque Él quebró el silencio y la
agonía
Porque llenó la tierra de su
gloria
Porque fue luz en nuestra noche
fría.
Porque Él nació en un pesebre
oscuro
Porque vivió sembrando amor y vida
Porque partió los corazones duros
Y levantó las almas abatidas.
Por eso es que hoy tenemos
esperanza
Por eso es que hoy luchamos con
porfía
Por eso es que hoy miramos con
confianza
El porvenir en esta tierra mía.
Por eso es que hoy tenemos
esperanza
Por eso es que hoy luchamos con
porfía
Por eso es que hoy miramos con
confianza
El porvenir.
Porque atacó a ambiciosos
mercaderes
Y denunció maldad e hipocresía
Porque exaltó a los niños las
mujeres
Y rechazó a los que de orgullo
ardían.
Porque Él cargó la cruz de nuestras
penas
Y saboreó la hiel de nuestros
males
Porque aceptó sufrir nuestra
condena
Y así morir por todos los mortales
Porque una aurora vio su gran
victoria
Sobre la muerte, el miedo, las
mentiras
Ya nada puede detener su historia
Ni de su Reino eterno la venida.
José Federico Pagura (1923-2016),
argentino, obispo metodista y luchador por los derechos humanos.
El poema en cuestión, titulado Tenemos Esperanza está musicalizado como tango, y a lo que pude
comprobar lo cantan en todas las iglesias metodistas de Hispanoamérica.
Un poco harto de que gran parte del mundillo que
frecuento trate de si la Inmaculada sí, la Inmaculada no; de que si la culpa es
del dogma; o del pecado original; de una fiesta religiosa convertida también en
civil; de si es perjudicial para el sexo femenino; de que está pensado desde
una visión patriarcal y por lo tanto machista; de poner sobre María de Nazaret
mantos, joyas y coronas; o de quitárselas, que también.
En fin, un poco harto del barullo en que solemos
sepultar cosas importantes, haciéndolas imposibles. Harto, como digo
repitiéndome, me quedo con la corona de adviento de mi casa y con estas
palabras de Pagura, el autor para mí hasta ahora desconocido, del que he
encontrado este vídeo casero:
Y concluyo con estas palabras de fray Marcos que me
ha redondeado este 8 de diciembre:
“Si
descubrimos lo divino en Jesús y en María, ¿a qué estamos esperando para descubrirlo en
nosotros?”.
Como a ti el tiempo te da igual, porque ya estás por
encima de él, vengo a ofrecerte este pequeño regalo desandando en mi vida para
llegar al día en que festejarías tu llegada a este mundo hace 98 años. Escribo,
pues, a toro pasado, y publico cuando se me antoja.
Ha querido la suerte que me topara con un recorrido
completo y bello por el pueblo en el que naciste, Villalón de Campos. Buscaba
una foto del rollo, y di con todo lo demás.
Se trata de un reportaje de alguien que ha realizado
una visita a Villalón, tal vez porque le tocó en suerte, tal vez porque le picó
la curiosidad a partir de cierta noticia que le llegó. El caso es que parece
que se tomó su tiempo y dedicó lo suficiente para hacer una amplia, casi
completa, visita a tu pueblo. Muestra detalles y da explicaciones que no son
frecuentes en una simple jornada turística.
Me llama la atención, por otra parte, la casi
ausencia de animación. Una voz femenina, dos personas que pueden ser la misma,
y el ruido de fondo de los vehículos a motor destacan sobre un paisaje
deshabitado, casi un escenario vacío previo a la representación. Retrato fiel
de la mayoría de los pueblos de nuestra tierra de Campos, que otrora fueran
bulliciosos y variopintos en gentes de aquí y de allá.
La casa donde tú naciste ahí sigue, remozada. La
calle de tu abuelo, también, aunque confundido el nombre. San Miguel, San Juan,
el Rollo, la Rúa… Hay fuentes que no se parecen en nada a los caños de tu
infancia, y no tienen agua. Y una estatua, la Quesera, que te hace memoria.
Hubieras expuesto tus maravillosos quesos artesanos en el museo en que han
convertido las antiguas escuelas, si aquel viajante no hubiera comprometido
toda tu producción, para regocijo de papá que iba al mercado con toda la carga
vendida, holgar por la villa en lugar de exponer, comer opíparamente en la
fonda y volver a casa con la faltriquera henchida en el carro de varas.
Carros, eso es lo que falta. Y mujeres con cántaro
en la cadera. Y labriegos con pantalones de pana. Y niños y niñas jugando en la
plaza. Y el señor cura dirigiéndose a sus obligaciones, en sotana y con
dulleta, bonete en la cabeza y el libro de las horas en las manos.
Faltan otras muchas cosas más, que tú detectarás en
cuanto lo mires. Ya no mueven molino, como el agua que pasó. Es lo que tiene la
vida, que es demasiada corta y entraña demasiados cambios. Tantos que tu pueblo
no es el que yo conocí, mucho menos el que te vio nacer.
He envuelto todo ello en papel de fantasía y te lo
presento aquí, donde estoy, y ahora, día 11 de diciembre, nueve días después de
tu onomástica. Que esté situado en la fecha que aparece es simpleza
disculpable; no todas las placas informativas expresan la fecha de su
instalación, que llevó su tiempo. ¡Ay si se pusieran de acuerdo decididores,
grabadores e instaladores!
Mi rúbrica la pongo tras celebrar a nuestra Patrona,
la Virgen de Guadalupe, que ha querido el calendario que también la celebremos
antes de su día, el doce. A ella no le importa, lo mismo que a ti que te
escriba desde el futuro; el discurrir del tiempo algún día cesará, y entones
todos seremos mucho más jóvenes.
Como tú, que te conservas en mi memoria en la más preciosa
madurez. Besos para papá, y para ti lo que prefieras, beso o abrazo. A mí me es
indiferente.
Sus enemigos dicen que fue rey sin corona y que
confundía la unidad con la unanimidad.
Y en eso sus enemigos tienen razón.
Sus enemigos dicen que si Napoleón hubiera tenido un
diario como el «Granma», ningún francés se habría enterado del desastre de Waterloo.
Y en eso sus enemigos tienen razón.
Sus enemigos dicen que ejerció el poder hablando
mucho y escuchando poco, porque estaba más acostumbrado a los ecos que a las
voces.
Y en eso sus enemigos tienen razón.
Pero sus enemigos no dicen que no fue por posar para
la Historia que puso el pecho a las balas cuando vino la invasión, que enfrentó
a los huracanes de igual a igual, de huracán a huracán, que sobrevivió a
seiscientos treinta y siete atentados, que su contagiosa energía fue decisiva
para convertir una colonia en patria y que no fue por hechizo de Mandinga ni
por milagro de Dios que esa nueva patria pudo sobrevivir a diez presidentes de
los Estados Unidos, que tenían puesta la servilleta para almorzarla con
cuchillo y tenedor.
Y sus enemigos no dicen que Cuba es un raro país que
no compite en la Copa Mundial del Felpudo.
Y no dicen que esta revolución, crecida en el
castigo, es lo que pudo ser y no lo que quiso ser. Ni dicen que en gran medida
el muro entre el deseo y la realidad fue haciéndose más alto y más ancho
gracias al bloqueo imperial, que ahogó el desarrollo de una democracia a la
cubana, obligó a la militarización de la sociedad y otorgó a la burocracia, que
para cada solución tiene un problema, las coartadas que necesita para justificarse
y perpetuarse.
Y no dicen que a pesar de todos los pesares, a pesar
de las agresiones de afuera y de las arbitrariedades de adentro, esta isla
sufrida pero porfiadamente alegre ha generado la sociedad latinoamericana menos
injusta.
Y sus enemigos no dicen que esa hazaña fue obra del
sacrificio de su pueblo, pero también fue obra de la tozuda voluntad y el
anticuado sentido del honor de este caballero que siempre se batió por los
perdedores, como aquel famoso colega suyo de los campos de Castilla.
Ha muerto Fidel Castro y yo me he levantado sin
saberlo. A las ocho de la mañana leí un mensaje de un amigo de Murcia: "No
sé si felicitarte o acompañarte en el sentimiento. Que la tierra sea leve con
el compañero Fidel". No fue el único en dudar del lado por el que respiro.
Durante toda la mañana mi teléfono ha estado colapsado con mensajes de
felicitación y de pésame a partes iguales.
Lamento defraudaros. No siento ni pena ni alegría.
Ni rabia ni dolor. La muerte de Fidel me da igual. No me cambia la vida. Mañana
no podré coger un vuelo y regresar a La Habana para siempre, con un trabajo y
un futuro para mi hijo. No hay odio en mi corazón. No reprocho a nadie la vida
que me ha tocado vivir. Me tocó y punto. Nací y crecí con la Revolución. En
Cuba me dieron, sin pagar un duro, una educación de élite, tuve acceso a una
sanidad gratuita y de calidad, pero los hombres no pasamos toda la vida
enfermos o estudiando. Yo no tengo madera de mártir. No protesté. No disentí.
Ni desfilé por la Plaza de la Revolución para aparentar. Nadie reparó en mi
ausencia. Me fui de Cuba a vivir mi vida. Y pido disculpas por este artículo,
no a una diáspora entera, sino a la gente que conozco y que de verdad me
importa. A los que han estado detenidos o apartados en Cuba por razones
ideológicas. También a los que, como mi hermana, hoy lloran la muerte del
comandante. Yo no tengo ganas de llorar. No puedo. No me salen las lágrimas. No
estoy triste, ni sorprendida, ni abrumada, pero tampoco tengo champán ni ron ni
güisqui guardados para brindar por la muerte de Fidel. No me alegro ni lloro
por su muerte, pero no quiero coincidir con él ni en el cielo ni en el
infierno.
Hubo un tiempo en que deseé con todas mis fuerzas
que muriera. Yo estudiaba Periodismo en la Universidad de La Habana en los años
90 y en la residencia estudiantil de F y 3ra, en el Vedado, escuchaba bajito a
Willy Chirino cantando que ese día "ya viene llegando". Y ha llegado,
pero con 20 años de retraso. A mí ya no me sirve de nada ni esto cambiará nada.
Fidel se rodeó de mediocres que acosaron a todo el
que sacaba un pie del redil y poco a poco comenzó el éxodo masivo de los que ya
no podían más porque se asfixiaban haciendo colas para comprar cuatro huevos,
porque no querían hacer trabajo voluntario los domingos rojos sino comer en
familia, porque entendían que la vida es una sola y que no hay por qué vivirla
permanentemente en penuria. No me compensa saber que todos éramos iguales.
Igual de pobres y cultos. El fuerte sentimiento antiamericano de los cubanos se
transformó en colas frente a la antigua oficina de intereses de los Estados
Unidos junto al Malecón, en cientos de miles de balseros rumbo a Miami. En
aeropuertos llenos de despedidas, madres llorando, hijos chillando. En Cuba un
aeropuerto es más triste que un tanatorio. Aún hoy puede que haya cubanos, a
esta hora, recorriendo a pie las selvas de Latinoamérica para llegar a ese
monstruo que de niños nos decían que era el imperialismo norteamericano. Nunca
escuché a Fidel explicar el motivo por el que millones de cubanos se han
marchado de su país. Es mejor llamarles "gusanos" que pensar que la
Revolución es una manzana podrida, levantada sobre las astillas de familias
destrozadas.
Hoy Cuba es un país desestructurado, profundamente
dividido entre los que son, los que no son y lo aparentan, los que están y los
que se fueron. No hay sentimiento de identidad ni de pertenencia a una nación.
Sales de Cuba y lo último que quieres es que se te acerque un fan del
'cubaneo', un nostálgico del comandante o alguien que se ponga a 'rajar' de la
Revolución. Yo miro hacia atrás sin rencor y doy gracias a Dios por no sentirlo.
Desgraciadamente no hay sitio allí para los que, como yo, creemos en la
necesidad de una reconciliación nacional en la que todos tenemos algo que
perdonar. Vuelvo a pedir disculpas a los que tienen motivos para odiar y a los
que siguen creyendo en la Revolución sin reparar en que tienen que elegir entre
Patria o Muerte. Respeto a los que hoy lloran la muerte de Fidel y también a
los que la celebran. No estoy ni en un bando ni el otro. Sólo sé que no quiero
verlos enfrentados.
Fidel ha muerto y lo van a cremar. Confío en que
Yemayá no permitirá que lancen sus cenizas al mar. Creo en los espíritus y me
temo que el suyo nunca se alejaría de la costa. No me alegro ni lloro por su
muerte, pero no quiero coincidir con él ni en el cielo ni en el infierno. Ya me
jodí y lo sufrí en esta vida.
Hoy recuerdo a mi bisabuela, que era una santa.
Nunca hablaba mal de nadie y no sabía nada de política. Cuando ella tenía más
de 94 años le pregunté, hace mucho, cuál había sido el peor gobierno de Cuba
desde los años de la República de 1902 y me contestó que ninguno, pero
"éste", dijo refiriéndose al de Fidel Castro, es el único que me ha
quitado la leche. Mi tía, la solterona, la miró asombrada y le espetó:
"Cállese Rafaela, que usted está chocheando".
Tania Costa, cubana y
periodista, residente en España
*****
La tía Lucrecia por aquí, la tía Lucrecia por allá,
mi madre no dejaba ocasión para hablar de la tía Lucrecia, la que se fue
pa’Cuba. Hermana pequeña de mi abuela materna, casada con Antolín, emigró a la
isla caribeña como tantos otros para mejorar. Allí, hiciera lo que hiciera,
terminó regentando un pequeño hotel, crió a sus hijos, y vivió hasta que
alguien fue y le dijo, pa’tu casa. Y se tuvo que marchar.
No pudo volver a la tierra castellana que la vio
nacer, y se afincó con su marido en Barcelona capital, donde la conocí. En un
pisito modesto nos recibió y entonces escuché de viva voz y en primera persona
lo que fue que sucedió en aquella lejana isla.
Plátanos fritos con jamón de york fue la opípara
cena que nos ofreció. Eso es lo que tenía tras años de trabajo allá lejote y planchando servilletas y manteles de hotel en su realidad barcelonesa. Y unos hijos
desestructurados. Y una soledad que me hace pensar que no hay milagros en esta
tierra ni revoluciones paradisíacas.
Lo cuento en femenino singular, porque él, Antolín, mi tío
abuelo pegado, no abrió, creo recordar, la boca en lo que duró nuestra visita.
Desde entonces la ciudad condal tiene para mí ese recuerdo triste, que no lo ha
logrado borrar el tiempo, ni el parque de Montjuic, ni el Nou Camp, ni
Montserrat, ni el Tibidabo, ni la Sagrada Familia, ni Pedralbes; tampoco lo ha conseguido aquella escena que contemplé en Canaletas de una pareja morreándose en plena calle, aquel lejano año 1962.
Acabo de pasar bajo la luna, superluna, y he tenido
que inclinarme hacia atrás y forzar mis cervicales para verla. Estaba sobre mi
vertical de tal manera que, si llegan a soltarse los amarres, cae sobre mí con
todo su poderío. Y me aplasta con toda seguridad.
No me pareció mayor que otros días, no obstante la
expectación creada por los medios; sí de una redondez superlativa, un círculo
perfecto.
Me abruma haber nacido apenas dos meses después de
la superluna anterior, en 1948. Cosas que suceden tan distanciadas en el tiempo
se convierten en hitos que se hunden en la historia, lejos de los simples
calendarios que miden las pequeñas vidas de los mortales. Esta noche
posiblemente hiele, y mañana salga un sol enorme en un cielo limpio. Y pasado
tal vez llueva, o sólo esté nublado. Pero otra superluna, ¿llegaré a
disfrutarla? Y eso que esta vez se anuncia más próxima, casi a la vuelta de la
esquina, en 2034.
Si lo logro, habré alcanzado una edad provecta, y
tendré algo de qué vanagloriarme: un trío de superlunas en mi haber.
En cualquier caso, es decir, lo consiga o no lo
logre, ya tengo un propósito para lo que me resta de vida: aprender a bailar el
vals. La letra ya la tengo, la música también; sólo me falta encontrar los
pasos.
En Viena
hay diez muchachas,
un hombro
donde solloza la muerte y un bosque de palomas disecadas.
Hay un
fragmento de la mañana en el museo de la escarcha.
Hay un
salón con mil ventanas.
¡Ay, ay,
ay, ay! Toma este vals con la boca cerrada.
Este vals,
este vals, este vals,
de sí, de
muerte y de coñac que moja su cola en el mar.
Te quiero,
te quiero, te quiero, con la butaca y el libro muerto,
por el
melancólico pasillo, en el oscuro desván del lirio,
en nuestra
cama de la luna y en la danza que sueña la tortuga.
¡Ay, ay,
ay, ay!
Toma este
vals de quebrada cintura.
En Viena
hay cuatro espejos donde juegan tu boca y los ecos.
Hay una
muerte para piano que pinta de azul a los muchachos.
Hay
mendigos por los tejados. Hay frescas guirnaldas de llanto.
¡Ay, ay,
ay, ay!
Toma este
vals que se muere en mis brazos.
Porque te
quiero, te quiero, amor mío, en el desván donde juegan los niños,
soñando
viejas luces de Hungría por los rumores de la tarde tibia,
viendo
ovejas y lirios de nieve por el silencio oscuro de tu frente.
¡Ay, ay,
ay, ay!
Toma este
vals del "Te quiero siempre".
En Viena
bailaré contigo con un disfraz que tenga cabeza de río.
¡Mira qué
orilla tengo de jacintos! Dejaré mi boca entre tus piernas,
mi alma en
fotografías y azucenas, y en las ondas oscuras de tu andar
quiero,
amor mío, amor mío, dejar, violín y sepulcro, las cintas del vals.
Si según mis convicciones nadie desaparece engullido
por la nada, con Leonard Cohen se ratifica mi creencia.
Tardé en conocerlo. Tiempo que perdí. Desde entonces
me acompaña. Continuará haciéndolo, si Dios quiere, hasta que, como él, también
considere –Dios, por supuesto– que ya estoy listo para morir.
Pero no, que aún tengo cuerda para rato, y necesito aprovecharla para disfrutar lo último suyo, aunque no sea lo mejor; es su despedida.
Lo digo pero no es verdad. Esta mañana mismo casi se
me atraganta el desayuno. No por opíparo, que lo es porque me levanto de la
cama con un hambre feroz. La razón fue lo que en esos momentos vomitaba la
emisora con la que pongo diana: el inminente triunfo de Trump en las elecciones
de estado unidos de américa. Mientras masticaba y deglutía las tostas con
mermelada, una voz femenina comunicaba a través de las ondas que, a falta del
recuento de muy pocos votos, el republicano aventajaba a la demócrata en manera
imposible de reducir.
Tras tomar el fresco en el pinar, volví a
encontrarme con lo peor, pero en absoluto me alteré. Como si fuera lo más
normal del mundo, encajé la noticia del triunfo del ricachón transformado en
político oficial, como si toda la información que he recibido durante tanto
tiempo en periódicos, revistas, informativos televisados o radiados, tertulias,
etc. hubiera estado machacándome con su victoria apabullante.
Y eso es lo que ha sido, contra todo pronóstico;
incluso contra los sondeos, los cálculos, los vaticinios y los deseos
expresados por personas que hablan como si supieran.
¡Cómo voy a alterarme! Va me voy acostumbrando. Es
lo que está ocurriendo desde hace tiempo en el mundo. Como si fueran setas que
surgen de improviso en el suelo de los bosques, las piezas del puzzle que
forman el mapamundi se van tornando del mismo color, si por contagio, si por
convencimiento, si por miedo…
Y cuando todo quede uniforme, monocolor, importará
muy poco que la luz esté compuesta de infinidad de matices. ¿Dónde encontrar el
prisma necesario, quién lo descubrirá?
Ha tenido que ser un señor con pelambrera imposible
de forma y de color quien me abriera los ojos a la realidad. Es lo que hay. Los
sueños no dejarán nunca de ser sueños, y en cuanto uno despierta se evaporan.
Lo sé por experiencia.
Por cierto, el que nunca soñaba, –lo he dicho por
activa y por pasiva que yo nunca lo hacía–, lleva una temporada que no hay
noche que no se despierte tras una mala pesadilla.
Eso me soltó un galopín recién llegado a catequesis
al verme tratando de dirigirles el canto en el primer día. La voz salía de mi
boca difuminada y desparramada por el enorme hueco de la ausencia de incisivos,
caninos y… para qué seguir enumerando.
¡Bien empezamos! pensé, mientras trataba de
solventar la situación sin salir demasiado escaldado.
Grité ¡silencio!, para que escucharan la melodía,
porque con ellos cantando al tiempo que yo, sin sabérsela, era mucho follón. No
tuve que insistir, es la verdad, y conseguimos al fin cantar decentemente el
himno de la catequesis, con el que todos los años nos estrenamos.
Esta hoja está rota, dijo otro, levantado el papel
de canto, demasiado sobado de tanto uso. Necesita un remiendo, respondí. ¿Qué?
Y tuve que parar para enriquecer su vocabulario con una palabra nueva.
Imposible; no saben lo que es ropa remendada, no la llevan.
Si mi falta de piezas dentarias les lleva a pensar
que ya estoy caduco, verme remendar calcetines y bajos de los pantalones no
quiero ni imaginar a qué conclusiones más les llevaría sobre mi persona.
Pasó por fin el comienzo, y salieron al terminar
corriendo a contar a sus papás y a sus mamás lo que acaban de hacer allá
arriba. Besos y más besos, como si hubieran estado separados no digo horas,
semanas, en un reencuentro que a buen seguro estará repleto de pequeñas
anécdotas que contar con sus nuevos amiguitos, las catequistas, las historias
escuchadas y vividas, el canto dirigido por mí incluido, y la expectativa de
que el próximo día volverán tan contentos para vivir nuevas experiencias.
Si me creyera que esto no sirve para nada, también debería
considerarme, además de desdentado, un carcamal ya sin futuro ni esperanza.
Está a la vista de multitudes permanentemente. Todo
se hace siguiendo sus dictados. No falta ni en la más pequeña iglesia. Se abre
al comenzar cualquier celebración y se cierra al concluirla. Como todo libro
tiene erratas, pero lo contiene todo y nada se hace sin que esté en él anotado.
A pesar de todo ello, es el gran desconocido, y no digo, aunque pudiera
hacerlo, que sea el gran ignorado.
Es el misal romano. En latín en su versión original,
se adapta a la lengua vernácula, la propia del lugar, y es la conferencia
episcopal nacional la que edita y aprueba. Rige para todo el orbe católico y es
su tercera edición.
Acabamos de estrenarlo en mi parroquia, y como es de
precepto lo he presentado brevemente. Ahora vengo aquí a enseñarlo.
En principio, nada más verlo o cogerlo, se aprecia
que es contundente: bien impreso, bien encuadernado y muy bien presentado. Un
defecto: pesa un montón, ahí está la prueba. Me preocupan los monaguillos y
monaguillas, allí donde se den, que tengan que transportarlo ante la comunidad
congregada.
Ha ganado en claridad, porque las explicaciones, que
están escritas en rojo y se llaman rúbricas, no interfieren por su tamaño
discreto y su estilo diferente con el texto litúrgico propiamente dicho. De
modo que, si ahora al principio parece algo complicado de manejar un libro de
casi dos mil páginas, no tardando mucho será coser y cantar.
El cambio más importante, a mi modo de ver, es el realizado
en la fórmula de la consagración del cáliz. Aunque sabíamos que no era literal,
ya estábamos acostumbrados a «por vosotros y por todos los hombres», porque ni
considerábamos hubiera inexactitud en la expresión ni problema de género. Ahora
se ha querido guardar fidelidad a las palabras de Jesús en los textos bíblicos
y diremos «por vosotros y por muchos».
Y que nadie piense que es reduccionista la frase,
porque Jesús no lo quiso así. Por eso han aconsejado que se explique el por qué
de esa modificación. Lo he hecho así ante mi gente lo concisamente que me
permite una celebración, pero como aquí tengo espacio y tiempo suficiente voy a
dar la explicación completa con el documento que Joseph Ratzinger, papa
Benedicto XVI, dirigió a los obispos de Alemania, que le pidieron una
aclaración a la vuelta al «pro multis» original.
«¿A quién compararte en tu grandeza? Mira: a un cedro del Líbano de espléndido ramaje, de fronda de amplia sombra y de talla elevada. Entre las nubes despuntaba su copa. Las aguas le hicieron crecer, el abismo le hizo subir, derramando sus aguas en torno a su plantación, enviando sus acequias a todos los árboles del campo. Por eso su tronco superaba en altura a todos los árboles del campo, sus ramas se multiplicaban, se alargaba su ramaje, por la abundancia de agua que le hacía brotar. En sus ramas anidaban todos los pájaros del cielo, bajo su fronda parían todas las bestias del campo, a su sombra se sentaban numerosas naciones. Era hermoso por su talle, por la amplitud de su ramaje, porque sus raíces se hundían en aguas abundantes. No le igualaban los demás cedros en el jardín de Dios, los cipreses no podían competir con su ramaje, los plátanos no tenían ramas como las suyas. Ningún árbol, en el jardín de Dios, le igualaba en belleza. Yo le había embellecido con follaje abundante, y le envidiaban todos los árboles de Edén, los del jardín de Dios».
(Ez 31, 2-9)
Tempus fugit, es decir, el tiempo corre veloz como una liebre…
Ricardo Cantalapiedra
Marana tha
Para escuchar, presiona en la punta de flecha de la izquierda; si quieres silencio, presiona en ‖ o 1▢
El Cabo de Gata
-
No está en el fin del mundo, pero lo parece. Llegar hasta allá supone
atravesar valles y desiertos, llanuras y perdidos, pasar pueblos y rodear
montañas...