¡Gracias, Luis!



Luis es Luis Argüello, el Vicario General de la Diócesis. Ayer sustituyó a Don Ricardo y se acercó hasta nosotros para conferir la Confirmación a un grupo de jóvenes de la parroquia.
Llegó en el límite de tiempo, una manifestación le retuvo, y se dejó el Crisma en el coche, pero trajo su frescura y jovialidad, su disponibilidad a todo cuanto teníamos preparado, y nos dejó una reflexión-alegato en forma de homilía que encandiló a pequeños, grandes y medianos. No en vano era el domingo pascual del Buen Pastor y aquella la fiesta del Espíritu.
No se puede estar mejor cuando se está bien. Y este fue el sentir unánime de cuantos participamos.
Ahora toca cambiar de registro y empezar con las primeras comuniones. Ojalá cantara algún gallo y todo saliera de igual manera, porque si los jóvenes confirmados se lo tomaron en serio y estuvieron muy bien acompañados por sus familias, con los peques comulgantes será cuando menos problemático que ocurra. Hay demasiados intereses y preocupaciones en torno a esta celebración que no encontramos la manera de depurar y orientar.
Como dice el otro, el trabajo está hecho. A partir de ahora… habrá que seguir trabajando. No va a ser el Otro quien corra con todo el gasto.
De todas las maneras, y puesto que desde la Superioridad Máxima nos recomiendan sobriedad en las primeras comuniones, no estaría de más alertar a esa Máxima Superioridad sobre la falta de sobriedad en las celebraciones que desde Roma, por ejemplo, se difunden urbi et orbe. Hacer caso a Casaldáliga cuando dice a Pedro que deje el sinedrio y tome las sandalias no sería mala idea.
Deja la curia, Pedro,
desmantela el sinedrio y la muralla,
ordena que se cambien todas las filacterias impecables
por palabras de vida, temblorosas.

Vamos al Huerto de las bananeras,
revestidos de noche, a todo riesgo,
que allí el Maestro suda la sangre de los Pobres.

La túnica inconsútil es esta humilde carne destrozada,
el llanto de los niños sin respuesta,
la memoria bordada de los muertos anónimos.

Legión de mercenarios acosan la frontera de la aurora naciente
y el César los bendice desde su prepotencia.
En la pulcra jofaina Pilatos se abluciona, legalista y cobarde.

El Pueblo es sólo un «resto»,
un resto de Esperanza.
No Lo dejemos sólo entre guardias y príncipes.
Es hora de sudar con Su agonía,
es hora de beber el cáliz de los Pobres
y erguir la Cruz, desnuda de certezas,
y quebrantar la losa —ley y sello— del sepulcro romano,
y amanecer
de Pascua.

Diles, dinos a todos,
que siguen en vigencia indeclinable
la gruta de Belén,
las Bienaventuranzas
y el Juicio del amor dado en comida.

¡No nos conturbes más!
Como Lo amas,
ámanos,
simplemente,
de igual a igual, hermano.
Danos, con tus sonrisas, con tus lágrimas nuevas,
el pez de la Alegría,
el pan de la Palabra,
las rosas del rescoldo...
…la claridad del horizonte libre,
el Mar de Galilea ecuménicamente abierto al Mundo.

Luis, gracias por tus zapatos corrientes, más sandalias que coturnos. Gracias, Luis, por tu saber estar y mejor decir, sin necesidad de más títulos ni honores. Y gracias también porque repartiste el Pan y el Vino junto con el Don del Espíritu; y quienes no podían aún recibirlos se llevaron de ti un gesto cariñoso, una sonrisa plena.

Una Biblia y un periódico


Mi profesor de Teología Moral, P. Gonzalo Higuera Udías S.J. (n. 25-10-1921 - † 17-4-1995), sabio por humilde donde los hubiere, o humilde por sabio que también, nos aconsejaba orar con la Sagrada Escritura en una mano y el periódico en la otra. He de notar que no expresó qué mano debía sujetar qué cosa. Era su opinión que ni la palabra encerrada en el libro sagrado pertenece al pasado, ni el diario impreso al presente sólo y sin más. Una y otro, otro y una, son inspirados, cada cual a su manera, y se complementan; más aún, se interpretan y se colman de sentido. Contraponerlos como palabra viva/palabra muerta, palabra definitiva/palabra contingente es un error. Eso decía el P. Higuera. Eso nos enseñó.
Leer, por ejemplo, el libro del Génesis y no hacer caso del periódico podría llevarnos a seguir imaginando que las cosas fueron tal que en un juego de jardín, con árboles y manzanas, serpientes y ángeles con espadas celestiales; y a Dios fabricándonos del barro cual simple y sencillo alfarero.
Leer el periódico y no considerar al Éxodo, nos llevaría con bastante probabilidad a pensarnos carne de un ciego destino, sin más horizonte que nuestro dolor de muelas o aquello que está ahí, ante nuestras propias narices.
Leer al mismo tiempo el periódico y a los Profetas, y no relacionarlos, es no saber leer los signos de los tiempos que vivimos, e ignorar que muchas cosas que pasan, ya pasaron. Y que si vivimos atentos al presente, no nos equivocaremos seriamente al imaginarnos el futuro.
Yo creía que se había empezado a considerar en serio esta propuesta de mi añorado profesor P. Higuera SJ, pero ya veo que me estoy equivocando. No sólo en lo de los juegos del jardín, también en lo de Sodoma y Gomorra. A este paso terminaremos todos, absolutamente todos, convertidos en estatuas de sal, como la mujer de Lot. Al tiempo.
Valga esto para, por ejemplo:
1. El origen de todo cuanto existe. ¿Creacionismo o evolución?
2. La mujer. ¿Subproducto de la raza humana? ¿Hombre no llevado a término?
3. Sexualidad. ¿Nolli me tangere?
4. Homosexualidad. ¿Aberración de la naturaleza? ¿Fabricación artificial y artificiosa? ¿Enfermedad curable con la noble asistencia de profesionales del ramo?
5. Política. ¿Dios está siempre a la derecha?
6. Economía. ¿Atrápalo como puedas y corre?
7. Vida. ¿Veni, vidi, vinci?
8. Naturaleza. ¿Todo esto es mío?
9. Reproducción humana. ¿Tú la haces, tú la pagas?
10. Muerte con dignidad. ¿Hay que joderse y aguantarse?
En fin, que eso, cual estatua de sal. O dicho de otra manera: ¡Pasmao! Así estoy.

El Buen Pastor



Hay un domingo que me trae recuerdos dispares. En la liturgia cristiana, por pascua, el cuarto domingo trata precisamente de esto, de Jesús, Buen Pastor.
-«Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estragos y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.
Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a éstas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor.
Por eso me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para quitarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido del Padre».
(Evangelio de Juan 10, 11-18)
Digo dispares porque en mi pueblo siempre se han trabajado las ovejas. “Se trabajan”, es decir, se hace negocio con ellas. En contacto muy estrecho con la tierra y la “vida animal” el negocio se entendía por entonces de una manera diferente a la actual. Y “beneficio” no era simplemente el excedente que quedaba después de haber descontado los gastos generales a la producción recogida. No. Existía un “plus”, un valor añadido que difícilmente podía cuantificarse en antiguas pesetas.
Así, la “Torda”, además de una mula de trabajo, era un animal équido mansurrón encima de la cual yo volvía montado de la era más alegre que unas pascuas al acabar el día. Nunca me tiró, a pesar de contar yo con apenas cuatro años.
A la “Yegua”, sin embargo, nunca la monté; no cabía yo encima de sus lomos de anchos que eran. Sin embargo, tan pronto la compró, mi padre me la asignó como mascota. “Esta es de Miguelangel”, dijo. Claro que el “Caballo”, que llegó a casa mucho antes, le fue asignado a mi hermano. Siempre hubo diferencias. Y cuidado que disfruté, y hasta me enorgullecí, del “poderío” de la Yegua. Nada se le resistía. Ella sola tiraba del remolque cargado hasta las trancas, y muchos carros de bálago o de abono sacó adelante por aquellos caminos embarrados de mi pueblo.
Las ovejas, por entonces daban más pérdidas que ganancias en términos pecuniarios, porque el mercado de la lana estaba en franca recesión, y a su leche ya no le daban cuartelillo porque engordaba, y estaba la leche de vaca que era más ligera y en la ciudad encontraba mejor acomodo. Y fueron las gallinas las que sacaron a mis padres de apuros. Sin embargo, el rebaño era la niña bonita de mi padre.
El marrano era mi dedicación por las tardes a la vuelta de la escuela. Darle de comer el “salvao” amasado en simple agua no suponía ningún peligro para un pibe de mi edad, que no levantaba un palmo del suelo.
Y es que hasta ellos, los animales, comprendían que había como una corriente de sintonía que nos hermanaba. Ellos colaboraban en lo que podían, y se mostraban agradecidos por lo que recibían.
La gigantesca yegua nunca me intimidó, ni lo pretendió jamás. Al contrario, como que se hacía dulce cuando yo me la acercaba.
Propiamente agresividad sólo me mostraron las gallinas cuando iba al corral a hacer las necesidades mayores. En especial el gallo, que tenía querencia por mi culo abierto en pompa.
De modo que eso de buen pastor lo entendía y no lo entendía. Lo entendía si miraba a mi padre, que conocía una por una a todas sus ovejas. Y sabía la que iba a parir, la que era cordera, la que estaba seca, o modorra, la que se despistaba siempre al salir o entrar de la tenada, la que tenía las patas blandas y había que curarla, la de desecho… Mi padre sufría si el esquilador tardaba en aparecer por exceso de trabajo y las pobres ovejas balaban con su pelambrera entera casi entrado el verano.
No lo entendía si miraba al pastor contratado, que a veces llegaba tarde a sacarlas, a ordeñarlas, a apartarlas; o lo hacía mal. O volvía ya anochecido del campo y el rebaño llegaba aspeado, soleado, sediento, con las ubres a reventar por el retraso…
En fin, que yo sabía que había buenos y malos pastores. Y que el buen pastor no necesariamente sale con el ganado, aunque piense en él, y haga cábalas tanto despierto como soñando. Mi padre era de estos.
Cuando fui al convento quisieron enseñarme más cosas de los pastores. Y fue entonces cuando quise ser yo también pastor, y hacerlo bien.
Bujedo. ¿1960?
Los principios fueron sabrosones, no hay más que verme en esta foto de familia. ¡Qué jóvenes éramos, y qué caras más angelicales!
Luego las cosas dejaron de ser simples, y hube de tomar decisiones que, ahora compruebo, me marcaron desde entonces. Con lo bien que me encontraba siendo oveja, me costó, aún me cuesta, comprobar que oveja lo seré siempre, pero como pastor siempre estaré en proceso.
Pero esta es otra historia, y hoy no me apetece, ni tengo tiempo, recordarla.

Médico, ¿cúrate a ti mismo?

 

Cuando alguien propone solucionar algo y tiene deberes sin hacer, puede terminar siendo acreedor de la frase concluyente y excluyente: ¡Médico, cúrate a ti mismo!
No necesariamente tiene que ser profesional de la medicina; basta que se ofrezca a arreglar o terminar de estropear lo que sea.
Médicos, propiamente dichos, tenemos en este país para exportar. Y se están marchando porque aquí no se sienten considerados. Y es una pena que tal bagaje cultural y el enorme gasto que supone su formación sirvan ahora para beneficiar a quienes ni se molestaron, ni se preocuparon, ni… Ahora ponen algo del dinero que tienen y ¡servidos!
Pero no importa. Aquí hay médicos para dar y tomar. Y baratitos.
Bien pensado, creo que en cada españolito/a reside un/a doctor/a en medicina. Y ejerce, vaya si ejerce.
Acabo de observarme y me he dado el diagnóstico. Tengo una queratinización en el dorso de la mano. Puede ser la enfermedad de Darier.
Rápidamente Internet me ha dado la respuesta. Ya sólo tengo que confirmarlo. ¿Querrá hacerlo mi doctora?
Habida cuenta de que esto mismo lo tuvieron mis padres, y que lo soportaron sin más complicaciones hasta una edad sobradamente avanzada, debo tranquilizarme y dejar de husmear buscándome enfermedades o inventándomelas.
De momento con una crema hidratante ha mejorado sustancialmente.
Esto me hace recordar una pequeña historia que leí no hace demasiado.

LOS EXPERTOS


Un cuento Sufí:

Un hombre a quien se consideraba muerto fue llevado por sus amigos para ser enterrado. Cuando el féretro estaba a punto de ser introducido en la tumba, el hombre revivió inopinadamente y comenzó a golpear la tapa del féretro.
Abrieron el féretro y el hombre se incorporó.
«¿Qué estáis haciendo?», dijo a los sorprendidos asistentes. «Estoy vivo. No he muerto».
Sus palabras fueron acogidas con asombrado silencio. Al fin, uno de los deudos acertó a hablar: «Amigo, tanto los médicos como los sacerdotes han certificado que habías muerto. Y ¿cómo van a haberse equivocado los expertos?»
Así pues, volvieron a atornillar la tapa del féretro y lo enterraron debidamente.

(Anthony de Mello. El canto del pájaro. Sal Terrae. Santander 1982)

¡Guau, qué frío!





Según la tradición de esta casa, el 23A se inicia el período viajero por tierras castellanas, palabra de Moli. No es que me disguste pasear por el pinar, pero eso de salir a campo abierto y descubrir cosas nuevas me tenía entusiasmado.
El año pasado no pudo ser, porque los deberes profesionales de mi amo no lo permitieron. Así que esperaba ansioso que llegara esta fecha.
Los preámbulos eran interesantes. Así mirábamos nevar apenas hace unos días Berto y yo, bien arrimados a la calefacción.

Llegó la hora de salir, y del primer envite me pegué un sofocón que casi me deja sin lengua. Pero enseguida me repuse. Claro que el terreno era conocido, porque decidimos no ir demasiado lejos, por si las moscas.
Y acertamos. No es que hiciera frío, ¡qué va! Es que aún estamos en el infierno.
Berto, que desapareció apenas empezamos a andar, no sé qué encontraría; cuando lo recuperamos no contó nada. Es tan callado que nunca sabemos por dónde ha parado y qué le ha tenido tan entretenido.
Moli apenas se alejó, aunque tampoco se acercó.






Y las cosas… pues las cosas estaban tal como se ven: dormidas, tristes y a la espera de que llegue el buen tiempo.
Yo de momento olisqueé a los pollitos, que han crecido y no necesitan ya la bombilla protectora.
Por lo demás, un día cansado; y volver al coche fue un placer. Un auténtico placer.

Guau, guau, guau. Firmado:

Gumi

Castilla, Villalar y los libros



SONETOS DE LA HOZ Y EL TRIGO



I

Abrió la reja el surco y la simiente
que esperaba intranquila su destino,
privada de la inercia lentamente,
fue aceptando madura su destino.

Notaba de la tierra la frescura,
de los tordos y grajos el acoso,
ahogo del olor a la basura;
silencio del silencio de su foso.

Grano incierto de cierta sementera,
que te pudres gestándote en el barro,
esperando arduo parto en primavera.

Grano cierto en incierto y viejo carro,
simulacro de atalaya hoy en la era;
ayer y hoy camino: pan y jarro.



II

Recordando la hoz su viejo tranco,
del adobe colgada en el sobrado,
miraba depresiva al tosco banco
que Canor lentamente hubo labrado.

Con hoja en la rendija, pensativa;
trataba de enjugar su parca pena,
todavía orgullosa, desde arriba,
del rastrojo del trigo y de la avena.

¡Qué fuerza suave airea en la lomera
de la mano callosa enardecida,
del vaivén de su mango en la pernera!

Temiendo a cada tajo quitar vida
y hacer de su labor barriobajera
resurrección perenne prometida.



III

Hermosa conjunción de geometría,
hermoso paraninfo de otras eras;
del martillo con yunques en la vía,
hermana socialista en las banderas.

Aquella hoja que moza se atrevía
a echar pulsos de brillos a la luna
cuando nueva con fuerza relucía,
sucumbió a los tiempos y a su cuna.

Pero quedan las tierras de Castilla,
como emblemas de triunfos de su corte,
que refieren los sabios en la villa;

y quedan sus labores y su porte
de hidalga señorona en regia silla,
bandera del recuerdo, estrella y norte



Andrés C. Bermejo.




Castilla, porque soy de aquí y desde ella hablo. Villalar, por los Comuneros y el rey germano que torció la historia antes de que esta naciera. Libros, porque no he escrito ninguno, pero Andrés sí; y si fuera de otra manera, a base de publicar poemas suyos en menos que canta un gallo se lo edito y lo propongo.
Hoy es el Día de Villalar, y en la campa comunera mis paisanos ondearán pendones y reivindicarán antiguos derechos conculcados, aguas pasadas que ya no mueven molino ni falta que hace. Comerán tortilla de patata y chorizo asado, tal vez se mojen, pero con toda seguridad volverán a casa roncos y cansados de bailar, cantar, privar (beber) y yantar.
Hoy es también el día del Libro. Pero no pienso leer nada que tenga letra. Miraré los campos, andaré por ellos, y si se tercia comeré a mesa puesta; un día es un día. Y sí, yo también volveré a casa ronco y cansado, aunque sólo sea para no desentonar.

Día de la Tierra

 

Salimos gozosos a nuestro paseo matutino por el pinar, a disfrutar de olores, sabores y sudores… cuando nos topamos con el detritus de una noche de farra.
Para no herir sensibilidades no hay fotos.
¡Malditos los que allá por donde pasan dejan su “huella” como firma que los identifica!
Sirvan para esta ocasión las imágenes pinariegas de la margen derecha de este blog.

La cosa empezó… (Continuación de El credo que ha dado sentido a mi vida)





La fiesta de aquel año, 3 de Junio de 1990, tuvimos que celebrarla de prestado, porque el grupo era numeroso y excesivo para nuestras pequeñas dependencias. Nos dejaron un lugar mucho mayor, donde cabíamos todos, pequeños y grandes. Eran veintidós, niñas y niños, y todos querían hacer algo sin destacarse. Fue así como decidimos convertirnos en constructores. La materialización no fue difícil, hijos e hijas de trabajadores del ramo al fin y al cabo. Levantaríamos una pared, y cada pieza llevaría un mensaje que en conjunto expresara un sentir común, un código de referencia, una normativa que asumiéramos observar y cumplir sin que nadie se sintiera obligado a ello.
Fue así como a bote pronto fueron saliendo palabras con significado: justicia, amor, trabajo, esperanza… Todas asequibles, al alcance de la mano. Se hizo una primera selección y luego la definitiva; y para que quedara bien claro lo que pretendíamos, añadimos una pequeña frase que explicara o complementara cada una.
Al fin, la cosa quedó tal como se ve:


Estos niños, aunque aún son pequeños, quieren colaborar ya con nosotros, los mayores, para trabajar por el mundo en que vivimos dentro de nuestra Comunidad Cristiana. Por eso, quieren contribuir con

  1-2. LUCES y FLORES, porque esto es una fiesta
    3. JUSTICIA, porque es la base de la convivencia
    4. PAZ, para que todos vivamos tranquilos
    5. El TRABAJO de cada día, para que todos podamos comer
    6. CONFIANZA, para que seamos personas
    7. UNIDAD, para que avancemos todos juntos
    8. COMPRENSIÓN, para que nos entendamos
    9. ESPERANZA, para que construyamos el futuro
   10. ORACIÓN, para que Dios nos ayude
11-12. Más LUCES, porque queremos que nuestra fiesta sea muy alegre
   13. GENEROSIDAD, para que compartamos sin egoísmo
   14. TOLERANCIA, para que nadie condene a nadie
   15. AMOR, para que todo sea posible
   16. GANAS DE VIVIR, porque es lo más natural de la vida
   17. FE en Dios, porque es el Padre de todos
   18. ALEGRÍA, porque así todo es más fácil
   19. AMISTAD, para que nadie se encuentre solo
   20. SOLIDARIDAD, para que a nadie le falte lo importante
21-22. PAN y VINO, para recordar a Jesús

En años posteriores dejamos las tareas albañileriles porque ya no se reconocían en ellas, hijos e hijas al fin y al cabo de profesores, médicos y similares; pero asumieron la idea y entre todos fuimos convirtiéndola en credo al que cada grupo añadía o completaba según las circunstancias y las personas, para proclamarlo juntos pero también para entregarlo como legado a los siguientes. Como diciendo, esto es lo que creemos; vosotros haced lo que queráis, pero por si os sirve tomadlo, es también vuestro.
Así, de esa manera, hemos ido dando forma al credo que queremos de sentido a nuestra vida. Que tiene una parte inamovible, y otra parte que es irrenunciable. Y sólo varía en la manera de decirlo, que es negociable y móvil en la medida en que se entienda y sirva. Porque de lo contrario, ¡para qué vamos a perder el tiempo!

El credo que ha dado sentido a mi vida




Hace ya algunos años la editorial Desclée de Brouwer inició una colección bajo el título que encabeza esta entrada. Fui adquiriendo uno a uno según publicaba los libros, que si no recuerdo mal fueron quince. Ahí me paré. Tal vez también se detuvo la editorial, ya no lo recuerdo.
El primero en salir a la palestra fue González Ruiz, canónigo en excedencia de la catedral de Málaga, que tuvo a bien impartirme una sabrosona Introducción a San Pablo, a mí y a mis compañeros estudiantes. Y fue el gancho.
Luego llegó Llanos, menos ameno y un poco más difícil de seguir.
Díez Alegría, Javier Domínguez, Casaldáliga… y en fin, la lista que está ahí puesta.
El caso es que, siendo todas ellas unas personas estupendas, cada una ponía su acento particular y reseñaba aquellas circunstancias que a favor o en contra habían ayudado o estorbado, cuando no entorpecido, su discurso y su discurrir de creyentes. Una cosa era incuestionable dentro de la variedad: Dios no había sido en ninguna de ellas objeto de controversia. Sí, la forma humana (la interpretación) que se les ofrecía o ante la cual debían situarse.
En ninguna de ellas me vi plenamente reflejado, no sólo porque no llego a su estatura humana ni a su saber, sino porque mis circunstancias vitales han sido muy otras, y salvo pequeñas escaramuzas del tres al cuarto, mi vida ha sido más bien tranquila y sosegada, salvo el período de tres años en que me retuvieron mi solicitud de ser ordenado.
Creo en Dios. Rotundamente. Ni asomo de duda, no me avergüenzo ni me vanaglorio al afirmarlo. Desde que tengo uso de razón.
Celebro, pues, este día, 21 de abril, en que hace 64 años me bautizaron en la iglesia de Santa María, donde se venera a Nuestra Señora de los Ángeles, patrona de mi pueblo, Castromocho. Con alegría, con agradecimiento, con la memoria viva de mi padre, Vidal, cuyo nacimiento también fue un 21 de abril. Celebrábamos así unidos, su cumpleaños y mi bautizo. Unidad que mantuvimos a lo largo de nuestra vida común, al margen de las discrepancias, todas ellas menores, que no lograron distanciarnos ni enfrentarnos.
Creo en el Dios que mis padres me mostraron. Creo en el Dios que Jesús, el Cristo, se esmeró en describir, con aquella su pedagogía al alcance del pueblo sencillo, mostrando las aves del cielo y la hierba del campo. Creo en Dios cuando la Iglesia dice que es el Creador de cielos y tierra. Creo en el Padre/Madre, Abba le llamaba Él, en quien Jesús confió, obedeció y se refugió. Creo en el Dios Amor, -Padre, Hijo y Espíritu-, en comunión con la Iglesia, esa enorme muchedumbre y corriente de humanidad en la que me encuentro inmerso y de la que formo parte, porque quiero y necesito para reconocerme como objeto de su providencia y cuidado. Creo en el Dios de los profetas, de Samuel a Jesús, pasando por Isaías, Amós y Juan el Bautista, cuya palabra denunciaba el mal y orientaba hacia el verdadero culto en espíritu y verdad. Creo en el Dios de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que en los de mala voluntad Dios bien cree aunque ellos no lo sepan, o no quieran enterarse.
No logro ser, como las personas de la lista superior, conciso y sistemático, y expresarme en una palabra, o en una frase, que concentre todo lo que a lo largo de mi vida he ido asumiendo como constituto del bagaje de mi fe, un credo simple y rotundo, que, a modo de lema, pueda ofrecerme. En su lugar he ido añadiendo cosas, que me han dado, que me he encontrado, que he deducido, que he imaginado, por mi cuenta o junto a otros, en forma de listado que aún sigue abierto y no tengo voluntad de concluir. Y esto es en este momento lo que tengo:

Creemos en Dios, Padre-Madre de todos, que nos quiere sin medida.
Creemos en Jesús, nuestro hermano, que entregó su vida por nosotros.
Creemos en el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús, nuestra fuerza y alegría.
Creemos en el amor, que sí es posible en nuestro mundo.
Creemos en el perdón, en la reconciliación y en la amnistía.
Creemos que el trabajo nos permite ser creadores con Dios.
Creemos en la amistad, porque no hay otra forma más bonita de vivir.
Creemos en la generosidad y en que merece la pena compartir todo en la vida.
Creemos en la Iglesia, que somos todos y que tenemos que seguir construyendo entre todos.
Creemos en la igualdad de todos los seres humanos y de todas las razas.
Creemos en la justicia, porque este mundo es para todos por  igual y sin excepciones.
Creemos en la libertad, porque para ella nos liberó Jesús.
Creemos que debemos vivir como resucitados porque hemos sido llamados a la vida.
Creemos en la solidaridad entre las personas y entre los pueblos.
Creemos en la tolerancia y en el respeto de todas las ideas, ilusiones y creencias.
Creemos en la imaginación, para que juntos descubramos nuevos caminos.
Creemos que merece la pena estar alegres y contagiar alegría.
Creemos que la esperanza permite pensar y construir el futuro.
Creemos que la delicadeza debe presidir nuestros actos y animar nuestra vida, para que todo sea mucho más fácil.
Creemos que nadie debe crecer sin educación, para que todos tengamos cultura y nos podamos defender.
Creemos en el Evangelio, la Buena Noticia de Jesús para la humanidad.
Creemos que hay que recuperar la inocencia, y ser limpios y hacer las cosas con honradez y claridad.
Creemos que hay que ser valientes, y defender a todos de cualquier atropello.
Creemos necesario alcanzar la unidad entre los cristianos, para que nuestro testimonio sea convincente.
Creemos en la oración, porque no todo está en nuestras manos.
Creemos que la naturaleza merece más respeto: queremos habitar una tierra limpia y hermosa.
Creemos que las guerras sólo llevan a la destrucción. ¡Queremos la paz ya!
¡Creemos que es posible un mundo donde todos seamos hermanos!

Está en plural, sí, porque el Padre nuestro también lo está, aunque lo recite yo solito. Creo, pero no en solitario, sino en comunión. Este credo lo hemos ido haciendo durante muchos años. Progresivamente ha ido creciendo y, según lo recitamos, vamos necesitando algo más de tiempo, alargando nuestras celebraciones. Es posible que a partir de ahora condensemos algunas partes, enriqueciéndolas a costa de otras, y resulte algo más breve pero más rico.
Dentro de quince días, en un rito que se repite cada año con motivo de las primeras comuniones, en mi parroquia utilizaremos esta formulación del credo para expresar la fe que nos anima y nos define.


Iglesia de Santa María, Castromocho




¿Que por qué no veo fútbol?


 

Los días que televisan fútbol aprovecho para ir a disfrutar de la piscina para mí solito. ¡Ocho calles disponibles a precio de saldo! Más la socorrista, más el de la taquilla, más el de mantenimiento. Y en las duchas, idem. Y en el vestuario. Y hasta en el aparcamiento…
Por contra, esos días nada de fijar reuniones o eventos, porque, como hay fútbol, la convocatoria cae en saco roto.  Salvo si quieres hablar para una sala vacía o entretenerte dejando pasar el tiempo mirando a la musarañas.
¡Es que echan fútbol! ¡Cómo! ¿que no ves el partido? ¿No te gusta el fútbol?
No sabía que a estas alturas de mi vida debería justificarme sobre este particular. Pero no me duelen prendas.
Sí, ayer hice zaping de un canal a otro, y apareció el partido. Un jugador corría tras la pelota (balón) y pisó mal; al tiempo que se caía, un jugador contrario hizo un mal movimiento pero sin tocarle. Falta y tarjeta amarilla. El jugador caído él solito se fue sin decir ni mú, y el amonestado tampoco dijo pamplona. Los dos aceptaron la injusticia deportiva con deportividad. ¿Deportividad? Es que debe ser que aquí ahora por ti, luego por mí, pensé yo.
Lo correcto habría sido que dialogaran con el árbitro y aclararan que no hubo falta. Pero no. Menos mal que no terminó en gol la jugada, de lo contrario la circunstancia podría haber pasado a mayores.
No me gustó. En el juego no se hacen trampas. Ya decía mi abuelo Marceliano: En el juego y el dinero, se conoce al caballero.
Y para más inri, el tramposo era inglés. ¡Toma castaña!

Hay que tener categoría



“Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir.”



"Nunca ninguna autoridad política en España ha pedido perdón de una manera tan rotunda como don Juan Carlos lo ha hecho hoy tras cinco días de pública contestación". (Mábel Galaz, El País)

Servidor tampoco se lo ha oído a ninguna autoridad "religiosa".

Bueno, en realidad, creo que sólo se lo escuché una vez a mis padres, pero eso es materia reservada.

¡A confesarse!



Montgomery Clift en Yo confieso, de Alfred Hitchcock

Cuando celebramos el Sacramento con todo el grupo, faltaron cinco. ¿Y ahora qué? me dijo un padre de alguien que no pudo estar. Pues, ya veremos cómo lo hacemos, le contesté. El domingo vino otra madre para que confesara a su vástago justo antes de misa, y le dije que no, que si con todos lo había hecho en celebración comunitaria, con los que no estuvieron lo haría de igual manera. Así que les he citado para hoy, y han venido cuatro.
Tras dudarlo un instante, si hacerlo breve o no, me decidí por repetirlo tal cual con los cuatro que estaban presentes: dos niños y dos niñas.
Empezamos preparándonos para este momento tan importante para ellos, ya que era la primera vez y estaban entre nerviosos y expectantes. No fue difícil, porque hoy en día la chiquillería viene muy preparada. Y tres años en catequesis sirven, vaya si sirven. Aunque según se dice ahora nadie se arrepiente de nada, ni nadie pide perdón a nadie.
Luego escuchamos y visionamos con la ayuda de unas diapositivas el episodio de Zaqueo, el que se subió a una higuera para ver a Jesús, y recordamos que Jesús se figuraba a sí mismo como el pastor que no deja que ninguna de sus ovejas se extravíe. Y a partir de ahí, fueron revisándose en los diversos aspectos en que se desarrolla su vida, al tiempo que iban apuntando en un papel las cosas que ellos consideraban sus pecadillos.
En un momento dado, una de ellas dijo que no le cabía más, y, cuando ya estaba con otra cuartilla para dársela, se dio cuenta de que podía seguir escribiendo por el otro lado. Tras ese pequeño percance terminamos de hacer recuento de su breve existencia, que para ellos es todo su mundo. Pusieron su nombre, firmaron y rubricaron ante la mirada de quienes les acompañábamos.
Puestos en pie, y muy serios, recitaron el “Yo confieso” que leyeron de otra hoja que les di. Y fue entonces cuando me quisieron dar lo que habían escrito. Y fue entonces cuando les dije que a mí eso no me correspondía, y que tampoco nos importaba a los mayores; les recordé que si lo habían escrito es para que lo tuvieran bien claro que eso no estaba bien, y para no volver a hacerlo.
Y a continuación expresaron su arrepentimiento y pidieron perdón. Les di la absolución junto con un abrazo de reconciliación y echaron los papeles, sin leer y hechos un ovillo, al brasero. Ahí los quemaron, y supieron que habían sido perdonados, porque sólo quedaban cenizas.
Tras el “Padrenuestro” recibieron la cruz, como signo y recuerdo de que habían participado en el segundo sacramento de su vida cristiana.
Dentro de poco, accederán al tercero. Pero esa es otra historia.
No hubo tiempo para más, y se fueron corriendo porque es día de cole, y, si no tenían deberes, alguna actividad del tipo que sea estaba esperándoles.
Brasero de tizón
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Huelga toda explicación, pero quede claro que la imagen que se llevaron los niños de esta celebración no fue la de allá arriba, sino esta de aquí abajo. Lo encendieron ellos mismos y no se marcharon hasta verlo apagado.

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