Algo me hizo pensar que las cosas no volverían jamás
a ser como antes, y tanto me convenció esa idea que ya casi desesperaba de
tener experiencias como las que me han ido construyendo como persona.
Ciertamente habrá novedades adquiridas de las que no
conseguiré descabalgarme en el resto de mi existencia. Por ejemplo, cierta
desconfianza a aproximarme “en exceso” a personas, tanto conocidas como
desconocidas. No salir de casa con una mascarilla puesta y otra por si acaso. Y
no porque tenga miedo, que sí que lo tengo; es más bien por cómo reaccionen los
demás; me aterra que me miren con espanto por acercarme demasiado, por cruzarse
conmigo en la misma acera o por que me sorprendan con la boca descubierta como
si la cosa no me importara.
Al encontrar esta mañana esta flor junto a la valla
de una obra de mi barrio, que nadie ha plantado ni regado, que a nadie ha
maravillado por su esbeltez y que de nadie requiere más cuidados, he dado en
pensar que no todo está perdido y que tarde o temprano entraremos en una cierta
normalidad que bien podemos decir que es la “nueva”.
Bien. Así las cosas, tengo que decir que soy un
consumado “streamer”, especialidad que he desarrollado a lo largo de más de
diez meses transmitiendo en directo por youtube la eucaristía de cada jornada.
A ello me he visto obligado porque la mayor parte de mi feligresía no puede
acercarse al templo parroquial para disfrutar presencialmente de lo que le
apetece y en lo que yo puedo ayudarle.
También he desarrollado unas habilidades que nunca
había probado, ante la prohibición de cantar, usar cancioneros y otras hojas de
esas de pasarse unos a otros. Ahora todo va proyectado en la pared, hasta la
música. No hace falta escuchar, basta leer; no hay que cantar, que lo hagan
otros. ¿Que no nos podemos dar la mano? No importa, se proyecta un dibujito.
¿Que hay que ser breves en las homilías? Se pone el texto a la vista y uno se
calla porque con la mascarilla hablar cansa demasiado.
En fin, ya estaba convencido de que las cosas no
volverían a ser como antes. Pero me equivoqué. Llevamos casi un mes reducidos a
la mínima expresión del 25 que ya experimentamos por el mes de septiembre. Y de cuya experiencia creía habernos liberado definitivamente.
Había olvidado que aprendí de muy pequeño un refrán,
o proverbio, o máxima sapiencial que dice: “Lo que pasó volverá a pasar; lo
que ocurrió volverá a ocurrir: nada hay nuevo bajo el sol. De algunas cosas
se dice: «Mira, esto es nuevo». Sin embargo, ya sucedió”.
Sí, esa flor que me ha sorprendido esta mañana
cuando paseaba al amanecer me ha recordado que no todo está perdido aunque la
memoria sea débil y no recuerde, o se muestre reacia a ello; porque la realidad
es tozuda, pero la normalidad es nuestra vocación. En ella nos movemos como
peces en el agua. Es el aire que respiramos, tengamos puesta o no la
mascarilla.