Ha tenido que ser precisamente
ahora que se me haya ocurrido leer las 95 tesis que dicen Martín Lutero clavó
en la puerta de la capilla del palacio de Wittenberg (donde parece existía la mayor acumulación de reliquias de toda Europa). Aquel gesto fue de suma
trascendencia y rompió a la Iglesia en dos, dando origen al Cisma de Occidente:
católicos y luteranos. Los fieles a Lutero, los protestantes, llevaron a cabo la
Reforma, contestada por parte católica con la Contrarreforma. Desde entonces acá,
y, mediante el Concilio de Trento, cada lado permaneció obstinadamente en sus
posiciones irreconciliablemente separadas. No en vano ambas orillas del
problema se condenaron recíprocamente.
Papa Francisco camina al encuentro
de los hermanos separados, y es más que probable que se den circunstancias que
exijan, o cuando menos aconsejen, deponer actitudes. Ocurra lo que ocurra
ahora, lo de entonces nunca debió suceder. ¿Será demasiado cruenta la
reconciliación?
Mientras se oyen ruidos de sable
en uno y otro lado, miremos el asunto que lo originó: las 95 tesis de Lutero.
Por
amor a la verdad y en el afán de sacarla a luz, se discutirán en Wittenberg las
siguientes proposiciones bajo la presidencia del R. P. Martín Lutero, Maestro
en Artes y en Sagrada Escritura y Profesor Ordinario de esta última disciplina
en esa localidad. Por tal razón, ruega que los que no puedan estar presentes y
debatir oralmente con nosotros, lo hagan, aunque ausentes, por escrito. En el
nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén.
1.
Cuando nuestro Señor y Maestro Jesucristo dijo: “Haced penitencia...”, ha
querido que toda la vida de los creyentes fuera penitencia.
2.
Este término no puede entenderse en el sentido de la penitencia sacramental (es
decir, de aquella relacionada con la confesión y satisfacción) que se celebra
por el ministerio de los sacerdotes.
3.
Sin embargo, el vocablo no apunta solamente a una penitencia interior; antes
bien, una penitencia interna es nula si no obran exteriormente diversas
mortificaciones de la carne.
4.
En consecuencia, subsiste la pena mientras perdura el odio al propio yo (es
decir, la verdadera penitencia interior), lo que significa que ella continúa
hasta la entrada en el reino de los cielos.
5.
El papa no quiere ni puede remitir culpa alguna, salvo aquella que él ha
impuesto, sea por su arbitrio, sea por conformidad a los cánones.
6.
El papa no puede remitir culpa alguna, sino declarando y testimoniando que ha
sido remitida por Dios, o remitiéndola con certeza en los casos que se ha
reservado. Si éstos fuesen menospreciados, la culpa subsistirá íntegramente.
7.
De ningún modo Dios remite la culpa a nadie, sin que al mismo tiempo lo humille
y lo someta en todas las cosas al sacerdote, su vicario.
8.
Los cánones penitenciales han sido impuestos únicamente a los vivientes y nada
debe ser impuesto a los moribundos basándose en los cánones.
9.
Por ello, el Espíritu Santo nos beneficia en la persona del papa, quien en sus
decretos siempre hace una excepción en caso de muerte y de necesidad.
10.
Mal y torpemente proceden los sacerdotes que reservan a los moribundos penas
canónicas en el purgatorio.
11.
Esta cizaña, cual la de transformar la pena canónica en pena para el purgatorio,
parece por cierto haber sido sembrada mientras los obispos dormían.
12.
Antiguamente las penas canónicas no se imponían después sino antes de la
absolución, como prueba de la verdadera contrición.
13.
Los moribundos son absueltos de todas sus culpas a causa de la muerte y ya son
muertos para las leyes canónicas, quedando de derecho exentos de ellas.
14.
Una pureza o caridad imperfectas traen consigo para el moribundo,
necesariamente, gran miedo; el cual es tanto mayor cuanto menor sean aquéllas.
15.
Este temor y horror son suficientes por sí solos (por no hablar de otras cosas)
para constituir la pena del purgatorio, puesto que están muy cerca del horror
de la desesperación.
16.
Al parecer, el infierno, el purgatorio y el cielo difieren entre sí como la
desesperación, la causa desesperación y la seguridad de la salvación.
17.
Parece necesario para las almas del purgatorio que a medida que disminuya el
horror, aumente la caridad.
18.
Y no parece probado, sea por la razón o por las Escrituras, que estas almas
estén excluidas del estado de mérito o del crecimiento en la caridad.
19.
Y tampoco parece probado que las almas en el purgatorio, al menos en su
totalidad, tengan plena certeza de su bienaventuranza ni aun en el caso de que
nosotros podamos estar completamente seguros de ello.
20.
Por tanto, cuando el Papa habla de remisión plenaria de todas las penas, no
significa simplemente el perdón de todas ellas, sino solamente el de aquellas
que él mismo impuso.
21.
En consecuencia, yerran aquellos predicadores de indulgencias que afirman que
el hombre es absuelto a la vez que salvo de toda pena, a causa de las
indulgencias del Papa.
22.
De modo que el Papa no remite pena alguna a las almas del purgatorio que, según
los cánones, ellas debían haber pagado en esta vida.
23.
Si a alguien se le puede conceder en todo sentido una remisión de todas las
penas, es seguro que ello solamente puede otorgarse a los más perfectos, es
decir, muy pocos.
24.
Por esta razón, la mayor parte de la gente es necesariamente engañada por esa
indiscriminada y jactanciosa promesa de la liberación de las penas.
25.
El poder que el Papa tiene universalmente sobre el purgatorio, cualquier obispo
o cura lo posee en particular sobre su diócesis o parroquia.
26.
Muy bien procede el Papa al dar la remisión a las almas del purgatorio, no en
virtud del poder de las llaves (que no posee), sino por vía de la intercesión.
27.
Mera doctrina humana predican aquellos que aseveran que tan pronto suena la
moneda que se echa en la caja, el alma sale volando.
28.
Cierto es que, cuando al tintinear, la moneda cae en la caja, el lucro y la
avaricia pueden ir en aumento, mas la intercesión de la Iglesia depende sólo de
la voluntad de Dios.
29.
¿Quién sabe, acaso, si todas las almas del purgatorio desean ser redimidas? Hay
que recordar lo que, según la leyenda, aconteció con San Severino y San
Pascual.
30.
Nadie está seguro de la sinceridad de su propia contrición y mucho menos de que
haya obtenido la remisión plenaria.
31.
Cuán raro es el hombre verdaderamente penitente, tan raro como el que en verdad
adquiere indulgencias; es decir, que el tal es rarísimo.
32.
Serán eternamente condenados junto con sus maestros, aquellos que crean estar
seguros de su salvación mediante una carta de indulgencias.
33.
Hemos de cuidarnos mucho de aquellos que afirman que las indulgencias del Papa
son el inestimable don divino por el cual el hombre es reconciliado con Dios.
34.
Pues aquellas gracias de perdón sólo se refieren a las penas de la satisfacción
sacramental, las cuales han sido establecidas por los hombres.
35.
Predican una doctrina anticristiana aquellos que enseñan que no es necesaria la
contrición para los que rescatan almas o confessionalia.
36.
Cualquier cristiano verdaderamente arrepentido tiene derecho a la remisión plenaria
de pena y culpa, aun sin carta de indulgencias.
37.
Cualquier cristiano verdadero, sea que esté vivo o muerto, tiene participación
en todos lo bienes de Cristo y de la Iglesia; esta participación le ha sido
concedida por Dios, aun sin cartas de indulgencias.
38.
No obstante, la remisión y la participación otorgadas por el Papa no han de
menospreciarse en manera alguna, porque, como ya he dicho, constituyen un
anuncio de la remisión divina.
39.
Es dificilísimo hasta para los teólogos más brillantes, ensalzar al mismo
tiempo, ante el pueblo la prodigalidad de las indulgencias y la verdad de la
contrición.
40.
La verdadera contrición busca y ama las penas, pero la profusión de las
indulgencias relaja y hace que las penas sean odiadas; por lo menos, da ocasión
para ello.
41.
Las indulgencias apostólicas deben predicarse con cautela para que el pueblo no
crea equivocadamente que deban ser preferidas a las demás buenas obras de
caridad.
42.
Debe enseñarse a los cristianos que no es la intención del Papa, en manera
alguna, que la compra de indulgencias se compare con las obras de misericordia.
43.
Hay que instruir a los cristianos que aquel que socorre al pobre o ayuda al
indigente, realiza una obra mayor que si comprase indulgencias.
44.
Porque la caridad crece por la obra de caridad y el hombre llega a ser mejor;
en cambio, no lo es por las indulgencias, sino a lo más, liberado de la pena.
45.
Debe enseñarse a los cristianos que el que ve a un indigente y, sin prestarle
atención, da su dinero para comprar indulgencias, lo que obtiene en verdad no
son las indulgencias papales, sino la indignación de Dios.
46.
Debe enseñarse a los cristianos que, si no son colmados de bienes superfluos,
están obligados a retener lo necesario para su casa y de ningún modo derrocharlo
en indulgencias.
47.
Debe enseñarse a los cristianos que la compra de indulgencias queda librada a
la propia voluntad y no constituye obligación.
48.
Se debe enseñar a los cristianos que, al otorgar indulgencias, el Papa tanto
más necesita cuanto desea una oración ferviente por su persona, antes que
dinero en efectivo.
49.
Hay que enseñar a los cristianos que las indulgencias papales son útiles si en
ellas no ponen su confianza, pero muy nocivas si, a causa de ellas, pierden el
temor de Dios.
50.
Debe enseñarse a los cristianos que si el papa conociera las exacciones de los
predicadores de indulgencias, preferiría que la basílica de San Pedro se
redujese a cenizas antes que construirla con la piel, la carne y los huesos de
sus ovejas.
51.
Debe enseñarse a los cristianos que el papa estaría dispuesto, como es su
deber, a dar de su peculio a muchísimos de aquellos a los cuales los pregoneros
de indulgencias sonsacaron el dinero aun cuando para ello tuviera que vender la
basílica de San Pedro, si fuera menester.
52.
Vana es la confianza en la salvación por medio de una carta de indulgencias,
aunque el comisario y hasta el mismo Papa pusieran su misma alma como prenda.
53.
Son enemigos de Cristo y del papa los que, para predicar indulgencias, ordenan
suspender por completo la predicación de la palabra de Dios en otras iglesias.
54.
Oféndese a la palabra de Dios, cuando en un mismo sermón se dedica tanto o más
tiempo a las indulgencias que a ella.
55.
Ha de ser la intención del papa que si las indulgencias (que muy poco
significan) se celebran con una campana, una procesión y una ceremonia, el
evangelio (que es lo más importante) deba predicarse con cien campanas, cien
procesiones y cien ceremonias.
56.
Los tesoros de la iglesia, de donde el papa distribuye las indulgencias, no son
ni suficientemente mencionados ni conocidos entre el pueblo de Dios.
57.
Que en todo caso no son temporales resulta evidente por el hecho de que muchos
de los pregoneros no los derrochan, sino más bien los atesoran.
58.
Tampoco son los méritos de Cristo y de los santos, porque éstos siempre obran,
sin la intervención del papa, la gracia del hombre interior y la cruz, la
muerte y el infierno del hombre exterior.
59.
San Lorenzo dijo que los tesoros de la iglesia eran los pobres, mas hablaba
usando el término en el sentido de su época.
60.
No hablamos exageradamente si afirmamos que las llaves de la iglesia (donadas
por el mérito de Cristo) constituyen ese tesoro.
61.
Esta claro, pues, que para la remisión de las penas y de los casos reservados,
basta con la sola potestad del papa.
62.
El verdadero tesoro de la iglesia es el sacrosanto evangelio de la gloria y de
la gracia de Dios.
63.
Empero este tesoro es, con razón, muy odiado, puesto que hace que los primeros
sean postreros.
64.
En cambio, el tesoro de las indulgencias, con razón, es sumamente grato, porque
hace que los postreros sean primeros.
65.
Por ello, los tesoros del evangelio son redes con las cuales en otros tiempos
se pescaban a hombres poseedores de bienes.
66.
Los tesoros de las indulgencias son redes con las cuales ahora se pescan las
riquezas de los hombres.
67.
Respecto a las indulgencias que los predicadores pregonan con gracias máximas,
se entiende que efectivamente lo son en cuanto proporcionan ganancias.
68.
No obstante, son las gracias más pequeñas en comparación con la gracia de Dios
y la piedad de la cruz.
69.
Los obispos y curas están obligados a admitir con toda reverencia a los
comisarios de las indulgencias apostólicas.
70.
Pero tienen el deber aún más de vigilar con todos sus ojos y escuchar con todos
sus oídos, para que esos hombres no prediquen sus propios ensueños en lugar de
lo que el Papa les ha encomendado.
71.
Quien habla contra la verdad de las indulgencias apostólicas, sea anatema y
maldito.
72.
Mas quien se preocupa por los excesos y demasías verbales de los predicadores
de indulgencias, sea bendito.
73.
Así como el papa justamente fulmina excomunión contra los que maquinan algo con
cualquier artimaña de venta, en perjuicio de las indulgencias.
74.
Tanto más trata de condenar a los que bajo el pretexto de las indulgencias,
intrigan en perjuicio de la caridad y la verdad.
75.
Es un disparate pensar que las indulgencias del papa sean tan eficaces como
para que puedan absolver, para hablar de algo imposible, a un hombre que haya
violado a la madre de Dios.
76.
Decimos por el contrario, que las indulgencias papales no pueden borrar el más
leve de los pecados veniales, en cuanto concierne a la culpa.
77.
Afirmar que si San Pedro fuese papa hoy, no podría conceder mayores gracias,
constituye una blasfemia contra San Pedro y el papa.
78.
Sostenemos, por el contrario, que el actual papa, como cualquier otro, dispone
de mayores gracias, saber: el evangelio, las virtudes espirituales, los dones
de sanidad, etc., como se dice en I Corintios XII.
79.
Es blasfemia aseverar que la cruz con las armas papales llamativamente erecta,
equivale a la cruz de Cristo.
80.
Tendrán que rendir cuenta los obispos, curas y teólogos, al permitir que
charlas tales se propongan al pueblo.
81.
Esta arbitraria predicación de indulgencias hace que ni siquiera, aun para
personas cultas, resulte fácil salvar el respeto que se debe al papa, frente a
las calumnias o preguntas indudablemente sutiles de los laicos.
82.
Por ejemplo: ¿Por qué el papa no vacía el purgatorio a causa de la santísima
caridad y la muy apremiante necesidad de las almas, lo cual sería la más justa
de todas las razones si él redime un número infinito de almas a causa del muy
miserable dinero para la construcción de la basílica, lo cual es un motivo
completamente insignificante?
83.
Del mismo modo: ¿Por qué subsisten las misas y aniversarios por los difuntos y
por qué el papa no devuelve o permite retirar las fundaciones instituidas en
beneficio de ellos, puesto que ya no es justo orar por los redimidos?
84.
Del mismo modo: ¿Qué es esta nueva piedad de Dios y del papa, según la cual
conceden al impío y enemigo de Dios, por medio del dinero, redimir un alma pía
y amiga de Dios, y por qué no la redimen más bien, a causa de la necesidad, por
gratuita caridad hacia esa misma alma pía y amada?
85.
Del mismo modo: ¿Por qué los cánones penitenciales que de hecho y por el desuso
desde hace tiempo están abrogados y muertos como tales, se satisfacen no
obstante hasta hoy por la concesión de indulgencias, como si estuviesen en
plena vigencia?
86.
Del mismo modo: ¿Por qué el papa, cuya fortuna es hoy más abundante que la de
los más opulentos ricos, no construye tan sólo una basílica de San Pedro de su
propio dinero, en lugar de hacerlo con el de los pobres creyentes?
87.
Del mismo modo: ¿Qué es lo que remite el papa y qué participación concede a los
que por una perfecta contrición tienen ya derecho a una remisión y
participación plenarias?
88.
Del mismo modo: ¿Que bien mayor podría hacerse a la iglesia si el papa, como lo
hace ahora una vez, concediese estas remisiones y participaciones cien veces
por día a cualquiera de los creyentes?
89.
Dado que el papa, por medio de sus indulgencias, busca más la salvación de las
almas que el dinero, ¿por qué suspende las cartas e indulgencias ya
anteriormente concedidas, si son igualmente eficaces?
90.
Reprimir estos sagaces argumentos de los laicos sólo por la fuerza, sin
desvirtuarlos con razones, significa exponer a la iglesia y al papa a la burla
de sus enemigos y contribuir a la desdicha de los cristianos.
91.
Por lo tanto, si las indulgencias se predicasen según el espíritu y la
intención del papa, todas esas objeciones se resolverían con facilidad o más
bien no existirían.
92.
Que se vayan, pues todos aquellos profetas que dicen al pueblo de Cristo: “Paz,
paz”; y no hay paz.
93.
Que prosperen todos aquellos profetas que dicen al pueblo: “Cruz, cruz” y no
hay cruz.
94.
Es menester exhortar a los cristianos que se esfuercen por seguir a Cristo, su
cabeza, a través de penas, muertes e infierno.
95.
Y a confiar en que entrarán al cielo a través de muchas tribulaciones, antes
que por la ilusoria seguridad de paz.
Wittenberg,
31 de octubre de 1517