Acaba agosto


     Hoy termina agosto. Esta noche cambiamos de mes. No le damos importancia a este hecho salvo por lo de la vuelta a casa, y lo de las vacaciones y el trabajo, y el jaleo consiguiente de guardar cosas y sacar otras; y a esperar que otro año más llegue de nuevo agosto para repetir lo mismo, aunque de otras maneras, y en lugares diferentes.
     Esta circunstancia ya me hizo a mí pensar en cierta ocasión. Y creo que no lo hice mal. No lo digo yo, lo dijeron Fuensanta Clares y Fernando Manero, que con sus comentarios subieron el nivel de aquella entrada hasta el mismo cielo. ¡Qué nivelazo! Hablé allí del tiempo, de cómo se nos va de las manos, de cómo lo medimos si es que lo hacemos, y de hacer balance o si no merece la pena molestarse.
     Pero el mes que se va no marcha vacío. Sí estuvo escaso, al menos por la gran ciudad en que yo vivo. Pero me consta que en otras no, y tampoco en pueblos y aldeas.
     Yo he aprendido mucho durante este mes, no puedo decir que ha sido vano. Para empezar, Arobos me trajo la historia de agosto y la razón de su número de días. Algo más dijo, id y mirad.
     Mariajesús desde paradela de coles nos enseñó muchas cosas que se hacen en agosto, a parte de nadar y guardar la ropa, comer y holgar. También podéis comprobarlo.
     Emejota entre otoño e invierno no metió agosto porque no corresponde, claro, pero nos ha dado toda una lección de aprovechar bien el tiempo, de estar en varios lugares sin por ello quedar en descubierto. Su trabajo preparatorio le ha llevado, pero a la vista está de quien tenga curiosidad y vaya.
     Es verdad que hay quien ha estado en el dique seco, como los buques que necesitan de vez en cuando un repaso. Pero algo habrá hecho, id y mirad. Anna Jorva tiene un rincón que es un ejemplo.
     Otras personas no han parado de dejar, como pulgarcitos, sus trocitos de pan por el camino, para que los fuéramos encontrando y siguiendo y degustando. Abuela Ciber en esto se lleva el premio sólo acunando palabras.

     Jean Puerta nos ha ido dejando sus fotografías, para que disfrutáramos y pensáramos. Ahí también está.
     No puedo citar a todos los que no han descansado. Cito por último a Lamet, que desde Cádiz, es un decir, y con un alegre cansancio, no ha dejado de poner cosas y cosas con mucha sustancia.
     Ausencias sí que ha habido, pero es natural. Mañana seguro que reaparecen y nos vuelven a asombrar con cosas ricas, ricas.
     En fin, que mañana ya no es agosto. Y termino aquí, porque Gumi acaba de robar otra vez mi zapatilla, -la izquierda, siempre es la izquierda-, y la está rebozando en el polvo del patio. Voy corriendo a ver si puedo quitársela. Tendré que dialogar con él, si se aviene a razones. Esto que sí que no va a cambiar aunque cambiemos de mes. En septiembre, más de lo mismo. Ya os contaré.






¿Que dónde me pongo yo? Aquí, por supuesto; ¡dónde si no!


Ello es que el lugar donde me pongo...


Ello es que el lugar donde me pongo
el pantalón, es una casa donde
me quito la camisa en alta voz
y donde tengo un suelo, un alma, un mapa de mi España.
Ahora mismo hablaba
de mí conmigo, y ponía
sobre un pequeño libro un pan tremendo
y he, luego, hecho el traslado, he trasladado,
queriendo canturrear un poco, el lado
derecho de la vida al lado izquierdo;
más tarde, me he lavado todo, el vientre,
briosa, dignamente;
he dado vuelta a ver lo que se ensucia,
he raspado lo que me lleva tan cerca
y he ordenado bien el mapa que
cabeceaba o lloraba, no lo sé.

Mi casa, por desgracia, es una casa,
un suelo por ventura, donde vive
con su inscripción mi cucharita amada,
mi querido esqueleto ya sin letras,
la navaja, un cigarro permanente.
De veras, cuando pienso
en lo que es la vida,
no puedo evitar de decírselo a Georgette,
a fin de comer algo agradable y salir,
por la tarde, comprar un buen periódico,
guardar un día para cuando no haya,
una noche también, para cuando haya
(así se dice en el Perú — me excuso);
del mismo modo, sufro con gran cuidado,
a fin de no gritar o de llorar, ya que los ojos
poseen, independientemente de uno, sus pobrezas,
quiero decir, su oficio, algo
que resbala del alma y cae al alma.

Habiendo atravesado
quince años; después, quince, y, antes, quince,
uno se siente, en realidad, tontillo,
es natural, por lo demás ¡qué hacer!
¿Y qué dejar de hacer, que es lo peor?
Sino vivir, sino llegar
a ser lo que es uno entre millones
de panes, entre miles de vinos, entre cientos de bocas,
entre el sol y su rayo que es de luna
y entre la misa, el pan, el vino y mi alma.

Hoy es domingo y, por eso,
me viene a la cabeza la idea, al pecho el llanto
y a la garganta, así como un gran bulto.
Hoy es domingo, y esto
tiene muchos siglos; de otra manera,
sería, quizá, lunes, y vendríame al corazón la idea,
al seso, el llanto
y a la garganta, una gana espantosa de ahogar
lo que ahora siento,
como un hombre que soy y que he sufrido.



De: Poemas humanos


CÉSAR VALLEJO


     A poco de comenzar agosto me hice una pregunta a propósito de un azulejo. Era la cuestión de en qué lugar me he poner, o me colocan, o dónde estoy mejor o molesto menos. Porque uno ya no sabe si el lugar lo pone uno mismo, se lo ponen otras personas o si es la suerte o el azar el que, como el arquero ciego y tuerto, dispara sin apuntar y atina sin acertar. A la postre, pensaba yo, y al tiempo recordaba a Calderón, si era vana desazón el darle vueltas a esto, que al final de todo resulta que es un sueño, donde nada es verdad ni es mentira, pero del que uno se despierta a la realidad, y se encuentra descalabrado.
«Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende. »

     A vueltas todo el mes me he pasado buscando el dónde, y no lo he encontrado.  Tampoco me he molestado demasiado, la verdad. Que también recuerdo aquello de que no ocupes el primer puesto cuando te inviten, no sea que venga luego alguien a decirte, deja el puesto para otro que tu sitio está  algo más atrás. (cfr. Evangelio de Lucas 14, 7-11)
     Si fuera como debiera, para acertar tendría que ocupar el lugar que Él ocupó: «Yo estoy entre vosotros como el que sirve» (Evangelio de Lucas 22, 27). Porque «si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros» (Evangelio de Juan 13, 14). Pero no me engaño, no lo soy. De modo que seguí buscando. Fue inútil, no lo encontré. Quizás necesite algo más de tiempo.
     Pero sí hallé este poema que habla del domingo, tal que ayer. Es de César Vallejo, cuya vida es conocida por todo el mundo, menos por mí. Por eso he acudido a las fuentes y esto me han dado:

(Santiago de Chuco, 1892 - París, 1938) Escritor peruano. César Vallejo es acaso una de las figuras de mayor relieve dentro del vanguardismo hispánico. De origen mestizo y provinciano, su familia pensó en dedicarlo al sacerdocio: era el menor de los once hermanos; este propósito familiar, acogido por él con ilusión en su infancia, explica la presencia en su poesía de abundante vocabulario bíblico y litúrgico, y no deja de tener relación con la obsesión del poeta ante el problema de la vida y de la muerte, que tiene un indudable fondo religioso.
Vallejo hizo los estudios de segunda enseñanza en el Colegio de San Nicolás (Huamachuco). En 1915, después de obtener el título de bachiller en letras, inició estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de Trujillo y de Derecho en la Universidad de San Marcos (Lima), pero abandonó sus estudios para instalarse como maestro en Trujillo.
En 1918 César Vallejo publicó su primer poemario: Los heraldos negros, en el que son patentes las influencias modernistas, sobre todo de Julio Herrera y Reissig. Esta obra contiene, además, muestras de lo que será una constante en su obra: la solidaridad del poeta con los sufrimientos de los hombres, que se transforma en un grito de rebelión contra la sociedad.
Acusado injustamente de robo e incendio durante una revuelta popular (1920), César Vallejo pasó tres meses y medio en la cárcel, durante los cuales escribió otra de sus obras maestras, Trilce (1922), que supone la ruptura definitiva con el modernismo y con el nacionalismo literario.
En 1923, tras publicar Escalas melografiadas y Fabla salvaje, César Vallejo marchó a París, donde conoció a Juan Gris y Vicente Huidobro, y fundó la revista Favorables París Poema (1926). En 1928 y 1929 visitó Moscú y conoció a Maiakovski, y en 1930 viajó a España, donde apareció la segunda edición de Trilce. De 1931 son su novela Tungsteno y el cuento de Paco Yunque, y un nuevo viaje a Rusia. En 1932 escribió la obra de teatro Lock-out y se afilió al Partido Comunista Español. Regresó a París, donde vivió en la clandestinidad, y donde, tras estallar la guerra civil, reunió fondos para la causa republicana.
Entre sus otros escritos destaca la obra de teatro Moscú contra Moscú, titulada posteriormente Entre las dos orillas corre el río. Póstumamente aparecieron Poemas humanos (1939) y España, aparta de mí este cáliz (1940), conmovedora visión de la guerra de España y expresión de su madurez poética. Contra el secreto profesional y El arte y la revolución, escritos en 1930-1932, aparecieron en 1973.

(Tomado, sin permiso previo, pero supuestamente concedido si ha el caso, de http://www.biografiasyvidas.com/biografia/v/vallejo.htm)

Me han sacado las castañas del fuego: Caminaremos, por José Antonio Labordeta


     ¡Uf! Menos mal. Digo esto, me refiero a la exclamación, porque hace unos meses me cuadraba -debería decir con más propiedad me apetecía- en mi escrito de aquel día poner la canción de José Antonio Labordeta "Caminaremos". No la encontré por ningún sitio, y entonces fui y la grabé desde Photo Booth, (regalo que viene incluido con el mac y que tiene una webcam incorporada que te saca muy natural). Tuve que extraer el audio, porque este aparatejo produce video. Usé una herramienta regalada en internet que se titula Audacity. En absoluto quería que se me viera cantando al son de mi guitarra en bata de estar en casa. El audio correspondiente lo pequé a una fotos que tenía en conserva, al buen tun tun,  (esto lo hice con otra herramienta que venía junto con mi mac, iPhoto), y lo colgué en youtube (otra cosa gratuita que te ofrecen por el simple hecho de tener un blog en bloger). Luego, fui y puse el video resultante incrustado en este blog.

     Pero, hete aquí que hoy, zanganeando por la red, encontré al Labordeta original cantando esta canción. Es el resultado de un trabajo de la JOC. Se lo agradezco desde este humilde lugar. Estaba ya empezando a agobiarme pensar que era la mía la única versión que colgaba en el espacio sideral. Ya veo que no es así y al fin puedo descansar, e incluso eliminar mi procaz atrevimiento.

     Me recuerda esto que una vez Labordeta en una entrevista a no sé  qué pregunta que le hacían, respondía que sus canciones no habían alcanzado notable audiencia, que tampoco le importaba. Y que en cierta ocasión, de visita en Las Canarias, al pasar ante una iglesia oyó que cantaban su Canto a la Libertad. Y terminaba diciendo que si al final algunos grupos cristianos conservaban sus letras y melodías, pues que tampoco estaba tan mal.

     Pues que sepa don José Antonio Labordeta que en mi parroquia cantamos, y con mucha frecuencia, algunas de sus canciones, y que lo hacemos desde siempre, o sea más o menos treinta y tantos años. Y que sepa también que nos han llamado la atención desde la superioridad por utilizar música no religiosa ni litúrgica. Pero que aún así, de ahí no han pasado, o sea, que es como si nos lo permitieran.

     A la vista, mejor dicho al oído, de lo bien que suena su poderosa y armoniosa voz, brindo a la concurrencia la audición de esta pieza de su creación. Sírvanse parar el audio de la música ambiental para poder disfrutarla en su justa medida. Va por ustedes, Labordeta cantando Caminaremos:


     Y si, ya puestos, tienen el interés malsano de hacer comparaciones, pásense por este lugar para ver qué pobre versión le salió a este su seguro servidor de ustedes, pero qué entusiasmo, qué ardor, qué embeleso… Vean, vean, son los videos 3 y 4, contando desde la izquierda, que aparecen en pantalla al finalizar el video.

Es domingo, pero agosto continúa

«¿Ya te diste la soba?», me dijo por todo saludo el nadador de la calle de la derecha cuando salía del agua en busca de las zapatillas.

«Sí, ya terminé por hoy», respondí mientras me las ponía.

Somos habituales. Nunca más allá de hola, qué hay, adiós. Resultamos conocidos que no sabemos del otro más que eso, que venimos a la piscina a nadar. Vaya a la hora que vaya siempre alguna cara me suena. Somos las mismas personas que, con nuestra mochila al hombro o con la bolsa del brazo, salimos en busca de un poco de alivio para dolores del cuerpo y un rato de relajación y silencio para los males del alma. Bueno, también hay gente que va a nadar para hacer ejercicio y mantener musculatura y elasticidad.

Ya me expliqué en otra ocasión. Tenía olvidado el agua, el bañador y cómo desenvolverme desnudo frente al público. Muchos años sin hacerlo, ya había tirado la toalla. Fue necesario aquel percance, y sobre todo el susto que me dio aquel dolor cervical y lumbar que me duró meses y meses. Ocurrió cuando más comprometido estaba con la ancianidad de mis padres. De repente pensé que no podría cuidar de ellos, estar a su lado cuando más falta les hacía. También contó el miedo a quedar dependiente.

Ahora ya no hay respeto humano. El bañador bien ceñido, marcando lo que haya que marcar, el mínimo de tela para que estorbe lo imprescindible. Salgo de la ducha, me pongo el gorro y las gafas y busco una calle vacía. Si no la hay, la que esté ocupada por el mejor nadador, no importa si hombre o mujer, y me meto tirándome de pie.

Cojo mi ritmo pausado, primero braza, luego crol, luego espalda, luego crol… y así una y otra vez hasta que completo mi serie: cincuenta largos de piscina. Desde hace dos meses y medio he aumentado la dosis en dos diarias. Treinta-treinta y cinco minutos. Termino. Salgo del agua, me quito gorro y gafas y me dirijo a la ducha.

Total, ida y vuelta, hora y cuarto, hora y media. Todos los días. Llueva o haga sol, sople el viento o tenga la agenda colmada. Por la mañana, al mediodía, tras la siesta o antes de cenar. Incluso, después, si hay tiempo, que cierran a las diez y media. En la piscina más cercana, la del Matadero, o en la que venga bien mientras voy o vuelvo de hacer gestiones o de reunirme con. Así ya llevo más de seis años.

Me lo he impuesto como una obligación. Pero es diversión, y sobre todo, previene lo que yo tanto temí: quedarme inválido para los restos.

No lamento repetirme, no me importa que haga bien poco que hablé de esto; pero es que hoy es domingo y sin embargo agosto aún continúa, y dentro de ná me voy con la mochila al agua. Hoy me toca de mañana. Es mi sino.

¿Por qué canta el pájaro?





Episodio Uno



Estaba Dios un día paseando por el cielo
cuando, para su sorpresa, se encontró con que

todo el mundo se hallaba allí. Ni una

sola alma había sido enviada al infierno.

Esto le inquietó, porque ¿acaso no tenía

obligación para consigo mismo de ser justo?

Además, ¿para qué había sido creado el

infierno, si no se iba a usar?


De modo que dijo al ángel Gabriel: «Reúne

a todo el mundo ante mi trono y léeles

los Diez Mandamientos».


Todo el mundo acudió y leyó Gabriel el

primer mandamiento. Entonces dijo Dios:

«Todo el que haya pecado contra este

mandamiento deberá trasladarse al

infierno inmediatamente». Algunas personas

se separaron de la multitud y se fueron

llenas de tristeza al infierno.


Lo mismo se hizo con el segundo

mandamiento, con el tercero, el cuarto, el

quinto… Para entonces, la población del

cielo había decrecido considerablemente.

Tras ser leído el sexto mandamiento, todo

el mundo se fue al infierno, a excepción

de un solo individuo gordo, viejo y calvo.


Le miró Dios y dijo a Gabriel: «¿Es ésta la

única persona que ha quedado en el cielo?».


«Sí», respondió Gabriel.


«¡Vaya!», dijo Dios, «se ha quedado bastante

solo, ¿no es verdad? Anda y di a todos que

vuelvan».

Cuando el gordo, viejo y calvo individuo
oyó que todos iban a ser perdonados, se

indignó y gritó a Dios: «¡Eso es injusto!

¿Por qué no me lo dijiste antes?».




Episodio Dos




El rico industrial del Norte se horrorizó
cuando vio a un pescador del Sur

tranquilamente recostado contra su barca

y fumando una pipa.


¿Por qué no has salido a pescar?»,

le preguntó el industrial.


«Porque ya he pescado bastante por hoy»,

espondió el pescador.


«¿Y por qué no pescas más de lo que

necesitas?», insistió el industrial.


«¿Y qué iba a hacer con ello?»,

preguntó a su vez el pescador.


«Ganarías más dinero», fue la respuesta.

«De ese modo podrías poner un motor a tu

barca. Entonces podrías ir a aguas más

profundas y pescar más peces. Entonces

ganarías lo suficiente para comprarte

unas redes de nylon, con las que

obtendrías más peces y más dinero.

Pronto ganarías para tener dos barcas…

y hasta una verdadera flota. Entonces

serías rico, como yo».


«¿Y qué haría entonces?», preguntó

de nuevo el pescador.


«Podrías sentarte y disfrutar de la

vida», respondió el industrial.

https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhIQa0cZ2180di9qyTEq89F2rswbHhqA8khzuSvN0-OGpG1Ti2DpsF71cbzRMydgpHVhNrK6GXGaxWZ9Nb7A1hzDhv-1HjpBkXa_P7uwjCwrwT3Ug0fjQrDop-bSY9XI4jiD39iTkV_X_M/s1600/cantopajaro2.jpg
«¿Y qué crees que estoy haciendo en
este preciso momento?», respondió

el satisfecho pescador.




Episodio Tres



Cuando el Maestro de Zen alcanzó la iluminación,
escribió lo siguiente para celebrarlo:

https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgVnEBeOaifQ8m9sdXD8urFPMzJ6DS2RDzSRdHs6RUeUgWK3G8evzI1GSNxdFAcbaTiQGxo-vkFa6sQ-blKL66eo3RleCS3vmLZ0X_eBxd-qgniFJuCord2tTC1aZ86oqiJ51QX9ZartPM/s320/cantopajaro3.jpg
«¡Oh, prodigio maravilloso:
Puedo cortar madera

y sacar agua del pozo!».





Episodio Cuatro



El discípulo se quejaba constantemente
a su Maestro Zen: «No haces más que ocultarme

el secreto último del Zen». Y se resistía

a creer las consiguientes negativas del Maestro.


Un día, el Maestro se lo llevó a pasear

con él por el monte. Mientras paseaban,

oyeron cantar a un pájaro.

https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgNmo42TDIOVol7_vBUtX8gQ2lNEGa7FXHWO6c6VQ0aOFy-oCt-M_Bc7nczX75L-7UpveMJo9vCXQSEhWcGgrXBPXoqrVnaqUGTFFJEdMwhvlvghcJaAZWYjGVPQ5WlyKS1xBs5tAl8UUo/s320/cantopajaro4.jpg
«¿Has oído el canto de ese pájaro?»,
le preguntó el Maestro.


«Sí», respondió el discípulo.


«Bien; ahora ya sabes que no te he estado

ocultando nada».


«Sí», asintió el discípulo.




Episodio Quinto



Los discípulos tenían multitud de preguntas que hacer
acerca de Dios.


Les dijo el Maestro: «Dios es el Desconocido

y el Incognoscible. Cualquier afirmación

acerca de Él, cualquier respuesta a vuestras preguntas,

no será más que una distorsión de la Verdad».


Los discípulos quedaron perplejos: «Entonces,

¿por qué hablas sobre Él?».

https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEirgRQ8iEBiE8QQ2t6ZzrKcb-2HkomirdbcBLqUP5wkYk2R9epHHblrH5rIwL3Dl1hCZe6s6hNCN9m2I3pzCMWkU1eg07oYwLQFXU3LedKX80QKZNdSfJgZn2yStx-00b1KfKZxGimvsyY/s320/cantopajaro5.jpg
«¿Y por qué canta el pájaro?», respondió el Maestro.



Episodio Sexto y Último



«Usted perdone», le dijo un pez a otro,
«es usted más viejo y con más experiencia que yo

y probablemente podrá usted ayudarme. Dígame:

¿dónde puedo encontrar eso que llaman Océano?

He estado buscándolo por todas partes,

sin resultado».


«El Océano», respondió el viejo pez, «es donde

estás ahora mismo».

https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjck8O38EzZNtHI8Vmz5sDFHlbfh4dtuIoWVyAdS0bEvkBQtlu2Zqta1YZqSaeXlZYnGZM0R59Qz9mTlT8CGEq8bWajbCVYNSWUqsmN_l5ASvETT4y5rGGN34YAZXNM43xb7enjjaz1OzM/s1600/cantopajaro6.jpg
«¿Esto? Pero si esto no es más que agua…
Lo que yo busco es el Océano», replicó el joven pez,

totalmente decepcionado, mientras se marchaba

nadando a buscar en otra parte.


Tomado de El canto del pájaro, de Anthony de Mello, s.j., Sal Terrae, Santander 1982

Yo también dormí con Ángel Álvarez

Yo soy de los tiempos de Ángel Álvarez. Le acompañé en el vuelo 605 muchas noches, tantas que ni recuerdo.

Ahora disfruto con muchos: Diego A. Manrique, Tomás Fernando Flores, Julián Ruiz, Manolo Ferreras, Chema Rey y Jesús Ordovás. De la tres, por supuesto, cómo se os ocurre preguntar.

Pero yo soy de Ángel Álvarez. Lo soy porque con él descubrí la música, la saboreé, la aprendí, la soñé, la grabé, la tengo guardada y ahora la recuerdo.

Aquel vuelo era mi rincón oculto, mi secreto privado, mi oasis personal.

Durante el día, con la chavalada del pueblo, jugábamos, recorríamos campos y laderas, cantábamos con la guitarra, y escandalizábamos a la personas decentes que movían la cabeza y no pensaban mal, no, que del señor cura no se duda. Pero…

En verano, para más inri, estaba también la piscina de Meneses. Y las fiestas de los pueblos. Y bailar en panda, haciendo corro, dejando a los del otro pueblo flipando en colores. Al grito de que vienen los de Montealegre no había quien nos arrugara, la juerga era segura. No había ánimo caído que no se izara del todo cuando llegábamos en tromba.

Es verdad que los domingos y a falta de otras diversiones, la música atronaba en lo que fue cuadra y todos movíamos el esqueleto con los sones discotequeros que no podíamos disfrutar en La Oca, la sala de fiestas más importante y también la única que existía en toda la zona de Campos. No teníamos edad, pero no nos importaba.

Pero luego, ya solo en casa, era Ángel Álvarez mi compañero. No importaba que fuera en la rectoral. Allí sonaron Emmylou Harris, Peter, Paul and Mary, Pete Seeger, Creedence, Janis Joplin, Donovan, Bob Dylan, King Crimson, Jetro Tull, Joan Baez, los Rolling, los Pink, los Tangerine, Jimi Hendrix, Rick Wakeman,  Jim Morrison y The Doors, los Moody Blues, Don Maclean, Joe Cocker, los Doobie Brothers, Alan White, Wiskey David…

Ángel Álvarez hablaba mientras yo, desde la cama (hacía un frío que pelaba), oía su voz pausada y armoniosa, cálida y sugerente, que iba introduciendo cada pieza, cada autor, cada grupo. Y cuando callaba él, yo apretaba el botón de la grabadora, y robaba la canción, me la quedaba. Y ahora la tengo, las tengo todas, muchas, muchísimas. Las he escuchado tantas veces que ya no se pueden oír, que van lentas y deformadas en casetes estiradas y arrugadas, pero sigo soñando con ellas. Aquí las tengo, debidamente colocadas en su estantería de la pared.

Me descargué muchas, y sin pasar por taquilla. Cientos. ¿Cientos? ¡Miles!

Ahora duermen. Hace años que no las pongo. Me acuerdo de él, de Ángel Álvarez, cuando escucho las mismas canciones, que él traía en su vuelo 506 de los Estados Unidos, visionando en youtube, o en descargas que me facilita una tramposa herramienta que me he mercado en Internete.

Estoy seguro que Ángel Álvarez, si hubiera podido hacerlo, no habría cargado bajo el brazo tanto LP en sus vuelos; habría, simplemente, conectado su pc a la red.

Sólo conocí su voz. Ahora sé algo más de él.


■ Parecía que hablaba sólo para ti .


por Iñaki Gabilondo
    Piloto y locutor de radio. Su “Vuelo 605”, programa musical que presentaba y que le hizo popular, es sólo parte de su carrera. Fue cabo de radio durante la Guerra Civil, radiotelegrafista de Iberia, creador del primer servicio meteorológico de dicha compañía y, por fin comentarista musical, oficio que desempeñaría desde 1960.

Yo le llamaba la voz de menta. Es mucho lo que aportó por lo que se refiere al fondo y por lo que se refiere a la forma. Por lo que se refiere al fondo porque nos trajo noticia de un mundo que no conocíamos a través de una música que no podíamos ni imaginar. No nos traía solamente novedades musicales, nos traía junto a ellas la buena nueva de que existía un mundo fuera del nuestro donde se respiraban otros aires, aires de libertad. Yo entonces lo asociaba con esa especie de alma caritativa que entra en una habitación cerrada en la que te asfixias y abre las ventanas de par en par. Respecto a la forma, en esa especie de acrobacia sonora que hacía, porque Ángel Álvarez y su voz de menta era una pequeña impostura radiofónica, porque Ángel Álvarez cuando no hablaba ante el micrófono, ni tenía la misma voz, ni hablaba así, tenía casi la misma voz y hablaba casi así, pero no exactamente. Porque cuando comunicaba esa buena nueva te la comunicaba a ti solo, era una comunicación cálida, directa, personal, y tú tenías la impresión de que todo ese viaje que él había hecho y todo ese saco lleno de tesoros musicales te los había traído sólo para ti. Luego uno iba descubriendo que esa era una gigantesca familia, pero la capacidad de contar las cosas como quien está compartiendo contigo un secreto, como quien te está haciendo una confidencia era la segunda de las aportaciones de este hombre a quien yo tuve la oportunidad de conocer de cerca y de querer mucho.

¿Será éste mi lugar?



Llegaron en taxi, y me sorprendió más que nada por la hora, a media mañana de un día cualquiera. En taxi llegan a bautizos, funerales y a las raras bodas que aquí se celebran. Al pronto no me di cuenta; ocupado en cualquier cosa, tal vez barriendo, en la cocina, o arriba ordenando salas, pensé que sería para el taller que hay al lado. Cuando me asomé, vi que alguien estaba dentro de la iglesia, y andaba buscando, no rezando.

No sé si tuve que bajar o simplemente salir; crucé la calle y me acerqué. Alguien desde el taxi reclamó mi atención. El taxista me preguntaba si era la parroquia correcta. Le dije que sí. «Es que quieren hablar con usted. ¡La de vueltas que hemos dado para llegar! » «Un poco escondido sí que está.» La voz del interior era de mujer.

El taxi era de los grandes, con capacidad para sillas de ruedas. Adentro estaba ella, sobre los ochenta, piel de manos y cara cuidada y con arrugas más bien escasas. Primorosamente peinada y elegantemente vestida. «Mi marido está ahí dentro, pero háblele alto, que está sordo». Él ya salía y me encuentro un señor, payá también de los ochenta, fuerte y sanote, sólo que con un sonotone sin disimular.

«Que le estamos buscando porque somos nuevos. Venimos a la urbanización Z. Y ya ve, somos viejos y estamos viejos».

La charla se alargó más de lo que convenía con un taxímetro en marcha. Pero yo no pagaba y ellos no mostraban prisa. Así que hablamos un buen rato y al final dijeron que venían a pedir la comunión. Qué cómo se hacía por aquí.

Yo les expliqué lo que acostumbro hacer con mi gente: los domingos, mientras ponen la misa en la tele, yo me acerco a sus casas y se la llevo. Que a unos les pilla al principio, a otros al final y a los más en el medio. Rara vez me descuido y llego cuando ya ha terminado.

«Y ¿no le resulta molesto? A nosotros nos da igual cualquier día de la semana.» Les dije que no, y que era lo que hacía. Que entre semana como que no pegaba.

Total, que quedamos en vernos el domingo próximo sobre la hora indicada, alrededor de las once.

Desde entonces cada domingo iba a su casa, comulgaban y no pasábamos de cuatro palabras, porque había más gente a la que visitar. Pero siempre había un ratín para cambiar alguna impresión. Entre lo que decían, lo que yo veía y lo que me imaginaba, me hice un cuadro más o menos aproximado.

La misa no la seguían por la tele, sino por internet. Y al tiempo leían la prensa. Me llamó la atención. Eran cultos, y cultivados. Si tenían pasta, al menos no la ocultaban.

Un domingo me encontré la puerta cerrada y la de la verja también. En la de dentro había un papel pegado que por la distancia no pude leer. Al domingo siguiente me dio ella la explicación. «Se murió él.» Mientras me lo contaba y durante el resto de domingos siguientes no dejó de usar el pañuelo de papel para enjugarse ojos y nariz. No sabía -o no podía, o las dos cosas- encajar aquel golpe que la vida le había dado. Comulgaba, sí, pero ahora lo hacía para encontrar aguante y poderlo soportar.

El domingo pasado fue distinto. Me pidió hablar. Miré el reloj y asentí. C, que me estaba esperando, no se iba a ir a ningún sitio y entendería el retraso. Habló largo y tendido, de su vida, de su matrimonio, de su familia, de su viudez, y de que tenía que irse a una residencia. Seis hijos paridos, cinco vivos. No podía continuar viviendo así, como un mueble más, sin hablar con nadie en todo el día, bien comida, pero sola.

No quería, pero tenía que hacerlo.

Salí mal, con el corazón y las tripas doloridas. Y recordé que los míos murieron en casa. También se me vino a la mente la imagen de las residencias de mayores que tengo visitadas en la parroquia, la imagen tan triste que siempre que vuelvo a ellas no consigo sacarme de encima.

Si hay que cantar, se canta


https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiJSBZH9mF4_1_-HKGbLFQnvqcbC12IIiWwb3KFbFsZE74580QdUy9uLKFG7y-PgCSKZylYw8gepKnpBf1Kw-Xrd8kwOjjsXcqfQEuZ1EpMkezRiP0I4pUq4NmmTP4O799wDFk4OUXN54I/s1600/pendon+de+castilla.gifEn aquel centro de estudios agrarios todo era posible. Algún día me pondré a contar… Como cuando vino Juanjo, el profe de dibujo y otras artes a pedirme que le liara un peta. Se lo lié y quedó tan encantado que raro era el día que no me lo volvía a pedir. [Si se llega a enterar mi madre, me arrea un alpargatillazo, seguro que lo hace]. Se le dilataban las pupilas y se hacía aún más parlanchín, pero perdía la gracia que de natural tenía. Era el anarquista de la tropa, y conmigo, el cura, formaba un tándem muy singular.

Pero no, ahora no es esta mi intención sino esta otra.


Resulta que el claustro, es un decir, porque sólo éramos ocho, sin contar a la cocinera y ama de casa, Ezequiela, que lo mismo guisaba que nos ponía los puntos sobre las íes, decidió que habíamos de dedicar atención a la cosa de la formación artística para relacionarnos con gente de fuera, y participar en eventos lúdicos y de tiempo libre, je, je.
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Cada miembro del equipo asumió lo que le apeteció. Y yo, pues quedé descolgado y sin más palo al que agarrarme que el mástil de mi guitarra. Y estando así, asiéndolo, se me ocurrió. Y no lo pensé, a mi estilo; que es que hago las cosas según me salen.

Total que un día, estando en el comedor, me levanto, doy unas palmadas reclamando su atención, y, en voz alta y con algo de vergüenza, digo que si hay quien está interesado en cantar en grupo, por el simple hecho de cantar, que luego nos vemos en el aula de primero.

Comimos, fregamos y me voy para allá. Nos juntamos dos y medio, o tres menos cuarto. Y nos pusimos a hablar. Y poco pudimos concretar. Sólo que el próximo día, yo traería cosas y veríamos.

A la siguiente vez que nos juntamos ya éramos alguno más. Y empezamos. Yo saqué de mi batería de obuses cosas de las que cantaba en el pueblo con la chiquillada. Pero allí como que no pegaba lo de niño yuntero, o soldadito boliviano. No sé, no terminaba yo de atisbar bajo su piel qué sensibilidad tenían. No eran como los que yo había tratado antes.

Hicimos otras catas, y tampoco resultó. Al final, como a la desesperada, me arranqué por una jota de pinares, y sí, sus pies se pusieron a vibrar. Y eso que no había en aquel grupo nadie de la zona, que eran de allende las fronteras provinciales.

http://rincones.educarex.es/musica/images/stories/nios_cantando.gif Me paré, les miré, y les dije que qué cantaban en su pueblo. Me dijeron que ellos no cantaban ni pintaban nada. Insistí, les apechugué, les intimidé, y por aquel día así quedó la cosa.

Al otro día, viene uno de un pueblo de León con un papel. Es la letra de una canción que le ha mandado su abuela. Le digo que la tararee. Y él empieza a susurrar como entre dientes la melodía. Se la hago repetir una vez. Luego otra. La siguiente más alto. La otra más despacio. A la no sé cuánta vez el tío está cantando que ni mario lanza. Todos abobados, cuando para, rompimos en aplausos y él, azorado, se puso más colorado que un tomate de los que cultivaba en el huerto de su casa.

Visto que cantar no hace daño, que quien nunca ha cantado bien puede hacerlo si se pone a ello, el resto del grupo se fue animando. Fueron llegando otras coplas, otras personas,  nos fuimos envalentonando y… llegó ella, ¿Merche de Mercedes? De Candeleda, provincia de Ávila, casi en Extremadura. Resultó la voz que revolvió la cosa. Tenía estilo, ¿qué habrá hecho de ello?, y una cara ancha, unas pecas divinas y un acento que desarmaba; para comérsela. Que su semblante, con cierta tristura, se iluminara al cantar, terminó por desarmar al resto, chicas y chicos, y daba igual que cuando estábamos ensayando nos oyeran los de fuera o de repente entraran a oírnos desde la puerta, con curiosidad unida a perplejidad. El caso es que ya éramos grupo, nos desvergonzamos, y descubrimos que expresarnos con el canto no es de tías, es de todos, y que no hay deshonor sino expresión bella de sentimientos.

La primera vez que actuamos frente al personal en pleno, triunfamos. Luego llegaron actuaciones fuera. Unas, solos; otras, acompañados por un grupo de teatro que Juanjo, el ácrata, también había aglutinado.http://www.nuevomesterdejuglaria.com/discos/07-LosComuneros.jpg

No grabamos nada, ni firmamos nada. Íbamos a asociaciones de vecinos, a centro de cultura, a qué sé yo dónde, a muchos lugares.

Hicimos un repertorio nuestro, de la tierra. Y al cantar, gozamos.


Terminábamos siempre nuestra actuación con el canto final del poema de los comuneros. Y cuando entonábamos aquello de “desde entonces ya Castilla no se ha vuelto a levantar…” la gente se levantaba, oye, y se unía a nuestras voces. Y los mozos y mozas del grupo, al verse así arropados, hinchaban pecho y se subían de tono, y resultaba un final… orgiástico es decir poco.

Tendríais que haber visto a aquellos jóvenes que en sus casas ordeñaban, acarreaban hierba, llevaban el ganado al monte, regaban con azadón, limpiaban la mierda de las cuadras, recogían alubias del barco y también soñaban con salir del pueblo y para siempre, cómo, cuando actuaban, se transfiguraban.

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Cual si se tratara de una emisión radiofónica de discos dedicados y de solicitación, os pongo aquí la pieza que constituída el final de nuestras actuaciones, claro que mucho mejor interpretada, faltaría más. Es el mismísimo Nuevo Mester de Juglaría:


Como ya sabéis, hay que apagar la música ambiental del blog para poder oír el vídeo.

Especialista en cerrar cosas. Dos



Aquella tarde no tenía nada especial, todo normal en la comarca. Vuelvo a casa y me están esperando. Dos hombres y dos mujeres, o sea cuatro. Quieren hablar conmigo, no sé quiénes son. Dicen que vienen de parte de uno, que les ha hablado de mí, que quieren conocerme. Bueno, pues conocedme.

Me hablan de un centro de estudios para gente joven del campo que quiere formarse y volver al campo. Me sorprendo, callo y escucho. Siguen hablando, y se van muy tarde, bien entrada la noche.

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Lo doy vueltas, y vueltas, y vueltas. A los pocos días llamo al oficial de guardia y pregunto. Y no me da malas palabras. Que es una cosa interesante, que es un centro familiar rural (en mi vida de ignorante nunca oí hablar de ello), que está patrocinado por la Iglesia, que es buena cosa para los jóvenes del mundo rural, que si podía acceder que estupendo.

Total, que antes de acabar el verano, llamo y confirmo que voy.

Llegué pronto y me estaban esperando. Ya no son cuatro, son seis. Nos sentamos y empieza un tercer grado como en mi vida. Me dieron un repaso sobre lo divino y lo humano, lo que hago, lo que pienso y lo que imagino. No sé cómo lo aguanté, pero lo hice. Y aprobé.

Me convertí en profesor de ciencias varias, en prefecto de internado, portero de noche y chico de los recados de día; todo ello en un lugar donde habían encerrado, es un decir, a un casi centenar de personas entre los 16 y los 19 años, de ambos sexos, cuyo origen rural en absoluto implicaba que fuera necesariamente su destino, y para siempre.

El título del centro, Instituto Rural El Pino, explicaba algunas cosas, pero no lo definía en su completez. Pertenecía a la red de colegios familiares rurales españoles, copia muy desvaída de la francesa "Maisons familiales rurales" surgida en 1935, y pretendía continuar con el segundo nivel de FP con quienes a pie de obra había subido el primer peldaño de su formación. Lejos de sus terruños, diseminados por toda la geografía peninsular, estaban ahora en una finca cercana a Valladolid, conocida popularmente por el enorme pino solitario que allí quedaba, resto de un bosque frondoso de pino piñonero.

Tres años, tres, pasé en aquel lugar, con el vano intento de aplicar la educación en libertad de Piaget. Ni el elemento humano era dúctil para la educación, ni los métodos orientaban a otra cosa que no fuera el libertinaje, ni aquel lugar era Summerhill. Piaget, -a quien por cierto mi hermano había dedicado todo su esfuerzo investigador, para luego dejarlo morir y no rematar su tesis doctoral-, aquí sólo fue un mero nombre, vaciado de todo contenido. Palabras, palabras, palabras.

http://www.llanillo.com/wp-content/uploads/2009/11/tractorada09.jpg
Hice lo que pude, trampeé lo que me fui permitiendo y consintiendo, me mentí a sabiendas de su inutilidad, cedí ante hostias como panes, trabajé como una mala bestia mirando sólo a lo inmediato y, cuando ya no veía ni una pizca de luz, llegó de pronto la salida de túnel. Esta vez sí que fui salvado por la campana.

Desarmado y derrotado todo el proyecto, una mano amiga me echó un cabo y jaló de mí. Y ahí empezó todo. Pero lo anterior se acabó. Borrón y cuenta nueva.

Nadie quería, en aquellos días, de los que tuve el placer de conocer, dar clase y evaluar, volver al pueblo. Habían probado la ciudad, se movían como peces en aguas recién descubiertas en lugares que yo nunca transité, deseaban sólo un título que les permitiera estar lejos de lo que ya más odiaban, el mundo rural por su lado más amargo. Así las cosas, la terca realidad me golpeó una vez más la cara. Jugué, jugaron conmigo, serví de muro protector, algunos consiguieron mejor destino, otros se perdieron lastimosamente, y yo seguí mi camino.

Pero esta vez creo que no me ha ido mal. Al menos a partir de entonces ya no se han cerrado cosas…

Especialista en cerrar cosas. Uno


Corrían los primeros años 70, no puedo precisar más. Estaba más que harto de aquel centro, prestado por la Universidad a los seminaristas, es decir, a los candidatos que no pertenecíamos a orden alguna, sino que procedíamos de diócesis y similares; vamos, más o menos, la clase de tropa, de la que muy de tarde en tarde alguna rara avis merecía recibir galón de oficialidad. Candidatos a la gloria, éramos una mezcla de provincianos y nobles alcurnias. Unos compartíamos pequeños habitáculos, dos camas, dos mesas, dos librerías y dos armarios. Otros, elegidos ellos, suite unicelular, amplitud de miras y también de espacio.http://www.latribunademadridnorte.com/userfiles/image/alcobendas/UP%20Comillas%20logo.jpg

Entre una libertad incipiente pero vigilada, y la novedad deseada de los vientos conciliares. Resultó más vigilada que libertad y más vientos que novedad.

El caso es que al terminar el segundo curso, me comentan de un colegio mayor muy guay, en la calle Cadarso, Madriz por supuesto. Voy, me informo, me entero, hablo con el director, un tal Poti, cariñoso apelativo, estudiante de filosofía en Comillas-Madrid. Me presento como colega en teología, y no me pone mala cara. Me apunto y me apunta.

Se trata de un piso entero de un gran edificio propiedad de la Cía jesuitica, o de alguna de las muchas fundaciones que ella patrocina.

Empieza el curso. Comparto habitación inmensa con un palentino, Bernardino hola cómo estás, y con un oscense, Nicolás de Bielsa, ¿qué hiciste añoche perillán?, allá en el Pirineo. Y nos juntamos en el comedor, sito en la planta sótano, unos cuarenta fulanos, de los siete puntos cardinales, incluyendo andalucía. Caminos, periodismo, económicas, arquitectura, agrícolas, derecho, obras públicas, icai, filosofía… y teología. El único entre todas las alimañas. Uf, qué alivio respirar aire libre.http://farm4.static.flickr.com/3119/2601020699_c51d7b77be.jpg

Fue un año feliz. Había cerraduras, pero daba igual, la de la puerta de entrada no hacía falta porque estaba el sereno. Y las otras pa qué, si éramos como una familia.

Anarquistas, trotskistas, peceros, psoeros aún no autodefinidos, platajunteros, republicanos de variada estirpe, y los menos sin identificar, formábamos una mezcla extraña, rara y polivalente.

Ni una mala broma, ni un mal gesto, un respeto hacia dentro y una ferocidad desmedida hacia fuera.

En la habitación del que figuraba como capellán, pequeña a más no poder, cuando caía celebrábamos la eucaristía, qué se yo, 3 ó 4, 5 ó 6, según. Y luego una copita y a charlar largo y tendido.

Claro que hablar, hablar, se hablaba en todas partes. A mí me desvirgaron en aquel lugar. Entré puro y salí como salí.

Pero fui feliz, y ya nada volvió a ser como antes.

Lo cerraron aquel mismo año. Una pena.

Nos volvimos a juntar hace unos años, para celebrar no sé qué con motivo de que estábamos vivos y nos acordábamos de aquellos tiempos. Asistimos casi todos, hasta un ministro en el poder.

Cosas.

http://lacomunidad.elpais.com/blogfiles/encarni40/templo-de-debod-cc-freakland.jpg

Y por recordar, una chorrada que se nos ocurrió casi al final, cuando ya sabíamos que se acababa. Nos fuimos de noche, con alevosía pues, al cercano templo de Debod, regalo de Egipto con todos los parabienes, e hicimos como debe hacerse el baile de las esfinges, una mano en la cabeza y otra en los huevos, del de alante y el de atrás respectivamente. Y todo de perfil, como debe ser.

¿Qué hace un muchacho como tú en un sitio como éste?


     Propiamente no debería estar aquí en estos momentos. Quienes son de mi estado y condición aprovechan estos días de verano, entre julio y agosto, para hacer reflexión. Se dice ir de retiro o hacer ejercicios. Multitud de lugares se ofrecen y presentan condiciones más que adecuadas para cumplir sobradamente tales cometidos.

     Por ejemplo, acabo de recibir la nota que me envían los jesuitas de Cataluña para hacerlo en la Cueva de Manresa, lugar más que apropiado. Más cerca tengo, también de los jesuitas, Villagarcía de Campos, con su impresionante colegiata.

     También los hay en la montaña o junto a la playa, dentro de ciudades o en sus alrededores.

     Pero estoy aquí, y con la tranquilidad que implica agosto y todo el personal, o bastante, de vacaciones por ahí, hay tan poco movimiento que tengo tiempo y silencio como para reflexionar, meditar y ejercitarme en el cuerpo o en el espíritu. Porque de eso se trata.

     Y ya que reflexiono y medito, hoy vengo acá con la pregunta que enmarca este escrito. Qué hace un chico como yo -es un decir- en un lugar con éste.

     Bien pudiera parecer poco pudoroso plantearlo aquí, un blog público, donde todo está a la vista y quien lo desee además también puede intervenir. No es eso lo que hacen en los lugares a que antes me he referido.

     Sin embargo, aunque en los principios sí me dio cierta cosa, he llegado a considerar este pequeño mundo como mi lugar recoleto en el que expreso lo que me pasa, sin pensar si los visillos están echados o la luz encendida puede convertir en transparente lo que dentro suceda. No me importa que me miren, ni que me escuchen. Si lo hago mal existe la posibilidad de que me lo avisen y así poder cambiar. Si lo hago bien, ya está, no hace falta más. Si no sirve para nadie, con volver a salir, asunto terminado. Y si sirve, pues qué bien.

     ¡La de veces que me habré hecho esta pregunta! Si ahora empezara a recordar los momentos y situaciones en que me he dirigido a mí mismo con este interrogante tendría que irme casi al principio de mi vida consciente.

     Por ejemplo, un día en casa con visita de importancia. Los extraños, parientes de mi madre, primos carnales suyos por vía paterna, mirándome con una sonrisa educada pero fría, y yo, recién entrado por la puerta sabiendo ser objeto de sus miradas. Sospechaba lo que habría ocurrido; mi madre habría contado alguna de las gracias o desgracias –trastadas, hablando claro- que un servidor solía llevar a cabo y ahora esperaban, estaba seguro, que repitiera alguna o innovara otras. ¡Tierra trágame!, seguro que pensaría yo. No lo sé bien a ciencia cierta, pero sí recuerdo la situación. Es que aquellos tíos míos, segundos eh, sólo segundos, eran tan serios y tan honorables…

     Otra por contar, entre las muchas, pero con más transcendencia, ocurrió mucho tiempo después. Fue en el convento, que era lugar muy socorrido para estar en mi época, con la venia de los de casa. Había un acto muy solemne que se titulaba, creo recordar, “corrección fraterna”. Esto era que todos juntos y en unión, íbamos pasando de dos en dos delante de todos, y, frente a ellos pero con la cabeza gacha, recibíamos llamadas de atención sobre nuestro comportamiento poco adecuado, con la pretensión de que sabiéndolo, nos enmendáramos. Aquel día, como era natural, también yo me situé frente al personal y esperé. Dijeron alguna cosilla, que yo reconocí como pequeña falta. Tras un cierto silencio, alguien, a quien por supuesto identifiqué, se levantó, digo yo porque no miraba, y dijo en voz alta algo gordo que me dejó helado. Inmediatamente el hermano director, en tono seco y duro dijo, después de terminar léase usted en el reglamento lo que se dice acerca de lo que se le acusa, y pásese por mi despacho. No me asusté del director, temblé al escuchar lo que aquel individuo había mentido sobre mí en público y en acto tan importante. Fue entonces cuando me dije, Miguelangel, qué haces tú aquí, en este sitio.

     Tras la charla con el hermano director, que por cierto me quería a rabiar, todo quedó en nada, pero no en el olvido. Salió la cosa un poco más tarde, vaya si salió.

     Para volver a reseñar otra circunstancia que sea de especial importancia en la que volví a interrogarme he de dejar pasar muchos años y situarme un domingo, día 15 de junio de 1975, en la catedral de Valladolid. Ese día me iban a ordenar de cura.

     Tras un tiempo largo dudando, al fin me decidí y pedí órdenes. Se cursó la petición y me dijeron que ya tendría noticias. Las noticias se demoraron. Tres largos años estuve en el limbo de los justos o en la inopia, no lo tengo nada claro. Cuando requería alguna información la respuesta era, no es el momento, hay alguna cosa que no está clara, dicen que tienes novia, al parecer aún no has madurado suficiente, faltan informes tuyos de los tiempos en que estuviste fuera… Una sola vez pude hablar con el jefe. Fue un desastre. Lo único en lo que se fijó fue en el atuendo que en ese momento vestía. Fíjese usted, cómo se presenta, con pantalón de pana…

     Luego de él, llegó otro, rubio dorado, sotana limpia y tersa como una patena, sonriente, me recibió a la primera y tras cuatro palabras de nada va y me dice, dentro de una semana te ordeno. Acababa de llegar justo el día antes. Yo aluciné.

     Y con dos, allí estaba él el domingo siguiente de su entrada en la diócesis, dispuesto a hacerme cura. Pero yo estaba flotando, y en ese estado de ingravidez me estaba preguntando: tío, ¿que te crees que pintas tú en este sitio?

     Y no me fui.

     Me volví a dirigir parecido interrogante muchas veces más, sería cansino decirlas todas.

     Paso años, para terminar, y me encuentro mucho después con que no tengo nada, ni iglesia, ni oficio, ni cargo, ni beneficio. Pero muchas ganas y algo de feligresía. Decidimos ir y pedir, que así no podemos seguir, no tenemos dónde meternos. Salgo delegado, quién si no, con el encargo de ir y hablar. Llego, planteo el asunto y la respuesta es, mira a ver si encuentras algo que merezca la pena, pero no te hagas ilusiones, que no hay dinero para vosotros. Sabiendo como sabía cómo se estaban gastando los dineros, aquella respuesta me asentó fatal, y la maldita pregunta de marras volvióseme a repetir, ¡pero qué diablos haces aquí que no te largas!

     La respuesta que me debí dar casi ya todo el público presente se la puede imaginar, porque yo sigo aún en esto. Pero no estoy vacunado, quiá, y esa preguntita me volverá a repetir, estoy seguro, se ha convertido en recidiva.

     El caso es que estaba yo dándole vueltas a la pelota, mientras braceaba en la piscina mi ración diaria de natación, sobre todo esto para ponerlo en este artículo. Generalmente no sé hacer dos cosas al tiempo, pero nadar y guardar la ropa sí. Termino, salgo del agua y el socorrista se acerca y me dice, ¿ya se terminó?, pues sí por hoy, pues a mí todavía aún me queda para rato. Eran las cinco y cuarto y allí clavado hasta las diez y media de la noche, y ¡que no haya ningún percance!

     Salí algo tocado de la piscina. El pan de cada día cada uno se lo gana como puede, pero casi en la generalidad con sudor y malamente. No tengo ningún derecho a hacerme esa pregunta que tantas veces me ha asaltado. Soy un privi, y me va la mar de bien. ¡Mamón, no te quejes!

     Ahora sólo tiene derecho a ello el que llega de nuevas, me ve, pregunta por el cura, y ante la respuesta va y dice, ah, es usted. Como diciendo, pero con otras palabras, ¡ostras, qué hace este tipo en este lugar!

––––––––––––––––––
Al reeditar esta entrada, que había perdido todas su fotos, he tenido que echar mano de mi almacén, y no he logrado encontrar las que pudieran corresponder a la ideal original. El texto, sin embargo, permanece.

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