Visita por los lugares clave del
desarrollo industrial del Valladolid del siglo XIX
Miércoles, 26 de junio de 2013,
20.00 h. Punto de encuentro: esquina del Puente Mayor con Las Moreras
Hitos: 1) El primer buzo de la
Historia (vereda fluvial junto al Puente, río arriba) - 2) Cuando Valladolid
soñaba con rascacielos (edificio Duque de Lerma) - 3) El Tren Burra (centro de
la plaza de San Bartolomé) 4) La harina, oro en la Meseta
(hotel Marqués de la Ensenada) - 5) El Canal del progreso (dársena del Canal de
Castilla).
__________________________________________________________________
Me
gustaría dedicar la visita de hoy a mi buen amigo y generoso maestro Fernando
Rosell, que nos dejó el pasado sábado 22 de junio y cuyas cenizas reposan ya en
el lecho del Canal de Castilla, como corresponde a una de las personas que más
y mejor conoció y amó el Canal durante toda su vida. Él me enseñó cuanto sé a
este respecto; lo mismo que ahora me atrevo a contaros. Él me ayudó a preparar
esta visita. Le echaré mucho de menos. Nuevamente huérfana ...
Paz Altés
__________________________________________________________________
El primer buzo de la Historia
|
El Pisuerga desde el Puente Mayor, río abajo |
|
El Pisuerga desde el Puente Mayor, río arriba |
Nos asomamos al pretil del
Puente Mayor para localizar, con la vista, aguas arriba, el lugar exacto en el
que Jerónimo de Ayanz mostró al rey Felipe III el funcionamiento de uno de sus
inventos, que permitía a un hombre permanecer sumergido en el río durante un
tiempo hasta entonces impensable. Era el 2 de agosto de 1602. El monarca se
acercó al lugar a bordo de una elegante galera llamada “San Felipe”, mientras
en la orilla los cortesanos y vecinos permanecían expectantes, y asistió a la
demostración científica de Ayanz, que fue explicándole lo que ante él estaba
ocurriendo: un hombre equipado con una rudimentaria escafandra, conectada al
exterior mediante tubos flexibles por los que se insuflaba aire desde unos
fuelles, se sumergió en las aguas del Pisuerga hasta una profundidad de 3
metros. Al parecer permaneció más de una hora sumergido y finalmente subió a la
superficie por… aburrimiento.
El duque de Lerma se dirigió
al rey, explicándole en qué consistiría el divertimento de aquella mañana. Según
dijo, el comendador Ayanz, leal servidor que había desempeñado durante largos años
puestos de la mayor importancia en las explotaciones mineras del Perú, afirmaba
que un hombre podría mantenerse ilimitadamente bajo el agua hasta que le acuciara
la necesidad de alimentarse, dormir o defecar.
Su Majestad escuchó con
inusitada atención el discurso de su valido, y, al concluir éste, se giró hacia
los doctores de la cámara.
-¿Es posible semejante hazaña,
señores? -preguntó intrigado.
Arias y Ferrofino balbucearon
algunas explicaciones sin saber bien qué contestar. Había precedentes históricos,
como los modelos ideados por Leonardo Da Vinci, el ingenio de Juanelo Turriano
o las escafandras diseñadas por Pedro Juan de Lastanosa; los busanos, u hombres
buzo, desempeñaban su utilísimo oficio en la recuperación de los cargamentos de
naves hundidas o en las explotaciones de coral en los territorios de ultramar.
Pero aquellas invenciones siempre chocaban con un mismo problema, hasta la
fecha irresoluble: la imposibilidad de renovar el aire que almacenaban en su
interior, de modo que resultaba muy arriesgado mantener a un hombre bajo el
agua durante un espacio de tiempo prolongado. Los científicos concluyeron que
con los conocimientos y medios técnicos disponibles, la propuesta de Ayanz
resultaba inviable.
El rey pareció aumentar su
interés en el experimento, llamó al comendador y estuvo un rato hablando a
solas con él. Luego llamó al duque y su protegido, don Rodrigo, que se
aproximaron hasta el sitial que ocupaba. Para su sorpresa, les propuso una
apuesta. Don Felipe ofertaba 1.000 escudos de oro a favor del éxito de la
invención de Ayanz, de modo que ganaría si el hombre que se iba a sumergir bajo
el agua era capaz de aguantar hasta que le ordenara subir a la superficie. El
favorito aceptó la propuesta del rey, dando así comienzo el divertido
experimento.
Todos parecían estar
dispuestos a pasar una agradable jornada en el río, menos Urraca, que no estaba
tan ufano. Era él quien se iba a jugar la vida sumergido bajo el agua, cuando
ni siquiera sabía nadar. Si a ello añadimos la intimidación que infundía la
proximidad del caprichoso rey y la expectación generada ante un espectáculo en
el que iba a desempeñar, para su desdicha, un protagonismo crucial, resulta fácil
entender que le invadiera un estado de nerviosismo casi paralizante.
Cuando Ayanz concluyó la
supervisión de fuelles y tuberías, Urraca se enfundó el equipo de buceo, un
pesado traje recubierto de varias capas de tela de lana y pellejo de carnero
embreado que se ajustaba a muñecas, tobillos y cuello para conseguir la
necesaria estanqueidad dentro del agua. El equipo se completaba con unas botas
impermeables y la campana de buceo, en cuyo interior se renovaba
permanentemente el aire gracias a dos grandes fuelles que se activaban desde el
exterior.
Así vestido, temblando más de
miedo que de emoción, se perdió el Urraca en las verdosas aguas del Pisuerga,
mientras una orquestilla de chirimías, trompetas y tambores amenizaba la
espera.
El doctor Arias había llevado
precavidamente un reloj de arena que marcaba las medias horas, y lo volcó ante
los ojos de don Felipe justo en el momento en que las poleas que manejaban
Ayanz y Zubiaurre hundían la campana bajo la burbujeante superficie del río.
Al principio, cuando apenas
habían trascurrido unos pocos minutos, Su Majestad parecía disfrutar de la
escena, distraído con la animada conversación del duque de Lerma y la amenidad
del lugar donde se ubicaba la finca de don Antonio. Pero cuando el doctor volcó
el reloj iniciando un nuevo cómputo horario, se conmovió ante la suerte que
pudiera estar corriendo la vida del muchacho sumergido.
Abandonando el sitial, se
adelantó hasta el borde en el que los operarios manipulaban los ruidosos
fuelles de respiración, y olvidando cualquier reserva de protocolo, preguntó a
gritos al comendador:
-Decidme, caballero, ¿vivirá
ese pobre zagal después de tanto tiempo bajo las aguas?
Ayanz no parecía estar
sufriendo preocupación alguna, y sin perder de vista el funcionamiento del
artefacto comprobando que no perdían aire las articulaciones de tubos y
vejigas, respondió al rey casi sin darse cuenta de quién le hablaba:
-No tenga cuidado Majestad, que
si hubiera muerto ahogado ya lo habría escupido el río. Respira, sin duda, pues
hay flujo en las válvulas de escape, ¿lo puede ver?
En torno al gran tubo que
alimentaba el compartimento estanco que formaba la campana de bronce, única
parte visible del artefacto subacuático, brotaban de vez en cuando fugaces
burbujas que atestiguaban tímidamente la certeza de la tesis del inventor. El
emperador desconfiaba de que cualquier ser humano pudiera sobrevivir a
semejante tortura, y juzgando suficiente el alarde del comendador, mandó subir
el ingenio a la superficie. Cesó entonces la música de chirimías y tambores, y
el gentío volvió sus ojos hacia el borde de la plataforma flotante en la que
los sirvientes de Ayanz se afanaban girando las poleas que debían rescatar al
valiente buzo, que todos esperaban ver muerto.
Al final del chorreante tubo
apareció el techo de la campana, que arrimaron mediante unos ganchos hasta el
pantalán, trascurriendo unos angustiosos minutos hasta que se consiguió dar
holgura a la polea que debía elevar el ingenio hasta la superficie.
Resurgió entonces la
estructura de bronce que albergaba en su interior al Urraca, cuya suerte de póstumo
héroe parecía estar sellada. Ayanz y Zubiaurre se abalanzaron sobre la cámara
casi sin dar tiempo a que los operarios la dejaran caer sobre el suelo,
llamando a grandes gritos al Joven aventurero.
Ante la sorpresa de todos,
apareció la figura desgarbada del novel buzo que, tras desembarazarse del
intrincado engranaje de tubos que le impedía moverse y hablar, se arrodilló
ante el rey.
Don Felipe III, en un gesto de
humana simplicidad, sólo alcanzó a preguntarle cómo se encontraba, a lo que el
Urraca, sobreponiéndose a la excitación del momento y la tiritona que atenazaba
sus miembros, respondió:
-Majestad Católica, no habría
querido yo salir afuera tan presto, pues por mi honor de cristiano viejo que
bien pudiera mantenerme debajo del agua todo el tiempo que pudiese mi cuerpo
sufrir la frialdad de ella y el hambre.
La respuesta agradó al rey,
que inició un aplauso seguido de una atronadora ovación que se extendió desde
el graderío de la orilla hasta las alturas de las ramas a las que se habían
encaramado los curiosos más ágiles.
Ignacio Martín Verona, “La corte de los
ingenios”
El artífice de este ingenio fue Jerónimo
de Ayanz
(Guenduláin, Navarra, 1553-Madrid, 1613). Otros de sus ingenios fueron: una
bomba para desaguar barcos; una barca sumergible de madera, herméticamente
cerrada y revestida de lienzos pintados de aceite, dotada de un sistema de
renovación del aire y contrapesos para subir y bajar; un horno para destilar
agua marina que se podía consumir como potable; balanzas de enorme precisión;
molinos de rodillos metálicos que andado el tiempo se generalizarían dos siglos
después; bombas de riego; estructuras de arco para los muros de contención de
los embalses, etc.
Cerca de este paraje pero en la
orilla opuesta del río, en el entorno del Palacio de la Ribera, otro ingeniero
desarrolló el llamado “ingenio de Zubiaurre”, por haber sido ideado por Pedro
de Zubiaurre y que permitía elevar agua desde el río hasta los jardines del
palacio. Este inventó sí gozó de gran predicamento en su tiempo y permitió,
entre otras cosas, mantener debidamente atendidos los regadíos y jardines de la
“huerta del rey”.
Cuando Valladolid soñaba con
rascacielos
|
Edificio "Duque de Lerma" y la fábrica de harinas "La Perla" |
Donde en tiempos de Felipe III se alzara el Palacio de la Ribera (propiedad de don Francisco de Sandoval y Rojas, I duque de Lerma) dominando desde allí toda la
“huerta del rey”, comenzó a construirse en 1970 el edificio “Duque de Lerma”, con idea de que sirviese como
hotel. Sin embargo, las obras toparon pronto con dificultades e indefiniciones
urbanísticas que fueron retrasándolas, hasta su total abandono. Tras décadas de
desidia y desinterés por el edificio, en 1997 se consiguió desbloquear y
reactivar la construcción y, a finales de 1999, el “Duque de Lerma” fue
inaugurado,
casi 30 años después de la colocación de su primera piedra.
El “Duque de Lerma” es un
auténtico “rascacielos”, para lo que se estila por estas latitudes. Tiene 88
metros de altura, 24 plantas (más 3 de garaje) y es el edificio más alto de
Valladolid. Su estructura es metálica, con piezas oblicuas que impiden que el
armazón se deforme. En la edificación se emplearon 700.000 kilos de acero. En
su exterior predominan el granito y el vidrio. Durante años, El “Duque de
Lerma” fue una de las imágenes más reconocibles de nuestra ciudad. Sus fachadas
lucieron durante décadas proclamas y pintadas que todos recordamos: “0,7% YA”,
“OTAN NO” o “BASES FUERA”.
Hubo un tiempo de desorientación
colectiva en el que la ciudad de Valladolid soñó con rascacielos, convencida de
que en ellos (en lo que representaban) estaba el futuro. Ahora sabemos que no
es así, ¿cierto?
El Tren Burra
|
Última máquina del "Tren Burra" |
|
Encerrada para protegerla |
|
Ni siquiera respetan a la máxima autoridad municipal |
El tren de vía estrecha que unió
desde 1884
las localidades de Valladolid y Medina de Rioseco, y que los vallisoletanos
bautizaron cariñosamente como “Tren Burra” (por sus notables diferencias con el
AVE… ) estuvo en funcionamiento hasta el 10 de junio de 1969. El tren efectuaba
dos paradas en la ciudad: en la Estación de San Bartolomé y en la Estación del Campo de
Béjar (en la calle de Gabilondo, cerquita de la Estación del Norte); y, además
del transporte de viajeros, su principal cometido fue el transporte de cereal,
productos de regadío y piedra, fundamentalmente.
Se trataba de una unidad
ferroviaria a vapor y su última locomotora se exhibe en la plaza de San
Bartolomé, en su recuerdo, a escasos metros de donde se erigiera la Estación de
San Bartolomé, primera de las “bases de operaciones” de este singular
ferrocarril gestionado por la Compañía del Ferrocarril Económico. El tren
recorría un total de 40 kilómetros, distancia que solía tardar en cubrir 1 hora y 30
minutos.
Al margen de consideraciones
sentimentales inevitables, lo cierto es que el enlace del Tren Burra con el
Canal de Castilla y con la Estación del Norte, en la capital vallisoletana, fue
durante mucho tiempo una gran oportunidad de expansión comercial para la
comarca de Torozos.
La harina, oro en la Meseta
|
Fuerza motriz de la fábrica "La Perla" |
Lo que hoy es un hotel de cinco
estrellas fue desde mediados del siglo XIX la flamante fábrica de harinas
“La Perla”. El
edificio fue levantado en 1841, aunque está íntegramente tematizada al estilo
del siglo XVIII; el siglo en que vivió Zenón de Somodevilla y Bengoechea,
marqués de la Ensenada (1702-1781), político español principal mentor de la
construcción del Canal de Castilla, que da nombre al establecimiento. En 1912,
las instalaciones sufrieron un gran incendio, tras el que fueron reconstruidas
en su totalidad, de forma tan sólida que la fábrica pudo permanecer abierta
hasta el año 2004.
La fuerza motriz de la fábrica
provenía del Canal de Castilla y por eso, en la planta sótano del edificio,
existe un túnel de entrada del agua que mueve las turbinas. La fábrica tenía 3
plantas, la cubierta era de teja plana a dos aguas, sujeta sobre cerchas de
madera que se conservan en perfecto estado. Los almacenes de grano (hoy,
restaurante del hotel) y harina (zona residencial del hotel) se situaban
perpendicularmente al cuerpo de fábrica.
La industria harinera fue uno de
los sectores decisivos para el despegue económico castellano en el siglo XIX.
En unos poco años, Valladolid vio nacer un significativo grupo de fábricas de
harinas en el término municipal: “La Perla”, “La Rosa”, “La Flor del Pisuerga”,
“El Palero”, etc. La llamada “burguesía harinera” contribuyó a la reactivación
económica de la ciudad y, sin duda, se vio muy beneficiada de la posibilidad de
transporte de mercancías que ofrecía el Canal de Castilla y que les permitió
plantearse la exportación del producto desde los puertos del norte.
El Canal del progreso
|
Desembocadura del Canal de Castilla al Pisuerga |
|
Desagüe del Canal hacia el Pisuerga |
El Canal de Castilla es producto
del pensamiento ilustrado que creía y confiaba plenamente en el poder del
progreso a través de la ciencia positiva. En 1751, el rey Fernando VI,
aconsejado por el marqués de la Ensenada, decidió abordar la mejora de las comunicaciones
del interior del país. Tras muchos estudios y análisis, entre 1753 y 1849
(¡casi un siglo!), se procedió a la construcción del Canal de Castilla. Las
obras conocieron muchas incidencias e interrupciones; los recursos económicos
escasearon la mayor parte del tiempo; y a todo esto hay que añadir los sucesos
bélicos por los que atravesó el país durante el período (Guerra de la
Independencia).
El principal ingeniero
responsable del diseño y construcción del Canal fue Carlos Lemaur, bajo la
supervisión de Antonio de Ulloa.
La navegación y el consecuente
transporte de mercancías, junto al riego, fueron las principales utilidades del
Canal. Las barcazas eran arrastradas por mulas que iban por los caminos de
sirga, paralelos a las márgenes del Canal.
El trazado del Canal tiene forma
de y invertida, con un recorrido de 207,5 kilómetros, un desnivel de 170,5
metros, de 11 a 22 metros de anchura de cauce y de entre 1,80 y 3 metros de
profundidad. A lo largo de su trazado se insertan numerosas obras de
ingeniería, como acueductos, acequias, puentes, molinos, dársenas, presas y, lo
más característico, las “esclusas”.
Las “esclusas” son el mecanismo
mediante el cual el Canal salva los desniveles del terrero. En el Canal se
contabiliza un total de 49 esclusas. Cuando una barcada se aproximaba a la
esclusa, los empleados del Canal (escluseros) preparaban la maniobra necesaria
en cada caso.
Si la barcaza tenía que “subir”,
cerraban las compuertas superiores y dejaban abiertas las inferiores; la
barcaza entraba en el vaso de la esclusa y tras ella se cerraban las compuertas
inferiores; entonces, el vaso se llenaba de agua, hasta que la barcaza
alcanzaba el nivel deseado; se abrían las compuertas superiores, la barcaza
salía del vaso de la esclusa y seguía camino.
Si la barcaza tenía que “bajar”,
se procedía de igual forma pero en sentido inverso.
El Canal tenía y tiene 3
ramales: Norte, Campos y Sur.
El ramal Norte nace en Alar del
Rey (Palencia), toma sus aguas del Pisuerga y llega hasta Ribas de Campos
(Palencia).
El ramal de Campos inicia su
andadura en Ribas de Campos, toma aguas del Carrión, para morir en la dársena
de Medina de Rioseco.
El ramal Sur toma sus aguas del
ramal de Campos en Ribas de Campos y finaliza en Valladolid capital. Este ramal
“llegó” a Valladolid en 1835.
El Canal de Castilla fue
declarado Bien de Interés Cultural, con categoría de “Conjunto histórico”, en
1991; y, en nuestros días, es un reclamo turístico de gran atractivo y un
corredor verde de gran valor medioambiental. Sus caminos de sirga,
reconvertidos, permiten hoy la práctica del senderismo y el cicloturismo, de
forma muy cómoda y agradable.
|
Monumento en la zona ajardinada del desagüe del Canal |
|
Dársena del Canal |
|
Almacenes de la Dársena |
|
Compuerta del desagüe |
|
El Canal entre La Victoria y la Cuesta de la Maruquesa |
|
Ahora sólo nadan ellos en el Canal |
|
Granjas de los operarios del Canal |
|
Pasaban de las diez y media y volvíamos de regreso por la antigua pasarela sobre el Canal
|
|
Vieja báscula, único recuerdo de Textil Castilla, en la calle Manuel López Antolí |