Reconozco que no es
frecuente que suceda esto, pero ha ocurrido. Sí, ayer por la mañana pude
comprobarlo.
Lola era una chavala
chisposa, que llegó hace unos años con su familia a vivir por esta zona. Ella y
su compañero eran muy jóvenes, pero aún así ya tenían tres churumbeles. Eran
bien diferentes, me refiero como pareja. Pero parecían acoplados y en
equilibrio.
A poco pidieron
matrimonio, y lo lograron. Luego apuntaron a sus hijos mayores, uno y una, a
catequesis y así les fuimos conociendo. Y ellos a nosotros, supongo.
Pasó el tiempo,
aquello se desgajó en parroquia nueva, dejamos de tratarnos y de vernos, y se
convirtieron en ajenos. Hasta que años después llegó ella sola con el pequeño
para hacer la primera comunión. ¿Sin catequesis? Urge, fue la respuesta. El
tono no dio pié a réplica, y cedimos.
De nuevo pasó tiempo.
Un día volvimos a verla, ella sola y dos perros, haciendo futin a temprana hora
entre los pinos. Hola, hola. Cuando nosotros íbamos, ellos volvían. O viceversa.
Así que pocas palabras cruzamos, ni siquiera para interesarnos por la familia y
los trabajos.
Hoy, casualidad,
concluíamos casi a la par el recorrido. Nosotros al paso, ellos a la carrera.
Que digo que os dejo sobre el parabrisas unos libros para vosotros. Es que
trabajo en una editorial.
Cuando llegamos al
corsa ellos ya estaban lejos. En efecto, sobre el cristal delantero había
dejado dos ejemplares de este libro de Bergoglio. De modo y manera que la fama
del papa Francisco ha llegado ya hasta el Pinar de Antequera. ¡Qué autoridad!
¿Que qué es de Lola?
Mañana, si coincidimos, la paro, la pregunto y espero a que recobre el aliento
para responderme. Es que va a toda leche. Por cierto, su pastor alemán es una
preciosidad.
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