Mientras escribo esto
me llega con toda intensidad el sonido de la música que acompaña el baile de
los vecinos de La Cañada, que están de fiesta. Puedo imaginármelos girando como
peonzas o saltando como pelotas o amartelados como palomas, según el ritmo del
momento. Pero sobre todo, puedo imaginarme al disyoquei, porque de eso se
trata, de música enlatada, mucho más barata que la otra, y mucho más práctica;
aquí no caben explicaciones del tipo esa no la tenemos en el repertorio o hace mucho que no la
tocamos o no la conocemos; el tío trae un camión entero de cds y tiene toda la
música que existe, ha existido y existirá. Llega, abre la compuerta, enchufa a
la corriente y ya está todo dispuesto. Pero lo mejor de todo es el modo como se
anima a sí mismo y jalea a los danzantes, es una gozada oírlo, ¡qué será verlo
en vivo y en directo!
Así estaban… |
Así quedaron tras la limpieza |
Eso me hubiera hecho
falta a mí esta mañana, que alguien me hubiera animado cuando, bajo el tórrido
sol que daba en el patio parroquial, me dispuse a aligerar un poco el aspecto
de las parras. No lo hice mal de todo, a la vista está. Incluso me dio tiempo a
echarles polvos de pica pica, ese azufre en polvo que me enseñó a usar el bueno
de Felipe, y que tan buenos resultados da contra el oidio. Si quieres uvas
tener, echa azufre y déjalas arder. Es falso, pero resultón. Te hace sudar,
porque necesita que el sol acompañe; limpia de hongos basura hojas y racimos.
Y ahí también están
los brotes que espero no necesitar para regenerar la parra aquejada de yesca.
Están sujetos al tronco para que no se los lleve un mal viento, que a buen
seguro llegará con alguna tormenta de verano.
Ahorita mismo suena
un pasodoble, y el buen señor se apoya con olés que él mismo se dirige. ¡Es
todo un figura! Mañana me dirán que se lo pasaron bomba y no se perdieron ni un
sólo compás, aunque en realidad las duelan las piernas y los ojos les brillen
de falta de descanso.
Pero esto es un
suponer, porque yo en realidad no lo estoy viendo, sólo me lo imagino. Y por lo
mismo, también sólo me imagino, o no puedo ni imaginarme, lo que entenderán las
personas que vengan a leerme, porque cada quien es muy dueño y señor de
interpretarme como le de la real gana. Para eso existe libertad.
Quien no la tiene en
estos momentos, libertad, soy yo, que estoy aquejado por un dolor de boca, –no
sé en realidad qué me duele si una muela, dos o tres, o es la misma encía– que
me tiene desde hace días a base de nolotiles, ibuprofenos y amoxicilina
clabulánica cada cuatro horas hasta que vuelva de sus vacaciones Elena, mi
dentista favorita.
Son circunstancias de
la vida, que, en su discurrir, presenta novedades e imprevistos a los que hay
que encarar como buenamente se puede. Yo, en estos momentos, como gato panza
arriba.
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