Cicerón, en la antigüedad, pensaba ya en nuestro Santo |
No tengo claro qué quiero decir con el título que acabo de poner, por
eso voy a tratar de iluminarme. En una época en que santos sólo salían de las
filas de clérigos y asimilados, léase religiosas y religiosos en toda su variedad
y multitud, un santo laico resulta ser un extraño. Porque Isidro no tuvo
relación con la institución ni siquiera por afinidad; su esposa también fue
laica, y santa. Santa Mónica tuvo al menos a su hijo, San Agustín, para recibir
honores.
De un labriego, –además éso, destripador de terrones–, sólo se espera
que obedezca y calle ante el señor de turno. Y sólo por cobrar las “bases”, que
no es plan excederse. Es verdad que fue acusado de incumplidor y de evadirse
del trabajo con la excusa de rezar y asistir a Misa. Siquiera por eso debería
haber recibido menos paga. No obstante la labor estaba hecha, a saber de qué
medios se valió, porque no me trago aquello de los ángeles.
Si hubiera sido un obrero especialista, qué sé yo, por ejemplo herrero,
reparador de candiles, fabricante de ventanas, sexador de pollos o alicatador
de cuartos de baño, en algo habría sobresalido. Ir detrás de una yunta de
bueyes no parece ser trabajo de mayor notoriedad y membresía.
Aún así le declararon santo. Y yo me pregunto cuál fue su gracia, en qué
consistió su don.
Hijo como soy de labrador entiendo que Isidro se encomendara al cielo.
Ni siquiera este año en que se anunciaba una gran cosecha van a cumplirse las
expectativas. ¡Qué vida, Señor, la del que cultiva la tierra! ¡Es un sin vivir!
Si se pone a llover, diluvia. Si a nevar, los animales pasan hambre. Si sale el
sol, achicharra. Los hielos del invierno continúan hasta casi el verano. Los
vientos secarrones de marzo extenúan las raíces de las plantas. Y a la hora de
sembrar, no hay manera de que amanezca un solo día sereno.
Comprendo sin embargo que por sólo ser labriego no se gana uno la
santidad. Algo más tuvo que tener el santo para que se lo concedieran. ¿Tal vez
ser madrileño? De Madrid al cielo, sí; pero…
Pienso que tal vez ese empujoncito se lo dio el hecho de tener con su
santa esposa, María Toribia devenida en María de la Cabeza, un único hijo,
Illán, en una época de familias numerosas. Es sabido que cuando hay que ganarse
el pan con el trabajo de las manos y el sudor de la frente, cuantas más manos y
más frentes, mucho mejor. Como al José de Nazaret, al Isidro madrileño no le
nacieron más retoños, y a falta de pensión por jubilación, a ambos les tocó
alargar la vida laboral. De éste dicen que vivió hasta los noventa, de José el
de María nada se sabe pero, si ya se casó mayor, bien pudo aguantar hasta
setenta.
En fin, una mujer santa, un hijo también santo, él no iba a quedarse sin
el calificativo. Santo igualmente.
Además está el hecho de que es patrón de la menos agrícola de las
ciudades españolas. Todo cemento y cristal, hierro, aluminio y luz de neón, la
gran urbe y sus pobladores se pondrían en armas si osara discutirles que donde
abunda el asfalto su patrón pueda arar. Los que he visto por la tele en la
pradera esta mañana, vestirían muy chulapos, pero un arado no lo han tocado ni
de lejos.
Claro que me acabo de enterar de que San Isidro fue zahorí, “encontrador
de aguas”, que donde hacía un hoyo manaba una fuente… Ya decía yo que alguna
cualidad muy especial había de tener. Porque sólo el hecho de asistir temprano
a Misa, –aunque fuera dentro del horario laboral–, no me parecía suficiente
explicación.
No osaré discutir con nadie, y menos con los de mi pueblo y alrededores,
que tienen en San Isidro un santo propio con credenciales.
Recién abiertas en la mañana de San Isidro |
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