Conforme me acercaba vi el arco iris, pero como iba al volante no pude
sacarlo. Tras aparcar lo intenté, pero ya no estaba. Aún así, por el camino de
acceso al nuevo hospital, tiré la foto. A simple vista algo se apreciaba, pero
la máquina no lo refleja. Creedme si os digo que entre esas nubes, hay algo.
Salí de la piscina de Parquesol satisfecho. Tras once años de asistir
diariamente a mi sesión de natación, lograr treinta series en cuarenta minutos
es para nota. Por eso pensé en pasarme a ver a Ladis, mi “sacristán” de La
Arbolada, que está recién operado. Seguro que le alegro la tarde, me dije. Y
así fue, no se lo esperaba y me demostró, a su manera, su satisfacción. Luego
estuvimos charlando, en realidad él fue quien llevó toda la carga, y así me
enteré de parte de su vida.
Nos interrumpieron para acostarle, y cuando me despedí de él ya estaba
completamente esponjado. [Le estaba obrando el enema que necesitaba, porque
desde el jueves en que le intervinieron estaba seriamente estreñido].
Los seres humanos, pensaba cuando ya volvía al corsa, somos así de
simples. Un simple atasco intestinal nos desarbola y nos lleva a pensar incluso
en la cercanía de la muerte. Ladis aún es joven para su edad, ochenta y tantos,
(en realidad creo que desde que lo conozco no ha envejecido absolutamente
nada), y el más activo espécimen humano de la residencia. Si él se para, no sé
qué será del resto de nosotros, cura-capellán incluido.
El cielo estaba ya completamente cubierto, y el arco iris, si aún estaba
por ahí, no quería dejarse ver. O tal vez ya no estuviera. En cualquier caso ya
da igual, porque es de noche. Ladis dormirá a pierna suelta, sin próstata
dañina y aliviado, y, no importándole una higa el arco iris, soñará con volver
pronto a ocupar su lugar en donde es alguien importante y querido.
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