Vocación tardía, en expresión que se usaba por entonces, me incorporé en
el seminario a un curso que dominaba las lenguas clásicas porque desde el
principio eran materia reservada. Con mi bachillerato superior en ciencias,
tuve que dar mi abc en el latín y el griego a base de pasarme un mes en cada
curso, desde primero hasta quinto, para ser, al final, un lego en ambas. Mejor
dicho, cero en griego, y aprobadillo en latín. Y eso porque tuve la suerte de
haber dado latín en el primer bachillerato, reválida de cuarto inclusive.
El caso es que enseguida nos tocó pasar a filosofía. Por aquel entonces
el idioma de Cicerón era obligatorio hablarlo en clase. Hablar es un decir; se
trataba de un auténtico fusilamiento. Con sotana y expresándonos de tal guisa,
qué sé yo que pareceríamos aquellos púberes de apenas quince años.
La filosofía de aquellos tres cursos que se nos abrían ante nuestras
miradas ocupaba casi la totalidad del horario lectivo. El resto de materias, –ciencias,
literatura, matemáticas…– quedaba relegado a unas pocas horas a la semana, con
un peso específico inapreciable en el curriculum final. ¿Qué filosofía? La
tomista, por supuesto.
Con nosotros, también se estrenó aquel año un joven sacerdote al que encargaron
nos impartiera Lógica. Y lo lógico hubiera sido que él nos enseñara y nosotros
aprendiéramos. Sin embargo, no ocurrió ninguna de las dos. ¿Qué hicimos, pues?
Mis avezados compañeros en los latines resultaron tan patosos hablándolo
como un servidor que apenas se había iniciado. Y el profe, forzado por las
circunstancias, articulaba un latín macarrónico que ni chicha ni limoná. ¿Para
qué sirvió tanto Tito Livio, Virgilio y la guerra de las Galias?
Saturnino Senis Mayordomo, “Senis” para el alumnado, sudaba en clase
intentado hablarnos y comunicarnos su saber. En latín. Y Lógica. Nosotros, que
éramos unos gamberros, enseguida descubrimos su debilidad, y no desaprovechábamos
ocasión para embrollarle con los argumentos, retorciéndolos desde nuestros
perversos magines. No salía el pobre de aquellos escarceos bien parado.
Más de una vez sentí vergüenza de nuestra desvergüenza hacia él. Y
ahora, que me acabo de enterar de que ha muerto, más.
Senis dejó las clases, se centró en lo suyo y ha terminado sudando en
San Pedro Sula, Honduras, donde tengo entendido que ha sido sumamente feliz y
fecundo misionero.
Cuando nos juntamos los antiguos compañeros de estudios, una anécdota ya
es recidiva: acordarnos de Aguilar, el anciano de la clase, intentado expresar
todo su saber filosófico en una frase que ya es patrimonio nacional «El origo
de la Filosofie».
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