Gente difícil


El automóvil que me seguía adelantó al mío de pronto por la derecha y a poco giró en redondo delante de mí pasando al otro lado de la calle. Ocupó sin maniobra el espacio en el que yo pensaba estacionar. No me importó, a la derecha aparqué fácilmente, a la sombra de los árboles de los jardines de Parquesol. Apacigüé el mal sabor que me dejó su maniobra al percibir que él lo había dejado a pleno sol. Cogí la mochila y entré en el recinto deportivo, y casi me doy de bruces con él, porque se volvía al darse cuenta de que necesitaba una moneda para la taquilla. Así se lo hizo saber al de la ventanilla.
No volví a verlo hasta que en una de las vueltas en el agua me vuelvo a topar con algo que, en lugar de esperar a mi giro,  lo hizo él a cinco metros de la pared, frenándome en plena aceleración. Mi interjección salió haciendo burbujitas, pero con el sonido apagado. Pasé a braza para ver cómo se alejaba.
Luego desapareció, y yo seguí nadando. Incluso me olvidé del asunto hasta hoy, con este calor que vuelve pastosos mis pensamientos.
Hay gente difícil. Mejor no encontrarla. Por eso no frecuento los comentarios que dejan en noticias, opiniones y similares, para no leer cosas que dejan personajes escondidos tras firmas imposibles de leer o sin sentido. Pero no he podido por menos de hacerlo en un artículo que comenta la última encíclica de Francisco. Alguien ha escrito: “¿Por qué me da la sensación de que estamos más ante un libro político que religioso y que por eso gusta tanto?”
Y me he quedado pensativo… No sé si lo dice en bromas o en serio, si es para bien o para mal, si ha leído la encíclica o sólo lo que escriben sobre ella, si piensa también que el evangelio puede ser más político que religioso… si ve a Francisco como jefe de estado y echa de menos la triple corona papal o es que es de los que creen que el calentamiento global es una invención de radicales extremistas. Ya se sabe que a estos los alimenta el diablo.
Sí, hay gente difícil. Está por donde menos te lo esperas.

Hoy es San Pedro


San Pedro, ícono s. VI, Monasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí


Y San Pablo, por supuesto. Pero en esta fecha queda en segundo plano, porque ya tiene otros motivos y días de celebración. También San Pedro nos hace caer en que tiene cátedra –22 de febrero–, pero eso es ya con calificativo. Y lo de hoy es nominal y por derecho. Así pues, el 29 de junio es San Pedro, y punto.
No es santo de mi devoción, pero me cae simpático. Además Jesús le tuvo en alto aprecio y eso ya es motivo más que suficiente. Por eso también tiene títulos en muchos pueblos y barrios de ciudades, amén de la centralidad de Roma. Así que nada que objetar.
Sobre Cefas han colocado demasiadas cosas, incluso una enorme tiara de triple corona. Hecha en bronce, es única, pero a mí me da respeto, incluso miedo. Está, cómo no, en el Vaticano. Pero nunca soñara el pobre pescador llevar tal cosa sobre su cabeza. Más atinados han estado, en mi opinión, nuestros pintores hispanos, que le dibujan anciano y de escaso pelo. Suelen fijarse en momentos muy concretos, casi siempre acompañado, salvo cuando le muestran haciendo penitencia.
Generalmente le presentan formando parte del ala conservadora de la primera iglesia, pero creo que fue más bien Santiago quien la lideraba. San Pedro, digo yo que andaría al pairo, es decir, lego como parecía ser, sufriendo las influencias de los más enérgicos. Por eso mismo San Pablo tuvo que llamarle a capítulo y poner puntos sobre íes, al pobre pescador de Galilea, que tuvo que llevar su carga con el cargo. Me gusta la humildad con que San Pedro recibe el monitum de San Pablo. Lo relata el libro de los Hechos de los Apóstoles.
En fin, que San Pedro ha sido muy traído y llevado, y sería bien interesante que alguien con estudios y seriedad lo colocara a nuestra altura, le bajara del pedestal.
Salvo hasta el siglo, creo que III, en que Roma era junto con Cartago, Antioquía y Alejandría, la primera sede entre sus pares, siempre se nos ha dicho que si ella habla no hay nada más que añadir (“Roma locuta, causa finita”). Es ahora cuando empezamos a entender que puede que tenga que ser como fue entonces; papa Francisco está dando pasos para que así sea. No sé si le dejarán.
Si lo lograra, comprenderíamos mejor a San Pedro, que tuvo sus cosas, cómo no, pero que nunca encarnó lo que no le correspondía porque no se le había entregado. ¡Esas dichosas llaves…! Y también nosotros actuaríamos de otra manera: en lugar de padecer tortículis, como se dice de los obispos españoles de tanto mirar hacia Roma, mejoraríamos de nuestras cervicales y tendríamos una visión panorámica. Eso nos vendría muy bien.
Que por San Pedro se apalabraran los pastores es muy significativo. No sé si se sigue haciendo. Pero en Castilla así fue. Por algo sería.
En fin, y no escribo más. Os dejo este relato que no dice gran cosa, ni falta que hace. Porque San Pedro fue uno más, en un grupo en el que no había orden ni escalafón, sino mesa redonda con Jesús a la cabeza.


EL BASTÓN DEL MESÍAS


Por aquellos días, viajamos al norte, a la región montañosa de Cesarea de Filipo, en las fuentes del Jordán.(1) Los paisanos que vivían por allá querían oír hablar del Reino de Dios que trae justicia y paz a la tierra.

Jesús - Y si tu hijo te pide pan, ¿le vas a dar una piedra? ¿Verdad que no? Y si te pide un pescado, ¿le vas a dar una culebra? ¡Claro que no, porque es tu hijo! Pues eso es lo que anunciamos, que Dios es nuestro Padre y nos quiere. Y nosotros, sus hijos y sus hijas, le pedimos que nos eche una mano. ¡Y Dios no va a fallarnos!

Jesús, como siempre, se ganaba enseguida la atención de la gente. Empalmaba una historia con otra y los de Cesarea no se cansaban de escucharlo.

Jesús - ¡Amigos, ya llega el Reino de Dios! ¡Ya viene la liberación! E1 Mesías está a la puerta. Y cuando él venga, traerá en una mano la balanza para hacer justicia y en la otra un bastón para gobernar sin privilegios.
Hombre - ¡Bien dicho! ¡Que viva ese Reino de Dios!
Mujer - ¡Y que lo veamos pronto!

Entonces, entre los aplausos y los gritos de la gente, apareció un hombre inmenso, con la piel muy quemada por el sol y una barba larga, larguísima, como la de los antiguos patriarcas. Se fue abriendo paso entre todos y se acercó a Jesús. Era un viejo beduino de las estepas de Galaad.

Melquíades- No hables más, hermano. Ya es suficiente. Soy Melquíades, pastor de ovejas, nieto de Yonadab, de la tribu de los recabitas, todos pastores de ovejas, como nos mandó Dios.(2) Atravesando el desierto hemos aprendido a leer en el cielo y también en los ojos de los hombres. Tú tienes ojos negros como la noche y brillantes como las estrellas. Sé mirar en ellos.

E1 viejo beduino se acercó más Jesús y puso una mano sobre su hombro…

Melquíades- Escucha, hermano. Nuestras tribus andan dispersas desde hace mucho tiempo, muchos años, muchas generaciones de años. Andamos como ovejas sin pastor. Gracias por haber venido. Tómalo: esto es para ti.

Melquíades, el recabita, levantó en su mano derecha un largo y nudoso bastón de olivo.

Melquíades- Con este bastón he pastoreado mi rebaño desde que era joven. Con é1 espanté a los lobos y encaminé por la estepa a mis ovejas. Era de mi abuelo. Míralo: es un cayado de pastor, como el que tenía David en sus manos cuando el viejo Samuel lo fue a buscar y lo puso al frente de su pueblo.
Jesús - ¿Y qué quieres que haga yo con este bastón?
Melquíades- Es tuyo. Pastorea tú al pueblo. Tú eres el hombre que necesitamos para que las cosas cambien.
Jesús - Pero, ¿qué estás diciendo, abuelo? Yo…
Melquíades- Toma el bastón. Y apriétalo fuerte entre tus manos para que el calor de tu sangre le dé vida a los nervios muertos de la madera.

Y el viejo beduino entregó a Jesús aquel bastón gastado y amarillo como un hueso seco.

Jesús - Pero, abuelo, yo…
Hombre - ¡Bien hecho, Melquíades! ¡Bien dicho y bien hecho!
Mujer - ¡Estamos contigo, Jesús! ¡Cuenta con nosotros!
Hombre - ¡Y con nosotros también!

Esa noche, los trece del grupo nos quedamos conversando hasta muy tarde. E1 cielo se cubrió pronto de estrellas. A1 fondo, iluminado por la débil luz de la luna, descansaba el monte Hermón. Sus laderas nevadas ya comenzaban a derretirse con la primavera.

Jesús - ¡Ese pastor recabita está chiflado!
Pedro - E1 chiflado eres tú, Jesús, si no aprovechas el momento. ¡E1 pueblo está entusiasmado contigo!
Jesús - Pedro, el pueblo está entusiasmado con el Reino de Dios.
Santiago - ¡Y contigo, moreno, contigo!
Jesús - Pero, Santiago, escúchame…
Santiago - Que no, Jesús, que no quieras tapar el sol con un dedo. Tienes al pueblo en tus manos igual que ese bastón. A una orden tuya, todos se pondrán en marcha.

Jesús hacía rayas en la tierra con el cayado largo y nudoso que le había regalado aquella tarde el viejo Melquíades.

Andrés - La gente espera mucho de ti, Jesús. No los defraudes.
Jesús - ¿Y qué es lo que espera la gente de mí, Andrés?
Andrés - ¿Que qué esperan? Mucho. Que les sigas abriendo los ojos, que te pongas al frente de ellos para que este país se enderece y se acaben de una vez tantos abusos y podamos vivir en paz. Eso es lo que esperan.
Jesús - Pero, ¿están locos? ¿Quién se creen ellos que soy yo?
Judas - Te tienen como a un profeta, Jesús.
Felipe - ¿Sabes lo que me dijo hoy una mujer? Que cuando te miraba así, de medio lado, le recordabas mucho a Juan el bautizador. Que ella apostaba cinco contra uno a que el profeta Juan había resucitado y se te había colado a ti en el pellejo.
Tomás - ¡Pues va-va-vaya chiste! ¡Le corta-ta-tarán otra vez la cabe-be-beza!
Andrés - No, no. Lo que yo oí fue otra cosa. Dicen que el profeta Elías se bajó del carro y te prestó el látigo con que arrea sus caballos de fuego. ¡Que tu lengua tiene el mismo chasquido que la del profeta del Carmelo!
Jesús - Bah, tonterías de la gente.
Judas - E1 otro día me preguntaron si tú tenías mujer. Y yo les dije que no.
Jesús - ¿Y para qué querían saber eso?
Judas - Bueno, porque el profeta Jeremías tampoco se casó. Dicen que tú te pareces mucho a é1.
Jesús - Sí, claro. Y también me parezco al profeta Amós porque soy campesino. Y al profeta Oseas, porque soy del norte. Y dentro de poco dirán que una ballena me tragó y me vomitó como al profeta Jonás. Yo no sé de dónde la gente se inventa tantas cosas.
Santiago - No es la gente, Jesús, no es la gente…
Jesús - ¿Ah, no? Y entonces, ¿quién? ¿No me van a decir que también ustedes?
Pedro - Verás, moreno. Llevamos ya un tiempo juntos, muchos meses. Hemos formado un grupo. Podemos hablar con confianza, ¿no es eso?
Jesús - Claro que sí, Pedro, para eso somos amigos. ¿Qué es lo que pasa?
Andrés - Jesús, tú has hecho cosas delante de nosotros que, a la verdad, bueno, sin ir más lejos, lo del sordomudo del otro día en Corozaim.
Santiago - Y aquella niña, la hija de Jairo, estaba muerta, yo la vi.
Felipe - Y el sirviente del capitán romano.
Andrés - Y Floro, el paralítico. Y Caleb, el leproso. Y el loco Trifón. Y la…
Jesús - Está bien, está bien. ¿Y qué? Dios es el único que tiene poder para curar. Dios toma mis manos o las tuyas o las de quien sea y hace lo que quiere. Hay mucha gente que hace cosas más grandes aún.
Judas - Pero no es eso solamente, Jesús. Es tu manera de hablar. Reconócelo: tus palabras son como las piedras que lanzaba David con su honda.
Pedro - Tú hueles a profeta, moreno. Y ni con lejía se te quita ese olor.
Andrés - Tú sabes cómo hablar al pueblo. La gente te escucha, te hace caso.
Jesús - ¡La gente! La gente dice hoy blanco y mañana negro. Ustedes… ¿qué dicen ustedes? Ahora estamos los trece reunidos. Hablemos claro, entonces. ¿Qué esperan ustedes de mí?
Pedro - Lo mismo que esperan todos, Jesús. ¡Que levantes el bastón y te pongas al frente de] pueblo!
Jesús - No sabes lo que dices, Pedro. ¿Quién soy yo para hacer eso, ¿eh? ¿Quién soy yo?
Pedro - ¿Tú? ¡Tú eres el Liberador que espera Israel!
Jesús - Pero, Pedro, ¿te has vuelto loco? ¿Cómo dices eso?
Pedro - Lo digo porque lo creo, ¡qué caramba! Y ya me pica la lengua por decirlo. Y ya se lo dije a Rufina y a la suegra. Y las dos mujeres me dijeron que ellas piensan lo mismo.
Jesús - Pero, Pedro, por favor…
Pedro - Sí, Jesús. ¿Te acuerdas la otra noche? Lo vi clarísimo. Mira, íbamos en la barca, en la mía. De pronto, comenzaron los rayos y el viento del Mar Grande. Una tormenta horrible. Y apareciste tú caminando sobre las olas. Y el viento se calmó. Y tú me diste la mano y yo también caminé sobre el lago, ¿no comprendes?
Jesús - Sí, sí, comprendo. Sigue soñando con agua y un día amaneces ahogado.
Pedro - ¡Tú eres el Mesías, Jesús!(3) ¡Tú liberarás a nuestro pueblo!

Cuando Pedro dijo aquellas palabras, se hizo un silencio entre todos. Esperábamos la respuesta de Jesús. Teníamos los ojos clavados en é1 que ahora apretaba nerviosamente el bastón del viejo beduino.

Tomás - No te pre-pre-preocupes, mo-moreno… Nosotros te apo-po-poyaremos.
Judas - Cuenta con nosotros. Para eso formamos este grupo, ¿no?
Andrés - Decídete, Jesús. Si la cosa viene de Dios, no podrás escapar de él.
Pedro - No es la gente ni nosotros. Es Dios el que te ha dado el bastón de mando.

Jesús nos fue mirando uno a uno, lentamente, como pidiendo permiso para decir aquellas palabras que le subían a la garganta.

Jesús - Sí, es verdad. A los hombres se les puede engañar, pero a Dios no. Llevo días y noches dándole vueltas a esto mismo que ustedes me acaban de decir. Desde que el profeta Juan murió, sentí que algo había cambiado. Como si Dios me dijera: ha llegado tu hora, el camino está preparado.
Pedro - ¡Pero dicen que Dios no le echa a un burro más carga que la que puede llevar! ¡Ea, moreno, ten confianza! ¡Dios no te fallará!
Judas - ¡Y nosotros tampoco!
Santiago - ¿No oíste lo que dijo el viejo Melquíades? ¡Aprieta el bastón y levántalo! ¡Contigo saldremos adelante!

Entonces Jesús levantó el largo y nudoso cayado del recabita, lo agarró con las dos manos… y de un golpe lo partió por medio.

Felipe - Eh, moreno, ¿qué te pasa? ¿Por qué has hecho eso?
Jesús - Porque a Elías lo persiguieron, a Jeremías lo tiraron a un foso y a Juan le cortaron la cabeza. Mírenlo todos: el bastón de mando está roto. Así acaban los profetas, rotos. Así acabará también el Mesías.
Pedro - No hables así, Jesús. Nosotros te defenderemos, ¡qué caramba! ¿No es verdad, compañeros? ¡Por la buena estrella de Jacob, que a ti no te pasará nada malo!
Jesús - Primero me empujas hacia adelante, ¿y ahora me quieres tirar la zancadilla? No, Pedro, vamos a hablar claro. A mí me partirán como a este bastón. Y a ustedes, si luchan hasta el final, también. Que cada uno se eche al hombro su cruz ya desde ahora para que luego no nos coja por sorpresa.(4)
Pedro - Bueno, Jesús, no hables más de eso. ¡Tú amárrate la correa y sé valiente!
Jesús - Y tú también, Pedro. Detrás de mí, vas tú.
Pedro - ¿Cómo dijiste, moreno?
Jesús - Pedro… Pedro tirapiedras… Ahora te las tirarán a ti. Pero no te preocupes. Eres una buena piedra de cimiento. No te romperán ni a martillazos.
Judas - Bueno, bueno, no hablemos de cosas tristes. ¡Lo importante es que ahora estamos todos y que estamos unidos!
Santiago - ¡Y que seguiremos adelante, a las duras y a las maduras!
Andrés - ¡Y pase lo que pase, este grupo no se desbaratará!
Felipe - ¡Bien dicho, Andrés! Ni el diablo con su tridente podrá contra nosotros, ¿no es cierto?
Jesús - Claro que sí, Felipe. La amistad que hemos atado aquí en la tierra, no la vamos a desatar ni en el cielo. ¿De acuerdo?
Tomás - ¡De acuerdo! ¡Una buena cerradura y trece llaves, una para cada uno!
Jesús - Y tú, Pedro, ¡guarda el llavero para que no se pierdan!
Pedro - ¡Entonces, mano con mano, para siempre!
Santiago - ¡Mano con mano, compañeros!

Amaneció en Cesarea de Filipo. Se nos había ido la noche conversando y ahora teníamos unas cuantas millas por delante. Estiramos las piernas y nos pusimos en camino hacia el sur, rumbo a Cafarnaum. E1 monte Hermón brillaba blanco a nuestra espalda.



Mateo 16,13-24; Marcos 8,27-33; Lucas 9,18-22.


1. La ciudad de Cesarea de Filipo fue fundada por Filipo, hijo de Herodes el Grande y hermanastro del rey Herodes Antipas, unos tres años antes de nacer Jesús. Filipo heredó las dotes de constructor de su padre. A la ciudad le puso por nombre Cesarea en honor de César Augusto, el emperador que entonces gobernaba en Roma. La ciudad estaba situada muy al norte, en la frontera con Siria. En Cesarea nace el río Jordán, que desde allí baja y atraviesa toda la tierra de Israel. Cesarea de Filipo se llama actualmente Banias.

2. Los recabitas eran un grupo de israelitas que, desde hacía siglos y por fidelidad a sus principios religiosos, vivían como pastores, rechazando la vida de agricultores sedentarios. No tomaban vino, eran muy celosos de sus tradiciones y sólo entraban en las ciudades de paso y en momentos muy especiales. Representaban la oposición a la civilización urbana y el recuerdo de la vieja tradición religiosa del desierto, cuando Israel era un pueblo errante (Jeremías 35, 1-19).

3. Los evangelios sitúan en Cesarea de Filipo la aceptación por Jesús de su misión de Mesías. Hasta ese momento, Jesús, impulsado por el ejemplo de Juan el Bautista y apoyado por sus discípulos, se había presentado ante sus compatriotas como un profeta. Como profeta hablaba y actuaba, sintiéndose heredero de la tradición de Israel. En Cesarea, Jesús dio un nuevo paso. La libertad con la que interpretaba la Ley y con la que se presentaba como emisario del Reino de Dios que iba a cambiar la historia, le acercaron cada vez más a la conciencia de ser el Mesías. Como es imposible determinar un lugar y un momento concreto para ese salto en la evolución de su conciencia, los evangelistas lo situaron en el relato de Cesarea.

4. Cuando Jesús habla de la cruz, de su futura pasión, de su muerte, no se trata de una “profecía” en el sentido más limitado de esta palabra, como si Jesús fuera un adivinador de su propio futuro. Si así se entendiera, el final dramático que tuvo su vida, no sería un hecho histórico. Todo habría estado predeterminado desde fuera y sabido desde un principio. Lo que estas palabras de Jesús indicaron fue que, a partir de un cierto momento de su actividad pública, él empezó a contar con la posibilidad de una muerte violenta. Había violado la ley del sábado -quicio del sistema- y esto era suficiente motivo para ser condenado a muerte. Había sido acusado por los sacerdotes de estar endemoniado, y esto también estaba penado con la muerte. Se había enfrentado a las autoridades, a los terratenientes. Se había relacionado con gente despreciada en la sociedad y les había abierto los ojos sobre su condición de marginados. Se había juntado con quienes eran considerados como subversivos, los zelotes. Estaba poniendo en pie un movimiento popular. Los jefes religiosos y las autoridades políticas lo consideraron, con creciente preocupación, como un elemento peligroso. Por todo esto, Jesús podía imaginar, casi con certeza, que le matarían, como habían matado a los profetas.

Un tal Jesús». José Ignacio y María López Vigil. Salamanca 1982. Volumen 1, págs. 506-513]

Al tercer día se acabó la fiesta


Pero antes nos comemos las tortillas. A la vista está. No llegué a tiempo de ver al jurado contemplarlas y catarlas.
Sobre los restos del condumio se organizaron juegos infantiles, y para todos hubo: carreras de sacos, la rana, la chana (también llamada calva), romper pucheros… Tan extenso fue el repertorio y tanto se dilató su realización, que el sol cubrió lo ancho del pinar, y no quedó lugar donde aguantarlo. Eran casi las tres, y aún había pucheros por romper. Unos con agua, otros con harina, todos, absolutamente todos, con premio. A elegir…
Ya se hizo anoche la entrega del jamón para quien se disfrazó mejor que los demás, porque las medallas se repartieron hoy por la mañana, entre gente menuda y talluda sin medida ni consideración. Quien no se llevó alguna es que ni apareció.
Lo mejor de todo, estas fieras tan enormes armadas con tan amenazadores palos.
Broche final para estas fiestas en desigual competencia con otras varias en la ciudad y cercanías. Hasta tal punto que no merece la pena continuarlas por la tarde, habida cuenta de que al día siguiente es lunes, y hay que currar.
Así pues, acabadas estas fiestas, ya hay quien está pensando en las siguientes. Ojala vivamos para contarlo. De ser así, aquí estaremos.

El segundo día de fiestas




Toca pitanza por cuenta ajena. Es decir, vienen a prepararnos la comida y nosotros vamos a comerla. Así de sencillo.
Tenemos sombra, tenemos ganas y el resto también lo ponemos nosotros: mesas, sillas, café, copa y puro. Plato, vaso y cubierto no, tampoco sangría, limonada y naranjada. Y tiempo. Unos se buscan pronto el lugar, y se cogen lo mejor. Otros no tenemos mayor problema en ponernos donde quede. Y siempre queda.
Así que, en la espera de que el arroz reposara, me fui a la exposición de manualidades para captarla con la máquina yo solito y sin estorbos.


Que digo yo que si aún habrá en algún rincón de la vieja casa familiar algún elemento que merezca la pena rescatar y ponerlo nuevamente en uso. Estas chicas te lo cogen y te lo devuelven nuevecito.

Estamos de fiestas en la Cañada



Esta vez me eligieron a mí para que pregonara dando comienzo a las Fiestas de La Cañada 2015. Ya siento no poder disponer de las palabras introductorias de Roselen, que fueron muy preciosas y emotivas. Pongo lo que tengo, el texto que leí y las fotos y vídeos que grabé de la actuación final del Coro Musicalia.
  
Cuando aquel niño llegó a la gran ciudad desde un pequeño pueblo de Tierra de Campos no imaginaba que, pasado el tiempo, terminaría acabando por donde todo empezó.
Corría el año del Señor de 1953. Había conseguido, en la pequeña escuela de la señora Eleuteria, hilvanar consonantes con vocales y cantar dos más dos cuatro, cuando sus papás decidieron que era mucho mejor para él y para el resto de la familia, cambiar de aires y ofrecerse más. Así que un buen día aparejaron las mulas, aparvaron lo más imprescindible y bien de madrugada emprendieron el camino. No llevaban una alforja, que va; dos enormes carros con armaje y otro de varas, hasta las trancas. Incluso paja y cebada para los animales.
Subieron a los montes, llanearon por Torozos, bajaron al valle, atravesaron la gran urbe y enfilaron la carretera del Pinar de Antequera. Casi al atardecer llegaron. Estaban en la finca Roxy.
Así comencé a ser ciudadano y vecino de Valladolid. Tenía cinco añitos. Crecí, a partir de entonces, entre maizales, remolachas, patatas y otras hortalizas, después de haber sido destetado entre campos áridos de cereales. Cambié el secano por el regadío. Dejé vecinos palentinos y tomé por nuevos a los reclutas de la Veterinaria e Intendencia, y también, porque entonces empezaban, los vocacionales de los marianistas, en el recién estrenado casetón, hoy colegio del Pilar.
De la Cañada poco recuerdo, porque poco había. Charcas y muchas ranas, que croaban sin cesar en las noches claras y serenas. También cínifes y avispas, tronar de motores de riego en primavera y silencio y frío en el invierno. ¿Cantares de siega, preguntáis? Tal vez los hubiera, pero mis curiosidades infantiles iban por otros derroteros: coger moras, morder manzanas verdes, perseguir culebras de agua, enlodarme en la huerta recién regada, saltar acequias y rehuir bañarme; uno era de secano por aquel entonces.
Si acaso guardo alguna imagen del Vivero Forestal y de una agrupación de casas molineras existente allá arriba, casi en el Pinar. Un sólo nombre retengo de aquel entonces, el señor Ángel, que me llevaba y me traía en la barra de su bici. Y poco más.
Mudé de sitio, y pasó el tiempo. Volvía esporádicamente, ya mozalbete, a cazar renacuajos y pescar peces en un arroyo junto al canal, en el primer sifón al borde del Vivero.
Cuando me integré de nuevo a esta parte de la ciudad, calzaba casi treinta años y, aunque no vestía de ello, era cura sin barrio, oficio ni beneficio, abierto a lo que pudiera llegarme. Finales de febrero de 1978; de la mano de Pilar y compañeras y de la asociación de vecinos me fui acercando a las gentes de la Prolongación del Paseo de Zorrilla, Antigua Cañada de Puenteduero, población y caserío que, según pude constatar, se había incrementado considerablemente respecto de lo que conocí en la niñez. Ni que decir tiene que el cariño con que fui recibido me ganó desde el primer momento. Y en ésas sigo estando.
Podría ahora continuar narrando mi historia personal. Os puedo asegurar que desborda de pequeños y enormes detalles de sencillez y profunda humanidad de cuantas personas he tratado a lo largo de estos ya demasiados años. Pero a quién le importa una balada a mi pasado, si de lo que se trata es de pregonar nuestras fiestas, las fiestas de La Cañada 2015. Paso pues a cumplir el mandato que me habéis encomendado.
Autoridades presentes del Ayuntamiento de Valladolid; presidenta y miembros de la directiva de la Asociación de Vecinos “Poeta José Zorrilla”; vecinas y vecinos de La Cañada y de barrios adyacentes; amigas y amigos, muy buenas tardes.
Algo abrumado por vuestro encargo, no sé por dónde comenzar. Ahora me diréis ¿empezar? ¡Si ya llevas un folio leído! ¡Termina pronto, que los cuerpos piden baile!
Prosigo, pues. Me gustaría que este amplio salón estuviera a rebosar, no por escucharme, que no tengo nada especial que decir; sino porque estuvieran también todos los que habitaron este lugar, y vivieron incertidumbre, miedo y esperanza en arrobas, para celebrar que si no todo, mucho de lo deseado se ha conseguido a lo largo de estos años, tras una lucha ciudadana memorable, que para sí quisieran otros que se llevan laureles que nunca merecieron. No voy a decir nombre alguno, que la lista es demasiado larga; sí os pido que recordemos sus caras, sus manos y su tesón. Forman parte de todos nosotros, han escrito nuestra historia. Tengámosles siempre en la memoria.
Y para no bucear en el pasado, que ya lo han hecho desde aquí en años anteriores personas selectas del barrio, sería interesante que desde lo que vemos ahora, proyectáramos la mirada hacia adelante. Dejando a un lado eso tan manido de “cualquier tiempo pasado fue mejor” que, a fuer de no ser cierto es vulgar, reconozcamos que habitamos en estos momentos la mejor Cañada que conocemos. Tal vez alguien quiera y pueda objetar algún pero; es normal, la perfección no existe. Si hiciéramos comparaciones, lo de ahora ganaría por goleada. Añorar podría suponer no apreciar lo que tenemos y disfrutamos. Hemos mejorado nuestras casas, tenemos amplias aceras, ya no salpican ni los charcos ni los cantos sueltos del camino, de noche vemos casi tanto como de día, y si no fuera que las adelfas nos impiden ver al otro lado de la calle, nunca jamás tuvo la Cañada tanto árbol y tanta sombra. Agua corriente, asfalto, saneamiento, alumbrado, transporte y colegios públicos a elegir. Sí, la Cañada ahora está mucho más bonita y cuidada, y tiene hitos interesantes que, como nuevos mojones, marcan nuestro paso otrora ganadero: un rebaño en hierro, perro y pastor incluidos; un didáctico y curioso panel explicativo; un hermoso toro floreado; pasos de cebra adecuados, rotondas de vez en cuando y hasta un radar que controla. Aún así, antes de cruzar, hay que mirar.
Yo diría, incluso, que está nuestro barrio en sintonía con la encíclica ecológica de papa Francisco, “Laudato, Si’”, sobre el cuidado de la casa común, cuando defiende «los lugares comunes, los marcos visuales y los hitos urbanos que acrecientan nuestro sentido de pertenencia, nuestra sensación de arraigo, nuestro sentimiento de «estar en casa» dentro de la ciudad que nos contiene y nos une», de manera que, concluye, «los otros dejan de ser extraños, y se los puede sentir como parte de un «nosotros» que construimos juntos». (nº 151)
Ciertamente es nuestra Cañada mejorable; veamos en qué.
- Primero, en las relaciones vecinales. Por supuesto. Seamos creativos para ver cómo acogemos a las familias que se han ido incorporando de un tiempo a esta parte en nuestro entorno. Siempre vamos con prisa, tenemos que mirar si vienen coches, somos un lugar de paso de gentes que van y que vienen, pero para saludar y decir hola no miremos al reloj. Perdamos el miedo a quien llega, y no nos cortemos a la hora de pasar a pedir a la vecina/vecino un poco de sal o de harina, porque estoy haciendo la comida y se me quema el sofrito.
- Segundo. De las mejoras en la calle se encarga el Ayuntamiento de la ciudad. Es su obligación. Y la Asociación de Vecinos es buena intermediaria e intercesora y cumple muy bien, hasta ahora, esta función. Sin embargo no aglutina más que a una pequeña parte de la población actual. Ahí también hay tarea; animar a que se sumen nuevas personas para hacer más fuerza, para crear unidad hacia la totalidad, no sea obligación exclusiva de los miembros de la directiva, pobrecillos; a todas y todos nos corresponde.
- Tercero. La Cañada ya no es un lugar aislado en medio de la nada. La cojas por donde la cojas, está rodeada y hasta atravesada. Tejer una red conectada de relaciones con otros barrios, aglutinar y amasar es más productivo que separar e ignorar. Formemos grupo, cuanto más grande mejor, y así también haremos lío entre todos, en lugar de liarnos cada cual por su cuenta.
- Cuarto. Es importante el sitio donde se nace, pero aún más dónde se vive. Si merece la pena tener buenos recuerdos de nuestro paso por la vida, convenid conmigo en que La Cañada es un buen lugar para vivir porque hagamos de ella, entre todos, que lo sea. Pongámonos a ello.
- Quinto y último. Ya que ahora tengo yo la voz, y nadie me la discute, aprovecho esta oportunidad sin igual y parafraseo a quien fuera Regidor de la Villa y Corte, don Enrique Tierno Galván, en un bando a su cargo del 9 de mayo de 1985:
Aproxímanse grandes y sonadas fiestas, de grande pompa y aparato, bajo la advocación del Santo Patrón de la Villa, San Isidro. Era San Isidro varón de bonísimas prendas…” Y continuaba su discurso el ínclito y culto don Enrique ensalzando a un tiempo villa y patrono, fiestas y devoción, tradiciones y creencias. Así se amasan los buenos deseos y las mejores realidades.
También en nuestra ciudad las Ferias y Fiestas buscan el cobijo protector bien de San Mateo Apóstol, bien de la Virgen de San Lorenzo, porque no puede ser que momento tan importante para una colectividad se haga sin patronazgo.
Propongo, pues, a los ilustres miembros de la insigne Directiva de nuestra Asociación de Vecinos y a todas las personas que tienen la Cañada como lugar de convivencia, tomen esto en cuenta y, ya que están bien a mano, elijan si San Juan, del veinticuatro, o San Pedro, del veintinueve.
Se lee en las crónicas sobre usos y tradiciones ancestrales en los campos de Castilla: Era costumbre en muchos pueblos de nuestra tierra que los pastores y gañanes se ajustaran con el nuevo amo el 29 de junio, festividad de San Pedro y San Pablo”. (Pastores de la Comarca de La Churrería: Construcciones, formas de vida y artesanía en Cogeces del Monte (Valladolid), Junta de Castilla y León, Consejería de Cultura y Turismo, Valladolid, 2008, pp. 105-110).
Por consiguiente, yo me inclinaría por invocar a San Pedro a la hora de celebraciones; razones hay más que suficientes para encontrar alguna relación con el santo. A la sombra de tan preclaro patrono, terminaríamos como Don Quijote y su fiel escudero Sancho por desear hacernos con un rebaño y apacentarlo gozando de la vida. Rescataríamos así lo más primigenio de nuestro barrio, La Cañada; volveríamos a sus raíces.
«… Querría, ¡oh Sancho!, –dice el ilustre hidalgo– que nos convirtiésemos en pastores, siquiera el tiempo que tengo de estar recogido. Yo compraré algunas ovejas, y todas las demás cosas que al pastoral ejercicio son necesarias, y llamándome yo el pastor Quijotiz, y tú el pastor Pancino, nos andaremos por los montes, por las selvas y por los prados…»
A lo cual el fiel escudero responde: «Pardiez, que me ha cuadrado, y aun esquinado, tal género de vida; y más, que no la ha de haber aún bien visto el bachiller Sansón Carrasco y maese Nicolás el barbero, cuando la han de querer seguir, y hacerse pastores con nosotros; y aun quiera Dios no le venga en voluntad al cura de entrar también en el aprisco, según es de alegre y amigo de holgarse.» (El Quijote, capítulo LXVII, 2ª parte)
Vecinas y vecinos de La Cañada, es momento de comenzar nuestras fiestas. ¡Viva la Cañada! ¡Vivan las fiestas de 2015!

Esta vez los vídeos están sin editar, tal como los grabé. Tal vez, pasadas las fiestas, me entretenga en ajustarlos un poco y poner los títulos de las piezas musicales. Se irá viendo…