Saco también a éste,
que, igualmente que la olla exprés, vino de la casa de mi abuela. Llegaron al
tiempo algunas otras cosillas más, de las que he decidido no hablar; sólo me
autorizo a citar una cama niquelada con su correspondiente cómoda que formaban
parte del dormitorio de soltera de mi madre.
Este armario estuvo
siempre en la galería, lugar en la parte trasera de la vivienda, donde los
nietos pasábamos muchos ratos oteando los tejados y los patios interiores de
las casas que rodean por detrás a la iglesia de San Felipe Neri, en el centro
de la ciudad. Ahí, por navidad, jugábamos a la lotería, sacando bolitas
numeradas y rellenando cartones. Ahora eso se llama de otra manera.
Es verdad que allí
también estaba la máquina de coser; por eso había momentos en que los nenes
estorbábamos y debíamos emigrar hacia en interior o directamente hacia fuera, a
la plaza del Salvador.
Este armario lo
conocí sin aspecto atrayente. Deslucido, sin una mano de cera en toda su vida,
salpicado al regar las macetas que solían apoyarse en él, resecado por el sol
poniente que entraba a raudales por los amplios ventanales, resultó ser el
desprecio que yo recogí, cuando hubo que desmantelar aquella casa para hacer
una nueva. Tardó mucho, pero mucho, mucho, en construirse, pero de eso no va
este relato.
La cama y la cómoda
las uso tal cual estaban. Este armario lo planté en la cocina y esperé a ver
qué se me ocurría.
Como las ventanas del
lugar donde me hago de comer dan al interior del patio, al entrar o salir para
cualquier cosa en la parroquia hay que pasar por delante de ellas. Así que
estoy constantemente en exposición, y todo el personal sabe si frío, friego,
meriendo o hago la colada.
¿Qué vas a hacer con
eso? me decían. No sé, ya veré.
Primero tuve que
devolverle a lo que podría ser su imagen primigenia. Para ello había que
enderezar tablas, ajustar puertas, aproximar la madera en las enormes grietas
del mueble… en fin; eso, o tirarlo.
Luego alguien se dejó
olvidado un bote de pintura a medio terminar. Lo aproveché y, sin preocuparme
si era ese el color más adecuado, apliqué un mazarrón oscuro a la madera limpia
de pino desvaído. Y terminado lo cual, quedó entronizado ahí, justamente frente
a la mesa que está junto a la ventana.
Ahora estoy a punto
de proceder a repasar las faltas de pintura que el tiempo, largo, que lo he
estado usando ha ido causándole. Y cuando termine volveré a mirarlo como la
primera vez cuando llegó, y me sentiré satisfecho.
Puede, solamente
puede, que me anime y le aplique una mano de barniz para hacerle más robusto al
uso. Ya se sabe que en la cocina se trabaja rápido y descuidadamente. Por eso
ahora se usa el granito en las encimeras y las vitrocerámicas están hechas a
prueba de rayones.
En cuanto a los
papeles que diariamente inundan mi buzón con anuncios de muebles de cocina o de
profesionales que te montan lo que quieras, todo de máxima calidad y a la medida,
seguiré recogiéndolos aparte para llevarlos al contenedor azul, ese que, cuando
se lo llevan y hace viento, riega todo el barrio de trozos de periódico, tiques
del supermercado, cuartillas emborronadas y pañuelos desechables que no hay
quien los pueda coger una vez que vuelan llevados por las ráfagas del aire.
1 comentario:
Pues, si además de pintarlo (con mano de barniz estaría muy bien) le cambias los tiradores y se los pones iguales los tres y, si puede ser, que sean imitando a los antiguos, te quedaría chulísimo este pequeño aparador que es muy bonito, a mi me gusta. Y si de paso le das una mano de pintura al radiador te quedaría también estupendo.
¡Ánimo mini-macgiver que tú puedes!
Besos
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