Creo que ninguna de
las páginas de internet que visito asiduamente, interesado por la seriedad de
sus temas y la profundidad con que los abordan, se olvidó ayer de recordar
aquel discurso durante la marcha por los derechos civiles que pronunció Martin
Lhuter King hace cincuenta años.
Yo también quiero
hacer público mi recuerdo porque es historia. Está en mi memoria, aunque en su
momento no tenía ni edad ni capacidad para digerirlo. Sin embargo, recuerdo que
cuando veía por la tele aquella masa humana caminar hacia el capitolio de made
in usa no entendía que sólo estuviera refiriéndose a un asunto doméstico de
rivalidad, mejor dicho de opresión, de razas o etnias. Pensaba, eso creo ahora,
que aquello apuntaba hacia otras metas más amplias y más profundas y más
duraderas.
Ahora veo que las
palabras de aquel profeta afroamericano se quedaron en casa, y para uso
interior.
Comparar a Obama con
King, ya lo puse en duda en su momento. Ahora mismo, cuando vuelven a sonar
tambores de guerra en dirección a Siria con olor nauseabundo a crudo, lo tengo
demasiado claro. Para nuestra desgracia.
Por mucho que sobemos
las palabras, nuestros pasos siguen siendo vacilantes y tropezamos en la misma
piedra una y un millón de veces.
¡Qué pena!
Aún así, no me
resisto a colgar en mi pequeño mundo el texto íntegro de aquel discurso, que
aún tiene vigencia, y la tendrá por muchos años a no ser que todos los seres
humanos individualmente y en conjunto entremos en razón.
Es gentileza de Ángel García Forcada.
“TENGO UN SUEÑO”. DISCURSO
DURANTE LA MARCHA POR LA LIBERTAD A WASHINGTON”. 28 de Agosto de 1963,
Washington D.C. Martin Luther King fue presentado como “el líder moral de
nuestra nación” y habló a la sombra de la estatua sedente de Abraham Lincoln.
”Estoy orgulloso de reunirme
con ustedes hoy en la que será la mayor manifestación por la libertad en la
historia de nuestro país (…)
Hace cien años, un gran americano
bajo cuya sombra simbólica estamos hoy en pie, firmó la Proclamación de la
Emancipación. Este decreto trascendental vino como un gran rayo de luz de
esperanza para millones de esclavos negros, abrasados bajo las llamas de una
injusticia marchita. Vino como un gozoso amanecer al final de una larga noche
de cautiverio. Pero cien años después, debemos afrontar el trágico hecho de que
el Negro aún no es libre; cien años después la vida del Negro todavía está
lisiada tristemente por las esposas de la segregación y las cadenas de la
discriminación; cien años después, el Negro vive en una solitaria isla en medio
de un inmenso océano de prosperidad material; cien años después, el Negro
todavía languidece en los márgenes de la sociedad americana y se encuentra
desterrado en su propia tierra.
Así que hemos venido hoy aquí a
representar el drama de una condición vergonzosa. En cierto sentido hemos
venido a la capital de nuestro país a cobrar un cheque. Cuando los arquitectos
de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y
la Declaración de Independencia, firmaron un pagaré del cual cada americano sería
el heredero. Este pagaré era la promesa de que todo hombre, sí, el negro y el
blanco, tendrían garantizados los derechos inalienables de vida, libertad y
búsqueda de la felicidad.
Es obvio hoy día que América ha
incumplido este pagaré en lo que concierne a sus ciudadanos de color. En lugar
de honrar esta sagrada obligación, América ha dado a la gente negra un cheque
defectuoso, un cheque que ha sido devuelto con el sello de “fondos
insuficientes” (…). Pero rehusamos creer que el Banco de la Justicia se halle
en bancarrota. Rehusamos creer que no haya suficientes fondos en las grandes
cúpulas de la oportunidad de este país. Y por ello hemos venido a cobrar este
cheque, el cheque que responderá a nuestra demanda de la riqueza de la libertad
y de la seguridad de la justicia. (…)
También hemos venido a este sagrado
lugar para recordar a América la impetuosa urgencia del ahora. Este no es el
momento de permitirse el lujo de enfriar la situación o tomar las drogas
tranquilizadoras del gradualismo. Ahora es el momento de hacer realidad las
promesas de Democracia; ahora es el momento de salir del valle oscuro y
desolado de la segregación al camino luminoso de la justicia racial, ahora es
el momento de abrir las puertas de la oportunidad a todos los hijos de Dios.
Ahora es el tiempo de levantar a nuestra nación de las arenas movedizas de la
injusticia racial a la sólida roca de la hermandad. Ahora es el momento de hace
reales las promesas de la democracia.
Sería fatal para la nación pasar
por alto la urgencia de este momento y subestimar la determinación del Negro.
Este verano ardiente por el descontento legítimo del Negro no pasará hasta que
no haya un vigoroso otoño de libertad e igualdad. 1963 no es el fin, sino el
principio. Aquellos que pensaban que el Negro necesitaba desahogarse y ahora
estará contento tendrán un áspero despertar si el país regresa a sus asuntos
como sin nada hubiese pasado (…). No habrá descanso ni tranquilidad en América
hasta que al Negro se le garanticen sus derechos de ciudadanía. Los remolinos
de la rebelión continuarán sacudiendo los fundamentos de nuestra nación hasta
que surja el esplendoroso día de la justicia.
Pero hay algo que debo decir a mi
gente, a aquellos que permanecen en el cálido umbral que conduce al palacio de
la justicia. En el proceso de ganar el lugar que nos corresponde, no debemos
ser culpables de hechos censurables. No busquemos satisfacer nuestra sed de
libertad bebiendo de la taza de la injusticia y el odio (…). Debemos por
siempre conducir nuestra lucha en el elevado plano de la dignidad y la
disciplina. No podemos permitir que nuestras protestas creativas degeneren en
violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas de
enfrentar la fuerza del alma a la fuerza física. La maravillosa nueva
militancia que ha envuelto a la comunidad Negra no debe llevarnos a desconfiar
de todos los blancos; porque muchos de nuestros hermanos blancos, como puede
verse hoy por su presencia aquí, se han dado cuenta de que su destino está
ligado a nuestro destino (…) y su libertad está inextricablemente unida a
nuestra libertad. No podemos caminar solos.
Y conforme caminamos, debemos hacer
la promesa de que siempre marcharemos hacia delante. No podemos retroceder.
Existen aquellos que están
preguntando a los seguidores de los Derechos civiles, “¿cuándo estaréis
satisfechos?”. Nunca podremos estar satisfechos mientras nuestros cuerpos,
cansados por el cansancio del viaje, no puedan alojarse en los moteles de
carretera y en los hoteles de la ciudades; no podremos estar satisfechos
mientras la básica movilidad del Negro sea de un gueto pequeño a otro más
grande; nunca podremos estar satisfechos mientras que nuestros hijos estén
despojados de su personalidad y robados de su dignidad por un letrero que diga
“sólo para blancos”. No podremos estar satisfechos mientras que el Negro de
Mississippi no pueda votar y el negro de Nueva York piense que no tiene nadie
por quién votar (…). ¡No! ¡No!, no estamos satisfechos y no estaremos
satisfechos hasta que “la justicia corra como las aguas y los derechos como un
impetuoso torrente” (…).
Soy consciente de que algunos de
vosotros habéis venido hasta aquí tras grandes esfuerzos y tribulaciones.
Algunos de vosotros habéis llegado aquí recién salidos de las estrechas celdas
de las prisiones. Algunos de vosotros habéis venido de zonas donde vuestra
demanda de libertad os ha dejado golpeados por las tormentas de la persecución
y maltratados por los vientos de la brutalidad policial. Vosotros habéis sido
los veteranos del sufrimiento creativo. Continuad trabajando con la fe de que
el sufrimiento no merecido es redentor. Regresad a Mississippi; regresad a
Alabama; regresad a Carolina del Sur; regresad a Georgia; regresad a Louisiana;
regresad a los barrios de chabolas y a los guetos de nuestras ciudades del
norte sabiendo que de alguna manera esta situación podrá y será cambiada. No
nos abandonemos en el valle de la desesperación.
Todavía os digo a vosotros, amigos,
que a pesar de que afrontamos las dificultades de hoy y de mañana, todavía tengo
un sueño. Es un sueño profundamente arraigado en el sueño americano: que un día
esta nación surgirá y vivirá verdaderamente su credo: “nosotros mantenemos que
estas verdades son autoevidentes: que todo hombre es creado igual” (…). Yo
tengo un sueño que un día en las rojas colinas de Georgia los hijos de los
antiguos esclavos y los hijos de los antiguos amos de esclavos podrán sentarse
juntos en una mesa de hermandad.
Yo tengo un sueño de que un día
incluso en el estado de Mississippi, un estado desértico y ardiente con el
calor de la injusticia y la opresión, se transformará en un oasis de libertad y
justicia. Yo tengo un sueño de que mis cuatro hijos pequeños vivirán un día en
una nación donde no serán juzgados por el color de su piel, sino por el contenido
de su carácter.
Yo tengo un sueño hoy (…).
Yo tengo un sueño que un día el
estado de Alabama, con su racismo vicioso, con su Gobernador cuyos labios
gotean palabras de interposición y anulación, se transformará en una situación
donde pequeños niños y niñas negros podrán unir sus manos con pequeños niños y
niñas blancos y caminar juntos como hermanas y hermanos.
Yo tengo un sueño hoy (…).
Yo tengo un sueño de que algún día
cada valle será elevado y cada colina y montaña se allanará. Los lugares más
ásperos se aplanarán y los lugares torcidos se harán rectos, “y la gloria de
Dios sea revelada y todo el género humano lo verá unido”.
Esta es nuestra esperanza. Esta es
la fe con la que yo regreso al sur. Con esta fe seremos capaces de extraer
desde la montaña de la desesperación una piedra de esperanza. Con esta fe
podremos transformar los sonidos discordantes de nuestra nación en una bella
sinfonía de hermandad. Con esta fe seremos capaces de trabajar juntos, orar
juntos, pelear juntos, ir a la cárcel juntos, mantenernos en pie por la
libertad juntos, sabiendo que un día seremos libres (…).
Ese será el día en que todos los
hijos de Dios podrán cantar con un nuevo significado: “Mi país es tuyo, dulce
tierra de libertad, a ti yo canto. Tierra donde mis padres murieron, tierra del
orgullo de los peregrinos, desde cada lugar, dejemos resonar la libertad”. Y si
América va a ser una gran nación, esto deberá hacerse realidad.
Así que dejemos resonar la libertad
desde las cimas de los montes prodigiosos de New Hampshire. Dejemos resonar la
libertad desde las poderosas montañas de Nueva York. Dejemos resonar la
libertad desde las alturas de las Alleghenies de Pennsylvania, dejemos resonar
la libertad de las Rocosas nevadas de Colorado. Dejemos resonar la libertad
desde los redondeados picos de California. Pero no sólo eso. Dejemos resonar la
libertad desde la montaña de piedra de Georgia; dejemos resonar la libertad
desde la montaña Lookout de Tennessee.
Dejemos resonar la libertad desde
cada colina y montaña de Mississippi. Desde cada ladera, dejemos resonar la
libertad.
Cuando dejemos resonar la libertad,
cuando la dejemos resonar desde cada pueblo y cada aldea, desde cada estado y
cada ciudad, podremos acelerar el día en que todos los hijos de Dios, hombres
blancos y negros, judíos y gentiles, protestantes y católicos, podrán unir sus
manos y cantar en las palabras del viejo espiritual Negro: “¡Libres por fin!
¡Libres por fin! ¡Gracias a Dios todopoderoso, somos libres al fin!” (…).
N. del T. Ángel García Forcada,
Valdepeñas, 28.04.08, 6am.
3 comentarios:
Hemos escrito los dos a la vez, con pocos minutos de diferencia, una entrada con el mismo tema y casi con el mismo título...
¡Ya lo veo! No es simple casualidad, es algo mucho más serio; a ambos nos preocupa que lo que soñó Luther King se dilate indefinidamente o se convierta el humo.
Lo malo es que alguien que tenía que tener en cuenta esta historia quizás con más interés que nosotros, está haciendo exactamente lo mismo contra lo que luchó aquel profeta visionario.
Cuánta razón tienes...
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