CUANDO TE
ENAMORES…
Querido Pinocho,
Tenía siete años cuando leí por
primera vez tus Aventuras. No podría decirte cuánto me gustaron ni cuántas
veces he vuelto a leerlas desde entonces. La verdad es que en ti, niño, me
reconocía a mí mismo; en tu ambiente, mi ambiente.
¡Cuántas veces corrías por el
bosque, a través de los campos, por la playa, por las calles! Y contigo corrían
la Zorra y el Gato, el perro Medoro, los niños de la batalla de los libros.
Parecían mis carreras, mis compañeros, las calles y los campos de mi aldea.
Corrías a ver los carromatos que
llegaban a la plaza; también yo. Te quejabas, retorcías la boca, metías la
cabeza bajo las sábanas antes de beber la amarga medicina; también yo. La
rebanada de pan con mantequilla por los dos lados, el pastel de canela, el
terrón de azúcar y, en algunos casos, hasta un huevo, una pera, o incluso sus
mondaduras, representaban un manjar delicioso para ti, glotón y hambriento como
estabas; lo mismo me pasaba a mí.
También yo, al ir y venir de la
escuela, me veía enzarzado en “batallas”: con bolas de nieve en invierno; a
puñetazos y patadas en todas las estaciones del año; unas veces “encajaba”;
otras, daba, tratando siempre de equilibrar el “haber” con el “debe” y de no
lloriquear en casa, donde, si me hubiera quejado, me habrían quizá dado “el
resto”.
Y ahora has vuelto. Ya no hablas
desde las páginas del libro, sino desde la pantalla de TV. Pero sigues siendo
el mismo niño de otro tiempo.
Yo, en cambio, he envejecido. Me
encuentro ya, si se puede hablar así, al otro lado de la barricada. Ya no me
reconozco en ti, sino en tus consejeros: el maestro Gepeto, Pepe Grillo, el
Mirlo, el Papagayo, la Luciérnaga, el Cangrejo, la Marmota.
Todos ellos intentaron –¡ay!, sin
éxito, excepto en el caso del Atún– darte consejos para tu vida de niño.
Yo intento dártelos para tu
futuro de muchacho y de joven. ¡Mucho cuidado! ¡Ni se te ocurra tirarme a mí
también el martillo, porque no estoy dispuesto a acabar como el pobre Pepe
Grillo!
***
¿Te has dado cuenta de que no he
nombrado al Hada entre tus “consejeros”? No me gusta su sistema. Cuando te
persiguen los asesinos, llamas desesperado a su puerta; ella se asoma a la
ventana con su rostro blanco, como una figura de cera, se niega a abrirte y deja
que te cuelguen de un árbol.
Te libra, sí, más tarde, de la
encina, pero luego te gasta la pesada broma de meter en tu cuarto de enfermo a
aquellos cuatro conejos, negros como el betún, con un pequeño ataúd a sus
espaldas.
Aún más. Escapado por milagro de
la sartén del Pescador verde, vuelves a casa aterido de frío cuando la noche
está ya entrada y el agua cae a cántaros sobre tus espaldas. El Hada hace que
te encuentres con la puerta cerrada y, tras muchas llamadas desesperadas, te
envía al Caracol, que tarda nueve horas en bajar desde el cuarto piso y en
llevarte –medio muerto como estás de hambre– un pan de yeso, un pollo de cartón
y cuatro melocotones de alabastro pintados al natural.
Bueno, no se trata así a los
niños que se equivocan, sobre todo si están entrando, o han entrado ya, en la
edad llamada preciosa o, también, difícil, que va de los 13 a los 16 años, y
que de ahora en adelante será la tuya, Pinocho.
La probarás: edad difícil, tanto
para ti como para tus educadores. Ya no eres un niño, y rechazarás la compañía,
las lecturas, los juegos de los pequeños; pero tampoco eres un hombre, y te
sentirás incomprendido y casi rechazado por los adultos.
Y mientras pasas por la extraña
experiencia de un rápido crecimiento físico, tendrás la impresión de
encontrarte de improviso con unas piernas kilométricas, unos brazos de Briareo
y una voz extrañamente cambiada, insólita, irreconocible.
Sentirás una fuerte necesidad de
afirmar tu yo: por una parte, entrarás en conflicto con el ambiente de la
familia y del colegio; por otra, entrarás a velas desplegadas en la solidaridad
de las “pandillas”. Por un lado, exiges independencia de la familia; por otro,
tienes hambre y sed de ser aceptado por tus compañeros y de depender de ellos.
¡Cuánto miedo a ser distinto de
los demás! Adonde va la pandilla, allí quieres ir también tú. Los chistes, el
lenguaje y los pasatiempos de los demás los haces tuyos. Vistes como ellos
visten: un mes, todos en sweater y vaqueros; al siguiente, todos con cazadoras
de cuero, pantalones de color, cordones blancos sobre botas negras. En unas
cosas, anticonformistas; en otras, sin daros siquiera cuenta, conformistas al
cien por ciento.
¡Y de humor mudable! Hoy,
tranquilo y dócil, como cuando tenías 10 años; mañana, arisco como un ulceroso
de 70. Hoy quieres ser aviador, mañana estás decidido a ser actor de teatro.
Hoy, audaz y despreocupado; mañana, tímido y casi ansioso. ¡Cuánta paciencia,
cuánta indulgencia, cuánto amor y comprensión deberá tener contigo el maestro
Gepeto!
Hay más: te volverás
introspectivo, es decir, comenzarás a mirar dentro de ti y descubrirás cosas
nuevas. Aflorará en ti la melancolía, la necesidad de soñar con los ojos
abiertos, el sentimiento e incluso el sentimentalismo. Y hasta podrá ocurrir
que, en séptimo u octavo de EGB, te “enamores”, como el joven David
Copperfield, que decía: “Adoro a miss Shepherd. Es una chica de chaquetilla
corta, cara redonda y cabellos rizados. Cuando estoy en la iglesia, no puedo
leer el misal porque tengo que mirar a miss Shepherd. Pongo a miss Shepherd
entre los miembros de la familia real…, en mi cuarto a veces me siento
impulsado a exclamar: '¡Oh, miss Shepherd!'… Me gustaría saber por qué he
regalado secretamente a miss Shepherd doce nueces. No son un símbolo de afecto…
y, sin embargo, siento que es un regalo que le va bien. También doy a miss
Shepherd insípidas galletas e innumerables naranjas… Miss Shepherd es la única
visión que invade mi alma”.
“¿Cómo es posible que, en el
espacio de unas pocas semanas, rompa con ella? Se dice por ahí que prefiere al
señorito Jones… Un día miss Shepherd hace un gesto al pasar a mi lado y se ríe
con su amiga. Todo ha terminado. La devoción de toda una vida ha desaparecido.
Miss Shepherd sale de la función religiosa de la mañana dominical, y la familia
real ya no la reconoce”.
Le pasó a Copperfield. Les pasa a
todos. ¡Te pasará también a ti, Pinocho!
***
Pero ¿cómo te ayudarán tus “consejeros”?
Durante el “fenómeno de
crecimiento”, tu nuevo Pepe Grillo debería ser el viejo Vittorino de Feltre, un
pedagogo que quiso mucho a los niños de tu edad y que dio una gran importancia
en la educación a los ejercicios al aire libre.
La equitación, el salto, la
natación, la esgrima, la caza, la pesca, el tiro al arco, el canto. Pretendía,
con estos medios, crear un ambiente sereno en su “Casa alegre” y dar una salida
útil a la exuberancia física de sus jóvenes alumnos. De muy buen grado habría
hecho suyo lo que más tarde diría Parini: “¿Qué no podrá hacer un alma
audaz si vive en un cuerpo fuerte?”
Luego, tu amigo Atún, que te
llevó sano y salvo a la orilla cuando saliste del vientre del tiburón podrá
ayudarte, con su calma y fuerza persuasiva, en la próxima crisis de la
autoafirmación de que te he hablado.
Hoy, el sueño de vosotros jóvenes
no es sólo el automóvil. Vosotros soñáis con todo un garaje de autos morales:
autoelección, autodecisión, autogobierno, autonomía. Hace muy poco, unos
muchachos de Bolzano comenzaron una autoescuela dirigida por ellos mismos.
“Justo, diría con su típica calma
el sabio Atún, llegar a la autodecisión. Pero poco a poco, paso a paso. No se
puede pasar de repente de la total obediencia de niño a la plena autonomía de
adulto”. Ni se puede usar hoy, para todo, el método duro de un tiempo. A medida
que vayas creciendo en edad, Pinocho, crecerá en ti el deseo de autonomía.
Pues, bien, haz que crezca también – con la ayuda externa de buenos educadores
– la recta conciencia de tus derechos y deberes; haz que crezca el sentido de
la responsabilidad, para usar bien de la tan deseada autonomía.
Escucha cómo eran educados, hace
más de un siglo, los hermanos Visconti – Venosta. Uno de ellos, Giovanni, era
escritor; el otro, Emilio, un político de nuestro Risorgimento: “Uno de los
métodos de educación de mi padre consistía en estar con sus hijos el mayor
tiempo posible, en exigirnos una confianza ilimitada, devolviéndonos mucha por
su parte, y en considerarnos como personas un poco superiores a nuestra edad.
Así inculcaba en nosotros el sentido de la responsabilidad y del deber. Nos
trataba como a hombres pequeños, cosa que nos halagaba bastante. Por ello nos
esforzábamos también por estar a la altura”.
***
En tu viaje hacia la autonomía,
chocarás quizá, querido Pinocho, como casi todos los jóvenes entre los 17 y los
20 años, con un difícil escollo: el problema de la fe.
Respirarás, en efecto, objeciones
antirreligiosas como se respira el aire, en el colegio, en la fábrica, en el
cine, etc. Si tu fe es un montón de buen trigo, vendrá todo un ejército de
ratones a tomarlo por asalto. Si es un traje, cien manos tratarán de
desgarrártelo. Si es una casa, el pico querrá derribarla piedra a piedra.
Tendrás que defenderte: hoy, de la fe sólo se conserva lo que se defiende.
Y ten presente dos cosas..
Primera: toda certeza merece
estima, aunque no comparta la evidencia de la matemática. La existencia de
Napoleón, César o Carlomagno no goza de la certeza del 2 + 2 = 4, pero no por
ello deja de ser cierta con una certeza humana, histórica. Del mismo modo es también
cierto que existió Cristo, que los apóstoles lo vieron muerto y luego
resucitado.
Segunda cosa: al hombre le es
necesario el sentido del misterio. De nada sabemos todo, decía Pascal. Sé
muchas cosas de mí mismo, pero no todo. No sé exactamente qué es mi vida, mi
inteligencia, el grado de mi salud, etc. ¿Cómo puedo entonces pretender
comprender y saber todo de Dios?
Las objeciones más frecuentes que
oirás irán dirigidas contra la Iglesia. Podrá quizá ayudarte una anécdota
contada por Pitigrilli. En Londres, en Hyde Park, un predicador está hablando
al aire libre. De cuando en cuando lo interrumpe un individuo despeinado y
sucio. “La Iglesia existe desde hace ya dos mil años –salta de repente el
individuo– y el mundo está todavía lleno de ladrones, de adúlteros, de
asesinos”. “Tiene usted razón –responde el predicador–. Pero hace también dos
millones de siglos que existe el agua en el mundo y mire cómo tiene usted el
cuello”.
En otras palabras: ha habido
malos Papas, malos sacerdotes, malos católicos. Pero ¿qué significa eso? ¿Que
se ha aplicado el Evangelio? No, todo lo contrario. En esos casos no se ha
aplicado el Evangelio.
Pinocho mío, sobre los jóvenes
hay dos frases famosas. Te recomiendo la primera, de Lacordaire: “Ten una
opinión y hazla valer”. La segunda es de Clemenceau, y no te la recomiendo en
absoluto: “No tiene ideas, pero las defiende con ardor”.
***
¿Puedo volver a David
Copperfield? El recuerdo de miss Shepherd se ha alejado de él, desde hace algún
tiempo, y David, ahora con 17 años, se vuelve a enamorar. Esta vez adora a la
señorita Larkins. Se siente feliz con tal de poder hacerle una reverencia cada
día. Sólo encuentra alivio si se pone los mejores trajes y se limpia
continuamente los zapatos. Sueña: «¡Ay!, si mañana viniera Larkins padre y me
dijera: 'Mi hija me ha contado todo. Toma 20 mil libras esterlinas. Sed
felices'». Sueña con su tía, que se emociona y bendice su matrimonio. Pero,
mientras él sueña, la chica se casa con un cultivador de lúpulo.
David pasa dos semanas hundido:
se quita el anillo, se pone los peores trajes, deja de darse brillantina, no se
limpia ya los zapatos.
Más tarde llegó el flechazo de
Dora: “Era un ser sobrehumano para mí. Era un hada, una sílfide… no sé qué era…
todo lo que nadie ha visto jamás… Quedé engullido por un abismo de amor en un
instante… precipitado, de cabeza, antes de haberle dicho una sola palabra”.
Son citas transparentes: a través
de ellas se vislumbran los problemas del amor y del noviazgo, para el que
deberás también prepararte, querido Pinocho.
Sobre este punto, algunos
defienden hoy una moral muy permisiva. Pero, aún admitiendo que en el pasado se
ha sido un poco demasiado rígidos en este tema, los jóvenes no deben aceptar
esa permisividad. Su amor debe ser con A mayúscula, hermoso como una flor,
precioso como una joya, y no vulgar como un fondo de vaso.
Conviene que acepten imponerse
algún sacrificio y mantenerse alejados de personas, lugares y diversiones que
les sirvan de ocasión de mal. “No tenéis confianza en mí”, dices, “Sí, la
tenemos, pero no es desconfianza recordar que todos estamos expuestos a
tentaciones. Y sí es, en cambio, amor quitar del camino, al menos, las
tentaciones innecesarias”.
Mira a los automovilistas:
encuentran policías de tránsito, semáforos, pasos peatonales, sentidos únicos,
prohibiciones de estacionamiento, cosas todas que, a primera vista, parecen
fastidios y límites contra el conductor, cuando en realidad están ahí en su
favor, porque lo ayudan a conducir con mayor seguridad.
Y si un día tienes novia –Shepherd o Larkins o Dora–, respétala. Defiéndela de ti mismo. ¿Quieres que se
conserve intacta para ti? Muy bien, pero tú consérvate del mismo modo para ella
y no hagas caso de ciertos amigos que cuentan sus “hazañas”, alardeando y creyéndose
“unos machotes” por sus aventuras con mujeres. El verdadero “machote”, el
hombre fuerte, es el que sabe conquistarse a sí mismo y toma su puesto en las
filas de los jóvenes, que son la aristocracia de las almas. Mientras se es
novio, el amor debe procurar no tanto el placer sensual cuanto la alegría
espiritual y sensible; ha de manifestarse de manera afectuosa, sí, pero
correcta y digna.
Consejos parecidos han de
impartirse también a la otra parte, con tal que sepa aguantar los “sermones”.
“Querida Dora (o señorita Larkins
o Shepherd) –le dice su madre–, déjame que te recuerde una ley biológica. La
chica, por lo general, tiene mayor dominio de sí que el chico en el aspecto
sexual. Si el hombre es más fuerte físicamente, la mujer lo es espiritualmente.
Podría casi decirse que Dios decidió hacer depender la bondad de los hombres de
la de la mujer. Mañana dependerán un poco de ti el alma de tu marido y las de
tus hijos. Hoy, la de tus amigos y la de tu novio. Debes, pues, tener sentido
común por dos y saber decir que no en ciertas cosas, incluso cuando todo
parecería invitar a decir que sí. El novio mismo, si es bueno, te lo agradecerá
en sus mejores momentos y se dirá: 'Mi Dora tiene razón. Tiene una conciencia y
la obedece. Mañana me será fiel'. La novia demasiado fácil, en cambio, no
ofrece las mismas garantías y corre el riesgo de sembrar desde ahora, con su
condescendencia demasiado despreocupada, semillas peligrosas, de las que
brotarán en un futuro celos y sospechas por parte del marido”.
Aquí paro, Pinocho, pero no me
salgas ahora con que no venía a cuento hablar de Dora. Cuando eras niño, tenías
al Hada, primero como hermana y luego como madre. Ahora eres adolescente y
joven; la única hada que puede hacerte compañía es una novia o una esposa. ¡A
no ser que quieras meterte a cura!
¡Pero no te veo la vocación!
Junio 1972
Albino Luciani. Ilustrísimos Señores. Cartas del Patricarca de
Venecia. BAC, Madrid 1978
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