Treinta y ocho años
que mi obispo Don José me ungió e impuso sus manos sobre mí para conferirme el
sacramento del Orden. Treinta y ocho años que soy cura. Treinta y ocho años que
sigo sin creérmelo y, sobre todo, sin haberme enterado de lo que supone para
mí. Para los demás, percibo que no hay mayor problema; unas personas me aceptan
tal y como soy; otras, dicen sin ambages ¡vaya cura! o ¡esto ni es cura ni es
ná!
Lo que siempre me he
sentido: miembro del Pueblo de Dios. Es decir, laico. Y eso ocurrió, o empezó a
ocurrir, cuando me bautizaron, allá por mil novecientos cuarenta y ocho. Ese es
mi mayor timbre de gloria. Esto otro lo considero un simple añadido que me
orienta hacia el servicio interno, la diaconía más que el sacerdocio. Porque
propiamente Sacerdos sólo El Señor. Con él se rompió el molde. El resto a su
vera sanjuanera.
Pero puesto que así
están las cosas, tengo que aceptarlas. Por eso me uno en la plegaria al Rahner
que ora de esta manera:
ORACIÓN PARA IMPLORAR EL VERDADERO
ESPÍRITU DEL SACERDOCIO DE CRISTO
Señor
Jesucristo, Hijo del Dios vivo, Verbo eterno del Padre, Sumo Sacerdote de todos
los hombres:
Te
damos gracias porque has tenido a bien disponernos para tu sacerdocio.
Reconocemos que nos has escogido, y nosotros a ti, que somos indignos y débiles
y que, sin tu gracia, no seríamos capaces de seguir tal llamamiento. Pero Tú
nos has dispuesto. Debemos ser tus testigos. Te damos gracias, Ángel del Gran
Consejo. Debemos proclamar tu verdad. Te alabamos, Palabra de eterna verdad. Debemos
renovar tu sacrificio. Te alabamos, Sacerdote y víctima por toda la eternidad.
Debemos administrar tu gracia. Te bendecimos, Gracia encarnada del Padre, y te
damos gracias, solamente gracias, porque nos has llamado a tu santuario, a tus
altares y a tu propia misión sacerdotal. Te damos gracias. También por nosotros
hablaste al venir al mundo. También yo he venido para hacer tu voluntad; Tú me
preparaste un cuerpo. También por nosotros suspirabas aquella larga noche en
que rezaste por tus apóstoles, antes de elegirlos. También por nosotros fuiste
manso y paciente al soportar a tus discípulos, que eran incapaces de entender.
También por nuestro trabajo sentiste júbilo, cuando alababas a tu Padre, al
regresar los discípulos. También por nosotros rezaste lleno de preocupación,
para que no titubease nuestra fe y fuéramos robustecidos en Pedro si Satanás
pretendía cribarnos como se criba el trigo. También nosotros estábamos
presentes en tu espíritu, cuando Tú dabas a los apóstoles la ley de su vida en
el sermón de la montaña y en el «padre nuestro», el compendio de su oración.
También a nosotros se refería tu palabra, cuando decías a tus apóstoles: no se
turbe vuestro corazón; no temáis, hombres de poca fe, os he puesto para que
vayáis y traigáis fruto; no está el discípulo sobre el maestro; el que no
renuncia a todo no puede ser mi discípulo; en tus apóstoles nos llamaste
amigos, niñitos, mis hermanos, que te son tan caros como un hermano, una
hermana y una madre. Tu palabra quería tocar también nuestro corazón cuando
decías a tus apóstoles estas palabras y muchas más que nos ha transmitido tu
Evangelio como legado destinado a tus sacerdotes y que nosotros deberíamos leer
de rodillas y con lágrimas en los ojos. A nosotros te referías cuando dijiste palabras ante las que se han
postrado temblorosos todos los poderes y fuerzas de la historia: «Id, enseñad a
todos los pueblos y bautizadlos; haced esto en memoria mía; a quien perdonéis
los pecados, le serán perdonados; lo que desatéis en la tierra será desatado también
en el cielo». ¡Oh Jesús!, sacerdote y rey por toda la eternidad, Tú quieres que
seamos y sigamos siendo tus sacerdotes. Seas alabado por toda la eternidad.
Mira,
Señor, nosotros queremos comenzar una y otra vez a ser aquello a lo que Tú nos
has llamado. Nos entregaremos de nuevo, alegres y valientes, al día cotidiano,
en el que debemos madurar aún más, hasta ser apóstoles y sacerdotes de tu santa
Iglesia. Tú mismo nos envías a estos caminos. A menudo son largos, pesados y
monótonos para nuestro débil e impaciente corazón. Danos, por tanto, tu Santo
Espíritu y, en esta nueva peregrinación nuestra, el espíritu de tu sacerdocio,
el espíritu de temor de Dios, el espíritu de comprensión, el espíritu de
humildad y de casto temor de poder deshonrar al Dios santo por nuestros
pecados, el espíritu de fe y de amor en la oración, el espíritu de castidad y
de pureza varonil, el espíritu de ciencia y sabiduría, el espíritu de amor
fraternal y de unidad sin envidia ni discordia, el espíritu de alegría y de
confianza, el espíritu de longanimidad y magnanimidad, el espíritu de
obediencia, de paciencia y de amor a tu santa Cruz. Haz que en este camino
tengamos siempre ante los ojos a Dios, tu Padre, que caminemos siempre en su
presencia, trabajemos honradamente en la formación de nuestros sentimientos,
nos mantengamos unidos fraternalmente, llevemos los unos las cargas de los
otros, y de esta forma cumplamos tu santa ley.
Haz
también que cada día seamos más semejantes a ti mediante nuestro esfuerzo fiel,
sostenido, desinteresado, especial, por nuestras súplicas, ¡oh Sabiduría eterna
de Dios!
Pero,
sobre todo y por encima de todo, danos la gracia de la oración y del amor a ti,
¡oh Jesús! ¿Qué somos sin ti? Unos extraviados. Pero ¿cómo podríamos poseerte
si no es haciendo de ti, cada día de nuevo y cada día más, el centro de nuestro
corazón, sea por la oración, sea por el amor? Concédenos, Señor, si de verdad
nos quieres tener por sacerdotes tuyos, aquellos dones sin los cuales no se
puede ser en verdad sacerdote tuyo, otórganos la gracia de la oración, del
recogimiento, de la interioridad. Sostennos, si queremos apartarnos de ti,
distraídos y esparcidos; atráenos a ti, si somos insensatos, y si fuere
menester con las espinas del dolor, de la amargura de corazón y de la penuria.
Concédenos sólo una cosa: la gracia de ser de verdad hombres de oración y de
serlo más cada día. Si somos hombres de oración, estaremos y continuaremos
siempre en comunión contigo, seremos en medida creciente lo que somos según tu
voluntad y lo que debemos ser: tus discípulos, tus apóstoles, tus sacerdotes,
los testigos de tu verdad y los administradores de tus misterios.
Nos gloriamos y te alabamos por ser tus sacerdotes:
sacerdotes, y nada fuera de ello, sacerdotes en servicio pleno. Tú nos miras,
tu mirada penetra hasta nuestro corazón, tu amor nos llega al corazón. Y dices:
vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando (Juan 15, 14). Y
nosotros nos atrevemos a dirigir a ti nuestra mirada, con humildad y confianza,
y decir: con tu gracia seremos lo que nos has mandado ser. Amén.
[Karl Rahner. Oraciones de
vida. Publicaciones Claretianas. Madrid 1986, págs. 154-157]
No obstante lo
anterior, insisto en que con Jesucristo el velo del templo se rasgó de arriba
abajo. Y eso no es cualquier cosa, todo lo contrario. Ya no hay sagrado y/o
profano, como tampoco hay judío, griego o romano, varón o mujer, excelencias y
pueblo llano, que produzca diferencias a tener en consideración; todos iguales,
de dignos o de indignos; para ser libres y entregar la propia libertad en el
servicio a los demás, hermanos y hermanas, incluso extraños y extrañas (Cfr.
Gálatas 3, 27-29).
Por eso me siento
bastante más identificado con el Rahner que también ora desde esta otra orilla
con no menos hondura y bastante más sencillez, claridad y brevedad:
ORACIÓN DE UN LAICO
Señor,
me pongo siempre un poco nervioso cuando escucho la palabra «laico» en la
Iglesia. Si alguna vez se habla de los laicos es para tildarles tácitamente de
personas poco o nada entendidas en algún asunto. Sin embargo, yo tengo el
derecho y el deber de entender todo cuanto sea posible acerca del mensaje de
Jesús y de su Reino. No está predeterminado por nadie que sólo quienes poseen
potestad ministerial posean conocimiento del Reino y tengan capacidad para encarnarlo.
Carezco
de potestad ministerial y no aspiro a tenerla. Quienes la poseen son dignos de
estima en la medida en que sirvan a la causa que es también mi causa: llegar a
ser con radicalidad un cristiano en el que pueda actuar el Espíritu de Dios, llevando
una vida comprometida en el seguimiento de Cristo. Por tanto, ser jerarca
significa no estar sobre mí, sino estar junto a mí dentro de la Iglesia. Y es
que la gracia de Dios nos llega no sólo a través de los signos sacramentales
administrados por la jerarquía, sino que está en las manos libérrimas de Dios,
el cual la otorga a quienes se la piden.
Sé
bien, Dios santísimo, que la responsabilidad de mi ser cristiano crece sobre
estas bases. Yo tengo que rendir cuentas de si las gracias y los carismas que
configuran mi vida obran con suficiente energía hasta el punto de hacerse
sensibles a los demás. No es mi cometido predicar desde el ambón. Me compete
algo más difícil si cabe: dar testimonio del Evangelio a través de mi vida. En
un medio ambiente que ni rechaza expresamente lo cristiano ni muestra verdadero
amor hacia ello, me resulta particularmente difícil demostrar lo que soy en su
justo lugar y tiempo. Me resulta complicado hacer ver que uno puede sentir
únicamente la plenitud definitiva de la propia vida cuando todo el ser se
cimenta, ¡oh Dios!, sobre ti y vive desde la gracia.
Ciertos
cristianos más valientes y generosos que yo me demuestran con su testimonio que
cuando se está dispuesto a sobrepasar ciertas barreras llega uno a liberar a
otros que parecían vivir detrás de puertas cerradas a cal y canto. ¿Por qué,
pues, soy tan pusilánime, tan perezoso como me veo obligado a reconocer?
Palabras como «misional» y «apostólico» parecen tener hoy un sabor ya rancio.
Mas ¿soy aún capaz de preguntarme por su significado? Cuando estos conceptos no
se me presentan como algo obvio, ¿no tendré que pensar que he ido a parar en
una existencia indigente y menesterosa?
Dios mío, concédeme valor y energía para ser un laico
que merezca el nombre de cristiano. Amén.
[Karl Rahner. Oraciones de
vida. Publicaciones Claretianas. Madrid 1986, págs. 162-163]
Termino. Sé muy bien
de Quién me he fiado. ¿Sabrá Él a quién se ha confiado?
9 comentarios:
Miguel Angel, la foto del final es "total". Trabajador, bricolagero incansable, manitas, aquí un roto y allá un descosido. Así te imagino.
Enhorabuena por el aniversario de tan grande evento en tu vida, haciendo el bien.
Para los demás, aceptar a cada uno como es, ha de ser la consigna.
Te mando un abrazo grande.
Y el enlace de mi nueva dirección.
Hola Anna, últimamente estás muy inquieta en internet. Gracias por tu felicitación. Esa foto fue un "robado", me pillaron y ni pidieron permiso. Ahora me aprovecho de ello. ;=)
No entro a saludarte en Google+, no consigo dominarlo y ya me ha dado algún disgustillo.
Valga este medio para hacerlo. Un abrazo igual de grande, pero suavecito, para no mancar…
Yo te felicito por ser como eres. Y me imagino a Dios diciendo "Hombre...la duda ofende". :)
Un abrazo.
El enlace a mi blog directo: Anna Jorba Ricart, en este están unificados los blogs de antes. Todo en uno.
¿Por como soy, dices Carmen? Uno piensa que es natural y transparente… pero como toda realidad resulta poliédrica y no todas las caras son visibles al unísono, de modo que según el momento y las circunstancias.
Me haces recordar un pasaje de AT, cuando una anciana rió ante una noticia que le parecía imposible. Pues en esas estamos, como Sara la de Jacob.
Bueno Míguel, me descuido un día en abrir tu blog y ¡zas! es tu aniversario de "cante misa", vaya faena. ¡O sea que ya han pasado 38 años desde aquel día!, recuerdo muy bien algunas cosas, la emoción de ver cumplido tu deseo tras alguna negativa que otra y esas cosas que ya has contado alguna vez. Recuerdo que lloré en algún momento por lo que fuera, la solemnidad del acto, a tus padres, a tu hermano Roberto, a Antonio M. (no digamos más, tengo fotos)... el ágape, mi amiga Anita (ella no se acuerda ni de que estuvo ahí), en fin, fue bonito y emocionante. Has hecho una buena labor, has vivido como creías que había que hacerlo y por esa coherencia estás tan estupendo.
La foto de trabajador con ese mono a colorines, ¡es genial!, me imagino quien la ha hecho, estás tal cual con tu cara de asombro patentada, juas, juas, juas.
Besos y felicidades por esos 38 años.
Esta claro que tu te conoces mejor que nadie, pero algo de tí muestras en todo lo que escribes: transparencia, honestidad, coherencia, sentido del humor, capacidad para admirar y descubrir la belleza en las cosas pequeñas, pasión por la naturaleza... pues sí, felicidades por ser como eres.
La primera foto que apareció de aquel evento te contenía, pero me contuve; la recordarás. porque, Julia, tienes buena memoria. Ya gozabas del pelo corto y habías dulcificado bastante el gesto y la mirada. Dile a Anita que haga memoria o le mando la suya.
¡Cómo pasa el tiempo!
Besos
Anna, ya di contigo. No me explico cómo entre tanto que tengo tuyo fui a dar con lo que di. Menos ahí, en cualquier lugar.
Carmen, no voy a discutir contigo sobre este particular. Experiencia tienes para observar y captar. Yo, cuando me miro me veo… como me veo. Pero ni soy infalible ni omnividente. Te acepto la felicitación, gracias.
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