Por una sola hora.
Merece la pena, claro que sí. Hechos así los cálculos no seré yo quien los
discuta.
Si se hicieran de
otra manera, entonces, tal vez entonces, esa cuenta no me saldría. Ni por de
exceso, ni por defecto.
Sumadas todas las
horas que los habitantes del país vamos a “dejar de vivir” en el día de hoy,
sacaría entonces el monedero y apoquinaría la calderilla que fuera necesaria
para no levantarme antes de la cama. Punto primero.
Calculando que llevo
casi un mes sin encender la luz al tirarme de entre las sábanas, y que hay
focos en mi iglesia que he de conectar en cualquier momento porque la liturgia
lo requiere, tampoco me compensa mover las agujas del reloj. Punto segundo.
Y punto tercero.
¿Cuánto valen las horas que me va a durar “el mono” que acompaña a este
movimiento a lo largo del día solar? No tendrá una concreción estrictamente
monetaria. Pero si en los juicios también se valoran los daños morales… ¡Que me
indemnicen!
Si por defecto no lo
veo nada rentable, tal vez por exceso sea de otra manera. Vamos a ello.
Ver amanecer es todo
un privilegio. Y hoy voy a tener esa suerte. Ya estaba echándolo de menos. ¿O
me estoy equivocando y es el atardecer el que voy a disfrutar? Me acabo de
hacer un lío, pero algo que hasta ahora me perdía voy a recuperarlo. Y eso está
bien.
Tampoco estoy seguro
si a partir del cambio de hora voy a funcionar a ritmo del sol o va a ser el
astro rey el que lo haga al compás de mi reloj. En cualquier caso, y puesto que
soy más urbanita que otra cosa, la naturaleza y el cosmos no me van a impedir
realizar todas mis gestiones en horario comercial. Y ese dato hay que tenerlo
en cuenta; ir a comprar y que esté cerrado frustra, vaya que si frustra.
No me gusta irme a
dormir cuando aún hay luz del día. Pero esto tiene difícil solución; porque
hacia el tiempo que vamos, como las noches duran cada vez menos, o me pongo
antifaz, o me tapo con la manta a pesar del calor, o no me acuesto, y ya está.
Finalmente, hay que
tener en cuenta que no todas las horas duran lo mismo. Las hay cortas y largas,
o sea que, como pasa con el café, también hay horas light, de esas que no sabes
si las vives porque pasaron vacías. Esto en cuanto al contenido.
Luego está la
calidad. Por un lado, los ratos buenos, que duren lo que duren, siempre pasan
veloces. Por el otro, los malos, que se resisten a terminar. Ahí el tiempo se
esfuma o se congela, según. Y las horas que se emplean en lo uno o en lo otro,
no son de igual medida, ni hablar. Dicho esto, si a partir de hoy, lo bueno va
a abundar sobre lo malo, porque en el buen tiempo es lo que se espera, en lugar
de quitar habría que poner horas. O pagar. Y si lo que va a abundar, contra
natura, es lo malo, mejor sería reducir, no una, muchas más horas.
En fin, resumiendo: trescientos
millones de euros, es decir, 50.000.000.000 de las antiguas pesetas, bien
merece un pequeño sacrificio.
¡Ah! que casi me lo
callo. Este escrito y la irreflexión que contiene tiene dedicatoria: para
DESCEREBRADO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario