Cada semana pasábamos
de uno en uno de consulta con el hermano director. Así era el convento. En el
tú a tú, él te preguntaba y tú le respondías; él te aconsejaba y tú simplemente
acatabas. Luego, en el seminario, ese cuerpo a cuerpo era con el padre
espiritual, y lo mismo. El rector, en su sancta sanctorum, era inaccesible.
Así que, tras la
escaramuza, unos a otros nos preguntábamos acerca de lo que había sido la
entrevista. Cosas se contaban, y cosas nos callábamos. En sustancia, poca cosa
transcendía. Sangre propiamente no sacaba sangre, y cada uno se volvía según:
satisfecho, reprendido, aleccionado, preocupado, corregido, advertido; casi siempre, en
la mayoría de los casos, aliviado. Uf, ya pasó.
Pero cuando se
acercaba el momento de rendir cuentas o de recibir encomiendas, como un
hormiguillo nos entraba por el cuerpo y la respiración se nos hacía densa; del
corazón no hablo, que justo al asir el picaporte empezaba a desbocarse.
Hace mucho que dejé
esas sensaciones. Y muy de tarde en tarde, cuando cae un encuentro fortuito con
don Ricardo o con su vicario, un saludo afectuoso y unas amables palabras como ¿qué
tal van las cosas?
o “si algo necesitas ya sabes donde estoy o habla con Luis”, que nunca pasan a mayores, porque
entre otras cosas no hace falta. Que ya somos mayorcitos, leñe.
A la vuelta, la
pregunta de rigor ¿qué te ha dicho el arzobispo? va seguida de un nada en especial o ha estado muy simpático,
que sin ser mentira tampoco es toda la verdad. Porque la pregunta no fue mera
cortesía, la respuesta tampoco evasiva, y en realidad se trató de una
auténtica preocupación mutua enmarcada en un escrupuloso respeto a la autonomía
dentro de la responsabilidad correlativa y corporativa en que nos situamos. O
sea, que reconociéndonos corresponsables, no hace falta echar mano de pueriles
argucias.
¡Que se diviertan! parece
que les ha dicho. Y como esperaban otra cosa, se han quedado fríos. ¿O fue él
el congelado?
Aquí los cuentistas,
quiero decir los informadores, no lo aclaran, pero tengo para mí que si fue lo
que me ha llegado lo que allí le presentaron, ya pueden dar gracias a Dios de
no haber recibido una colleja. Porque no reconozco mi país tal y como allí lo
describieron.
Parece mentira que
ochenta y tres personas con estudios y títulos en la mochila, viajen en tropa a
Roma como lo han hecho. Si son rebaño, mal; si son pastores, peor. No me
extraña que hayan recibido un papel en blanco quienes fueron creyendo ser la
voz de su amo.
No estamos en clase
de dictado; el que tenga que escribir, ahí tiene la hoja, que empiece.
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