Yeyi estaba
preocupada y muy nerviosa. Acababa de quedarse viuda, le apetecía celebrar la
muerte de su marido según sus creencias, en tanto que su familia política, toda
ella evangélica, exigía otros ritos. Lo hablamos y vimos que lo más conveniente
era que el Gerar fuera despedido como merecía; nosotros quedáramos apaciguados
y serenos ante su ausencia, no por esperada, menos dolorosa; y todo se
desarrollara al margen de distingos de signo racial o religioso; sin
claudicaciones, sin negaciones. Así que convinimos en que sería funeral
católico y el pastor evangélico tuviera su lugar y momento, sin mezclas ni
confusiones. O sea, juntos, no revueltos.
Una parte, adelante;
la otra, atrás, tal vez porque pensaban estar en casa ajena. Hablé yo, en su
momento, desde el dolor hacia la esperanza en la vida, desde la fe ante la
muerte inevitable, desde la vida compartida contra la desmemoria y el olvido.
Habló el pastor, desde el pecado y el infierno, desde el temor y el castigo,
desde el aviso amenazante frente a la justicia.
Menos mal que
pidieron ser escuchadas otras voces, y así resultó una ceremonia multicolor y
variopinta. Una cosa me llamó la atención: a cada afirmación/exclamación del
pastor, la parte que le correspondía asentía a una diciendo alternativa o
correspondientemente “Aleluya” o “Amén”. A los demás se nos escuchó en
sepulcral silencio. Con serenidad y religión, como virtudes, como actitudes, no
como rito, menos como imposición.
No fue así, a lo que
pude ver, el acto que ayer se celebró en La Almudena de Madrid, en el décimo
aniversario de los atentados del 11M. Si faltó, si sobró, si se había pedido o
sugerido y recibió una negativa, si se intentó y no fue posible, si tal vez las
circunstancias no lo aconsejaban, si se pretendió ejercer la potestad sin
concesiones…
El caso es que yo
sentí pena. Porque esperaba que, con el recuerdo de aquel once de marzo de dos
mil cuatro y del bello ejercicio de humanidad del pueblo madrileño frente a
tanta inhumanidad, en este otro once de marzo de dos mil catorce fuéramos
capaces de respetarnos en las diferencias, coincidiéramos en lo que tenemos en
común, y termináramos por derribar tanto muro de exclusividad y separación.
Luego, cuando supe
que en el Bosque del Recuerdo fue de otra manera, suspiré aliviado.
2 comentarios:
La intransigencia, el radicalismo, el integrismo, venga de donde venga, es mala compañía. Motivo de crispaciones, desacuerdos, guerras... esto abunda. Pero hay que fijar la mirada donde se da el hermanamiento, compartir el dolor conjuntamente, sentir la cercanía, a pesar de diferentes formas de ver la vida respetar al que piensa diferente. Tenemos que hacernos fuertes ahí.
El señor Rouco no lo hizo bien, él verá, pero ya no está donde estaba, aunque su alargada sombra se proyecte durante un tiempo, todo acaba, todo es perecedero, menos la Comprensión que mostraron las representantes de las víctimas, eso permanecerá en la memoria colectiva igual que el comportamiento de los madrileños.
Besos, bueno ya conoces la sorpresa no?. He estado unos días sin linea telefónica y sin internet
Creo que donde vives no es ningún problema que falle la telefonía y el internet. Sólo con pasear por el jardín y mirar de vez en cuando a la montaña, sin olvidar el cielo, el tiempo se tiene que llenar de inmensidad.
Aunque suene un poco cursi, no me importa firmarlo.
Besos
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