Fue el domingo, e
hicimos fiesta. Nos vimos reflejados en estas flores, que nacen en cuanto el
sol empieza a calentar la tierra humedecida por las lluvias. En la variedad de
tamaños, formas y colores son sentimos identificados. Porque la concurrencia de
aquella mañana era de lo más variopinto, en edad, estatura, condición y
calidad. Respecto de esta última, suprema.
No en balde era el
día de La Trinidad. Hondo misterio que no osé desentrañar, ni lo habría conseguido
desde mi cortedad si lo hubiera intentado.
Celebramos a Jesús,
como Amigo, como Compañero de camino y como Maestro a cuyo lado crecer sin
miedo a lo que tenga que venir, sean espadas o bastos, o incluso cruces.
Los más peques se
mostraron audaces. Los medianos, algo vergonzosos. Y los mayores, expectantes. Aquí la edad funciona, pero de otra manera. ¿Nos hará más sensatos?
Por eso no hablamos
de la locura de Dios, de cuya cordura más nos vale dudar, so pena de
condenarnos a no sonreír jamás. Y no son las caras serias la manera de acabar
el curso de catequesis. Reímos y rezamos, y nos emplazamos hasta después del
verano.
Faltó tiempo para
añadir algunas otras cosillas, porque el reloj corrió más de la cuenta o tal
vez el tiempo se nos escurrió en un sentir.
Por eso vengo ahora a
poner doctrina seria, como la que ofrece José Luis Cortés, que además es un
valiente.
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