“Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas… Lo llamo dulcemente: "¿Platero?", y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal…
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los higos morados, con su cristalina gotita de miel…
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña…; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra… Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
— Tiene acero…
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.”
¡Qué pretensión más pretenciosa! Pero me llegó de repente, al reñirme Fernando ayer en este blog, también con cariño, por ir en bici por la gran ciudad. La suya (la riña) era un consejo de prudencia, de cuidado, de ya no estás para esos trotes…
Y algo me sonó debajo del pelo de la testa, vamos en la sesera: “Mi bici, y yo”.
Pero al leer a Juan Ramón (perdón al gran poeta) me di cuenta del cruel desvarío.
De ninguna manera. Eso ni tocarlo, que es sagrado.
Así que vuelvo a volar por el corral, que es lo mío, a picar sobre el terreno, a escarbar y “cocoroquear” (seguro que no está en el diccionario, no miro por si acaso) y a recorrer mi ciudad y a visitar a mi gente en bici, que es muy cómodo, muy práctico, muy silencioso (tanto que ni molesta), muy rápido por lo de los semáforos que te saltas las direcciones prohibidas que soslayas y los atajos que siempre, siempre, encuentras.
Oye, y qué barato sale, tanto que ya la tengo amortizada, mi bici segunda en toda mi vida, que la otra ya caducó la pobre, que no me la robaron, oye, que una vecina buena la guardó por si acaso en su pobre choza (esto es metáfora, que su casa, aunque molinera, era muy digna, no te vayas a pensar otra cosa).
Y seguiré con mi bici, que tiene con el burro de platero, digo de Juan Ramón, mejor aún Don Juan Ramón Jiménez, el ilustre poeta, en común lo que acero y plata de luna, que estos días me ha salido la vena poética que nunca tuve; y seguiré porque las piernas me valen de maravilla, aunque ya apunta alguna vena queriendo ser, y será, variz carroñera y puñetera; y la rodilla izquierda la machaqué un día de montaña sanabresa por intentar llegar hasta la misma rota presa. Que el Trevinca es una deuda que aún está en la cartera. Pero ¡caerá algún día! Que al grito de Santiago y cierra españa, llegará su fin, al fin y al cabo.
En fin, bici mía, sigue ahí, que si no, te cambio por otra, que son baratas, y ligeras, y tienen transportín y hasta alforjas para llevar cosas y para recorrer el coso.
Y yo no digo nada, pero mi ciudad necesita de más bicis, de muchas bicis, que ya los guardias no vienen con la historia: ¡No tienes chapa! ¡Queda confiscada hasta que pagues la correspondiente tasa (o arbitrio municipal o como leches se llame)!
Ciudadan@, pucelan@, coge una bici, del común o de tu casa, y ve con ella que además de sano, es una gozada.
3 comentarios:
¡¡Ojo con las bicis!!
Por aquí tienen la pésima costumbre de andar con ellas por las aceras y, como no las oyes, no sabes que las tienes detrás, puedes pararte, girar distraídamente, y ya las tienes encima... ufff ¡Pánico me dan!
Si vas por la calzada, vale... jejeje
ESpero encontrarte algún día para celebrar contigo la audacia que te lleva a recorrer esta ciudad en medio de un ambiente que es totalmente hostil a los ciclistas. Admiro esa valentia, que yo tuve en tiempos pero que ya he abandonado, temeroso como soy frente al riesgo y la arrogancia del automovilista. Yo también tengo afecto por mi bicicleta vara. Y lo que dice Assumpta es verdad. Rechazados de las calzadas, los ciclistas invaden, algunos, las aceras, creando una sensación de riesgo en el peatón, que al final se convierte en el último de la serie.
Os advierto y recuerdo que los autos también invaden todo lo que encuentran a su paso.
De todas maneras estad tranquilos por mí, no invado las aceras, y eso a pesar de que ancianos, mamás con niños, jovencitos embelesados de la mano, soldados haciendo la mili que ya no existe y muchos más, invaden de continuo el carril bicis. Y no pasa nada, ni salen en los periódicos, ni les insultan e increpan. Tampoco he oído que bici atropelló peatón en medio del carril.
Cojamos la bici y seamos libres de dimes y diretes.
(Esto que no sea una disculpa hacia los que van como locos por la acera, haciendo quiebros y atemorizando a la gente)
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