Pues nada, que he ido ante notario.
No ha sido la primera vez, que ya me he situado ante autoridad tan acreditada otras veces, no tantas, pero sí algunas. A ver: por ejemplo he sido testigo en testamentos, 4 ó 5; he hecho el mío propio, que ya me cumple; en algún poder por no sé qué, también he figurado; en la muerte de mis padres, en la escritura testamentaria. Y hoy.
He ido a firmar la escritura de propiedad de una plaza de garaje que he adquirido. Soy propietario, por adquisición de bien inmueble urbano.
Y me cuento la historia, para contársela a alguien, por si el paso del tiempo me borra la memoria y no recuerdo.
Mis papás compraron una casa, allá por los primeros sesenta, claro, con carbonera. El coche, un 600, tenía la calle, que era amplia.
Pasó el tiempo y la calle se fue estrechando, y el 600 pasó a ser un simca 1000. Pero en la calle dormía.
Me fui de casa, a un par de pueblos de mi Castilla, mi papá me pasó el simca 1000, que me hacía más falta a mí que a él. Y cuando yo volvía de los pueblos, era difícil encontrar dónde dejarlo. Pero siempre lo encontraba.
Pasó más tiempo (¿día 4º?) y al simca 1000 sucedió un R-6. Me lo pagó papá, que el otro ya no daba más de sí y yo no tenía ni pa pipas.
Papá, dónde aparco, haría falta a esta casa un lugar para el coche.
¡No hacéis más que gastar dinero! ¿De dónde pensáis que lo saco? El campo no da más de sí. Busca donde ponerlo o vienes en el coche de línea.
Pasó más tiempo (día penúltimo). Mis papás estaban en su final. El ayuntamiento sacó en Zorrilla aparcamiento para residentes. Teníamos derecho a solicitar plaza. Yo me enteré, pero a mi padre no podía proponérselo y yo ni era vecino ni residente ni tuve cabeza ni humor para pensar en ello. Y se pasó la oportunidad.
Murieron mis padres, me quedé con su casa, voy a regar las plantas y dar cuerda al reloj, a coger o dejar alguna cosa, vamos cosa de entrar y salir. Pero el jodido coche no lo uso porque dónde dejar este trasto del carajo. Así que voy en bici, como siempre, y aparco ahora en la calle, no como antes que siempre siempre estaba en el descansillo de los buzones de las cartas y el ascensor.
Un día metieron una nota anunciando la venta de una plaza de garaje en el edificio presidente, vamos, a 10 metros de mi casa. Fui, vi, pregunté y compré.
Y esta mañana firmamos los papeles. En la plaza donde ahora y siempre sigue “el electrico”. Sí hombre sí, aquel guardia urbano que dirígía el poco trafico de aquel cruce en los 50/60 como si estuviera dirigido por una mano oculta, como a golpes, muy tieso, muy simpático.
Por la parte contratante de la primera parte (o sea vendedor) alguien, Alberto. Pasa un rato y aparece en los papeles Alberto XXXXXXXX (este es el apellido). Y levanto la cabeza y él se da cuenta y me dice ¡qué le pasa!. Y yo le digo, nada…, oye, ¿tú eres hijo de XXXXXXXX? Sí. Y tu padre ¿era arquitecto?. Sí. Pues mira, la primera casa donde viví la hizo tu padre, justo enfrente de los grises, en la plaza Tenerías. Yo fui un niño de la calle (con perdón) porque no salía de ella, allí jugué a todo, a piratas, indios y vaqueros, burro churro no se qué, me pegué, nos pegamos, incluso, pero a pocos, pegué; aprendí a andar en patines y salí indemne, porque había coches, pero eran 4.4 que no corrían tanto; fui feliz en aquel sitio. Y encima estaba al lado el río (Pisuerga, por supuesto) y me mojé, exploramos las cloacas, rompimos ramas y más.
Y además tu padre era amigo de José Velicia. Pues sí, que venía muchas veces a comer a nuestra casa, dice Alberto.
Y comentamos y ensalzamos la humana e impresionante persona de Pepe Velicia.
Pues Velicia, que iba por la Cañada, me llamó para que yo hiciera lo que él, que sus obligaciones no le dejaban ir tanto como él quisiera. De esto hace 30 años, y ahora estoy yo, y Velicia ya no es ni recuerdo.
Pero hemos conseguido que en esta zona de la ciudad haya algo que le cite. El Alcalde consintió que una calle lleve su nombre. En el Peral, no en la Cañada. Pero vale.
Y terminamos la conversación, y terminamos los papeleos, y el notario estuvo muy amable, incluso me indicó que tenía que poner mi profesión, pero ¿qué ponía? Y yo le dije que lo normal: cura. Y el corrigió con maestría: Sacerdote. Y me dijo, si fuera ud. funcionario de prisiones no lo pondría, o policía o más cosas, por si acaso.
Y salimos y nos despedimos. Y cogí la bici y me dije: voy a ver si estas llaves que me ha dado Alberto XXXXXXXX al cambio del dinero, sirven y funcionan; funcionaron, por supuesto. Pero a lo que voy. Iba yo en bici por Zorrilla y empezaron a llegarme los recuerdos: mi padre que no quería plaza de garaje, mi madre que me daba la razón, yo que ahora soy propietario “adquiriente”, Velicia que se fue y era un gran tipo, y la Cañada en sus comienzos y yo de pequeño jugando en Tenerías con la tropa… Y vaya, vaya, vaya… Empecé a llorar en medio de la circulación, y no he dejado de hacerlo hasta que llegué al Corte Inglés, a comprar congrio cerrado, que aquí lo tienen muy bueno.
Y esta es la historia de esta mañana. Que a las puertas de mi tercera edad he firmado ante notario, que tengo una plaza de garaje que no quiso mi papá y sí mi mamá, que fui “niño de la calle” y que Velicia ahora soy yo, sólo que distinto y peor. Ah, y que he llorado como un gilipollas entre coches y a media mañana. Anda que si me para un guardia y me ve la cara, ¡qué apuro!
No ha sido la primera vez, que ya me he situado ante autoridad tan acreditada otras veces, no tantas, pero sí algunas. A ver: por ejemplo he sido testigo en testamentos, 4 ó 5; he hecho el mío propio, que ya me cumple; en algún poder por no sé qué, también he figurado; en la muerte de mis padres, en la escritura testamentaria. Y hoy.
He ido a firmar la escritura de propiedad de una plaza de garaje que he adquirido. Soy propietario, por adquisición de bien inmueble urbano.
Y me cuento la historia, para contársela a alguien, por si el paso del tiempo me borra la memoria y no recuerdo.
Mis papás compraron una casa, allá por los primeros sesenta, claro, con carbonera. El coche, un 600, tenía la calle, que era amplia.
Pasó el tiempo y la calle se fue estrechando, y el 600 pasó a ser un simca 1000. Pero en la calle dormía.
Me fui de casa, a un par de pueblos de mi Castilla, mi papá me pasó el simca 1000, que me hacía más falta a mí que a él. Y cuando yo volvía de los pueblos, era difícil encontrar dónde dejarlo. Pero siempre lo encontraba.
Pasó más tiempo (¿día 4º?) y al simca 1000 sucedió un R-6. Me lo pagó papá, que el otro ya no daba más de sí y yo no tenía ni pa pipas.
Papá, dónde aparco, haría falta a esta casa un lugar para el coche.
¡No hacéis más que gastar dinero! ¿De dónde pensáis que lo saco? El campo no da más de sí. Busca donde ponerlo o vienes en el coche de línea.
Pasó más tiempo (día penúltimo). Mis papás estaban en su final. El ayuntamiento sacó en Zorrilla aparcamiento para residentes. Teníamos derecho a solicitar plaza. Yo me enteré, pero a mi padre no podía proponérselo y yo ni era vecino ni residente ni tuve cabeza ni humor para pensar en ello. Y se pasó la oportunidad.
Murieron mis padres, me quedé con su casa, voy a regar las plantas y dar cuerda al reloj, a coger o dejar alguna cosa, vamos cosa de entrar y salir. Pero el jodido coche no lo uso porque dónde dejar este trasto del carajo. Así que voy en bici, como siempre, y aparco ahora en la calle, no como antes que siempre siempre estaba en el descansillo de los buzones de las cartas y el ascensor.
Un día metieron una nota anunciando la venta de una plaza de garaje en el edificio presidente, vamos, a 10 metros de mi casa. Fui, vi, pregunté y compré.
Y esta mañana firmamos los papeles. En la plaza donde ahora y siempre sigue “el electrico”. Sí hombre sí, aquel guardia urbano que dirígía el poco trafico de aquel cruce en los 50/60 como si estuviera dirigido por una mano oculta, como a golpes, muy tieso, muy simpático.
Por la parte contratante de la primera parte (o sea vendedor) alguien, Alberto. Pasa un rato y aparece en los papeles Alberto XXXXXXXX (este es el apellido). Y levanto la cabeza y él se da cuenta y me dice ¡qué le pasa!. Y yo le digo, nada…, oye, ¿tú eres hijo de XXXXXXXX? Sí. Y tu padre ¿era arquitecto?. Sí. Pues mira, la primera casa donde viví la hizo tu padre, justo enfrente de los grises, en la plaza Tenerías. Yo fui un niño de la calle (con perdón) porque no salía de ella, allí jugué a todo, a piratas, indios y vaqueros, burro churro no se qué, me pegué, nos pegamos, incluso, pero a pocos, pegué; aprendí a andar en patines y salí indemne, porque había coches, pero eran 4.4 que no corrían tanto; fui feliz en aquel sitio. Y encima estaba al lado el río (Pisuerga, por supuesto) y me mojé, exploramos las cloacas, rompimos ramas y más.
Y además tu padre era amigo de José Velicia. Pues sí, que venía muchas veces a comer a nuestra casa, dice Alberto.
Y comentamos y ensalzamos la humana e impresionante persona de Pepe Velicia.
Pues Velicia, que iba por la Cañada, me llamó para que yo hiciera lo que él, que sus obligaciones no le dejaban ir tanto como él quisiera. De esto hace 30 años, y ahora estoy yo, y Velicia ya no es ni recuerdo.
Pero hemos conseguido que en esta zona de la ciudad haya algo que le cite. El Alcalde consintió que una calle lleve su nombre. En el Peral, no en la Cañada. Pero vale.
Y terminamos la conversación, y terminamos los papeleos, y el notario estuvo muy amable, incluso me indicó que tenía que poner mi profesión, pero ¿qué ponía? Y yo le dije que lo normal: cura. Y el corrigió con maestría: Sacerdote. Y me dijo, si fuera ud. funcionario de prisiones no lo pondría, o policía o más cosas, por si acaso.
Y salimos y nos despedimos. Y cogí la bici y me dije: voy a ver si estas llaves que me ha dado Alberto XXXXXXXX al cambio del dinero, sirven y funcionan; funcionaron, por supuesto. Pero a lo que voy. Iba yo en bici por Zorrilla y empezaron a llegarme los recuerdos: mi padre que no quería plaza de garaje, mi madre que me daba la razón, yo que ahora soy propietario “adquiriente”, Velicia que se fue y era un gran tipo, y la Cañada en sus comienzos y yo de pequeño jugando en Tenerías con la tropa… Y vaya, vaya, vaya… Empecé a llorar en medio de la circulación, y no he dejado de hacerlo hasta que llegué al Corte Inglés, a comprar congrio cerrado, que aquí lo tienen muy bueno.
Y esta es la historia de esta mañana. Que a las puertas de mi tercera edad he firmado ante notario, que tengo una plaza de garaje que no quiso mi papá y sí mi mamá, que fui “niño de la calle” y que Velicia ahora soy yo, sólo que distinto y peor. Ah, y que he llorado como un gilipollas entre coches y a media mañana. Anda que si me para un guardia y me ve la cara, ¡qué apuro!
1 comentario:
Una historia emotiva y bien contada. La de recuerdos, dimes, diretes y sensaciones que provoca una operación inmobiliaria que culmina con la adquisición de una plaza de garaje en la milla de oro vallisoletana. La narración tiene un gran interés geográfico, ya que describe la ciudad del ayer y del hoy, sus paisajes y sus paisanajes, los cambios de un espacio que poco recuerda ya al que fue. La de vueltas que da la vida. Enhorabuena por la operación y a disfrutarla mientras se pueda. Ah, por cierto, José Velicia sigue en el recuerdo. Fue uno de los artifices, no sabria decir si el principal, del proyecto de Las Edades del Hombre y muchos le recordamos como la persona afable y cultísima que nos deleitaba cuando le encontrábamos en Huerta del Rey, cuando viviamos por allí. Otra advertencia: cuidado con la bici en el Valladolid que menosprecia a los ciclistas. Yo empecé a utilizarla y he dejado de hacerlo por que la ciudad es hostil a ese modo de locomoción que tanto me gusta. Voy a pie o en autobús, así que no te pediré prestada la plaza de garaje, que, por lo que veo, es una inversión muy bien pensada. Muy cordialmente
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