- Mire, Miguel Ángel, su tipo de sangre es especial. Sí, sí, no se extrañe. No es cero negativo, es abpositivo, pero es especial por lo siguiente: tiene un hematocrito bajo, es decir, pocos hematíes lo que la convierte en bastante fluida, un nivel de plaquetas aceptable y usted tiene disponibilidad de tiempo que le permite estar aquí cuando se lo pidamos. ¿Quiere colaborar?
- Dije que sí, por supuesto.
Y luego vino la explicación a todo esto. Parece ser que de la sangre de uno se saca sangre para transfusiones, plasma para no sé qué y plaquetas para tampoco sé qué. Y yo me podía convertir en “dador universal” de plasma y de plaquetas. Además la vena de mi brazo derecho es bastante aceptable. Se llama aféresis.
Esto fue hace unos tres años.
Antes de ayer me llamaron y esta mañana ha sido, una vez más, el proceso.
Rellenas un cuestionario al que tienes que responder NO a todo menos a lo de ser mujer que lo dejas en blanco: no enfermedades cardíacas, no deportes de riesgo, no vacunas inmediatas, no haber nacido en no sé qué países, no haber sido hospitalizado recientemente, etc.
Firmas un consentimiento, te toman la tensión, hacen un análisis para ver el nivel de plaquetas y, si todo está en orden, te instalas en una camilla y esperas.
Junto a ti hay una máquina como si fuera una lavadora pero en mejor, con tubos que salen y entran, pantallas por aquí y por allá, y unas bolsas en la parte de arriba, unas llenas y otras vacías. Te pinchan en el brazo, y mientras empieza a circular la sangre hacia fuera de ti, te explican el proceso como lo hicieron las otras veces.
“La sangre sale y sufre un proceso de filtrado dentro de la máquina que va separando plasma y plaquetas, devuelve el resto de nuevo al organismo y comienza otra vez a extraer más sangre…, así las veces que haga falta hasta completar el cupo de 3,7 no sé qué. Total van a ser 71 minutos si la vena aguanta y no hay contratiempos.”
“En cualquier momento se puede interrumpir. Si lo desea le podemos traer agua o cualquier otra bebida. ¿Está cómodo? Intente no mover el brazo y abra y cierre la mano durante la fase de extracción para que no baje la presión y la máquina no se queje; en la fase de retorno puede dejar la mano quieta”.
Porque la máquina se queja y hace cosas raras y todas las enfermeras del contorno vienen corriendo a ver si estás bien y te hablan con palabras amables.
Total que aguantas 71 minutos, bueno al fin fueron 70 porque la mi vena (en mi pueblo ponemos el adjetivo posesivo delante, ya sabes lo del burro que no se espante) aguantó como una jabata y el proceso se fue agilizando. Las piernas, dormidas; el brazo derecho, agarrotado; la boca con sabor a medicina (que dicen que es el exceso de anticoagulante que hay que añadir porque el proceso era muy largo); casi dos horas de estancia en el centro de hemodonación y la “satisfacción del deber cumplido”.
¡Vaya bobada la que acabo de decir al cerrar el párrafo anterior! Nada de deber cumplido, nada de sentimiento íntimo de comunicar vida a alguien que necesite lo que a mí me sobra, nada de solidaridad, etc. etc.
Empecé siendo donante porque había leído que en la Edad Media utilizaban sanguijuelas para bajar la presión de los humores del cuerpo. Como hace años la única manera de entrar en los hospitales de Valladolid era con familiares enfermos dentro o con carné de donante, pues probé a ver si mataba dos pájaros de un tiro: colarme cuando me hiciera falta para visitar a algún feligrés ingresado y aliviarme el cuerpo de vez en cuando.
No sé cuántas veces he donado. Supongo que alguien llevará la cuenta, porque te anotan y tal. Empecé por el año 80 u 81, o sea que llevo unos 27-28 años. Anda que no hay gente que ya han recibido la medalla de oro por sus 50 donaciones, incluso la de platino por muchas más. O sea que una cosa normalita, casi vulgar.
Pero he de reconocer que esta mañana ha sido una cosa especial. Me lo dijo muy seria la enfermera: van a ser setenta y un minutos. Yo dije de acuerdo sin pensarlo, pero luego sí tuve tiempo más que suficiente de hacerlo. Y pensé:
- ¿Cómo se sentirá un enfermo de verdad cuando tiene que estar enchufado a una máquina como ésta quiera o no quiera bajo pena de muerte, una o dos veces por semana, porque necesita la diálisis durante el resto de su vida?
- La mierdecilla de bolsa que contenía mis plaquetas, apenas medio chato de vino, debe ser muy importante a juzgar por la costosísima máquina que me lo extrajo y el montón de personal sanitario que me rodearon durante casi dos horas.
- Me enteré allí mismo que un chaval con una enfermedad rarísima se curó en La Fe de Valencia tras más de doscientas transfusiones, no sé si de sangre, de plasma o de plaquetas, que igual da. Lo cual podría dar a entender que harían falta al menos otros ciento noventa y nueve como yo que pasen ciento noventa y nueve ratos enganchados a una máquina para que alguien en otro lugar, no importa dónde, se libre de estar enganchado toda la vida a otra máquina o simplemente se muera.
Y pensé más cosas, pero no me atrevo a escribirlas, ni siquiera aunque nadie las fuera a leer.
O sea, tío, tía, hazte donante. Merece la pena aunque tú no te lo merezcas.
- Dije que sí, por supuesto.
Y luego vino la explicación a todo esto. Parece ser que de la sangre de uno se saca sangre para transfusiones, plasma para no sé qué y plaquetas para tampoco sé qué. Y yo me podía convertir en “dador universal” de plasma y de plaquetas. Además la vena de mi brazo derecho es bastante aceptable. Se llama aféresis.
Esto fue hace unos tres años.
Antes de ayer me llamaron y esta mañana ha sido, una vez más, el proceso.
Rellenas un cuestionario al que tienes que responder NO a todo menos a lo de ser mujer que lo dejas en blanco: no enfermedades cardíacas, no deportes de riesgo, no vacunas inmediatas, no haber nacido en no sé qué países, no haber sido hospitalizado recientemente, etc.
Firmas un consentimiento, te toman la tensión, hacen un análisis para ver el nivel de plaquetas y, si todo está en orden, te instalas en una camilla y esperas.
Junto a ti hay una máquina como si fuera una lavadora pero en mejor, con tubos que salen y entran, pantallas por aquí y por allá, y unas bolsas en la parte de arriba, unas llenas y otras vacías. Te pinchan en el brazo, y mientras empieza a circular la sangre hacia fuera de ti, te explican el proceso como lo hicieron las otras veces.
“La sangre sale y sufre un proceso de filtrado dentro de la máquina que va separando plasma y plaquetas, devuelve el resto de nuevo al organismo y comienza otra vez a extraer más sangre…, así las veces que haga falta hasta completar el cupo de 3,7 no sé qué. Total van a ser 71 minutos si la vena aguanta y no hay contratiempos.”
“En cualquier momento se puede interrumpir. Si lo desea le podemos traer agua o cualquier otra bebida. ¿Está cómodo? Intente no mover el brazo y abra y cierre la mano durante la fase de extracción para que no baje la presión y la máquina no se queje; en la fase de retorno puede dejar la mano quieta”.
Porque la máquina se queja y hace cosas raras y todas las enfermeras del contorno vienen corriendo a ver si estás bien y te hablan con palabras amables.
Total que aguantas 71 minutos, bueno al fin fueron 70 porque la mi vena (en mi pueblo ponemos el adjetivo posesivo delante, ya sabes lo del burro que no se espante) aguantó como una jabata y el proceso se fue agilizando. Las piernas, dormidas; el brazo derecho, agarrotado; la boca con sabor a medicina (que dicen que es el exceso de anticoagulante que hay que añadir porque el proceso era muy largo); casi dos horas de estancia en el centro de hemodonación y la “satisfacción del deber cumplido”.
¡Vaya bobada la que acabo de decir al cerrar el párrafo anterior! Nada de deber cumplido, nada de sentimiento íntimo de comunicar vida a alguien que necesite lo que a mí me sobra, nada de solidaridad, etc. etc.
Empecé siendo donante porque había leído que en la Edad Media utilizaban sanguijuelas para bajar la presión de los humores del cuerpo. Como hace años la única manera de entrar en los hospitales de Valladolid era con familiares enfermos dentro o con carné de donante, pues probé a ver si mataba dos pájaros de un tiro: colarme cuando me hiciera falta para visitar a algún feligrés ingresado y aliviarme el cuerpo de vez en cuando.
No sé cuántas veces he donado. Supongo que alguien llevará la cuenta, porque te anotan y tal. Empecé por el año 80 u 81, o sea que llevo unos 27-28 años. Anda que no hay gente que ya han recibido la medalla de oro por sus 50 donaciones, incluso la de platino por muchas más. O sea que una cosa normalita, casi vulgar.
Pero he de reconocer que esta mañana ha sido una cosa especial. Me lo dijo muy seria la enfermera: van a ser setenta y un minutos. Yo dije de acuerdo sin pensarlo, pero luego sí tuve tiempo más que suficiente de hacerlo. Y pensé:
- ¿Cómo se sentirá un enfermo de verdad cuando tiene que estar enchufado a una máquina como ésta quiera o no quiera bajo pena de muerte, una o dos veces por semana, porque necesita la diálisis durante el resto de su vida?
- La mierdecilla de bolsa que contenía mis plaquetas, apenas medio chato de vino, debe ser muy importante a juzgar por la costosísima máquina que me lo extrajo y el montón de personal sanitario que me rodearon durante casi dos horas.
- Me enteré allí mismo que un chaval con una enfermedad rarísima se curó en La Fe de Valencia tras más de doscientas transfusiones, no sé si de sangre, de plasma o de plaquetas, que igual da. Lo cual podría dar a entender que harían falta al menos otros ciento noventa y nueve como yo que pasen ciento noventa y nueve ratos enganchados a una máquina para que alguien en otro lugar, no importa dónde, se libre de estar enganchado toda la vida a otra máquina o simplemente se muera.
Y pensé más cosas, pero no me atrevo a escribirlas, ni siquiera aunque nadie las fuera a leer.
O sea, tío, tía, hazte donante. Merece la pena aunque tú no te lo merezcas.
1 comentario:
¡¡Ostras!! Impresiona el artículo. Jamás habría pensado que había que estar 70 minutos para un a donación de sangre. Aunque, como cuentas, estas tuyas son especiales, que sólo van separando lo que interesa y tal...
Mi madre siempre (desde que yo recuerdo) fue donante hasta que le dijeron que "ya no" por la edad, creo (tal vez al cumplir 70 años... no sé)
Tenía una cartulina en la que le iban anotando cada vez que iba y la cantidad de sangre que le extraían. Luego contaba que le daban un café y una bolsita con dos madalenas.
Y yo me sentía orgullosísima de mi madre porque era donante de sangre :-) (sí, sí, la veía como a una "valiente", de verdad)
De pequeña tuve una hepatitis (de las benignas, de las que se curan, nunca me aclaro con eso del "A", "B" y "C") pero alguien me dijo que sólo por eso ya no podía ser donante y ya no me lo planteé más.
Ahora, leyendo tu artículo creo que me informaré de nuevo, porque si lo mío fue algo leve y curado, no entiendo por qué no...
Vaya, que el último párrafo de tu artículo, cuando hablas de las más de 200 transfusiones que sirvieron para salvar la vida a un muchacho en Valencia me ha impresionado.
Un abrazo!!
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