Llegó con su melena, tampoco tan larga, y sus barbas, tampoco tan descuidadas. Pero llegó, no con miedo, no, más bien con prevención y, sobre todo, con timidez, mucha timidez. Iba mandado, y no sabía bien a dónde iba.
Saludos, buenas palabras, mejores deseos… Apretones de mano, palmadas en la espalda, algún beso en el reverso de la mano derecha, tal vez un Dios le bendiga… Un poco azorado, de tú, oye, de tú, que es mejor, mucho más fácil…
Pasó algún día. Había que comer. Ni bar de comidas, ni tienda, ni comercio diario, que llegaba a días, carnicero, fresquero, frutero…, sólo el pan. Así que repitió la costumbre del anterior: encontrar casa donde pudiera compartir mesa, o al menos la comida, pagada por supuesto.
Recorrido matutino, nada. Recorrido vespertino, también nada.
Al tercer día, una anciana hermana de un obrero del campo jubilado se prestó a darle de comer durante algún tiempo, hasta que hubiera más suerte. ¡Qué comidas! Ella de pie, al lado, esperando que él acabara la sopa, para servirle el pescado. Luego el postre. ¿Le ha gustado? Estaba todo muy rico, muchas gracias, pero yo preferiría que no estuviera así, que se sentara conmigo… Ella nerviosa no sabía qué decir. Eso no podría ser, eso no estaría bien. No hubo más. Y así pasaron otros días.
Un día, tal vez el décimo, o el vigésimo quinto, entró en su casa, ella bajita, ni morena ni rubia ni castaña, sonriente y avergonzada, a su lado dos hijas como dos castillos de jóvenes, de llenas, de guapas, de altas, y también la pequeña, Elena, de unos 6 ó 7 años. Que si podría acogerme…, que sí, que lo hemos hablado en casa y que sí que venga usted con nosotros que donde comen cuatro comen cinco. Eran siete, el matrimonio, tres hijas y dos hijos. El hombre de la casa está con el ganado en el campo, que es pastor, llegará muy tarde, pero ya está hablado. Él se emocionó como hacía tiempo que no se emocionaba, y mira que el puñetero era reacio a las emociones, tanto que las ocultaba hasta hacerse daño. Por fin ya no comería solo, charlaría, reiría, trataría de ser uno más entre todos ell@s.
Y fue feliz en aquella casa.
Os recuerdo, os quiero: Nicolás, Fidela, Miguel Ángel, Mercedes, Manoli, Darío y Elena.
Fueron su familia, su nueva familia… durante aquellos dos años, y bastantes más.
Por lo demás, los chavales, digo chavales y chavalas. Baloncesto en el patio del ayuntamiento. Paseos por el valle en bici, a pie o en coche. Llegaron a viajar en el pobre cacharro más de 15, ¿cómo? milagro de la multiplicación del espacio (Tranquis, que íbamos por caminos y similares). Ping-pong en la cuadra de la enorme casa rectoral convertida en sala de bailes y otros menesteres. Tardes viendo la tele en el teleclub. Y música. Porque tenía guitarra. La única del pueblo, al menos no se sabía que hubiera otra. Y por supuesto los monaguillos, los mismos que participaban en todo lo demás.
Un día llegó nuevo un señor, y señora por supuesto, que compró casa de larga historia y bella planta, vamos casa solariega. Y este señor que venía a vivir no, venía de vez en cuando. Y luego llegó otro señor, ya no sé si con señora, que resultó hermano del anterior. Andaba mucho por el campo, tomaba el sol, se mojaba con la lluvia y era como distinto.
Y un día se le acerca este señor y como no queriendo la cosa empieza a hablar y a preguntar, qué, cosas del pueblo. Y en éstas va y le dice: en este pueblo pasa algo raro. Los chavales, las chavalas, cantan cuando van por ahí ¡a desalambrar, a desalambrar, que la tierra es mía, tuya y de aquel!, y soldadito de Bolivia, soldadito boliviano, y en mi pueblo sin pretensión tengo mala reputación, y voy a cantar el corrido de un hombre que fue a la guerra, y carne de yugo ha nacido, y vamos por ancho camino, nacerá un nuevo destino, ven, y muy bien, voy a preguntar por ti, por ti, por aquel, y te recuerdo amanda, la calle mojada, y me lo decía mi abuelito, me lo decía mi papá, y si he perdido la vida, el tiempo, todo lo que tiré como un anillo al agua, y andaluces de jaén, aceituneros altivos, y tú y yo muchacha estamos hechos de nubes, y nuestras horas son minutos cuando esperamos saber, y tú no puedes volver atrás porque la vida ya te empuja, y cuando ya nada se espera personalmente exaltante, y ciego que apuntas y atinas, y pues es amarga la verdad, y hace mucho el dinero, y levántate y mira la montaña…, que digo yo que esas cosas no las aprenden en la escuela del pueblo, que dónde las habrán oído. Y le mira, con media sonrisa que no lo es, tampoco media mueca, y continua preguntando cosas del pueblo.
Y siguió la historia aquella en aquel pueblo.
Ha pasado el tiempo y él se pregunta qué será de aquellos chavales y chavalas, qué cantarán si es que aún cantan, qué vivirán si aún viven. Y también se pregunta por aquel señor preguntón, que ni sonreía ni ná.
Pero de aquella familia, Nicolás, Fidela, Miguel Ángel, Mercedes, Manoli, Darío y Elena no se pregunta nada, porque la lleva en el corazón. ¡Nos veremos! ¡Palabra!
Saludos, buenas palabras, mejores deseos… Apretones de mano, palmadas en la espalda, algún beso en el reverso de la mano derecha, tal vez un Dios le bendiga… Un poco azorado, de tú, oye, de tú, que es mejor, mucho más fácil…
Pasó algún día. Había que comer. Ni bar de comidas, ni tienda, ni comercio diario, que llegaba a días, carnicero, fresquero, frutero…, sólo el pan. Así que repitió la costumbre del anterior: encontrar casa donde pudiera compartir mesa, o al menos la comida, pagada por supuesto.
Recorrido matutino, nada. Recorrido vespertino, también nada.
Al tercer día, una anciana hermana de un obrero del campo jubilado se prestó a darle de comer durante algún tiempo, hasta que hubiera más suerte. ¡Qué comidas! Ella de pie, al lado, esperando que él acabara la sopa, para servirle el pescado. Luego el postre. ¿Le ha gustado? Estaba todo muy rico, muchas gracias, pero yo preferiría que no estuviera así, que se sentara conmigo… Ella nerviosa no sabía qué decir. Eso no podría ser, eso no estaría bien. No hubo más. Y así pasaron otros días.
Un día, tal vez el décimo, o el vigésimo quinto, entró en su casa, ella bajita, ni morena ni rubia ni castaña, sonriente y avergonzada, a su lado dos hijas como dos castillos de jóvenes, de llenas, de guapas, de altas, y también la pequeña, Elena, de unos 6 ó 7 años. Que si podría acogerme…, que sí, que lo hemos hablado en casa y que sí que venga usted con nosotros que donde comen cuatro comen cinco. Eran siete, el matrimonio, tres hijas y dos hijos. El hombre de la casa está con el ganado en el campo, que es pastor, llegará muy tarde, pero ya está hablado. Él se emocionó como hacía tiempo que no se emocionaba, y mira que el puñetero era reacio a las emociones, tanto que las ocultaba hasta hacerse daño. Por fin ya no comería solo, charlaría, reiría, trataría de ser uno más entre todos ell@s.
Y fue feliz en aquella casa.
Os recuerdo, os quiero: Nicolás, Fidela, Miguel Ángel, Mercedes, Manoli, Darío y Elena.
Fueron su familia, su nueva familia… durante aquellos dos años, y bastantes más.
Por lo demás, los chavales, digo chavales y chavalas. Baloncesto en el patio del ayuntamiento. Paseos por el valle en bici, a pie o en coche. Llegaron a viajar en el pobre cacharro más de 15, ¿cómo? milagro de la multiplicación del espacio (Tranquis, que íbamos por caminos y similares). Ping-pong en la cuadra de la enorme casa rectoral convertida en sala de bailes y otros menesteres. Tardes viendo la tele en el teleclub. Y música. Porque tenía guitarra. La única del pueblo, al menos no se sabía que hubiera otra. Y por supuesto los monaguillos, los mismos que participaban en todo lo demás.
Un día llegó nuevo un señor, y señora por supuesto, que compró casa de larga historia y bella planta, vamos casa solariega. Y este señor que venía a vivir no, venía de vez en cuando. Y luego llegó otro señor, ya no sé si con señora, que resultó hermano del anterior. Andaba mucho por el campo, tomaba el sol, se mojaba con la lluvia y era como distinto.
Y un día se le acerca este señor y como no queriendo la cosa empieza a hablar y a preguntar, qué, cosas del pueblo. Y en éstas va y le dice: en este pueblo pasa algo raro. Los chavales, las chavalas, cantan cuando van por ahí ¡a desalambrar, a desalambrar, que la tierra es mía, tuya y de aquel!, y soldadito de Bolivia, soldadito boliviano, y en mi pueblo sin pretensión tengo mala reputación, y voy a cantar el corrido de un hombre que fue a la guerra, y carne de yugo ha nacido, y vamos por ancho camino, nacerá un nuevo destino, ven, y muy bien, voy a preguntar por ti, por ti, por aquel, y te recuerdo amanda, la calle mojada, y me lo decía mi abuelito, me lo decía mi papá, y si he perdido la vida, el tiempo, todo lo que tiré como un anillo al agua, y andaluces de jaén, aceituneros altivos, y tú y yo muchacha estamos hechos de nubes, y nuestras horas son minutos cuando esperamos saber, y tú no puedes volver atrás porque la vida ya te empuja, y cuando ya nada se espera personalmente exaltante, y ciego que apuntas y atinas, y pues es amarga la verdad, y hace mucho el dinero, y levántate y mira la montaña…, que digo yo que esas cosas no las aprenden en la escuela del pueblo, que dónde las habrán oído. Y le mira, con media sonrisa que no lo es, tampoco media mueca, y continua preguntando cosas del pueblo.
Y siguió la historia aquella en aquel pueblo.
Ha pasado el tiempo y él se pregunta qué será de aquellos chavales y chavalas, qué cantarán si es que aún cantan, qué vivirán si aún viven. Y también se pregunta por aquel señor preguntón, que ni sonreía ni ná.
Pero de aquella familia, Nicolás, Fidela, Miguel Ángel, Mercedes, Manoli, Darío y Elena no se pregunta nada, porque la lleva en el corazón. ¡Nos veremos! ¡Palabra!
4 comentarios:
Es tan bonita la historia, que sólo puedo decir que la acabo de leer y... ya está :-)
Cualquier cosa añadida a algo tan hermoso estaría de más... pero irse sin decir nada estaría feo jeje
¡Preciosa Miguel Ángel! Esta es una experiencia formidable; me alegro especialmente por ti, porque habrá marcado tu vida; por ellos, porque tuvieron la oportunidad de experimentar algo novedoso, algo distinto... y seguro que alguna que otra "incomprensión"...
¡Gracias por dejarnos compartirla contigo!
Un abrazo. mª pilar
¡Precioso Miguel Ángel! esto si que es una hermosa experiencia de vida; especial para ti... solo, "nuevo" estará para siempre marcada con oro en tu corazón; y para ellos, la oportunidad de convivir con otra mirada, seguro te llevarán en su corazón también; y quizá, por aquello tan hermoso que hicieron... fueron mirados de manera fría y extraña.
¡¡Gracias por compartirlo con nosotros!!
Un abrazo mª pilar
Ah, sinvergüenza, qué canciones enseñabas...te van a mandar a misiones...
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