Siempre dispuestos a dar una primicia, los medios informativos –alguno,
al menos– se han apresurado a avisarnos de que llegan los calores. Exactamente
entre el quince de julio y el quince de agosto soportaremos los mayores ardores
veraniegos. Hoy empieza la canícula.
¡Abróchense los cinturones! ¡Despegamos!
Exactamente volar, no pienso hacerlo. Tampoco rodar; no al menos de
momento. En casita y a la sombra. Y con lecturas varias.
Tengo a mano un trabajo de cincuenta folios que condensa todo lo que se
ha recogido sobre la vida familiar. “Instrumentum laboris” se titula. Y es el
documento base para el próximo sínodo que celebrarán los obispos de la Iglesia
Católica con el tema: Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de
la evangelización.
Bien. Quien haya sido, ha hecho un buen trabajo de recopilación. Eso
pienso, llegándome a la mitad de su recorrido. Con todo, es sabido que en esta
institución milenaria saben escuchar, pero no suele servir de nada, porque
igual que el otro aporreaba la mesa al grito de ¡programa! ¡programa!, aquí también
se zapatea el escritorio gritando ¡doctrina! ¡doctrina!
Espero que los calores que se avecinan me permitan comprobar que en las
páginas que me faltan por leer se indiquen pautas para acoger algunas aportaciones
“populares” de manera que los señores obispos y arzobispos del mundo católico
no tengan necesariamente que negarse desde ya en deferencia hacia “una verdad”
mantenida desde siempre.
Sudo sólo con pensar que aquí vuelva a ocurrir lo del posconcilio, cuando
a Pablo VI le entraron aquellos miedos que dejó fijados –contra la propia
comisión que él mismo había nombrado– en una encíclica de infausto recuerdo:
Humanae vitae.
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