Miguel Ángel, tengo
que hacerte una pregunta, dijo la directora del centro por teléfono. Dispara, dije. Parece que nos dejas… ¿¡Perdón!? ¿Cómo dices? Ladis me ha dicho que tú
has dicho a Nieves que en septiembre ya no vas a venir; y me ha preguntado que
por dónde empezar a buscar quien te sustituya. No sé qué me estás diciendo; no
he dicho nada parecido, volví a decir. ¿Entonces no es verdad? El próximo domingo nos vemos, y
si hay pan y vino, celebraremos la Eucaristía.
Esta fue la
conversación telefónica que mantuve el jueves pasado con Elvira.
Hoy todo está
aclarado.
Durante todo el mes
de agosto, y a la vista del exiguo remanente que había en la pequeña sacristía
del entrañable centro residencial, avisé repetidamente que había que hacer
acopio de material, porque en septiembre empezaríamos a cero si no había
repuesto, y así no podía haber Eucaristía. El vino, aunque esté embotellado,
disminuye en cada consumición; y el pan, aunque sea ácimo y en forma de obleas
redondas, también va desapareciendo en cada comida. Dicho en román paladino, se
estaban agotando el vino de consumir y las hostias.
Pero
indefectiblemente cada domingo respondían todos a la vez y algunos de uno en
uno que se habían olvidado. Así que el siguiente domingo volvía yo a la carga.
Así llegamos al día
26, último domingo de agosto, y terminamos con todo. No quedó ni gota de
vino ni miga de pan. Volví a recordarles el asunto y para despedirme dije
hasta el mes de septiembre.
Nieves, que es
valenciana pero afincada en la ciudad, se hizo un lío e imaginó que me estaba
despidiendo para los restos. Y ahí comenzó el malentendido. Que Miguel Ángel ya
no va a volver. ¿Estará molesto con alguien? ¿Ahora quien va a venir a decirnos
misa? ¿Será porque no le hemos hecho caso en lo que nos pedía?
Forman un colectivo
enternecedor. No me doblan en edad, pero han entrado en esa etapa de la vida en
que todo lo tienen que recibir, ya poco pueden por sí mismos. Están muy bien
atendidos, eso me parece a mí que asomo una vez a la semana y justo para
celebrar con ellos y poco más, total una hora; pero no me es posible
despegarles una como sensación que me dan de desvalimiento, de orfandad, de
viudedad, de soledad, de individualidad… En ese mundo pequeño y encerrado,
cerrado sobre sí mismo, una palabra cualquiera recibe un eco desproporcionado,
para terminar totalmente deformada.
Volvimos a nuestra
rutina, les hice reír a algunos, al resto no pude sacarles de su sopor. Canté
por ellos, recé con ellos, les di la comunión a la mayoría y para terminar les
deseé la paz. Me despedí, como siempre, hasta el próximo domingo.
Ya no volveré a jugar
con las palabras, ni en bromas.
3 comentarios:
La palabra tiene mucho poder, más de lo que a veces creemos; tanto para hacer un malentendido como para desacerlo. Hay quien se queda solo en la primera fase y no reconoce nada.
Por suerte están los dialogos para aclarar las cosas.
En una ocasión creí que el silencio por educación, por respeto, evitaria males peores, pero me he convencido que no hay que callarse, la verdad hay que defenderla siempre y los silencios pasan factura.
Miguel Angel...¿qué harían sin ti estas personas?, sientete orgulloso porque te necesitan.
Un beso.
Lugar al que, si tenemos suerte, llegaremos todos los demás, aunque no sea el lugar físico de una residencia y esperemos contar con un Míguel que nos visite una vez a la semana y nos cante y nos cuente y nos gaste alguna broma y etcétera.
Qué bien lo haces amigo mío, aunque les hagas jueguitos de palabras de vez en cuando y se produzcan confusiones, madre mía, la vida que les habrá dado pensar en ese asunto todo el tiempo.
Besos.
Sir Enry, dices bien, la palabra y el diálogo son de lo mejor que tenemos para entendernos.
En lo último creo que te equivocas. Ellos son necesarios y yo soy prescindible. ¿Qué sería yo sin ellos? Aquí no vale lo de juan palomo, ni lo otro de "conmigo llega la fiesta". Si no quisieran celebrar según su fe el domingo, yo no pintaría nada; estaría de más porque ya tienen quienes les cuiden con profesionalidad y quienes les entretengan con más estilo. Te agradezco tu amabilidad.
Besos
Julia, si te dijera que no me gustaría verme de ancianito en una residencia, no estaría mintiéndote; pero siendo realista, he de reconocer que es el camino que llevo. Una vez allí dejaría hacer, qué remedio. Y ojalá no esté tan cabreado que reciba con amabilidad a quien se acerque siquiera a saludarme. Eso es lo que pienso cada vez que entro en esa y en las demás residencias para "personas mayores". Me sorprenden al recibirme como lo hacen; son encantadores. Hay incluso una anciana que algunos días me espera a la salida y me regala unas galletas o mermelada del desayuno.
Besos
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