Confieso
que el titular puede inducir a error. ¡Tengo que poner los libros al día! Sería
lo correcto.
Esto es
que en una parroquia existe un registro de los Sacramentos administrados,
detallando el nombre y algunas circunstancias que identifican a las personas
“sacramentadas”. Son unos volúmenes de tamaño generalmente considerable, que
hay que rellenar a mano. Así se ha hecho desde que hay memoria escrita del
quehacer parroquial, quizás por el siglo XV. El conjunto suele recibir el
título de Archivo Parroquial. Y mola. Sobre todo cuando alguien se acerca a
investigar sus orígenes y bucea en los legajos, porque algunos lo son, para
descubrir sus ancestros y sus vicisitudes.
Ocurre
ahora que es muy cómodo anotarlo informáticamente, y es lo primero que hago.
Luego, si hay que certificar algo, con dar al “enter” y al “print”, o
viceversa, salvo que la impresora dé guerra, todo es coser y cantar.
Pero los seis
librotes, –Bautismos, Confirmaciones, Matrimonios y Defunciones, más el correspondiente
Libro de Fábrica y, en su caso, el de la Economía– no deben descuidarse, entre
otras cosas porque puede venir alguien de “arriba” a fisgar y rubricarlos, y se
los encuentre incompletos y descuidados. Y no es plan que a uno le regañen por
este motivo.
Durante el
año hay tantas cosas que urgen, que cumplimentar estas anotaciones al momento
se hace tedioso, y las voy dejando para mejor ocasión.
Llega el
verano y me digo, ahora es el momento. Pero con el calor… ¡qué pereza!
Entre San
Pedro y San Miguel, estoy casi seguro de que los dejo listos para la revista.
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