Hoy, segundo día de fiestas, en La Cañada tenemos paella. Pa nosotros. Y
nos la hacen en casa, para que no tengamos que salir. Por un módico 1,5€ un
plato hasta los topes. O macarrones con tomate y chorizo. A elegir.
A la sombra de los chopos, sobre la yerba, esperamos que el viento del
sur consintiera que el arroz terminara de hacerse. Llevó su tiempo.
Tres, enormes, pantagruélicas paelleras fueron necesarias. El perolo de
los macarrones no sale, pero allí estaba.
De los dos comí, en abundancia y con apetito. Cola, sangría o vino, a
elección.
Si al principio todo era un guirigay, saludos, carreras y hasta futbol
infantil, en cuanto los platos fueron servidos, el silencio se adueñó de todo
el lugar. Ni ruido de vasos, ni de tenedores. Todo era de usar y tirar.
Pero cuando fueron liberados de su uso, aquello volvió a estar como al
principio. Limpio y presentable.
No seríamos cuarenta mil almas. Pero con los cuerpos, allí comimos más de cien, entre mujeres, varones e infantes.
Añadido a última hora del día: de la recaudación obtenida a base de 1,5€ por ración de paella y/o macarrones, la tesorera de la asociación me insta para que corrija la cifra; debe escribirse doscientos. Y yo me pregunto: ¿se habrán conseguido trescientos euros? ¡Somos ricos!
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